Rocío Molina y Silvia Pérez Cruz en Málaga: La valentía de vivir

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«Silvia interpreta con alma lorquiana, desgarrándonos suavemente y colisionando hasta fundirse con el baile de Rocío»

 

En pleno embarazo, la bailaora Rocío Molina se une a la cantante Silvia Pérez Cruz para unir su arte en un espectáculo en el que abordan el deseo de ser madre. Una conjunción de muy pocas fechas que recaló en el Teatro Cervantes de Málaga, ante la atenta mirada de David Pérez. 

 

Rocío Molina y Silvia Pérez Cruz
Teatro Cervantes, Málaga

7 de agosto de 2018
Texto y fotos: DAVID PÉREZ.

 

Con la ola de calor tocando techo, llegamos a los alrededores de un Teatro Cervantes tan expectante que ni el aire se mueve. La bailaora Rocío Molina, boquerona de pura cepa y alma libre, ya hizo que se tambalearan los cimientos de Málaga a primeros de año con su obra “Caída del cielo”, fuerza que brotaba de sus ovarios y se transformaba en amor y energía con cada movimiento. Hoy la malagueña vuelve a la carga y clausura el Festival Terral con “Grito pelao”, subiendo la apuesta desde la quietud y ganándole la batalla al miedo y el dolor con pasión y amor propio, tornando tristeza en alegría, extendiendo en su arte la celebración de ser mujer y haciéndola florecer a corazón abierto.

Este nuevo proyecto de vida, este “grito pelao sin nadie”, este “hacer para encontrarse”, comenzó a gestarse con el ensayo abierto que supuso “Impulso”, donde, acompañada de Silvia Pérez Cruz (una presencia artística hermana tan fuerte como la suya), trataba el deseo de ser madre. Dando el paso definitivo, como nos cuenta a lo largo de la velada, el 28 de marzo, al someterse a un proceso de inseminación in vitro que la convertirá felizmente en madre a finales de diciembre. De eso va este nuevo salto al vació sin red, demostrándonos que, a sus 34 años,  es una de las bailaoras más revolucionarias de la última década.

Tomamos posiciones en un Cervantes que cuelga el cartel de agotado hace días, se abre el telón y en pocos segundos nos sobrepasa la belleza y fragilidad de una propuesta única e irrepetible, que solo se representará durante el embarazo de Rocío, en una docena escasa de fechas. “La idea es que el proyecto muera cuando aparezca la vida”. Molina, que se acerca visiblemente a los cinco meses de gestación, comprometida con su ser, su feminidad y su arte en cada parpadeo, sale a escena acompañada en este viaje hacia la maternidad por su madre, Lola Cruz (se estrena con nota como profesional) y Silvia Pérez Cruz, también madre y milagro siempre inabarcable que juega esta vez el papel de amiga, comadrona y ángel de la guarda, además de firmar junto a Rocío Molina y Carlos Marquerie (autor de la dramaturgia) la dirección escénica.

Rocío y Lola bailan en un tablao abierto, rodeado de arena y con una piscina cuadrada en el centro, útero en el que terminará por desnudarse la protagonista y romper aguas, regalándonos esa imperfecta verdad que solo alcanza el arte mayúsculo, abriéndole los ojos y las piernas de par en par al teatro al completo. Silvia comienza cantando y cediendo protagonismo desde atrás del escenario (lugar que ocupará después la omnipresente y observadora madre Lola), cambiando los papeles por momentos con Rocío, fundiéndose en una sola persona en el suelo y abrazando el aire con sus brazos, entremezclándose como enredaderas pasionales ansiosas de vida.

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«Zapateo ‘contenido’ por su estado, pero desbordante de esa fuerza y energía sobrenatural que le sale del pecho, ya sea por soleares, tarantos o alegrías»

Silvia interpreta canciones populares y composiciones propias con alma lorquiana, desgarrándonos suavemente como solo ella sabe y colisionando hasta fundirse con el baile de Rocío. Zapateo “contenido” por su estado, pero desbordante de esa fuerza y energía sobrenatural que le sale del pecho, ya sea por soleares, tarantos o alegrías, en pie como un tornado al que no puedes escapar o buscando el centro de la tierra taconeando sentada en una silla.

Las luces y sombras se intercalan con imágenes proyectadas en el fondo, pinceladas de colores y ecografías de su futuro hijo que transmiten un amplio abanico de estados de ánimo, de dudas vencidas e incertidumbres futuras. Entre el baile y la música (cuarteto amigo de colaboradores habituales, formado por Eduardo Trassierra a la guitarra, Carlos Montfort al violín, José Manuel Ramos ‘Oruco’ al compás y Carlos Gárate a la electrónica), se abren paso bromas y narraciones de las protagonistas, que fragmentan y encadenan cada escena. Así, Lola nos cuenta junto a Rocío el miedo que tenía porque todo saliera bien cuando ella estaba aún en su barriga, o Silvia nos emociona con las horas previas a su parto, contándonos como notó que alguien le ponía la mano en el hombro y al girarse, vio a una mujer que sentía su dolor y la conectaba al amor global, ese que palpita en la obra.

El espíritu inspirador de Anne Sexton flota en el ambiente y Silvia canta hasta cortarnos la respiración ‘For a fatherless son’ (‘Para un hijo sin padre’) y ‘Childless woman’ (‘Mujer sin hijo’), poemas de Sylvia Plath, otra pieza angular de este ambicioso y generoso proyecto. Y esa experiencia como mujer soltera y lesbiana, la suple Rocío rebelándose contra todo rol de género predefinido, con una barba postiza y moviendo las caderas “como los hombres”, desbordando ese carácter revolucionario que le corre por las venas y con el que sigue rompiendo convencionalismos y engrandeciendo a la vez las raíces del flamenco.

Del choque frontal catártico y sanador del canto de Silvia (al llanto y la pena) contra el zapateo de Rocío, a la piedad invertida con su madre Lola en brazos, hasta el chapoteo final bajo una nana universal que termina por calarnos hasta los huesos. Una vez más, venció el arte y la valentía de vivir.

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