“…Yo sabía desde muy pequeño que la música y la literatura se me daban bien, y que me iban a ayudar a ser otra persona, que es lo único que necesitamos todos, porque estamos cansados de la que somos. Entonces el único sentido que veía era eso. Jugar a las dos personas”
Tras su paso por Tachenko, La Costa Brava o Francisco Nixon, y su proyecto junto a este último y The New Raemon, Ricardo Vicente emprendió una carrera en solitario, cuya primera parada fue el disco libro “¿Qué haces tan lejos de casa?”. Ahora publica un segundo trabajo, “Hotel Florida”, y María Martín-Consuegra charla con él.
Texto: MARÍA MARTÍN-CONSUEGRA.
Fotos: NAHÚM GARCÍA.
Vuelve Ricardo Vicente. El hombre que nos enganchó al significado de “redescubrir el alcohol” en su primer disco-libro, “¿Qué haces tan lejos de casa?”. El mismo que ahora dice entender “el concepto simbiótico de Twitter”, pero no sabe llevarlo a la práctica. Vuelve quien, en un alarde de ser reportero de guerra, convertirse en un Salinger de la vida o desdoblarse en tantos personajes como historias caben en un disco, acaba transformándose en un corresponsal del tiempo. Uno de los que viajan sin haber comprado el billete. Uno de los que sabe que ni la belleza ni el tiempo pueden comprarse, aunque le guste engañarse pensando lo contrario. Engañarse y ridiculizarse, porque practica bien el ejercicio de no tomarse en serio. Este artesano de canciones regresa con un segundo disco, “Hotel Florida”, que no solo indaga en las vidas de los personajes que lo protagonizan, también profundiza en la necesidad extrema de experimentarlas todas ellas. Una a una porque, al fin y al cabo, “es lo único que necesitamos todos. Ser otra persona, porque estamos cansados de la que somos”.
Vuelves a contar con la colaboración de Nahúm García, que ya estuvo en tu primer disco. Por lo que veo, os gusto la experiencia, ¿no?
Sí, no solo hemos trabajado juntos en lo musical, también en un montón de cosas que rodean al proyecto, me ha hecho hasta las fotos. Estoy muy contento porque es un tío muy talentoso y me entiende muy bien. Con él no tengo que estar explicando cosas que realmente no soy capaz de explicar. Es rápido, es muy paciente y sabe que cuando yo me bloqueo, todo se acaba resolviendo en unos días, y que no pasaba nada… (risas). Para el directo es una pieza fundamental.
¿Cómo se ha desarrollado el proceso de producción?
Hemos estado cuatro meses, no había estado nunca en un proceso tan largo. Cuando estaba en otras bandas sí, pero desde que estoy en solitario me planteo que las canciones tienen que representar un periodo vital, que lo que voy a escribir tiene que estar ocurriendo desde tal hasta tal día del calendario. Ha habido una primera parte que hemos grabado en Zaragoza con Enrique Moreno, con él trabajamos las estructuras más elementales, las baterías, acústicas… Después, en verano, en Madrid grabamos todo lo que faltaba.
Entiendo entonces, por esa forma de componer, que las canciones de “Hotel Florida” no estaban guardadas en un cajón.
Ni una. Ni una sola idea estaba hecha de antes. Hay una especie de miedo, uno de los pocos miedos que he superado, que es ese de “hay una canción mejor que podrás hacer y que podría haber estado”. Ese ya no lo tengo, ya me planteo los trabajos como módulos. Ahora estoy trabajando en esto y tengo que hacer lo mejor que pueda en este momento de mi vida. Es absurdo trabajar con otro modelo por la sencilla razón de que hay un canal. Lo que escribas puede ser una maravilla, pero si no tienes ese canal no va a servir de nada. Y los canales se abren y se cierran durante un tiempo. Yo no trabajo solo, trabajo con una agencia de comunicación y creo que es vital ceñirte a tu tiempo. Así ha sido.
¿Alguna canción se ha quedado fuera?
No, no he trabajado con un formato de descartes. El disco entero cuenta una historia, tiene una obra que abre (‘Belleza y miedo’) y otra que cierra el disco (‘Belleza y tiempo’), que está muy claras. No podían ser más de nueve canciones porque la historia estaba pensada en nueve módulos. De cada canción ha habido mil descartes estructurales, pero no quería terminar el disco y decir: “ahora hacemos una selección”.
