Revólver: “La industria ha cometido un suicidio” (y 2)

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“Nunca me he considerado un tipo triste, sin embargo soy consciente de que es la imagen que he proyectado durante muchos años, o de muy peleón, pero siempre echandome la culpa”

 

Dos años después de editar “Babilonia”, Revolver publica nuevo disco, “Capitol”. El decimosegundo trabajo de Carlos Goñi, en el que vuelve a los sonidos que marcaron los orígenes de la banda. Tras publicar la primera parte, vamos con la segunda. Por Chema Domínguez.

 

Texto: CHEMA DOMÍNGUEZ.
Fotos: DOMINGO J. CASAS.

 

Aparte de lo que ha pasado con el salto digital en la música, quizá esto otro que has comentado, ¿ha contribuido a matar lo que conocíamos como discográfica, como industria discográfica?
No, la industria lo que ha cometido es un suicidio. No la ha matado nadie, la industria ha cometido un suicidio claramente. ¿Conoces esa frase inglesa que dice «Dog eat dog»? Esto es un poco lo mismo, el digital se comió a la industria, o sea, el afán por vender millones y millones de discos fue lo que mató a la industria en realidad, porque el cedé es muchísimo más barato que el vinilo. La gente tenía sus sistemas para que el vinilo pudiese seguir funcionando de puta madre, como por ejemplo los casetes, pero en el vinilo estaba inmersa mucha gente: un portadista, un equipo de arte que hacía ese trabajo monumental, los créditos… Te sentías orgulloso, no ya de lo que comprabas, sino del continente y el contenido. En el momento en el que el cedé se vende al lado de los pañales, lo siento mucho, pero hay un punto de glamour que se va a tomar por culo, de la misma manera que empezamos a perder derechos el día en que permitimos que el litro de gasolina nos siga costando lo mismo, tanto si nos lo ponen como si nos lo ponemos, y no es igual.

 

¿Pero tú crees que se siguen suicidando?
¿Sabes de qué sobrevive la industria?

 

A ciencia cierta no lo sé, en parte del catálogo, supongo.
No, de los contratos 360.

 

No lo pillo del todo.
Contratos 360 es que se quedan con todo, y a ti te dan un porcentaje.

 

Te refieres a conciertos, editorial…
Todo. Yo firmo con Warner o con cualquier compañía, y la compañía se queda con lo perteneciente a los discos, pero también se llevan de los conciertos, de tu merchandising, te obligan a firmar las canciones con la editorial… Al principio sí te lo hacen, con el primer álbum lo entiendo, pero a partir de ahí llega un momento en que depende de lo que firmes, claro.

 

Llama la atención, porque recuerdo que la “alta industria” criticaba en los noventa a las compañías de carretera, llamémoslas así, porque hacían ese tipo de cosas, y parece ser que han acabado haciendo lo mismo.
Lo mismo. De ahí es de donde sacan sus porcentajes, que les merecerá la pena o no, y si quieres que las radios te pongan el disco te lo tienes que negociar tú.

 

De hecho, publicas «Capitol» de forma independiente.
Ha salido con Compañía de Canciones, mi compañía. Lo de Comité Cisne lo saqué así también, luego sale dentro de la plataforma de Altafonte.

 

Altafonte es la distribuidora.
Pero son muy eficientes, porque cuando dije: «No sé cómo, pero me gustaría que el disco no fuese un jodido jewell box, que no lo soporto, no quiero que sea de plástico no sé qué», me enseñaron veinte o treinta formatos distintos hasta que hubo uno que me encantó. Si te lo vas a pagar tú, te dan esa opción. Nos ayudaron con rapidez. La verdad es que estoy muy contento.

 

Has citado como esencia del disco el tema ‘Ángeles de alas sucias’. La sitúas en Valencia.
Claro, sí. En Valencia hace muchísimos años. Sigue estando la Beneficencia, ayer pasamos por delante. Un día hace una pila de años iba con mi coche y coincidió que el semáforo me pilló en rojo, y no me di cuenta de lo que era hasta que vi una cola de gente interminable para poder comer, claro, y había de todo. Hoy en día por desgracia la gente que va a comer ahí va mejor vestida, eh, con lo que eso significa. Ya no van solo los desheredados de todo, por decirlo de alguna manera.

 

El arquetipo que podemos tener todos en la cabeza.
Efectivamente, va todo el mundo. La línea que separa el convertirte en un desheredado de todo y ser un ciudadano normal y corriente es extraordinariamente fina. Y eso es un lugar en el que yo he estado viviendo durante los últimos cuarenta años, al que llamo mi sótano: te instalas en una pseudo tristeza que aprendes a dominar, y es un agua en el que te llegas a mover bien. Es muy sencillo, bajas las expectativas y te aclimatas.

