«Todos esos artistas extranjeros eran para mí como una religión, porque es cierto eso de que el rock and roll puede salvarte la vida»
Rafa Cervera, uno de los periodistas musicales esenciales de nuestro país, ha publicado «Estricnina», el libro en el que recoge los tres números del fanzine que editó en los años ochenta. Del libro y de aquel tiempo habla en esta entrevista.
Texto: EFE EME.
Foto: MIGUEL ÁNGEL CALVO.
En una edición restaurada, pensada para coleccionistas y tratando de mantener la esencia de los fanzines de la época, «Estricnina. Fanzine de ruidos y danzas» (editado por Efe Eme) agrupa (incluyendo materiales extra) los tres números que Rafa Cervera editó del fanzine del mismo nombre. Una publicación legendaria de los primeros años ochenta que trataba de tomarle el pulso a la actualidad más vanguardista y que contó, además de con los textos primerizos de Cervera, con invitados de postín como Santiago Auserón, Fernando Márquez «El Zurdo», Diego A. Manrique, Ignacio Julià, Jaime Gonzalo o Artro Blay. Amén de entrevistas con algunos de los protagonistas del momento: Ana Curra (que aparece en la portada del libro), Alaska, Dinarama, Gabinete Caligari, Radio Futura, Derribos Arias… Una edición que pretende servir para preservar parte de nuestro legado bibliográfico musical más oculto.
¿Qué te animó a dar forma a «Estricnina»?
El otro día, en una entrevista que me hizo Miqui Puig, recordé de repente que después de leerme una y otra vez los artículos que salían de Lou Reed en «Popular 1», «Star» y «Vibraciones», escribía mis propios resúmenes, intentando incorporar todos los datos posibles. Lo más divertido era que, a medida que acumulaba nueva información, tenía que empezar de nuevo a escribir ese texto biográfico porque el anterior ya no valía. También me acuerdo de algún libro de texto de 2º o 3º de BUP, en cuyas páginas iba haciendo listas de grupos de punk de Nueva York y de bandas de no wave. Todo muy estimulante, teniendo en cuenta que en 3º de BUP mi compañero de pupitre era Esteban González Pons, actual eurodiputado por el Partido Popular, que a los 17 años ya era tal como es ahora, un compendio de ambigüedad surrealista. La conclusión es que, incluso cuando yo soñaba con cantar o tener un grupo, mi destino era este, escribir. Escribir sobre música se ha convertido en mi gran enseñanza para dedicarme a la escritura en general, descubrir muchas cosas que van más allá de la música y ayudarme a saber quién soy. El colegio me importaba una mierda, pero gracias a los músicos que me gustaban descubrí que existían Burroughs, Pollock, Delmore Schwartz, Nelson Algren Rimbaud, Verlaine, Mapplethorpe, Capote…
¿Cómo definirías la línea musical que quisiste seguir?
Sobre todo se trataba de hablar de la música que me gustaba. Por una parte estaban todos esos artistas extranjeros que para mí eran como una religión porque es cierto eso de que el rock and roll puede salvarte la vida. A mí me enseñaron el camino a seguir, se convirtieron en algo a lo que aferrarme en un mundo con el que no me llevaba bien una vez dejé de ser un niño. Así que Velvet Underground, Patti Smith, Doors, Ramones, Suicide, los Stones, Television, Sex Pistols, Bowie, Talking Heads y un largo etcétera eran muy importantes para mí, yo diría que formaban parte de mí y lo han hecho desde entonces. Ahora sé que la línea editorial del fanzine era una radiografía de mi interior. Y por otra parte, están los grupos locales, con los que tenía un contacto directo y a los que veía por las noches en Pyjamarama o en un concierto; y los nacionales, como Pegamoides, Parálisis o Derribos Arias, que fueron toda una revelación, porque hasta muy poco tiempo antes de hacer el fanzine, a mí la música en castellano me parecía una horterada. Ese tipo de prejuicio adolescente y esnob, muy del momento también. Hasta que escuché “Ella quiere más” de Glamour y se me pasaron las tonterías de golpe.
Sin duda había una apuesta por los sonidos vanguardistas del momento, pero también del pasado. ¿Fue una apuesta clara, esas eran las músicas con las que te identificabas?
