FONDO DE CATÁLOGO
«Un álbum esencial en su carrera, ya que refirmó el sonido iniciado en Wrecking ball, pero esta vez mediante temas propios»
Eduardo Izquierdo recupera un álbum esencial de Emmylou Harris: Red dirt girl, la consecuencia sónica de su disco anterior, el nada desdeñable Wrecking ball. Estas son sus impresiones.
Emmylou Harris
Red dirt girl
NONESUCH, 2000
Texto: EDUARDO IZQUIERDO.
Como tantas otras artistas, los ochenta no fueron fáciles para Emmylou Harris. La de Birmingham, una de las grandes de la historia del country, musa de Gram Parsons e incluso de Bob Dylan, salvó la década como pudo. Con trabajos simplemente aceptables y algún notable que echarse a la espalda. Quizá fue Trio, la aventura junto a dos monstruos como Linda Ronstadt y Dolly Parton, lo más destacable de una época que casi nadie en la música de raíces supo o pudo entender.
Pero llegaron los noventa. Esos años definidos por la MTV, el grunge, el hardcore melódico, el americana y el hip hop. Y Emmylou renació, como le pasó a artistas como Johnny Cash. Primero, mediáticamente, gracias al directo At the Ryman (1992) y luego, como Cash, gracias a un productor, Daniel Lanois, que se encargaría de ponerse a los mandos en Wrecking ball (1995), disco del que ya dimos buena cuenta hace unos años en nuestra Operación rescate. Lanois no solo hizo que Emmylou volviera a ser respetada por un disco, sino que cambió para siempre su sonido. Y este se mantuvo en sus siguientes trabajos en estudio, si no tenemos en cuenta el segundo volumen de Trio, el directo Spy boy (1998) y Red dirt girl (2000). Este último, además, es el primer álbum compuesto íntegramente por Harris, con la excepción de un solo tema, desde The ballad of Sally Rose (1985). Es decir, habían pasado quince años para que Emmylou volviera a tener ganas de componer o se viera con las fuerzas para hacerlo.
Red dirt girl es el vigésimo disco de la carrera de Emmylou Harris y llegó a las tiendas el 12 de septiembre de 2000, vía Nonesuch Records. Un álbum esencial en la carrera de la cantante, ya que refirmó el sonido iniciado en Wrecking ball, pero esta vez mediante temas propios. Doce canciones, ocho de ellas escritas por la artista en solitario. Cuenta con tres colaboraciones: Rodney Crowell en “Tragedy”, Jill Cunniff y Daryl Johnson en “J’ai fait tout” y Guy Clark en esa elegía a su padre que es “Bang the drum slowly”. Y un tema ajeno, “One big love”, de Patty Griffin y Angelo Petraglia.
La producción de Malcolm Burn prácticamente calca la de un Daniel Lanois que no pudo realizarla por tener otros compromisos. Él se encargó, eso sí, de recomendar a Burn, y no fue el único. El guitarrista Daryl Johnson, otro de los habituales de la factoría Lanois también forma parte del elenco de un disco en el que también nos encontramos con estrellas como Buddy Miller, Ethan Johnson o los mismísimos Bruce Springsteen y Patti Scialfa.
Cuando “The pearl” arranca, uno tiene la sensación de haberlo cogido donde lo dejó Wrecking ball. Sonido puro Lanois. Como “Michelangelo”, una sedosa y enigmática pieza, y de las que más éxito tuvo en las críticas. “Tragedy” lo reafirma, en ese dueto con la señora de Springsteen y su marido haciendo coros, con una batería programada marcando la pauta. Aunque quizá, la canción central de todo sea la que da título al álbum. Harris se refirió así a este tema en American Songwriters: «Lo que realmente me llevó al límite fue una noche libre en Nueva Orleans que fuimos a ver Boys Don’t Cry. Me puso nerviosa, no solo por la violencia y la homofobia, sino también por el tema subyacente de lo atrapados que estaban esos jóvenes. Todos venimos a este mundo con tanto potencial y tantos sueños. ¿Quién sabe por qué algunas personas escapan y otras personas no? Tuve una vida increíblemente bendecida, pero creé este personaje que había tenido todas estas esperanzas… y acabo de inventar esta historia inspirada en mis recuerdos del sur. También incluí en ella las vidas de estos niños de Boys Don’t Cry».
Un disco apabullante. Sublime. Definido como nadie por Ross Fortune, el que fuera editor de Time Out en Londres en el volumen 1001 discos que hay de escuchar antes de morir: «A través de una música hábilmente lateral que vibra y late, que arrastra y machaca, Harris canta unos temas aterciopelados que hablan del amor, la pérdida, la tristeza y el dolor. Ha grabado más de treinta álbumes, pero este es el más completo y satisfactorio». Por cierto, y ya que estamos, Grammy al mejor disco de Folk en 2001.
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Anterior Fondo de catálogo: Them changes (1970), de Buddy Miles.