OPERACIÓN RESCATE
«Además de visionarios en técnica y futuristas del ruido blanco, supieron adelantarse a los tiempos también en concepto y conciencia global”
Sara Morales nos conduce hasta 1981 para descubrir el tercer trabajo de Cabaret Voltaire, grupo de culto inglés de corte experimental que fusionó el pop con el techno y la música industrial en los 70 y los 80.
Cabaret Voltaire
Red mecca
ROUGH TRADE, 1981
Texto: SARA MORALES.
Nadie jugó sus cartas tan bien como lo hicieron Cabaret Voltaire. Y aunque su obra se traslade para muchos en una compleja amalgama de ardua digestión, su legado ampara un valor incalculable no solo para las hordas de la electrónica y derivados, sino también para las del pop, el post punk y la música industrial.
Ellos, que al nacer en 1973 adoptaron el nombre del club suizo que generó y acogió el movimiento dadaísta a principios del siglo veinte, trabajaron con pericia sobre los preceptos de esta escuela con el afán de hacerlos extensivos aplicándolos a la música. Y en ese camino, convertido en un auténtico trance psicomotriz sobre todo en los primeros años y los primeros discos de su carrera, lograron superar la vanguardia que venía impuesta por los tiempos que corrían, alcanzado el clímax de la experimentación y retorciéndose en él.
Mientras a principios de los ochenta el mundo asistía a la sofisticación del lenguaje analógico con los últimos avances en tecnología musical, gracias al auge de los teclados, los sintetizadores y los vocoders, los de Sheffield daban un paso más con Red mecca. En principio solo iba a ser su tercer disco, producido por ellos mismos, grabado en su ciudad en mayo de 1981 y publicado en septiembre de aquel mismo año. Pero después sabríamos que sería el último como trío antes de que el tecladista Chris Watson abandonara el barco tras su lanzamiento y el último también de una obra que iba a pasar de la abstracción miscelánea al derrotero semi-comercial y bailable.
La aventura que supuso este álbum, a medio camino entre la música concreta, el análisis matemático y una inventiva sin nudos (Cabaret Voltaire fueron los grandes maestros en la manipulación de los rollos de cinta), fue trasladada también a su corazón conceptual al reflejar en sus letras, crípticas y fantasmagóricas, la problemática político-religiosa del mundo.
Venían arrastrando un interés especial por esta temática desde 1979 y, en trabajos anteriores a este, como The voice of America (1980), ya dejaron plasmada su inquietud hacia el resurgimiento del cristianismo gracias a la utilización de la televisión y los medios de comunicación masiva de entonces a la hora de propagar su discurso. Red mecca no fue más que la continuación lírica de esta observación, pero orientada esta vez al islamismo y al mundo árabe como ya hicieran en el sencillo que lo precedió Three mantras (también de 1980). Ajustaron la mira hacia las revueltas en Afganistán de las que Occidente se hacía eco casi por primera vez y advirtieron al denostado primer mundo de lo que estaba ocurriendo en Irán con la captura de rehenes estadounidenses. Cabaret Voltaire, además de visionarios en técnica y futuristas del ruido blanco, supieron adelantarse a los tiempos también en concepto y conciencia global. Y de esta globalidad generalizada que insuflaba su show, terminamos asumiendo que su música sonara a veces a pop, a rock, a electrónica, a dance, a house o incluso a techno, cuando muchos de estos géneros todavía no se habían ni definido.
Un minimalismo que se expande al enriquecerse de sonidos ambientales extraídos de su contexto y donde la extravagancia se convierte en adictiva por inquietante. Porque en su fino arte para la meta experimentación, el trío dio vida a canciones corrosivas en este álbum, como las sintéticas «Sly doubt» y «Spread the virus», apuestas guitarreras como la infecciosa «Split second feeling» y trances hipnóticos como «Landslide», con las que engrandecieron la extrañeza del delirio y su inefable poder de atracción.
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