¿La historia que cuenta el disco tiene que ver de alguna manera con el libro “Hotel Florida” (Amanda Vaill)? He visto el disco como ese lugar por el que pasan muchos personajes.
El libro es muy chulo. La idea de viaje en sí es un fraude, está totalmente desencantada. Cualquiera puede tener fotos de un lugar exótico, y es un coñazo que te lo enseñe, no tiene ningún sentido. El viaje solo tiene sentido si hay un trabajo externo que hacer, si eres un corresponsal, aquel que viaja porque no se ha pagado el billete, le han pagado el billete, porque le han mandado hacer una cosa. Cualquiera puede elegir un vuelo barato… bueno, cualquiera no, yo no. Pero porque yo no sé hacer muchas cosas (risas). La figura del “Hotel Florida” es una modalidad de hotel en el que la gente ha venido a hacer algo, a ser un corresponsal. Es el hotel en el que estaban todos los corresponsales de guerra, el libro al que haces referencia es maravilloso, una historia de amor entre dos tíos absolutamente antagónicos: ella era una corresponsal con corazón y Hemingway era un despiadado… Me parece muy atractivo. Donde hay un conflicto siempre hay un hotel donde hay escritores que juegan a ser periodistas, que para mí es lo mismo. Pero juegan a contar una realidad y eso me apasiona. El disco trata mucho esa idea, pero ridiculizándola de alguna manera. Es un escritor, pero jamás ha publicado nada, y la única manera que tiene de sentirlo es ir a un sitio de guerra y que la realidad por sí misma sea más fuerte de lo que él jamás va a conseguir ser como artista. Cuando yo era joven cometí ese error.
¿De verdad?
Sí, siempre viajaba intentado buscar los sitios más horribles posibles para intentar sentir algo. Las canciones lo cuentan, si nos fijamos en ‘Rwanda’ o ‘Trampa 22’ hablan de eso. La primera parte del disco habla de amor, de frustración y de un tipo que está mantenido y quiere sorprender o dar un puñetazo en la mesa y decir: “Mira qué cosa tan maravillosa he hecho”. Eso es jugar a ser lo que no es.
En tu anterior disco, “¿Qué haces tan lejos de casa?”, viajar era un tema que también estaba presente.
Sí, ahí no quería jugar con la idea de una cronología de conciertos, sino con una especie de frustración de estar tocando sin parar, pero decir “quiero volver a casa, pero he nacido para esto” El anterior era una crónica de conciertos, de viajes…Este viaje es más de corresponsal, es una obra más pura.
En alguna canción se te escapa eso de que prefieres ser escritor. ¿Hasta qué punto te sientes más a gusto en un terreno o en otro?
Para mí no hay diferencia entre ser periodista, ser escritor de libros o de canciones, es lo que intento explicar en el disco. Lo que quieres es hacer ficción engañándote y pensando que lo que estás contando es la verdad. Pero es un trabajo tedioso, por eso hay partes del disco en las que hay frustración, como ‘Hablando en serio’, y te prometes ser un escritor, y en la anterior canción estás intentando dejar las drogas. Es un proceso. Hay una cosa muy chula de Michael Herr, que era corresponsal de guerra en Vietnam, y es que todos los militares se reían de él y le insultaban llamándole escritor en lugar de periodista, porque no le tomaban en serio. Es un poco lo mismo.
De hecho, muchas veces juegas, supongo que intencionadamente, a que haya esa confusión entre autor y personaje.
La música o la literatura no van a exorcizar mis traumas o mis demonios, pero me van a ayudar a convivir con ellos. Una de las maneras es desdoblarse. Sabía desde muy pequeño que la música y la literatura se me daban bien, y que me iban a ayudar a ser otra persona, que es lo único que necesitamos todos, porque estamos cansados de la que somos. El único sentido que veía era eso, jugar a las dos personas. El Quijote empieza así, ya no sabes si es Cervantes, si no lo es… Cervantes es también un reportero de guerra. No hay diferencia, todos hacemos baladas y las baladas hablan de viajes, de guerras.
En ese punto, ¿qué papel juega la filosofía en tu día a día?
