DISCOS
“Un disco de José María Guzmán siempre hace las delicias de los buenos degustadores del mejor pop. O de la mejor música, sin más”
Guzmán
“Re”
CADILLAC MUSIC
Texto: JUAN PUCHADES.
Mago de las melodías, alquimista de los desparrames vocales, catedrático de la arquitectura pop. Todos los halagos son pocos para celebrar que el creador más próximo que tenemos por estas tierras a una suerte de McCartney está de regreso con nuevo disco: “Re”, nombre que obedece, según explica el propio José María Guzmán en las notas interiores del álbum, a que la mayor parte de las canciones en él incluidas están compuestas en “re”, tono que enlaza con distintos adjetivos que comienzan por “re” (no hagamos “spoiler”, así ustedes se compran el disco y lo averiguan por sí mismos).
“Re” quizá confunda un poco, pues el peso tan notorio de algunos temas, esencialmente los que abren y cierran, como las tapas de un libro, pueden llevarnos a pensar que Guzmán ha caído (desde su anterior disco, “Sentado en la cumbre del mundo”, de 2012) en la amargura del realismo social, perdiendo aquel optimismo utópico que ha teñido gran parte de su obra y que es uno de los motivos que hacen tan especialísima su música, su concepción de la canción como punto de fuga hacia lugares mejores. Nos referimos a la magnífica (ese arranque modélico, fabuloso, y esos crescendos gloriosos cada tanto) ‘No soy de aquí’, sobre, precisamente, los sueños perdidos, o “derrumbados” (“sé que hay alguien / por encima, que maneja / todas nuestras vidas”); y a la bellísima ‘Refugiados’, cuya exquisita factura contrasta con la letra: un canto contra ese indecente mirar hacia otro lado que practicamos los europeos respecto a los refugiados que arriban a nuestras fronteras. Guzmán ha optado por arreglarla con exquisito tiento, envolviéndola entre algodones, tratándola en toda la primera parte en acústico, solo a guitarra y voz, hasta la entrada de unos arreglos de cuerda, mientras de tanto en tanto golpea un intenso contrabajo y rasgan las escobillas en la caja de la batería. Y ahí está la voz, clara, transparente y preciosista, su voz natural, sin aditamentos. Esa tan única, tan cálida, tan imprescindible para muchos de nosotros.
Entre medias, de ambos temas, “Re” se muestra como los discos clásicos de Guzmán, y el utopista que creó canciones imperecederas como ‘El país de la luz’, sigue estando ahí, aunque no es menos cierto que tropieza con todo el equipo en ‘Una estrella fugaz’, un bluegrass que evoluciona a country canónico y que parece himno de acampada cristiana. Cierto que letra y música encajan en ese cantar con alegría pastoril a un mundo feliz, tan próximo a los anuncios navideños de Coca-Cola… pero uno se pregunta si esto es lo que esperamos de Guzmán. Y la respuesta es no, rotundamente no.
Menos mal que, por contra, hay un buen número de vibrantes cortes para levantar el disco y disfrutar: ‘Dentro de tu piel’ (con esa estructura clásica de las grandes canciones de Guzmán, con cambios de ritmo y celestial despliegue de voces), ‘Viene el sol en Acuario’ (guitarra al modo del Knopfler de Dire Straits, con Guzmán sacando su voz más grave para cantarle a este invento que llamamos “sociedad”, y sumándose al mensaje jipi de que llegará la Era de Acuario, aunque parece que está tardando lo suyo…), ‘Solo tengo que dejarme ir’ (otra de las grandes de este álbum, directamente de diez. Fascinante composición de amor, desde ya una de sus clásicas indestructibles), ‘1, 2, 3, al escondite inglés’: excelente, aunque, como en otros cortes del disco, echa mano del folk rural estadounidense, lo que no hacía demasiada falta: ¿aporta algo Guzmán en esas sonoridades? ¿Le aportan estas algo a su música? Es preferible perderse en el pop, del que es maestro, de ‘La rutina’ (girando sobre otras de sus constantes: la lucha contra el aburrimiento en pareja, la sombra de la sospecha. A destacar esa capas sonoras entre armonías subyugantes), ‘La culpable’ (cien por cien Guzmán, con arreglos vocales en la tradición de Brian Wilson y extrayendo colores funk de su garganta) o ‘Un engaño de la realidad’ (otro canto a la libertad, como tantos otros escritos por él a lo largo de cerca de cuarenta y cinco años, abogando por los sueños, y que contradice a los temas de este álbum en los que, como compositor, demanda dosis de cruda realidad). A destacar también ‘Brindo por mis amigos’, contagioso canto a la amistad y el bebercio en compañía para ser entonado en la taberna, trasegando unas cervezas.
Pero, qué duda cabe, la joya de la corona es ‘La mujer de la estación’, tema compuesto hace unos años que todavía no conocía edición en disco. Sencillamente magnífica, intensa, embriagadora, con el retratista de personajes que solo se deja ver ocasionalmente, pero que siempre resulta certero e imaginativo.
Nos queda, por tanto, un disco con grandes momentos pero también con algún accesorio corte aislado, que acaba por ensombrecer el conjunto. Pero un disco de José María Guzmán siempre hace las delicias de los buenos degustadores del mejor pop. O de la mejor música, sin más.
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Anterior crítica de discos: “La nostalgia”, de Hotel Nebraska.