EFE EME asiste a dos citas del festival Luna Lunera de Sos del Rey Católico, para ver a Quique González, Jakob Dylan, The Rigth Ons y a Loquillo acompañado de Gabriel Sopeña, Sabino Méndez y Miguel Ríos.
Texto y fotos: JUAN PUCHADES.
No es ningún secreto, los músicos lo saben y los espectadores también: Tocar o asistir como público al festival Luna Lunera de Sos del Rey Católico es una experiencia sin igual. Lo peculiar de su escenario (una antigua lonja medieval) y la capacidad del recinto (450 personas) logran que cada concierto sea algo especial. La cercanía con los asistentes motiva a los músicos, que saben que tendrán enfrente a sus seguidores más fieles, aquellos dispuestos a desplazarse cientos de kilómetros para verlos bien de cerca, sentados y en condiciones de excepción.
El pasado fin de semana los conciertos del Luna Lunera prometían dos buenas noches de rock and roll, y hasta allí que nos fuimos. El programa doble del viernes lo abrió Jakob Dylan, en su única cita española, con la intención de presentar su segundo disco en solitario, «Women and country». Y precisamente con el tema que inaugura ese trabajo, ‘Nothing but the whole wide world’, abrió un concierto que, impregnado de sonidos de Nashville se paseó entre el country y el rock con raíces, apoyado por una banda espléndida –con presencia destacada de Paul Rigbi a la guitarra– que incluía pedal steel, batería, contrabajo, guitarra y dos coristas –Nora O’Connor y Kelly Hogan– que daban el contrapunto vocal haciendo diabluras con sus voces sureñas. Dylan y su garganta con el adn familiar impreso en ella –»pero canta mejor que su padre», me decía Miguel Ríos mientras lo veíamos–, recogió temas de sus dos discos en solitario pero también de los Wallflowers. Comunicativo, ofreció un fantástico concierto que fue creciendo de menos a más hasta meterse en el bolsillo a una audiencia que parecía haber asistido, mayoritariamente, a ver a Quique González –curiosamente uno de los mayores expertos en la obra de Jakob Dylan de cuantos estábamos esa noche allí reunidos, capaz de citar los títulos de los temas y ubicarlos en sus correspondientes discos–. Con cara risueña y mochila a la espalda, antes de salir disparado camino de Madrid, Dylan se dejó fotografiar y saludó a quienes pululaban por el «backstage».
Lo de Quique González es otro asunto, y es que el madrileño –ya santanderino de adopción–, ha ido creciendo en los últimos años de tal manera que su solvencia en directo es de sobras conocida, pues ahí, en escena, es donde en realidad se ha forjado su trayectoria y, por qué no, su mito, pues en vista la devoción de los fieles, algo de eso ya hay con Quique. En el Luna Lunera, con el público entregado desde el comienzo, ofreció un concierto que repasó toda su carrera, y en el que los temas del reciente «Daiquiri blues» sonaron bastante más potentes que en disco. El momento álgido de la velada, el más mágico, fue cuando Miguel Ríos, invitado de Loquillo para la noche siguiente, fue llamado por Quique para que saltara al escenario y cantara junto a él ‘Bajo la lluvia’, un tema que Ríos conoce bien pues ha estado interpretándolo en su gira del año pasado. Como siempre, hay que destacar la solvencia de Javi Pedreira, Jacob Reguilón y Toni Jurado, nombres por siempre unidos al de Quique González.
SEGUNDA NOCHE
La tarde del sábado pudimos asistir a la prueba de sonido de Loquillo, que más que prueba fue ensayo junto a los invitados que le acompañarían horas después en este concierto del 30 aniversario: Gabriel Sopeña, Sabino Méndez y el decano del rock, Miguel Ríos. Alucinante fue estar allí, en primera fila, casi como en un concierto privado. Al escuchar cantar a Ríos todos los presentes nos hacíamos la misma pregunta: «¡¿Este hombre, con semejante voz, por qué diablos se quiere retirar?!». Un rato después, el gran Jaime Stinus me confesaría que en esos momentos, tocando junto a él, se le ponía la piel de gallina. No era al único.
Ya por la noche, abrieron los madrileños The Rigth Ons, una banda poderosísima que con su rock con dejes soul salieron a por todas, conscientes de que el público congregado había ido a ver al Loco y que tenían una hora para demostrar sus poderes. Tantos que no tardaron en hacer que los seguidores de Loquillo se pusieran a bailar. El propio Loquillo, algo inquieto ante la noche que se avecinaba, mientras los escuchaba comentaba que eran muy buenos.
Con un repertorio adaptado para la ocasión pero muy similar al de su gira de este año, la del 30 aniversario, Loquillo abrió fuego con ‘En las calles de Madrid’ y aquello ya fue una fiesta que no pararía hasta dos horas y media después, con el público enfebrecido y subido a los asientos. Una velada volcánica en la que se repasó la carrera de Loquillo, himno tras himno y con momentos para no olvidar como el maravilloso set acústico junto a Gabriel Sopeña, quien se quedó en escena para acompañar con su acústica y voces al grupo y a Miguel Ríos en ‘Cruzando el paraíso’. Resultaba sobrecogedor escuchar a Ríos en los pasajes originalmente interpretados por Johnny Hallyday, con un Loco visiblemente emocionado. Pero quedaba una guinda junto a Ríos: ‘Yo sólo soy un nombre’, el viejo hit que Fernando Arbex escribió para Miguel Ríos y que Loquillo versioneó hace poco en disco. El día anterior, Miguel me decía que esta iba a ser la primera vez que la iba a tocar en directo, ya que nunca la incluyó en sus shows porque, entonces, les parecía un poco «moñas», ahora ya sabe del poder de este tema. El largo fin de fiesta llegó con Sabino Méndez y su guitarra sumados al grupo para interpretar esas canciones doradas que todos esperaban, ya inmersos en pleno delirio colectivo. Había que ver la sonrisa con la que Loquillo y la banda bajaron del escenario. Felicidad es poco. Y es que este fue uno de esos conciertos excepcionales que nadie olvidaremos.
En el anecdotario particular, queda el placer que supone pasear por Sos del rey Católico, ¡pese a las cuestas!, el exquisito trato de la organización (Julio Conde es un as) y en el Parador. Las horas junto a Loquillo y su familia, los muchos momentos compartidos con Thomas Canet (brillante retratista, de los mejores fotógrafos de la actualidad) y, desde luego, esa tarde acompañando a éste y a Miguel Ríos en un paseo fotográfico por diferentes rincones y que dejó algunas jugosas anécdotas junto a los lugareños (abrir la puerta de tu casa y encontrarte a Miguel Ríos posando tiene su miga; tanta que no es fácil que tu marido te crea y salga a saludar). Además, tratar de cerca a Miguel supone descubrir la excelente persona que se esconde detrás de su poderosa leyenda. Un Miguel Ríos que, temeroso por descargar rock en un recinto tan pequeño, ha estado rechazando en los últimos años tocar en el Luna Lunera pero que, después de pisar el escenario, nos comentaba que quizás estaría bien desdecirse y añadir una última fecha allí de su gira de despedida…
Sólo un pero le pondría uno al Luna Lunera: la barbaridad que supone comenzar los conciertos, siempre dobles, bien pasadas las once de la noche. La organización tendría que pensar en la mucha gente que tras estos tiene que coger el coche, o viajar a la mañana siguiente. En todo caso, allí nos vemos el año próximo, que seguro que el cartel vuelve a merecer una visita, o dos.