Tengo una doble vida. Soy profesor de filosofía y hasta ahora lo intentaba separar porque me parecía interesante tener dos vidas. El problema es que este año estoy mezclando las dos cosas en el programa de Radio 3 de Ángel Carmona, que para mí es una cosa chulísima, pero es la primera vez. Es una pregunta que te debería contestar cuando terminara el ciclo (risas), porque estoy en pleno proceso de intentar hacer una adaptación sencilla, divertida, y de primera hora de la mañana sobre la filosofía y la música pop. Pero es un poco igual que cuando me preguntan sobre influencias literarias… He leído demasiado ensayo, y prefiero que no hablemos de ese tema porque seguro que puedo llegar a aburrir mucho (risas). Creo que con lo que uno se gana el pan puede aburrir al otro, ¿no? Tú preguntas a un informático que te explique cualquier cosa y bueno… Sin embargo, mi labor como músico la quería mantener fuera del aburrimiento.
¿Cómo se acerca un mundo tan abstracto o tan aparentemente alejado de lo cotidiano, como es la filosofía, a la gente que está escuchando la radio a las ocho de la mañana?
Con claridad y capacidad de síntesis. Soy una persona muy muy hermética, por eso lo del “Hotel Florida”, las habitaciones, la portada con la cerradura… pero no me queda más remedio que comunicar, como artista, como artesano…y el camino es intentar ser lo más claro que puedas. Un economista que hace metafísica, si no la hace en una buena columna en un periódico de tirada (bueno, hoy en día son los que peor se están explicando) y explica con una claridad brutal el proceso, no va a tener ningún canal. La claridad es el camino, esto es muy de Ortega y Gasset. Pero hoy todo el mundo usa la abstracción. Todo el mundo habla de apps, así que, por favor, que sean más claros. Los de las apps también, que no las entiendo (risas).
Relacionado con las apps, con Twitter, con la claridad y con ese corresponsal de guerra que siempre quisiste ser, se me viene a la cabeza el ejemplo de Pérez-Reverte, y cómo se ha convertido en una estrella de Twitter.
Sí, tiene una agresividad adictiva. Creo que conseguir eso es complicado. No sé, será un genio (risas). Si eres un escritor mass media es que has alcanzado un nivel de claridad increíble, es innegable. Toda la vida se midió la calidad de un escritor por el número de traducciones que tenía, y como seas muy críptico va a cobrar más el traductor que tú (risas). Pero volviendo a lo de Pérez-Reverte, su biografía entra dentro de lo que podría ser un fetiche para mí. Es alguien que yo jamás voy a ser, me parece un tío valiente, más allá de que tenga unas opiniones o que tenga otras. Las opiniones cambian con el tiempo, seguro que él ha cambiado de opinión de miles de cosas que ha dicho. Pero es verdad que es una estrella de Twitter, me alegra un montón que lo haya entendido, yo aún no lo entiendo (risas).
¿Cuál es tu relación con Twitter y con las redes sociales?
Entiendo muchísimo el concepto simbiótico. Cuando estudiaba filosofía había una asignatura que se llamaba hipertexto y la estudiábamos desde un punto de vista de filosofía del lenguaje. La evolución de todo ello es absolutamente sociológica y me maravilla el fenómeno. Pero creo que la posibilidad de ser tu propio editor va en contra de la idea romántica que a mí siempre me ha gustado. Yo siempre he querido ser Salinger, poder estar en una cabaña… y que mi genio se pudiera publicar. Hoy nadie va a ser Salinger, nos han condenado de alguna manera a ser nuestros propios editores, pero tengo que reconocer que cuento con la ayuda de una agencia de comunicación que sabe educarme un poco en eso y sabe llevarme. Siempre tengo miedo a la sobre exposición, es otra de las cosas que te generan las nuevas redes sociales. Nunca he querido ser un pesado, entonces me parece que si hace dos horas has dicho una cosa, a nadie le va a interesar que ahora digas otra cosa. Pero eso son problemitas míos, no tienen por qué tenerlos los demás (risas).
Todo lo contrario de Zahara, que desde sus primeros pasos en la música supo utilizar las redes sociales para promocionar su proyecto. Precisamente, ella abre este disco. ¿Cómo surge esa colaboración en ‘Belleza y miedo’?
A mí no me interesa eso de ella, me interesa su calidad de intérprete y de compositora que me parece brutal. Su generosidad ha hecho que mi disco disfrute de cosas que yo soy incapaz de hacer. Hay cosas que uno no sabe hacer, para eso hay que buscar a las mejores. En este caso he contado con ella y con María y Helena, que las conocía Nahúm. Para mí es una de las mejores canciones del disco. Siendo una canción sencilla, quedó brutal.