El planteamiento era bastante inocente, en el sentido de que yo hablaba de lo que me gustaba y de los grupos valencianos de los que me hacía amigo. No tenía conciencia de que fuese más o menos vanguardista o moderno, para mí aquello era lo natural. Hablar de Siouxsie era lo normal, o hablar de Lydia Lunch, que me gustaba desde que alguien me prestó “No New York”. Mis prioridades eran poder comprarme los discos que me gustaban y que en buena parte había que conseguir de importación porque no se publicaban en España o se publicaban mal. Tenía amigos, quería ligar como todo el mundo y salía mucho por las noches. Pero el epicentro de mi mundo era ese y estaba situado en Nueva York y Londres. Y a partir de 1982, también en Madrid.
Pese a ser un fanzine, se cuidaban mucho los textos, parece que había una voluntad de acercarse a lo profesional, ¿es así?
A raíz de la propuesta de recuperar «Estricnina» en un libro he vuelto a leer alguno de esos textos. La candidez de las entrevistas me parece enternecedora. Pero me cuesta mucho trabajo leerme a mí mismo, especialmente si se trata de trabajos antiguos. Me alegra que opines que los textos estaban trabajados. Imagino que si eso es así se debe al efecto de toda la información acumulada durante años en mi cabeza, todos esos artículos firmados por Diego A. Manrique, Jaime Gonzalo, Ignacio Julià, Jesús Ordovás, Ramón de España, Oriol Llopis. Ellos y algún otro posteriormente fueron mi base y quiero pensar que de tanto leerlos aprendí a dar mis primeros pasos en este terreno.
¿Pudo acabar por ser una publicación profesional, soñaste con ello o «Estricnina» solo fue un divertimento?
No creo que llegara a planteármelo, sobre todo porque el fanzine nació como idea a finales de 1981, empezó a materializarse en 1982 y yo sabía que en julio de 1983 tenía que irme a hacer la mili. Esa perspectiva era siempre cercenadora porque sabía que durante un año y pico tu vida se paralizaba. Leyendo el fanzine te das cuenta del efecto que tenía. Jaime Urrutia, Iñaki Fernández, Carlos Berlanga, Eduardo Benavente… todos estaban cumpliendo el servicio militar, a punto de hacerlo o intentando escaquearse. Era una especie de bache absurdo que limitaba cualquier expectativa de futuro que no estuviese clara o consolidada. Ahora lo pienso y es como esos ritos guerreros de algunas tribus. Conmigo el ejército español no logró nada salvo poner en peligro la vida de muchos inocentes cuando se empeñaron en que lanzara una granada. Nunca olvidaré la frustración que sentí cuando mi madre me contó por teléfono que había llegado una carta de un redactor de “La Edad de Oro” proponiéndome ir al plató a hablar de Bauhaus. Y yo en Pontevedra, haciéndome un hombre.
¿Te reconoces en aquel joven que visitaba los locales de ensayo, cámara en ristre?
Sí, yo soy aquel, jajaja. En serio, a pesar de los años y la experiencia, hay una parte de mí que sigue siendo ese jovenzuelo atrevido y a la vez tremendamente inocente que se sentía como si entrara en otra dimensión cuando iba a Tablada 25 [locales de ensayo] o entraba en la habitación de hotel de un grupo para entrevistarles. Me sigue ocurriendo algo parecido. En enero entrevisté a Debbie Harry y mientras la escuchaba hablar y la miraba fijamente, pensaba: “estoy con Debbie Harry, joder…”
Algunas de las fotos que disparaste, al margen de que hoy sean documentos impagables de la época, tienen una cierta voluntad artística. ¿Abandonaste la fotografía?
Me gustaba la fotografía e incluso llegué a recibir algunos consejos de un fotógrafo profesional. Es cierto que algunas de las fotos que hice y que pueden verse en el libro denotan una cierta preocupación por hacerlo bien que iba más allá de lo improvisado. Como el resto de lo que hay en el fanzine, era más una cuestión de instinto que un planteamiento consciente. Me halaga que digas eso de aquellas fotos, pero las redes sociales han acabado demostrando que hay millones de personas que llevan un fotógrafo dentro, así que no sé muy bien si tengo ese talento o en realidad es un talento mucho más común de lo que creemos.
