Quique González: «Si no hubiese un poco de riesgo en los discos sería muy aburrido»

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«Tenía muchas dudas de volver, cuanto más te alejas del escenario más ajeno lo sientes»

Tras un tiempo fuera del foco, y una gira veraniega un tanto accidentada, Quique González recibe al otoño con un nuevo disco, Las palabras vividas. El primer trabajo que firma con el poeta Luis García Montero, a la venta el 18 de octubre. De todo ello habla con Arancha Moreno.

 

Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: PATRICIA J. GARCINUÑO.

 

La última vez, Quique González no sonreía tanto. Tres meses atrás, en el escenario del Huercasa Country Festival de Riaza, se dejó la voz a jirones mientras la garganta le quemaba a rabiar. Se subió al escenario en contra de su salud y, aun así, se empeñó en defender un repertorio largo en el que incluyó una versión casi a capela de “Pequeño rock and roll” que no le hubiera recetado ningún médico. Aquella noche le pudo más el compromiso que el dolor, por lo que cuenta: «Tocamos 19 canciones, fue un combate a 19 asaltos. Creo que no he tenido una pelea tan salvaje conmigo mismo en mi vida. Le ha pasado a todo el mundo que se dedica a esto, es muy frustrante ver que no te responde el cuerpo y encima después de dos años sin tocar, con lo especial que era para mí ese concierto. Por un lado lo pasé fatal, pero por otro aprendí mucho. Tenía muchas dudas de volver, cuanto más te alejas del escenario más ajeno lo sientes, aunque suene una perogrullada».

Comparte aquel recuerdo sentado en la cafetería del Círculo de Bellas Artes de Madrid, una tarde calurosa de finales de septiembre en la que viene a hablarnos de su nuevo disco, Las palabras vividas. Esa noche aciaga cobra importancia para entender el camino que ha recorrido hasta este disco, que no ha sido demasiado fácil. En verano tuvo que lidiar con una infección, pero también contra el tiempo que llevaba fuera de los escenarios. Se pegó una paliza de ensayos antes de la gira para compensar los casi dos años que llevaba sin tocar, y el frío le pasó factura en su primer concierto de vuelta, en Torrelavega. «Llovió, hacía una noche horrible de lluvia y frío, tocamos muy tarde, y a la mañana siguiente me desperté sin voz. Me quedaba un día para recuperarme y no me dio tiempo. También la ansiedad juega en tu contra, porque al ver que no tienes voz estás probando todo el rato a ver si la recuperas, y eso es lo peor que puedes hacer». No podía cantar en condiciones, pero hizo un sobresfuerzo para no faltar a su compromiso: «No me iba a bajar de ahí. Para mí era como una prueba, como ver si todavía merecía la pena subirse al escenario, volver a hacerlo».

Una pregunta sobre el dolor físico nos descubre la crisis que Quique ha vivido después de terminar las presentaciones de su disco anterior, Me mata si me necesitas. «Cuando terminé la última gira estuve un poco desilusionado, o desmotivado o lo que fuera. Sin la ilusión en esto no vas a ningún sitio, y tuve que hacer un camino para volver con ilusión y con fuerza, si no, a mí no me sirve. Por eso fue una gran pelea. De hecho nunca había suspendido un concierto en mi vida. Me emociono ahora, al contarlo, porque ha sido un momento duro», admite, explicando lo que supuso cancelar un concierto, por primera vez en su vida. «Si no suspendía en Murcia iba a tener que suspender los siguientes cuatro conciertos, y eso para mí hubiera sido un bajón tremendo, eso sí que me hubiera hecho daño, por la gente que viaja, que está ahí para verte. Tengo mucha suerte porque mucha parte del público que me sigue desde hace tiempo se porta bien. Me quieren, me entienden”. Fue una decisión difícil pero acertada: “Los siguientes conciertos salieron de maravilla. Puedes disfrutar de tu oficio de nuevo y olvidar el marrón de los últimos dos años, que la vida también me ha cambiado mucho, todo lo que te pasa te desorienta un poco también”. El combate de esos días y el reencuentro con su público acabó con final feliz: “Me sirvió para conectarme otra vez con el oficio, para descubrir que quería seguir haciéndolo”.

