COMBUSTIONES
«Sus primeros discos y sus primeros másters andaban perdidos por casas de discos ignotas y sellos quebrados»
Confinado en su casa neoyorquina y peleando contra el coronavirus, Julio Valdeón escribe un pequeño homenaje a Rafael Berrio, que nos dejó esta semana después de un puñado de discos demasiado bellos para ser tan poco conocidos.
Para acompañar la lectura de esta columna, sugerimos escuchar la lista de canciones de Berrio elaborada por Quique González:
Una sección de JULIO VALDEÓN.
Murió Rafael Berrio, y su pérdida, guinda de mierda y náusea para unas semanas espantosas, me ha volado la cabeza. He llorado su muerte como solo puedes extrañar a quien no conociste en persona, alguien con el que nunca te escribiste y que por supuesto nada sabía de ti, ni falta que hacía. De hecho, lo de intimar con tus héroes musicales o literarios a menudo conduce a la melancolía. Aunque sospecho que Berrio y yo podríamos habernos entendido, que compartíamos la pasión por las tertulias, los alcoholes, los libros, pero el mejor diálogo, el más íntimo y decisivo, el que realmente importa, es el que supo abrir con sus discos. A mí Berrio me acompañó con toda la carga de intimidad eutanásica y exasperado veneno de su música. Una música nerviosa, sombría, intempestiva, extrañamente consoladora y altiva, mitad paseo a medianoche por el jardín del bien y del mal, mitad lágrima sulfurosa, entre Lou Reed y Pío Baroja, al que veneraba, entre Baudelaire y los acordes menores de la chanson.
Murió Rafael Berrio y compruebo en Spotify que sumaba 4.750 oyentes mensuales. Entre otros imagino que ahí están Karmelo C. Iribarren, Sabino Méndez, los Trueba y otros escritores, poetas, cineastas, músicos, que lo quisieron y admiraron. Murió Rafael Berrio, que entrevistado por Ignacio Julià se había definido como un sentimental que ha leído a Séneca… Y a Jaime Gil de Biedma, a Cioran, a Gómez de la Serna, a Pessoa, a Quevedo y a Borges. Aunque nunca renunció a la verdad de los tres acordes que reclamaba John Lennon.
Sus primeros discos y sus primeros másters andaban perdidos por casas de discos ignotas y sellos quebrados. Merece muchísimo la pena recuperar las joyas que publicó con Amor a Traición y Deriva. Hay que escuchar maravillas como No solo amor y reparar luego en que nadie reparó entonces, nadie hizo ni puto caso, para entender hasta qué punto, si la industria musical española fue una broma macabra, es porque estaba modelada a la altura del público.
Desde 2010 Berrio firma los discos con su nombre y empieza a granjearse un culto merecidísimo. Una iglesia laica de adictos a su melancolía de francotirador sin colorantes y su esbelta capacidad de corroer lo solemne con trallazos de humor. La gente invoca a Léo Ferré, Brel y Brassens para explicar su genio. No me extraña, después de las dos inmersiones en la chanson, majestuosas, que ensaya con 1917 (2010) y Diarios (2013). Tampoco conviene olvidar la Velvet, a Johnny Thunders, Television, Leonard Cohen y Bob Dylan. Paradoja y Niño futuro, sus últimos discos, lo encontraron de vuelta en los territorios de un rock elegante y sobrio, incapaz de perder el estilazo o entregar un verso a medio cocinar, melódico, inteligente y áspero.
Rafael Berrio ha muerto. Tenía 56 años. Se ha ido uno de los buenos, uno de los mejores. Y yo, que llevo 12 días en cuarentena y hace ya varios que no siento que me falta el aire, que vivo en una ciudad que a jueves, 2 de abril de 2020, suma 52.000 casos confirmados y 1.562 muertos, en un Estado, Nueva York, a seis días de quedarse sin respiradores, necesito más que nunca de su música, de sus canciones a contracorriente, híspidas, románticas, impetuosas, ilustradas, celestes, para no ahogarme. «Las viejas ciudades/ donde es grato vivir. / La umbría de los parques/ bajo el cielo de abril. / Las calles fulgurantes/ y el despoblado yerto./ Todo lo he visto, de todo me acuerdo…».
*Si quieres descubrir más sobre la obra de Berrio, échale un vistazo a la lista de canciones que escogió el propio artista junto a Xavier Valiño en 2015, o a la selección de diez joyas que ha hecho Javier Escorzo.
Anterior entrega de Combustiones: Un lujo llamado Ariel Rot.