 

Pero también pierdes la ilusión, o ciertas motivaciones.
Hombre, yo la he tenido desde los doce años, me he quitado eso del sótano hace meses, y he conocido a gente maravillosa, estos tres años especialmente, que me han dicho: «Pero qué coño haces ahí, macho». Tú te instalas como diciendo todo es una mierda, aunque luego no soy así, nunca me he considerado un tipo triste ni nada por el estilo, sin embargo soy consciente de que es la imagen que he proyectado durante muchísimos años, o de muy peleón, pero siempre echándome la culpa. Llega un momento en que mi propio entorno me dice: «Relájate, no tienes porque mantener el peso de la humanidad sobre tu espalda».

 

A veces se nota algo de ese «sótano» en el disco, una sensación de que estás de vuelta de todo, aunque luego hay contrapesos. En ‘Perdí lo que no tuve’ ahí algo de eso, y vuelves a reflejar otras músicas más enraizadas, como en otros momentos de tu carrera.
Como en ‘El faro de Lisboa’ o ‘Si no hubiera que correr’.

 

Te quería preguntar por esa parte más latina, en este caso, que hay dentro de tu rock, sin olvidar el arabizado «Argán».
Al final acabamos pensando que el rock es casi más una actitud que otra cosa y… Bad Company es rock, lo dejamos ya como aceptado, AC/DC también, pero Neil Young con la acústica también, porque te canta ‘Ohio’, y te habla de cómo se cargaron un montón de estudiantes en un campus. Eso es rock. El hecho de si va rápido o tiene distorsión… encuentro el mismo rock and roll en ‘Ohio’ que puedo encontrar en cortes de The Killers. «Argán» tiene rock and roll por todos los lados, porque les estoy dando una patada en la mitad de sus partes a los que consideran que toda la gente que vive en el Magreb son musulmanes, que es un error monumental, porque hay que separar entre una religión y el origen como tal, no tiene nada que ver, por dios. De acuerdo que en España hay más cristianos que musulmanes…

 

Es como si ves Europa en su totalidad, en su conjunto, y dices que es cristiana. Los católicos de España o Italia, o los protestantes o los anglicanos no definen a todo el continente europeo.
Efectivamente. Me gustan muchas cosas, y en mi convive igual la música del Magreb que el rock and roll de Bad Company, el fado portugués, el country, el jazz, y de todo aprendo, porque cuando oigo a Bill Evans me pongo a llorar. Y me parece que la cosa más bella que jamás se ha escrito es el ‘O mio babbino caro’, y cantada por María Callas, por favor… Cada vez que oigo eso lloro, no sé por qué, pero lloro. Y cuando oigo el ‘Won’t get fooled again’ de los Who que me pasa lo mismo. La música es enorme. Si me paso la vida maldiciendo a la gente que no entiende que no puede haber fronteras entre las personas, cómo coño voy a poner fronteras en lo cultural, sería absurdo. Convive igual, creo que al final es la actitud con la que hagas las cosas. Ocurre en muchos aspectos de mi vida. A mí hay que dejarme siempre una salida, porque si no acabo tirando de frente, aunque haya un muro de hormigón de veinte centímetros. Me romperé la cabeza, pero déjame una salida, porque si no me la dejas me voy a llevar por delante lo que me tenga que llevar, eso para mi es rock and roll. Iré por ahí, pero no me obligues a decirme que solo puedo ir por ahí, no, no, no, no, porque entonces querré ir por ahí sí o sí. Para mí eso es rock and roll.

 

En ‘Premios y cicatrices’ destaca la frase «Los principios huelen a naftalina en armarios de Ikea». ¿Quieres decir que no valen para nada hoy en día, o es una reivindicación para desempolvarlos?
(Risas) Yo acepto todas las ideologías que no desdeñen la opuesta solo por sistema. Hay una cosa que no soporto: no soporto lo rancio, me rechina muchísimo. La historia es fundamental sobre todo para no cometer los mismos errores, porque con los nuevos que vamos a cometer ya tenemos bastante. Lo rancio es tan de izquierdas como de derechas, y lo facha es tan de izquierdas como de derechas. Creo que hay una verdad por cada individuo en el mundo, y lo que para ti puede ser una verdad única, a lo mejor para mi no lo es, con lo cual no hay más huevos que aceptar que hay dos verdades. Y hay una cosa que me parece fundamental: el respeto. A veces, cuando charlo con un amigo, le digo: «No me estás escuchando» y me dice que sí. Qué va, mientras estoy hablando estás pensando en qué me vas a decir, con lo cual no me estás escuchando.

