DISCOS
«Inmenso y luminoso, tiene algo de mágico y teatral desde el primer acorde hasta el último, y es imposible convertirlo en música de fondo»
Coque Malla
¿Revolución?
WARNER, 2019
Texto: MARTA SANZ.
Un tintineo, a modo de telón, cubre el inicio de “¿Revolución?”. Redobles de tambor y un piano en calma hacen que se levante. Una vez escribí que no es exagerado decir «mundos» cuando hablamos de los discos de Coque Malla, porque traza un paisaje perfecto en cada obra. Pero esta vez ha ido mil pasos más allá, y nos muestra un universo. Inmenso y luminoso, tiene algo de mágico y teatral desde el primer acorde hasta el último, y es imposible convertirlo en música de fondo. Da igual si se escucha en un asiento del Metro, en la oficina o en la cola del supermercado: estas canciones te sientan en una butaca, frente a un escenario que no podrás dejar de mirar.
Desde el primer acto, el cantante parece enseñar todas sus armas. “¿Revolución?” —el tema— es pura épica, con el medido paso de la banda hasta unos certeros versos de los que te hacen remitente, rotos por la colosal interpretación de la Orquesta Sinfónica de Bratislava. Dramática y poderosa, esparce en el reguero de sus últimas notas al piano un sabor a colofón de los que dejan sin aliento. Pero no abandonen sus asientos, porque esto no ha hecho más que empezar. El pop hace su primera aparición sobre el escenario con “Solo queda música”, y nos levanta de donde quiera que nos hubiera dejado la anterior canción —parece que hiciera mil años a los pocos segundos—. Los pies se mueven instintivamente, y el ritmo se inyecta haciendo honor a su nombre.
Tras un breve silencio, desciende una inmensa bola de espejos que gira sobre “Un lazo rojo, un agujero”, y todo es elegancia en esta discoteca. Entre los pasos de baile queda la constancia de que para decir cosas significativas no hacen falta estrofas rimbombantes ni tenues melodías. No hay sorpresa, porque fue el primer single, pero de otro modo nada haría presagiar que tras veinte versos hace su aparición el gran Kase. O, para dar una puntada de talento desmedido con sus letras y el acierto de hacer rapear a Coque Malla.
Después, otro frenazo en seco de este viaje imposible y llega “América”, interludio que podría ser la canción principal de un musical. De hecho, Coque modula su voz de tal manera que no parece una grabación, sino la expresión espontánea de un actor que mira un mar de cartón piedra. Reparamos a estas alturas, entre el caos de ritmos y la grandeza instrumental, en la exquisita interpretación del madrileño, que respira cada sílaba y nunca por casualidad. No se deshace en alardes vocales innecesarios, no acompaña a las notas; cuenta sobre ellas. A partir de este momento, será imposible no pararse en cada palabra. Interrumpe la ensoñación de nuestro protagonista unas baquetas que dan lugar a “Extraterrestre”. Otro ritmo nuevo, sencillo, alegre. Música ligera que hace un retrato feroz de la ferocidad de las redes sociales, con un perturbador coro de tuiteros zalameros. Si hay bandos, me quedo en el de esta canción.
Si hay un ancla a antiguos tiempos, quizá sea “El ángel caído”. Medio tiempo lleno de intimidad, mensaje en clave que parece decirlo todo, y de nuevo esa voz perfectamente vestida para la ocasión. Sin cambios bruscos, se desliza “Mantras en la oscuridad”, una tregua desconcertante donde la banda y los coros toman la escena, mientras Coque parece divagar —la belleza de lo que no se termina de entender—. El enigma continúa, pero el pop coge impulso de rock en “El árbol”, una canción que apunta a celebración, a saltos acompasados y brazos en alto en el punto álgido del directo memorable que ¿Revolución? promete.
“Polvo cósmico” sigue la exigente estela de temas como “La señal”, y consigue estar a la altura. No conozco la clave para que una canción se convierta en refugio al que regresar siempre, donde volver a sentirse fuerte. Pero sí que Coque Malla tiene unas cuantas, y esta es una de ellas. De invitado en este rincón para quedarse, los versos de Laura González Palma en la dulce aspereza de Jaime Urrutia. Inevitable ovación, sabor a despedida. Pero como en las mejores noches, el artista reaparece sobre el escenario. La décima, “El gran viaje a ninguna parte”, parece fuera de programa, y aun así infaltable. Un maravilloso artista sin ambages.
Y aquí sí, dejamos que el telón caiga de nuevo, guardando en las manos todos los aplausos. Tal y como fue la primera vez que escuché el disco, lo he contado en orden. Pero después probé el aleatorio, y descubrí que al cambiar de ruta el universo también cambia. Cada vez. Y por eso siempre quedan ganas de tirar de la cuerda para volver a empezar esta ¿Revolución?
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Anterior crítica de discos: La chispa, la llama y el humo, de Fon Román.