Ramoncín: Quedan las canciones

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«En sus canciones ha ido tejiendo la trama de un rico discurso lírico, tratando de hallar soluciones creativas originales para la canción rock en castellano. Siempre ha querido dignificar el género, empleando para ello un léxico diáfano, directo, pero también culto y cuidadoso con la palabra. Tan válido para el tema intenso o intimista como para el rock bailongo y divertido»


La publicación del libro «Ventanas del alma. Poemas y canciones 1973-2010» (Ediciones Sial), recogiendo todas las letras de las canciones de Ramoncín en un único volumen, sirve para que Juan Puchades reivindique la obra del polémico rockero madrileño.


Texto: JUAN PUCHADES.


«Las dulces mentiras
cantadas a coro
se clavan en el corazón»

‘Aúlla el lobo’, 2010


Asegurar que sigues de cerca la carrera de Ramoncín no cotiza muy al alza. Las hoy tan de actualidad «agencias de calificación», si se dedicaran a lo musical, probablemente lo declararían en quiebra técnica, a él y a quien osara proclamarse seguidor suyo. Pero no siempre fue así, y algunos –sí, faltos del menor rigor intelectual, ya lo sabemos, tranquilos, no hace falta gritar– hace más de tres décadas que seguimos sus pasos, que nos interesamos por sus discos, por sus canciones. Pese a quien le pese.

Con Ramoncín convertido desde hace años en saco de boxeo en el que descargar fobias diversas –todo se inició, recordemos y obviemos el periodo inicial de lanzamiento de huevos, cuando presentó un concurso en televisión, y, por tanto, fue acusado de falta de autenticidad; siguió cuando su presencia era frecuente en tertulias televisivas y explotó cuando decidió defender los intereses del colectivo musical desde la denostada SGAE–, cuesta hablar de él, reivindicar su obra, pues se sabe que será huero intento, que la ira irracional ya nunca más dejará ver el bosque. Sin embargo, la edición del libro «Ventanas del alma. Poemas y canciones 1973-2010» (Ediciones Sial), vuelve a ponernos frente a sus canciones o, concretamente, ante las letras de estas. Y uno no puede, al repasar el volumen, sino evocarlas, ponerle música a la mayoría de estos textos, leerlos con música, o recordar aquellos gozosos poemas que, hace treinta años, conformaron su primera antología impresa, «Animal de ojos caídos», un memorable fogonazo de aquellos que prendía con frecuencia el primer e inspirado Ramoncín.

Porque fogonazos fueron sus primeros discos, aquella imbatible trilogía –conformada por «Ramoncín y WC?», «Barriobajero» y «Arañando la ciudad»– que nos mostraba un nuevo rock español, callejero, vital, sincero, realista, tan propio y distinto al que se practicaba por aquellos días. En esos álbumes, y por encima de la chulería y el descaro primeros de Ramón, destacaban aquellos textos en los que descubríamos a un autor enamorado de la palabra, interesado por investigar las posibilidades del lenguaje rock en nuestro idioma. Sus más acérrimos detractores dirán que de eso nada, pero, por favor, lean y escuchen ‘Marica de terciopelo’, ‘Noche de cinco horas’, ‘Chuli’, ‘Soy un chaval’, ‘Barriobajero’, ‘Trozos de cristal’, ‘Putney Bridge’, ‘Ángel de cuero’, ‘Hormigón, mujeres y alcohol’ o ‘Flores negras’, pónganlas en su tiempo, confróntenlas con las de sus contemporáneos –incluso con mucha letra de canción que padecemos hoy–, entonces opinen.

Si no les pareciera suficiente, buceen en los siguientes trabajos, cuando Ramón ya andaba a la búsqueda de un modelo de canción diferente, catapultado desde lo acertado de «Arañando la ciudad», preocupado por desarrollar una escritura menos juvenil, necesariamente más compleja, pero también imbuida de nuevas escuchas y descubrimientos –Springsteen, es verdad, fue esencial, y no pasa nada: En aquellos años, los primerísimos 80, el de Nueva Jersey era la máxima referencia rockera, la más auténtica–. Desde entonces, y hasta hoy, nacen ‘Perdedor’, ‘Hombres sin alma’, ‘La chica de la puerta 16’, ‘Nicaragua’, ‘Estamos desesperados’, ‘Ella es perversa’, ‘La cita’, ‘Como fuego’, ‘¡Déjame!’, ‘Por ti me he vuelto loco’, ‘Como un susurro’, ‘Viejo como el dolor’, ‘Por tu amor’, ‘Bailando en la acera’, ‘Forjas y aceros’, ‘Mujer de mar’, ‘La pared’, ‘Rosa’, ‘Llegar’, ‘Peligro’… Varias docenas de canciones en las que el rockero madrileño ha ido tejiendo la trama de un rico discurso lírico, con el que ha tratado de hallar soluciones creativas originales para la canción rock en castellano. Ramón siempre ha querido dignificar el género, empleando para ello un léxico diáfano, directo, pero también culto y respetuoso con la palabra. Tan válido para el tema intenso o intimista como para el rock bailongo e intrascendente. Nunca jamás nadie se lo va a agradecer o reconocer, pero está bien que lo digamos: Él puede caer mejor o peor, pero es su obra la que debemos valorar, y esta se sostiene sola. El rock español está plagado de gallitos de pose muy estudiada y lengua dócil que no saben hacer la o con un PC y cuya discografía obstruiría el cedazo más riguroso. Pero a todos nos gusta ser amables con los que tenemos cerca, y perdonamos lo imperdonable, la falta de talento, la ausencia de rigor. La pose parece interesarnos más que el arte.

Ramoncín puede haber metido la pata hasta el fondo en numerosas ocasiones, en otras muchas ha dado la cara por lo que creía que tenía que darla –mientras los gallos, por cierto, permanecían escondidos en el gallinero–, pero al margen de ello, quedan las canciones, como nos recuerda «Ventanas del alma», que llega con el añadido de una obra poética –inencontrable o inédita hasta hoy– que es continuación natural de la musical. Son canciones que perdurarán, que es lo de que se trata. Y no todos pueden decirlo, no todos podrán decirlo.

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