 

Hombre, a ver, igual es un maestro y puede hacerlo a toda prisa.
Sí, a lo rápido (risas). Suele ser gente que no escucha lo que dice el interlocutor, para al final reafirmarse en lo suyo. Hace no mucho tiempo descubrí que cada vez que encuentro a alguien que piensa distinto a mi, en vez de intentar convencerle de lo contrario, lo primero que me genera es que debo revisar porque yo opino como opino. Es una buena gimnasia, porque vuelves a revisar tus cosas, y encuentras fallos y que el sistema de seguridad no funciona tan bien como creías, que cualquiera te lo puede devorar o derribar en cualquier punto, cualquier fuego o cualquier grieta, y es fantástico que ocurra. A mí me cuesta muy poco el bajarme del burro, lo único que pido es que la persona que lo vaya a intentar tenga la información y los datos, porque eso es lo que va a hacer es que yo aprenda. No encuentro otra manera de aprender que escuchar. Me encanta hablar, pero me fascina escuchar. Los argumentos de barra de bar los podemos utilizar tomándonos una caña, lo que no admito es ese concepto en el parlamento, porque eso es para el bar. En el parlamento me parece muy fácil, es mucho más fácil manejar a la masa que manejar a una sola persona, porque a la masa cuando sueltas cuatro conceptos diciendo que hay que subir los salarios y hay que bajar los impuestos, ¿quién no está de acuerdo? Dale la vuelta: «Vamos a subir los impuestos». Si estás pagando poco y recibes poco a cambio, lo primero que quieres es que les suban los impuestos a los que ganan mucho más para que puedas recibir más, esa es un poco la historia, lo que pasa es que luego hay que explicarlo. En ese sentido me fascina Inglaterra, tú no puedes decir: «Vamos a convertir todo esto en zona verde y vamos a meter además dos camiones más de basura por cada barrio de Madrid». En Inglaterra tienes que decir de qué manera lo vamos a pagar, cómo lo vamos a pagar.

 

Aunque ese lenguaje de barra de bar lo usas en canciones.
Ah, pero yo puedo.

 

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“En mí convive igual la música del Magreb que el rock and roll de Bad Company, el fado portugués, el country, el jazz, y de todo aprendo, porque cuando oigo a Bill Evans me pongo a llorar”

 

 

En ‘Ángeles de alas sucias’ usas aquella de que en el periódico todo es mentira salvo el precio y la fecha.
Pero yo sí puedo, es que yo no estoy prometiéndole nada a estos señores, ni estoy esperando que pongan su confianza en mi porque voy a hacer que su vida sea mejor, ni pretendo dirigir una empresa en la cual hay cincuenta millones de personas que trabajan en ella, no, no, qué va. Yo soy un señor que lanza su propuesta, si quieres te la compras y si no, no. No hay más, yo puedo utilizar desde el lenguaje más, no sé qué decirte, más…

 

Callejero.
Más callejero hasta el más elevado, si soy capaz de conseguirlo. Nunca he hecho canciones pensando en el público, porque no debo, porque debo hacerlas pensando en mi corazón. El público es el que tiene potestad para decidir qué va a ser un éxito y qué no, yo no la tengo eh, la tienen ellos, es así. Yo hago lo mejor que sé, y estos que están por aquí andando ahora deciden meterse ahí a comprar el disco o no. Si les mola bien, y si no les mola bien. ¿Voy a hacer las canciones pensando en que se metan a comprarlo? ¿Y si de repente cambian de opinión? ¿Y si en el trayecto les gusta otra? Me quedo con una canción que a mí no me convence porque la he hecho para que les guste a ellos, y encima no se la van a comprar porque tampoco voy a tener el rédito a cambio de que se la compren.

 

En esa coctelera, no quiero decir que no puedas usar ese tipo de frases de barra de bar, más bien lo contrario, deben decirse de vez en cuando en el Congreso o en otras altas instancias, en vista de los oídos sordos que hacen.
¿Tú crees que hacen oídos sordos? ¿Tú crees que no conocen esas frases? Yo creo que sí que las conocen.

 

Claro que las conocen, por eso digo que hacen oídos sordos, porque no responden en función de lo que saben que está pasando, sino en función de lo que a ellos les conviene decir por otras cuestiones.
Cierto, pero hace poco oí a uno de los diputados de Podemos, no sé si de Badajoz, y flipé. Me pareció espectacular, con una cantidad de datos, con un dominio de lo que estaba hablando, con una fluidez en el lenguaje… parecía sacado de las sesiones de principios del Congreso en los años ochenta, qué gusto, qué bien, qué declamación, me pareció maravilloso el tío. Si quieres te pongo un ejemplo igualmente en el PP o en el PSOE.

 

En la gala de los Goya…
No la he visto, fíjate, tengo que verla.

 

Dani Rovira vino a decir que deberíamos hablar de los políticos lo mismo que ellos hablan de la cultura, del cine: esto es, muy poco o nada.
No, eso no va a ocurrir nunca, somos incapaces.

