FONDO DE CATÁLOGO
«Un disco imprescindible para entender el rock norteamericano de los noventa»
Esta semana en Fondo de catálogo volvemos al segundo álbum de Counting Crows, Recovering the satellites (1996): «Un disco imprescindible para entender el rock norteamericano de los noventa». Por Eduardo Izquierdo.
Counting Crows
Recovering the satellites
GEFFEN, 1996
Texto: EDUARDO IZQUIERDO
Hace unas semanas tuve el enorme placer de charlar un rato con Adam Duritz, líder y cantante de Counting Crows. El motivo era tan sencillo como la vuelta a la actualidad discográfica y a los escenarios de su banda. La primera se había producido con el epé Butter miracle suite one, aproximadamente a mediados del año pasado. La segunda debe traerlos a nuestro país en primavera, y toca cruzar los dedos para que el maldito COVID no haga, como en otros casos, que esa cita se posponga o se cancele.
La preparación de esa charla me sirvió para recuperar de mis estanterías algunos de los discos de los Counting Crows. Y eso me hizo reflexionar para darme cuenta de lo injusto que fui en 2013 en esta misma revista cuando aseguré, en la sección Operación Rescate, que Revovering the satellites se situaba un par de peldaños por debajo del disco de debut de la banda, August and everything after, con su “Mr. Jones” como estilete. Cosas de la hemeroteca. Hoy me retracto de aquello y donde dije digo, digo Diego, para asegurar que cuanto menos el segundo disco de los Counting Crows, sin duda, está al nivel de su primer trabajo.
De ello hablé también con Duritz. «Es muy posiblemente nuestro mejor disco, aunque siempre he tenido la impresión que lo que hacíamos era juntar canciones, más que pensar en un concepto de disco así genérico. Aunque si alguno de nuestros primeros álbumes estuvo cerca de ser un buen disco, como tal, fue Recovering the satellites. Los otros eran buenas colecciones de canciones, no sé si me explico…”. Te explicas Adam, te explicas.
Tres años tardaron los Counting Crows en entregar la continuación de su primer disco. Ya saben. Todo eso de la maldición del segundo disco y bla, bla, bla. El 15 de octubre de 1996 llegaba a las tiendas un álbum largo, de catorce canciones, que se había grabado ese mismo año entre enero y marzo en San Francisco. Y no había sido fácil. «Entonces ya había empezado con mis problemas mentales, no había llevado bien el éxito de nuestro primer disco y estaba desubicado. Tuve que encontrar mi sitio de nuevo para poder volver a dedicarme a la música. No fue fácil y no acabé de lograrlo del todo». Así recuerda Adam Duritz los momentos de preparación de un disco, por otro lado, imprescindible para entender el rock norteamericano de los noventa.
Un trabajo que se había presentado en sociedad con el adelanto de “Angels of the silences”, maravillosa y guitarrera pieza que ya mostraba a un grupo y cantante en plena forma. Los otros dos sencillos extraídos del disco tampoco le anduvieron a la zaga, escogiendo dos de las mejores canciones del lote, “A long december”, todo un clásico a día de hoy de la banda, y “Daylight fading”. Canciones todas compuestas por Adam Duritz, con alguna ayuda puntual de sus compañeros. Ocho de los catorce temas, de hecho, llevan su firma exclusiva.
Pero el disco fue mal recibido por la crítica. El público respondió, pero los periódicos y las revistas especializadas se llenaron de calificativos como soso, pretencioso, sin alma y un larguísimo etcétera. Un grandísimo error, como el que servidor cometió hace casi diez años aquí mismo. Así que les invito a hacer que la rodaja de su cedé gire en su equipo y me cuentan. Verán lo equivocados que estábamos todos.
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Anterior entrega Fondo de Catálogo: Fuzz face (1987), de Sex Museum.