«Ahora da la impresión de que aquellos días de la movida eran como una celebración que todo el mundo compartía, y ves en ‘Cuéntame’ el cuarto de un músico con un póster de Fabio McNamara. Las cosas no eran así»
¿Era fácil contactar con los grupos para entrevistarlos?
Sí, muy fácil. Había una enorme predisposición a hacer entrevistas y a hablar, sobre todo si el artista en cuestión detectaba afinidades. Alguien te daba un teléfono, llamabas, hablabas con el interesado o con algún familiar, pasabas el recado… Ahora da la impresión de que aquellos días de la movida eran como una celebración que todo el mundo compartía, y ves en «Cuéntame» el cuarto de un músico con un póster de Fabio McNamara. Las cosas no eran así. La difusión que había de aquellos artistas y de todo lo que estaba pasando en el recién nacido sector independiente era minoritario. «Diario 16» daba mucha información y «El País» también. Y estaban Radio 3 y las revistas de música. Pero seguía siendo un ámbito minoritario. Así que cuando hablabas con un músico y comprobaba que compartías afinidades con él, todo era mucho más fácil. Por ejemplo, a Santiago Auserón lo vi en aquella época dos veces. Una en el ensayo de Radio futura cuando entrevisté al grupo. La otra fue en su casa de Arturo Soria, el día antes de marcharme a Pontevedra a la mili. Qué hacía allí, no lo sé, igual otra entrevista para el fanzine. Pero mientras hablábamos recibió una llamada que le hizo saber que Hispavox le daba la carta de libertad al grupo, después de años de haberlos tenido puteados.
Mientras elaborabas «Estricnina», ¿pensabas que tu trabajo podría encauzarse en el futuro hacia el periodismo musical?
Al principio, más que pensarlo, lo soñaba. A medida que el fanzine se iba convirtiendo en una realidad fui dándome cuenta de que podía aspirar a hacer más cosas. De hecho empecé a escribir en un diario valenciano que surgió a mediados de 1982, creo que era «Noticias al Día», lo dirigía J.J. Pérez Benlloch, una de las firmas fundamentales del periodismo político local. Recuerdo que escribí el artículo sobre la disolución de los Pegamoides. Y colaboré en el suplemento de ocio de una revista que se llamaba «Segunda Mano» –o algo parecido– y tenía mi columna sobre música local. La mili acabó con todo eso.
De todo lo que escribiste en «Estricnina», ¿con qué te sientes más satisfecho?
Creo que las entrevistas son lo más interesante. No porque estén bien hechas o bien redactadas, sino por lo que reflejan y porque captan el entusiasmo del momento, tanto el mío como el de los artistas.
Al hojear el libro, ¿has sentido algo de rubor con algún texto?
Hay cosas que he preferido no leer para no sentirlo. Cuanto más viejo es un texto mío, más apuro me da enfrentarme a él. En “Estricnina” había muchas puyas a gente de la escena local, cotilleos. Luego ves la revista “Punk” y resulta que también había mucho de eso. Cuando eres joven tienes esa soberbia que luego, ya madurito, te hace sentirte un auténtico gilipollas.
Lo que sí se observa leyendo «Estricnina» es que, de alguna manera, el Rafa Cervera posterior, especialista en determinadas estéticas sonoras, ya estaba perfilado en aquel tiempo, ¿es así?
Yo creo que sí, sobre todo por lo que te decía antes, yo hablaba de lo que me gustaba y lo que me gustaba ha caminado siempre conmigo, alimentándose a su vez de más nombres y más referencias. No era una cuestión de epatar o de ser moderno, que era el equivalente de lo que hoy sería ir de cool o de hipster, es que yo era así. Y con esto no quiero decir que era único o que estaba solo, porque había más gente con esas inquietudes y gustos, solo que no era tan sencillo conectar como lo es hoy. El planteamiento del fanzine era muy subjetivo. Si te fijas, no hay entrevistas a Nacha Pop o Los Secretos porque no me atraían lo suficiente como para ello. También he de decir que Esteban Leivas, que era productor de Glamour y en cierto modo me adoptó como su hermano pequeño, también me hizo descubrir otras músicas y apreciar artistas que no tenían nada que ver ni con PiL ni con Alan Vega. Ese proceso lo activó él entonces y ha sido muy importante a lo largo de los años. Es por eso que aprecio tanto un clásico de Sabina que uno de Dinarama o de Prince. El concepto de la modernidad en la música está muy claro, pero no siempre es visible. El tropicalismo era megamoderno pero hasta que Beck no empezó a hablar de él, la prensa musical anglosajona no le hizo ni caso. Y encima, en España siempre tenemos ese miedo a parecer tontos y a no atrevernos a apostar por algo si no tenemos seguridad de que vamos a ser secundados. En mi caso, a nivel profesional, casi siempre escribo sobre ese tipo de música anglosajona ligada a unas tendencias concretas, y cuyos nuevos representantes hoy sí son celebrados por todo tipo de medios. A nivel personal, no sé por qué, cada vez tiendo más a volver a lo que me hacía feliz en aquellos años adolescentes.
