“No, no fue el de Ringo un concierto para viejas glorias ni un karaoke para nostálgicos, sino un divertido ejercicio de estilo de alta calidad, apto para todos los públicos y paladeable para sibaritas”
Ringo Starr presentó en el Wizink Center de Madrid algunas canciones de su último trabajo, “Give more love”, alternándolas con piezas canónicas de los Fab Four y con clásicas de su repertorio.
Ringo Starr
Wizink Center – Madrid
28 de junio de 2018
Texto: LUIS LAPUENTE.
Ringo Starr cumple 78 años el próximo 7 de julio, una edad en la que pocos se aventuran a experimentar grandes cambios. Menos aún él, que siempre apostó por la música que le deslumbró en su primera juventud: Tin Pan Alley, el country, el rock and roll, el skiffle, y, claro, The Beatles. Así ha sido siempre en sus discos como solista, algunos de ellos sobresalientes, y así demuestra en esta primera gira española, para deleite de quienes saben disfrutar con su música feliz y desinhibida.
Se había anunciado a bombo y platillo: Ringo presentaría en sus conciertos españoles algunas canciones de su último trabajo, “Give more love”, alternándolas con piezas canónicas de los Fab Four y con clásicas de su repertorio y del de los grandísimos músicos que le acompañan en esa banda itinerante bautizada hace años como los All Starr, integrada para la ocasión por Colin Hay (de los australianos Men At Work), Graham Gouldman (fundador de 10 cc), Steve Lukather (guitarrista de Toto, enamorado de la guitarras de Harrison), Gregg Rolie (ex vocalista de Santana y Journey), Warren Ham (saxofonista, con Toto y muchos otros) y Gregg Bissonette (baterista de David Lee Roth y Joe Satriani, por ejemplo)
Y así, más o menos, transcurrió la velada, sin sorpresas ni alharacas. A Ringo nunca le hizo falta presumir de nada porque lo tuvo todo desde el principio, un músico elegante y discreto, miembro del grupo más importante de la historia del pop, a quien muchos, ay, minusvaloran por más que haya demostrado con creces su inmenso talento como baterista y que haya firmado álbumes tan sublimes como “Beaucoups of Blues” (1970), “Goodnight Viena” (1974), “Choose love” (2005) o el maravilloso y canónico “Ringo” (1973), este último grabado “with a little help from his friends”. Bendito Ringo, portaestandarte del viejo mensaje de amor universal en estos complicados tiempos de cólera, el viejo goodfella que nunca se cansó de predicar la buena nueva del pop intrascendente, luminoso y adhesivo, ese tan denostado por quienes le desprecian, dicen, como el Beatle sin talento, ese que al fin y al cabo constituye el tronco central del advenimiento del rock and roll. Y al fin le tuvimos en directo, tan pimpante cinco décadas después de su visita a Las Ventas con John, Paul y George, liderando un estilo de hacer música sobre el escenario que solo él sabe enarbolar sin impostura alguna. El Ringo apegado a la tierra y a la vida de siempre, el que nos divirtió con “Octopus’s garden” y nos cautivó con esa hermosa miniatura titulada “It don’t come easy”, producida en 1970 por su amigo Harrison, a quien no tuvo reparos entonces en parar los pies: se dice que en el último verso, George quiso citar a Dios o añadir uno de esos Hare Krishna que tanto le gustaban, pero Ringo se opuso; finalmente, ambos decidieron sustituir a Dios y a Krishna por la palabra paz.
Casi con esa misma palabra empezó Ringo su concierto, marcado enseguida con los acordes del legendario “Matchbox” de su (y nuestro) amado Carl Perkins, y del citado “It’s don’t come easy”. Después de presentar a sus amigos empezó la rueda de homenajes, que en esto Ringo siempre supo ser generoso, con aseadas lecturas de clásicas de Santana (“Evil ways”, “Black magic woman”, “Oye como va”), 10 cc (“I’m not in love”), “Men at Work (“Down under”, “Who can it be now?”) y Toto (“Hold the line”), intercaladas a lo largo de la liturgia beatle. Ringo, mientras, iba y venía, enseñando sus virtudes como baterista, su soltura como showman y su amor por el repertorio inmortal de su banda madre, pespunteado en un puñado de himnos que todos identificamos en su voz, desde el inevitable “Yellow submarine”, convenientemente coreado por el respetable, hasta “I wanna be your man”, “Don’t pass me by” y “Boys”, de The Shirelles, que Ringo cantó en el álbum Please please me. No hubo tiempos muertos en una celebración en la que no faltaron “You’re sixteen” y “Photograph” (menudo subidón), dos de las piezas más memorables de su mejor álbum, Ringo, y en la que quizá cada espectador pudo echar en falta alguna favorita personal (“I’d like to be under the sea / In an octopus’ garden in the shade…”). Casi dos horas después, con la voz ya cascada, que solo hay un Dorian Gray en el rock y se llama Mick Jagger, Ringo Starr se despidió con la traca final de “With a little help from my friends”, rematado por la banda con el estribillo de “Give peace a chance”. No hubo tiempo ni fuerzas para más en una noche que invitaba a deshacerse de prejuicios, ahuyentar las críticas que señalaban (siempre lo hicieron) a Ringo como carne de cañón para amantes del pastiche y el AOR o especialista en nostalgias e intrascendencias. Mucho más allá, el baterista de The Beatles (“¿saben?, dicen que me he convertido en una leyenda”) demostró no haber perdido esa simpatía y ese instinto natural que cultivó en sus años mozos de working class hero en Liverpool, y enseñó las virtudes que hicieron grande a una música que aun no ha dejado de ser joven. No, no fue el de Ringo un concierto para viejas glorias ni un karaoke para nostálgicos, sino un divertido ejercicio de estilo de alta calidad, apto para todos los públicos y paladeable para sibaritas. Otros a los que antes nunca se discutía lo dijeron alto y claro hace muchos años: “It’s only rock’n’roll but I like it”.