El último especial que “Rolling Stone” dedica a la actualidad latina –incluido en el número 1196, que dedicaba su portada a la muerte de Lou Reed– fue ilustrado con “el tostado cuerpo de Naya Rivera, actriz de la serie Glee con ambiciones de cantante”, nos explica Diego A. Manrique, en “El País”. “Difícil escenificar más escandalosamente los estereotipos dominantes en los mass media estadounidenses. En su contenido anglo, rinde un solemne homenaje a uno de los pilares de la cultura rock. En su oferta latin, celebra los nombres hispanos de moda (‘hot’), desde un chef a un canal de TV. Significativamente, entre las once personas o tendencias destacadas no hay rock”.
Pero unas semanas después Manrique se reconcilia con la marca “Rolling Stone”: la edición mexicana ha lanzado un número extra dedicado al rock latino que lleva por título “Rock latino: los orígenes del rock en nuestro idioma, desde 1957 a 1970”. “Estoy impresionado. Ese tipo de entregas extra son relativamente frecuentes en las revistas historicistas británicas pero más desconocidas en nuestro ámbito cultural. Allí se editan monográficos sobre el rock de épocas o estilos; sorprende que el foco de Rock latino sea bicontinental. Y no se trata esencialmente de una plataforma publicitaria, como el número latin del Rolling Stone neoyorquino: sólo he contado tres páginas de publicidad entre las 108.”
“Rock latino no es un modelo de periodismo rock: demasiados altibajos en sus textos. Pero sí sirve para recordarnos que los hispanos tenemos una historia musical en común, ahora minimizada por la era Internet. El hecho de convertirnos en ciudadanos de la Nación Pitchfork lleva implícito una renuncia: el olvido de quiénes somos y de dónde venimos. Es un precio demasiado alto”, concluye Manrique.