Si tuvieras que destacar algunos discos, nacionales e internacionales, del periodo que cubre «Estricnina», ¿con cuáles te quedarías?
«A kiss in the dreamhouse», de Siouxsie & the Banshees; «Grandes éxitos» de Alaska y los Pegamoides; «El acto», de Parálisis Permanente; «Alan Vega», de Alan Vega; los singles que salieron en esa época de Derribos Arias y Gabinete Caligari; «Canciones profanas» de Dianarama + Alaska; «Music for a new society» de John Cale; «El eterno femenino» de La Mode; «Prince charming», de Adam & the Ants…
«Estricnina» es un producto muy de los años ochenta, y en la actualidad se cuestiona el pop rock español de aquel periodo, se le acusa de estar apoyado por el poder, en concreto por el PSOE. ¿Crees que sucedió tal cosa?
Yo creo que el PSOE vio potencial en la movida cuando esta ya existía como algo aceptado y establecido. Sobre todo con Tierno Galván de alcalde de Madrid. Hay una proyección de modernidad que le venía muy bien al PSOE para vender la idea de una España que salía de las tinieblas. Pero hasta ese momento, que podría situarse en 1984, cada uno se las apañaba como podía, no había apoyo institucional ni nada parecido. Yo en ningún momento vi que Radio Futura o los Pegamoides disfrutaran de ningún apoyo especial en aquellos primeros años en los que toda esa gente y todas esas iniciativas artísticas, incluidas las de Pedro Almodóvar, eran vistas como algo propio de unos cuantos excéntricos. En Valencia ese apoyo fue inexistente antes y después de 1984. La Diputación organizó un concurso de nuevos grupos, vale, pero yo jamás he sentido que la izquierda valenciana entendiera o aceptase la cultura pop. De hecho, por esas manías persecutorias tan arraigadas en nuestra ciudad, gracias entre otras cosas a la impagable «Cartelera Turia», siempre se nos vio como al enemigo tonto al servicio del capitalismo. Siempre nos ha perseguido ese estigma. La televisión autonómica valenciana programó en sus comienzos un programa juvenil –en el cual trabajé– que daba espacio a la música, pero todo era muy condescendiente, hecho para preservar parte de una imagen supuestamente “moderna” y nada más. Como dicen Chico y Chica, mucho decir qué guay, pero al final ya has visto…
¿Y cómo valoras esos años? ¿Hay nostalgia de ellos?
Los únicos momentos en los que me pongo nostálgico son cuando escucho a los primeros grupos electrónicos –John Foxx, Human League, Oviformia…– con aquellas canciones que hablaban de robots y computadoras, un futuro inminente que hoy es nuestra vida cotidiana y, por lo tanto, las convierte en costumbristas. A nivel personal fueron años muy importantes por todo lo que hice y descubrí. Para mí fueron el comienzo de muchas cosas que conforman los cimientos de lo que soy. Fueron momentos fantásticos que me tocó vivir cuando tenía la edad para vivirlos. Tuve esa suerte. Pero no siento nostalgia. El presente es lo que importa, eso y seguir soñando con lo que está por llegar.
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El libro «Estricnina. Fanzine de ruidos y danzas», solo está a la venta en La Tienda de Efe Eme.
»Estricnina» se presentará el viernes 28 de noviembre en Electropura (C/ Pintor Salvador Abril, 20) de Valencia, a las 20:00 h., con la presencia de Rafa Cervera, el director de Efe Eme Juan Puchades, el periodista Carlos Pérez de Ziriza, y el músico Remi Carreres. El autor firmará ejemplares.