La reciente edición del libro Zeleste i la música laietana, trae de nuevo a la actualidad a aquel movimiento que en la Barcelona de los años 70 fusionó el jazz con el rock y la música caliente. En este artículo analizamos este volumen que cubre un periodo básico de la música popular de nuestro país.
Texto: ÀLEX ORÓ.
¿Héroes o villanos? Según quien opine sobre los grupos y músicos más representativos de la “ona laietana”, el movimiento que dominó la escena musical catalana durante los años setenta, les dirán que fueron unos artistas brillantísimos, unos talentosos músicos que crearon con absoluta libertad y supieron mezclar el rock, el jazz, la música mediterránea, la rumba catalana, el flamenco o la salsa. En el laietanismo militaron artistas del calibre de Gato Pérez, Sisa, Emili Baleriola, el bajista Carles Benavent y también formaciones como la incombustible Companyia Elèctrica Dharma (con más de una veintena de LPs a sus espaldas) o la Orquestra Plateria. Para otros, sin embargo, fueron unos “hippies” o unos “progres” absolutamente pesados y caducos. De esta opinión sería la siguiente generación de músicos catalanes, la que nació tras la eclosión del punk y la new wave.
Zeleste i la música laietena. Un passeig per la Barcelona musical dels anys seixanta (editado en catalán por Pagès), de Àlex Gómez Font, es un libro que se alinea con la primera de las opiniones. A través de la historia de Zeleste, el local de la calle Argenteria de Barcelona que se convirtió en el cuartel general de los “laietanos”, desgrana la historia de este movimiento musical, olvidado –¿injustamente?– durante muchos años.
El libro de Gómez Font tiene varios aciertos. El primero es explicar de manera somera pero fiel la escena musical catalana de los sesenta. Recordemos que, por una parte, Barcelona fue cuna de grandes bandas de rock, beat y garaje como Los Sírex, Los Salvajes, Los No o Los Cheyenes, que nunca cantaron en catalán. Por la otra, estaban los cantautores de Els Setze Jutges, grupo del que formaron parte Lluís Llach, Maria del Mar Bonet, Serrat, Josep Maria Espinàs, entre otros que, influenciados por la canción francesa, reivindicaban el catalán como lengua de expresión artística. Mas tarde surgió el Grup de Folk, con artistas con ideas más “modernas” como Sisa, Pau Riba, los hermanos Batiste, Oriol Tranvía, entre otros. En esta formación hubo una importante escisión cuando Riba y algunos de los citados apostaron por la “revolución eléctrica” que lideraba Bob Dylan en la música de autor. A finales de la década, los primeros singles de Màquina! supusieron la irrupción del rock progresivo, un movimiento que enterró a los conjuntos de la primera mitad de los sesenta y que rivalizó con los cantautores para conseguir captar el público juvenil.
El segundo gran acierto del libro es haber recurrido a las fuentes orales para reconstruir el ambiente musical de la Barcelona de los setenta. Gómez Font ha entrevistado a Sisa, Carles Benavent, Emili Baleriola, Joan Albert Amargós, Xavier Batllés y Víctor Jou, el empresario que creó Zeleste. El tercer gran acierto del autor es haber explicado esta historia de forma ágil, rigurosa y sin irse demasiado por la ramas.
ZELESTE, LA CUNA DE LA MÚSICA LAIETANA
Jou explica en el libro todos los pormenores de la génesis de Zeleste, que durante años fue el epicentro de la actividad musical de Barcelona. Fue la primera sala de conciertos con programación diaria –sin un criterio preestablecido–, con buenos medios para los artistas y un buen servicio de bar para los clientes.
La sala abrió el 23 de mayo de 1973 y enseguida se convirtió en el punto de reunión de los músicos catalanes de la época. Esto contribuyó a que algunos de ellos alcanzaran cierta popularidad, por lo que Jou llegó a un acuerdo con Edigsa –una discográfica especializada en Nova Cançó– para editar los discos de bandas y artistas como Barcelona Traction, la Dharma, Música Dispersa, Orquestra Mirasol, Sisa, Jordi Sabatés, Esqueixada Sniff y Gato Pérez, entre otros. Fue precisamente este argentino afincado en la ciudad Condal quien acuño el término “ona laietana”. Gato Pérez fue el enlace entre Edigsa y Zeleste, algo así como un director artístico.
Además, Zeleste se convirtió en lo que hoy se denomina oficina de management. Compró furgonetas y equipos de luz y sonido y facilitó que los artistas laietanos difundieran su propuesta musical por toda la geografía catalana y también por el resto de España. Algo que en ese momento era completamente pionero.
Tal y como narra Gómez Font y reconocen los entrevistados, los discos laietanos se vendieron poco, con la excepción de Qualsevol nit pot surtir el sol (Zeleste-Edigsa, 1975). Jou culpa de ello al poco apoyo por parte de los medios de comunicación a las formaciones de la escudería Zeleste. En esa época, los 40 Principales ya pedían dinero por radiar discos, algo que al responsable de la sala barcelonesa le parecía “un escándalo”.
Paralelamente al fin de la década de los setenta, el laietanismo languideció. La muerte de Franco y la transición propiciaron un nuevo cambio de gustos por parte de la juventud. Desde Madrid, La Movida empujaba con fuerza y suponía una ruptura tan grande con los valores artísticos que encarnaban bandas como la Dharma o Secta Sònica que no hubo posibilidad de reciclarse. Tan sólo Sisa grabando con Melodrama supo “actualizar” su sonido.
Para colmo, Zeleste fue declarada en ruina y se trasladó al Poble Nou, un negoció que quebró en 2000 para convertirse en la actual Razzmatazz. En un ínterin del cambio de propiedad, los archivos de Zeleste acabaron en la basura, perdiéndose así una valiosa fuente de documentación que le hubiera ido de perlas a Gómez Font para explicar la historia de la legendaria sala barcelonesa y la “ona laietana”.
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