Antes decías que gustaría ser Salinger, por lo de aislarte en una cabaña… salvando las distancias, entiéndeme, pero, ¿vivir en Zaragoza y estar apartado de Madrid y de Barcelona no te sirve un poco de eso?
Sí, es cierto. Pero hay que salir de la cabaña para hacer cosas. Yo estoy bastante cómodo viviendo en Zaragoza, con mi discográfica en Barcelona y mi agencia de management en Madrid. Es genial, así puedo jugar a ser otro y luego vuelvo a casa y soy el de antes.
¿Hay veces que echas de menos vivir en una ciudad como Madrid o Barcelona?
Viví en Madrid y en Barcelona, pero creo que no. No descarto pasar una temporada en cualquiera de los dos sitios. Pero no, soy un buen perdedor, no echo de menos las cosas que ya no tengo.
Según por donde se mire lo de perder, ¿eh?
No, no lo estoy diciendo de manera peyorativa (risas), pero… hay pocos. La gente es más mala perdedora que buena.
Analizando la gira anterior, ¿cómo te planteas ésta?
Uno hace cosas y no siempre aprende algo haciéndolas, pero cuando te das cuenta de las cosas que has hecho bien y que has hecho mal debes apuntarlas. El anterior, al ser un disco libro, me hizo estar muchísimo tiempo de gira, pero tuve que dividirlo entre la promo de un libro, la promo de un disco, la presentación de un disco, la de un libro…muna de las cosas que más me interesaba cambiar para esta nueva etapa era separar. Al final concentras las cosas y no llegas a todo.
Entonces, ¿después de “Hotel Florida” vendrá otro libro?
No me quiero obsesionar con unas fechas ni con unos plazos, porque hemos puesto muchísimo esfuerzo. La gira empezará a final de enero y lo que quiero es rodar todo 2016. Buscaremos el momento adecuado, no quiero cometer otra vez el mismo error. Por otro lado el libro-disco ha funcionado muy bien, ¿eh? Pero bueno, la idea es cambiar.
Son tiempos diferentes los que requiere un libro y los que necesita un disco.
Sí, sí. Es una de las cosas que he aprendido del proyecto anterior. Ahora lo que me planteo es salir a tocar con banda, en el anterior hice muchas fechas acústicas y ahora el plan es ofrecer algo más.
Tienes conciertos antes, pero a Madrid llegarás el 19 de febrero (sala El Sol). ¿Quiénes estarán en los directos?
Nahúm y Enrique Moreno seguro. Luego, depende de la disponibilidad de los bajistas nos acompañará Libi (David García), que toca con Tachenko o Borja que tocó conmigo en el disco anterior.
¿Te planteas una nueva entrega de “El problema de los tres cuerpos”?
Tanto Ramón (The New Raemon) como Fran (Francisco Nixon) son artistas que forman parte de mi vida y lo que forma parte de tu vida va y viene y siempre está. Ahora mismo las agendas de los tres son… no te quiero ni contar. Nos queremos con locura, pero nos tenemos que mandar un whatsapp antes de llamarnos como: “Oye, ¿estás? ¿puedes hablar?” (risas). A corto plazo no la veo, no sé cuándo sería.
¿Qué me puedes decir de ‘Trampa 22’?
Es mi favorita. La idea de intentar evitar una guerra diciendo que estás loco. Pero quien dice que está loco es que no está loco. Es el concepto inglés de Catch 22. La vida de todos es un eterno Catch 22. Si digo que me pasa algo no me lo creo ya ni yo, pero tienes la duda siempre de si estarás loco y no lo sabes. Hablo de una guerra interior y a nivel compositivo es la canción que más me ha costado escribir, pero es una cosa personal. Pero bueno, lo he visto ahí, en tu cuaderno y me ha gustado verlo (risas).
En tus canciones cuentas cosas que pueden parecer cotidianas, pero de una manera que no se ven simples, ni ñoñas, algo que me llama la atención. Es complicado, porque muchas veces te desnudas completamente.
