Rioflorido, de Santero y Los Muchachos

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DISCOS

«Domina en todo el álbum un impecable y natural buen gusto, un saber estar en lo que piden unas canciones de composición ya de por sí brillante»

 

 

Santero y los Muchachos
Rioflorido
Autoeditado, 2019

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Llegan desde Valencia, este es su segundo disco y se definen a sí mismos como “rock reposado”. Es una escueta —e insuficiente— presentación, porque las canciones de Santero y Los Muchachos son mucho más que eso. Cierto que en ocasiones son ensoñadores y se dejan mecer por los clásicos, pero no dudan en enseñar la energía y la garra sin prejuicios cuando les apetece. Sí que se puede ver un espíritu plácido, sobre todo al irse cerrando el disco. El divertimento de aire polinesio “Para siempre no existe” —festivo y alegre reggae, aunque no exento de tonos que evocan calma chicha—, la dejadez tropical de “Guantanamera” o el fluir caribeño y lento del instrumental “Tierra muerta” dejan la impresión de que el disco es una caricia placentera. Pero hay mucho más.

La escucha del reciente single, “Volver a casa”, te hace cabalgar en un ritmo trotón por paisajes de pop sin complejos y “He de olvidarte” resulta sesentera, con guitarrazos secos, una letra casi hablada y un dibujo de bajo excepcional. Mirando los créditos, nos asalta la sorpresa de que está compuesta por el padre de los hermanos Escrivá. De hecho, estos recuerdos a los sesenta son poco usados en un grupo de sus características y les sientan rematadamente bien. Ya en los dos acordes que abren el disco uno no sabe si ha confundido el cedé y está escuchando a los Brincos. Es “Estamos bien”, con las estrofas que transitan por toda la chulería de Burning y el estribillo que vuelve otra vez al grupo de Fernando Arbex, pero todo bien medido y amalgamado.

Quedemos en que es un disco variado, que recoge todas las texturas de la música pop y que es capaz de aportar cierto tono country en las guitarras a la manera de C.R.A.G. También tienen papel preponderante esas cuerdas acústicas en una delicia como es “Octubre”. Pero si hay un tema que de verdad enamore es “Como todos”. El abandono de la niñez y los nuevos horizontes tratados con una intensa sensibilidad en la melodía y el desarrollo —el solo final es impresionante— y con una querencia melancólica en la letra que sin embargo no posee ni una gota de sensiblería. Estas letras son otro factor de calidad en el disco, mucho más volcadas en aspectos sentimentales que en su primer y anterior trabajo, están dotadas de una extraña luminosidad nostálgica sin ser nunca facilonas ni complacientes.

Es lo que domina en todo el álbum: un impecable y natural buen gusto, un saber estar en lo que piden unas canciones de composición ya de por sí brillante. Es lo que tiene el pop, que cosas cocinadas con criterio, con buenos ingredientes y a fuego lento pueden dar todavía mucho de sí. De momento, algunas de las mejores canciones del año están aquí.

Anterior crítica de discos: Dogrel, de Fontaines D.C.

 

 

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