 

¿Hay motivos para creer al nuevo ministro de Cultura, Educación y Deporte, Méndez de Vigo, sobre la rebaja del IVA?
Jo, macho, ¿sabes cuántos años llevo intentando ser una buenísima persona y no lo he conseguido? Todos los que llevo viviendo. Noam Chomsky tiene unas cuantas charlas sobre el manejo de la cultura para conseguir que la población sea muchísimo más fácil de manipular, esto es obvio, cuanto más culta es la población, mayor capacidad de duda tiene, más peligra el tejemaneje en la trastienda de los tipos que controlan un país. No creo que todos los políticos sean unos chorizos, ni muchísimo menos, ya lo dije en «Babilonia». No lo creo porque también hay corrupción dentro de la música, y dentro de la fontanería, de la mecánica y de la carpintería. Te voy a contar un caso, para no hablar siempre de los políticos. Hace poco fui a una consulta, quería hacerme una pequeña intervención y tengo seguro médico que me lo cubría. La consulta estaba hasta arriba, en un edificio en el que cada piso no vale menos de un millón y medio de euros seguro, y eran dos pisos juntos. Y me dice el médico: «Si lo hacemos por tu seguro, no pasa nada, pero nos vamos al hospital», porque yo le había pedido por favor un pelín de rapidez y discreción. No era nada estético, nada de: “Ah sí, se iba a cambiar la nariz”. No.

 

Te iba a decir que te noto los pechos diferentes.
(Risas) Entonces le pregunto cuál es el problema, y me dice que tenemos que ir al hospital, pero que si me espero un momento, “por cuatrocientos pavos te lo hago ahora mismo aquí, en la consulta». Joder, qué putada, pero vale, de acuerdo, paso la tarjeta. Y me dice: «No, no, no, tarjeta no. Mándame si quieres a alguien de tu oficina, que me traiga la pasta y ya está». Me sentó tan rematadamente mal que le dije: «¿Sabes qué te digo?, que no me lo vas a hacer y que me piro». Me sentí tan insultado… Tiene dinero a espuertas, era amigo de un familiar, un poder adquisitivo potentísimo, un médico muy famoso en Valencia… Me sentí tan mal que dije no, no quiero. Me había costado un huevo conseguir consulta y me fui.

 

Es que operar en «b» es tragicómico.
Es una operación absurda, quiero decirte.

 

Puedes entender un cobro así por necesidad, pero un médico, por muy ligera que sea la intervención, cuesta.
Para mí eso es muy importante, porque estoy aburrido de que los mismos que están así, con una birra en la mano diciendo que estos son unos chorizos, mañana te hagan una factura y te pregunten si la quieres con o sin IVA.

 

«Capitol” es un disco muy situado en Valencia y Madrid, pero también aparece ‘Sin Barcelona’.
‘Sin Barcelona’ está escrita aquí, en Madrid. He visto multitud de ejemplos de por qué unos están a favor de que haya una consulta popular en base a si Cataluña quiere seguir en un lugar, compartiendo espacio con el resto del país tal y cual, o no. Creo que todos llevan razón en sus exposiciones, pero en este caso lo que digo es por qué me gusta seguir compartiendo espacio y apellido, por decirlo de alguna manera, con ellos. Y me daría mucha pena. Me gusta, me siento orgulloso, veo la Sagrada Familia y digo: “Buah, esto está en mi casa, cómo me gusta”. De lo que hablo en esa canción es de cómo me quedaría si de repente ya no estuviesen aquí Barcelona, Tarragona, Lérida, Gerona.

 

Sí, tiene un punto de canción de amor.
Absolutamente, pero además es una cosa que no he visto a nadie todavía que diga cómo se sentiría de triste si de repente ya no fuese su casa también de alguna manera.

 

A veces se enfoca desde un punto de vista rancio o dogmático, como la unidad del estado o lo contrario.
Claro, exactamente. Esta canción la presenté en Barcelona durante la gira de «Babilonia natural» y claro, cuando me puse a soltar el ‘speech’ un poco metiéndome en esto, fue muy bonito ver como toda la sala estaba puesta en pie. Cuando terminé el concierto fui a despedir a toda la gente, me decían: «Cuando has empezado la canción, estaba como diciendo… Pero lo que has dicho es que es amor, macho, y eso es incontestable». Entonces les digo: «Es que no quiero que os vayáis, no quiero, pero no quiero por esto, porque me quedaría como una playa sin mar, como un billar con solo una bola, o como el día que se muera mi perro». Y, claro, qué vas a decir, cuando alguien te dice es que os quiero.

 

Desde luego es un punto de vista diferente, y tuviste la suerte de que el público te escuchó de principio a fin, no se quedó en una parte.
Sí, sí, ahí le doy gracias a dios porque eso lo tengo siempre. Muy afortunado.

 

 

Puedes leer la primera parte de la entrevista aquí.

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