Sí, ese es el reto. Una de las cosas más difíciles. Una de las cosas que más valoro de mi trabajo o del trabajo de los demás es que consigan saltar la barrera de pudor, que lo que estén contando no genere pudor o no creas que él está sintiendo pudor al contarlo. Aquí lo hemos llamado ñoñez, pero sí, es un fenómeno pudoroso. Por eso lo que más me gusta es generar el discurso y las letras, es a lo que más tiempo le dedico. Y si lo consigo me haces feliz. Tiene mucho sentido lo que hago entonces (risas). Cualquiera puede elegir finales de versos terminados en a, o en e… pero que eso no parezca ñoño, vacío o vulgar es el reto.
¿Y cómo se hace?
En mi caso, generando un discurso personal y trabajando mucho tiempo para conseguir la maravillosa situación de que alguien te lo reconozca. No digo que te reconozca el valor, si no que pueda hacer una descripción de eso que tú escribes. Eso es una maravilla. Ese es el verdadero objetivo, que alguien dedique un tiempo a intentar interpretar aquello, eso me parece que es vivir por encima de las posibilidades de cualquiera. Es un lujo. La belleza y el tiempo son dos cosas que no se pueden comprar. Y que te dediques a ser un escritor, un artista, es jugar a la fantasía de que alguien va a comprar eso.
Bueno, pues con lo bonito que acaba de quedar todo, no sé si hacerte la pregunta que viene ahora.
Bueno, hazla y si no nos gusta la quitamos (risas).
Me hablas de belleza, de tiempo… pero, ¿cómo surge una canción en la que te despides de un dealer?
Belleza, tiempo y placer. El placer sí que se compra y por eso genera adicción. Me da igual que sea una relación adictiva, una sustancia adictiva… El proceso adictivo siempre va ligado a una confusión con la idea de placer. Empiezas a querer comprar o a adquirir más placer del que quieres. Existe una tradición típica en la literatura sobre adicciones que plantea que existe el momento fugaz en el que tomas conciencia de que tienes que cambiar de vida. Y siempre existe el momento del engaño de decir: “Bueno, la dosis de despedida”. O en una relación: “Bueno, vamos a quedar y …” bueno, sabes de lo que hablo (risas). Era jugar un poco con esa idea de despedirse de un dealer, de decirle: “Bueno, no te voy a llamar más, pero me has acompañado tanto en esta vida…”. Es ridícula, pero me gustaba jugar con esa idea porque todos lo hacemos. Pero es una trampa… porque luego vuelves otra vez (risas).
Es la penúltima.
Eso es, justo (risas).
Durante días pensé que era una canción de amor, hasta que miré el título (“Llamada de despedida a un dealer”).
Es el único título largo del disco. Quería dejar bien claro que está hablando del fenómeno adictivo. Pero es que existe la belleza, existe el tiempo y existe el placer. Todas te pueden llevar a sitios que no quieres pero el chamán de una tribu del Amazonas no se deja llevar por el placer. Toma una sustancia porque es un ritual y no se le ocurre tomar algo de manera lúdica. Hemos crecido en una sociedad que está centrada en el ocio desde que salieron los Beatles, que salieron porque los adolescentes tenían dinero en el bolsillo. El fenómeno pop actual no se entiende sin el concepto de dealer. Y no hablo de drogas, hablo en general. Eso genera adicción, y las compañías o las editoriales juegan con tendencias, y crean tendencias adictivas. Sociológicamente somos así; ya está, me parece genial. Yo soy el mayor adicto, me hago adicto a todo. Hay veces que te gustaría que existiera la posibilidad real de que pudieras llamar y despedirte, pero no.
Ahora que sacas el tema del pop. Siempre que se habla de ti, y de tus canciones, se encasillan dentro del pop. Pero a mí tu voz me llega a parecer hasta folclórica.
Me encanta que me lo digas (risas). Yo tengo una tradición más de americana y de folk. Me crié en los años 70 en una base americana con mi padre.
¿Ah, sí?
Sí, sí. En Zaragoza, mi padre fue bombero casi toda su vida en la base americana de Zaragoza. Mis orígenes de cómo entender la música popular es la música popular más en el sentido folk americano. Eso quiere decir que ellos aprendieron a desmembrar el concepto popular de que una canción tiene que tener una estructura de estribillo, estrofa…los compositores americanos desde Guthrie, Dylan o cualquiera empezaron a manejar la idea de que los textos debían mandar sobre las estructuras. Y eso es algo que yo hago compulsivamente. Hay estrofas que duran siete compases y otras que duran cuatro. Eso es más folclórico, que me ha gustado la palabra, que la idea directa del pop. Espero que eso pueda seguir haciéndolo.