FONDO DE CATÁLOGO
«Considerado por muchos como la cima creativa de Piratas»
Sobre el último y controvertido, por diferente, disco de los Piratas, regresa Javier Escorzo esta semana. Un álbum que marcó el final del grupo y que ha ido ganando adeptos con el paso de los años.
Piratas
Relax
Warner, 2003
Texto: JAVIER ESCORZO.
«Lo último de Piratas es muy malo. Me parece un alejamiento de la melodía, de la energía de Manual para los fieles, un alejamiento del pop español, un disco lleno de prejuicios y de un grupo que, como nunca ha vendido discos, se queda en el rollo marginal, se automargina. Para mí lo hicieron de lujo hasta Ultrasónica, pero esto último es como un berrinche de un grupo que dice: «como no vendemos, pues vamos a sacar esto para que se joda todo el mundo”». Quien pronunciaba estas palabras, en octubre de 2003, era Dani Martín, por entonces vocalista de El Canto del Loco, en una entrevista concedida a Los 40 Principales. Jandro, su compañero de grupo, apostillaba: «¿Sabes por qué me jode lo de Relax? Porque soy muy fan de ellos y me jode que hagan esa música, que se autodestruyan».
Ahora, casi dos décadas después, declaraciones como estas pueden resultar sorprendentes, y más entre personas que eran y siguen siendo amigos, pero los miembros de El Canto del Loco no eran los únicos que opinaban así. Y algo de razón tenían, porque Relax (Warner, 2003) terminó siendo el último disco de estudio de la banda de Vigo. Pero no adelantemos acontecimientos.
Aunque no habían llegado a explotar de forma masiva, la carrera de Los Piratas había ido siempre en ascenso, tanto artística como comercialmente. Sus discos iban ganando en solidez, habían construido un estilo impactante y reconocible que mezclaba rock con electrónica y, lo más importante, tenían muy buenas canciones: «Mi coco», «Promesas que no valen nada», «M», «Te echaré de menos», «Mi manadero clandestino», «El equilibrio es imposible»… O «Años 80», una canción de la que siempre renegaron pero que, a la postre, terminó siendo el mayor himno del grupo. En consecuencia, su número de fieles crecía y crecía, y cada vez tocaban en lugares más grandes. El último álbum que habían grabado, Ultrasónica (Warner, 2001), los había situado en un lugar inmejorable para asaltar, de una vez por todas, el pelotón de cabeza del rock nacional.
Iván Ferreiro y los suyos llevaban meses trabajando en sus nuevas canciones, en las que incidían en su veta más electrónica y experimental. Después de tres discos producidos por Juan Luis Giménez (de Presuntos Implicados), quisieron cambiar y probar con un ilustre, Suso Sáiz, en quien ya habían pensado para comandar la grabación de Ultrasónica. Cuando le mostraron las maquetas que tenían, Suso les dijo que estaban muy bien pero que, si querían seguir por aquella línea, poco podía aportarles, ya que tenían el disco prácticamente terminado. Los miembros del grupo se quedaron perplejos. Tras la sorpresa inicial, decidieron comenzar de cero. Compusieron nuevas melodías, mientras Iván se pasaba los días sentado en un sofá escribiendo textos. En aquel proceso, todo era novedoso: las músicas eran más tranquilas, no buscaban el estribillo redondo y coreable, al tiempo que las letras de Iván eran las más personales y descarnadas que había escrito hasta entonces, incidiendo en partes oscuras de la personalidad y en sentimientos negativos como el miedo, la ansiedad, el dolor, la culpa, los deseos insatisfechos y, en fin, la infelicidad.
También cambió su forma de cantar. Hasta entonces, lo había hecho con mucha potencia, explotando todas las posibilidades de su garganta, pero en esta ocasión exploró tonos más graves y susurrantes. Esto lo hizo, en parte, animado por Suso Sáiz, que creía que las nuevas canciones requerían una voz distinta y, en parte también, empujado por la actitud hostil que recibió por parte de algunos miembros del grupo que rechazaban todo lo que viniese de él, ya fuesen composiciones o incluso su habitual forma de cantar. Y es que la amistad de los primeros años del grupo empezaba a resquebrajarse.
El álbum se grabó tocando todos en directo, en los estudios IZ de Guipúzcoa. Paradójicamente, el que iba a haber sido el disco más electrónico de Piratas terminó luciendo un sonido muy orgánico. Las guitarras y la electrónica, que hasta entonces habían sido santo y seña del grupo, quedaban relegadas a un segundo plano. Había electrónica y guitarras, sí, pero se trataba de una electrónica vintage mucho más sutil y de unas guitarras que, como el resto de los instrumentos, se diluían en los sinuosos ambientes de las canciones. Se trataba de un disco sosegado y mucho menos inmediato que sus obras anteriores. Así lo vio, primero, la compañía, que esperaba algo con más gancho comercial y, después, muchos de sus seguidores, que se quedaron descolocados ante el sorprendente y arriesgado movimiento de la banda. Por eso las declaraciones de los miembros de El Canto del Loco no eran, ni mucho menos, un caso aislado.
Sin embargo, hoy, casi veinte años después de aquello, parece que el tiempo ha hecho justicia con Relax, que es considerado por muchos como la cima creativa de Piratas. Canciones como «Inerte» o «Tiovivo», las dos más radiables en su momento; la enigmática «Ansiedad» y su inquietante inicio para el álbum («Estoy intentando encontrar las palabras…»), «Audrey», «Mirna» o la orquestal «Dos partes», conservan intacta toda su capacidad de seducción. Pero en algo sí tenían razón Dani Martín y Jandro. El grupo se estaba autodestruyendo y este acabó siendo su último disco de estudio. Un epitafio que quizá llegó demasiado temprano. El testamento sonoro de una banda que, cuando estaba en activo, no encontró todo el reconocimiento que hubiese merecido, pero a la que ya nadie cuestiona su lugar de primacía en el rock español de los noventa.
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Anterior entrega Fondo de Catálogo: Spittin’ fire (1997), de Southside Johnny.