“Y Raúl, contoneándose como una serpiente. Sinuoso, fraseando con ese ‘bicho’ hipnótico que es laúd, que es flamenco y que es eurocubano”
Mano derecha de Santiago Auserón, Martirio y Kiko Veneno, el músico y antropólogo sevillano Raúl Rodríguez conecta Andalucía con el Caribe gracias a su instrumento inventado: el tres flamenco. Con él presentó su disco-libro “Razón de son” el pasado sábado en Granada.
Raúl Rodríguez
7 de febrero de 2015
Boogaclub, Granada.
Texto y fotos: EDUARDO TÉBAR.
El reloj se detuvo en la medianoche del sábado. Lejos de la era del tuit. A salvo de la mercadería frugal. Camisa, chaleco y pañuelo. Estampa de negro curro. Como los mulatos andaluces que arribaban en La Habana siglos atrás. Aire de sureño viejo; de sureño de medro y picaresca. Tragos, muchos tragos para combatir la ola de frío. Y aromas fluviales. “Razón de son”, el disco-libro del músico y antropólogo Raúl Rodríguez ha sido uno de los trabajos más laureados de 2014. Fundador de Son de la Frontera, hijo y acompañante habitual de Martirio, el último grupo que embrujó a Mario Pacheco, presenta estos días sus hallazgos tras veinte años de investigación. Él lo llama “antropomúsica”: un viaje imaginario hacia su particular Macondo, un Caribe afroandaluz. Raúl trata con músicas que fueron y músicas que pudieron haber sido. Sonidos de ida y vuelta, macerados con sentimiento y erudición. Música orgánica. Y goce, enorme goce.
Juan Perro introdujo a Rodríguez en su Zarabanda como “el primer tresero flamenco de todos los tiempos”. Raúl ha diseñado con su lutier de Triana un instrumento híbrido entre la guitarra flamenca y el tres cubano, algo parecido –solo parecido– al armónico que inventó en su día Compay. Raúl, además, escribe y canta. Es el discípulo emancipado después de dos décadas junto a Kiko Veneno y Javier Ruibal. En Granada, en formato de cuarteto, con el guitarrista Mario Mas (su padre, Javier, es el actual mano derecha de Leonard Cohen), el bajista Guillem Aguilar y el baterista Pablo Martín Jones. Un soporte esquemático, dúctil, tirando al culebrero arábigo del guitarrista para volver al jazz y crecer en nuevos tumbaos.
La labor de Raúl entronca con los estudios de Santiago Auserón sobre el paso de la negritud por la península, pero él acude directamente a las claves rítmicas flamencas. También justifica las coordenadas de una Sevilla negra. En la ciudad que fue el Nueva York de los siglos XVI y XVII brillaba un poderío comercial, económico y artístico en parte alimentado por aquel 10% de población racial. Esa Sevilla del Barroco, de contadores urgentes y de trovadores inmediatos late en las “blueserías” de Rodríguez. En realidad, es una reivindicación del espíritu de Pata Negra y su “Blues de la frontera”. Qué desgarro de los hermanos Amador: blues por bulerías y alaridos de bajos fondos. El aliento del sur profundo que Ricardo Pachón y Carlos Lencero enjaretaron en letras sangrantes –ya decía Lencero que el blues es un palo flamenco más–.
La “bluesería” de Raúl, ‘Si supiera’, resultó canalla y vital. He ahí la principal virtud de su tres aflamencado con doble cordaje: la sonoridad alegre de la isla impregna de luz incluso los pasajes melancólicos, como el fandango de ‘Llévame a la mar’, otro de los ejes de este álbum de rumbo apasionante para la música española. La activación de una epistemología sobre los vestigios de lo que creíamos muerto y sepultado.
Raúl es un ratón de biblioteca con recursos de cantina. En la sala Boogaclub le observaban boquiabiertos el experto Jesús Cosano, muy implicado en este proyecto, y el brasileño Rubem Dantas, un pedazo de historia de la música: introdujo el cajón en el flamenco con Camarón y Paco de Lucía. Y Raúl, contoneándose como una serpiente. Sinuoso, fraseando con ese ‘bicho’ hipnótico que es laúd, que es flamenco y que es eurocubano. En esto apareció el espléndido repentista habanero Alexis Díaz Pimienta, que subió al escenario e improvisó una orgía de palabras; un prodigio de verbo y sintagmas poetizados, rapeados y repentizados; punto guajiro de controversias al aire. Y Alexis ofreció razones para más sones.
En directo, Raúl se permite estirar y alargar los cantes de “Razón de son”. Esparcimiento solaz para el disfrute y la suma de intensidades, como esa suerte de bulería y son de cantautor en ascuas, ‘Con la guitarra en blanco’ (“y el papel callao”), en la que uno vislumbra al añorado Guayabero por las calles de Jerez. Ah, y evocó a Marta Valdés, una precursora olvidada del filin –el bolero cubano– en ‘Romance de tus nombres’. Bastante ha leído Raúl Rodríguez al gran Fernando Ortiz, esencial antropólogo que abrió el camino de la indagación sobre el sincretismo de culturas de allá. Recordó que fue el etnólogo habanero quien invitó a Federico García Lorca a la isla, y el poeta apuró en la Cuba oriental los momentos más felices de su existencia.
Raúl se marchó alzando la promesa eterna: “Iré a Santiago”. Ya entonces los asistentes, peregrinados desde distintas localidades, se deslizaban vencidos. Al compás del mar. Mirando a todos los puertos.