 

«Fue César (Pop) el que me dio el empujón y la confianza para terminar este disco»

 

En medio de todo ese huracán de volver a recuperar la ilusión por su oficio se ha gestado este disco, Las palabras vividas, el primero que escribe a medias con otro artista, y que firma con el poeta Luis García Montero. Entre ellos existe una conexión de más de veinte años –desde la mítica “Aunque tú no lo sepas” que Quique escribió para Enrique Urquijo basándose en un poema del granadino– que se ha convertido en una sólida amistad. De cuando en cuando, se repetían esa conversación de bar que tienen dos artistas cuando se caen bien: «Tenemos que hacer algo juntos», Finalmente, fue Luis quien desenfundó primero y le disparó la letra de “El pistolero muerto”, antes de que el músico publicase Me mata si me necesitas. Después de ese disco y de su posterior gira siguió enviándole más canciones, en un momento en el que Quique estaba un poco perdido. «Tenía algunas canciones nuevas pero no acababa de ver el disco. César Pop me animó a continuar y a hacer la segunda parte del disco de Luis interrumpida por la gira y el disco anterior. Fue César el que me dio el empujón y la confianza para terminarlo», revela. Pop ejerció de socio y de amigo.

A partir de ahí, González se enfrentó a la difícil tarea de musicar las letras de García Montero. Trabajaban cada uno por su cuenta, pero pensando en el universo del otro: «Luis escribía las canciones escuchando mi música, con una simbología cercana a las cosas que escribo en mis canciones». Eran versos sin música, pero ya sonaban en la cabeza de Quique. Su premisa era “que no sonasen a poemas musicados, sino a canciones, y que la música distrajera lo menos posible de lo que estaba contando Luis”. Por eso se desligó del cuarteto clásico de rock, escogió instrumentación más acústica y bajó las revoluciones, dándole también espacio al silencio: “Yo quería que no tuviera una influencia tan anglosajona o americana, que sonara más mediterránea, más cercana a la música que podría escuchar Luis en su juventud, algo que tuviera más que ver con el folclore, más europeo”. Luis pensaba en el universo de Quique y Quique en el de Luis. “Hemos ejercido de sastres el uno del otro”, describe.

 

Memoria y poesía

García Montero no interfirió en la música, y González respetó los versos originales del poeta. Esa manera de trabajar le llevó a horizontes nuevos, aunque alguna canción se quedó por el camino porque no encajaba exactamente con el paisaje que estaban construyendo para este disco. «Recuerdo una copla preciosa, una música que hizo César, casi a lo Carlos Cano», explica Quique, «una canción de ocho minutos, un edificio de canción, pero yo no me veía cantando en ese estilo, pese a que es una música maravillosa no forma parte de mi educación musical».

Las diez que han llegado al disco lo han hecho, muchas veces, sin estribillos. Y el músico cree que son totalmente prescindibles: «Por supuesto. Yo creo que he sido mejor escribiendo estrofas y puentes que estribillos. Los estribillos de Leiva son espectaculares, a mí no se me dan tan bien, pero como dice un amigo, la poesía no tiene que buscar un estribillo, todas las buenas canciones no necesitan una pandereta en el estribillo, ni siquiera un estribillo. Muchas de las que más me gustan no lo tienen, y no pasa nada». Por eso no le pidió ningún puente ni estribillo al poeta, aunque se dio cuenta —demasiado tarde— de que cambió un par de cosas de forma involuntaria al tirar de memoria: «No son cosas sustanciales, pero a mí me ha jodido. Son erratas mías, no es que yo haya cambiado nada de una forma intencionada», admite. Al caer en ello le pidió perdón a García Montero, y este le tranquilizó con una respuesta inolvidable: «No te preocupes, la memoria siempre mejora la poesía». «Consiguió quitarme un poco de culpa», sonríe Quique.

 

Las canciones

Como le pasa con la mayoría de sus discos, Quique también se ha peleado de lo lindo con algunas de las piezas de este nuevo trabajo. «Siempre me ha pasado con mis canciones, algunas son un dolor de cabeza. “Canción con orquesta” han sido horas y horas, pero todo eso se te devuelve, parece que no va a ningún lado pero llega un momento que hace click, como el cubo de Rubik, y ves que todo tiene sentido». Tanto, que se ha convertido en una de sus favoritas de este repertorio. Otras, como “Todo se acaba”, fueron mucho más inmediatas: «Me gustan las canciones duras, pero a mí me toca especialmente esa canción, y también a algunos de los amigos que vinieron a casa, a los que les enseñaba las canciones… me daba como miedo ponérsela, pero era de las que más les gustaban. No la puedes escuchar en cualquier momento, pero es una canción chula para tomar una copa solo en casa y reflexionar. Para Luis es una canción de fin de verano, de amores de fin de verano». Para quitarle intensidad al disco, que contiene unas cuantas canciones largas, le pidió al poeta alguna pieza más breve, y este le mandó “Seis cuerdas”, una pieza fugaz que ejerce de «epílogo sobre el oficio de la música, las cosas importantes de la vida. Por eso son seis versos: amor, amigo, nubes, la casa, el sol, la luna. Ayudaba un poco a no dejar el poso lúgubre de “Todo se acaba”, que me encanta pero es una canción durísima, me gusta que terminemos el disco con algo un poco más amable. Creo que ayuda a asimilar el tono del disco».

Una de ellas, “El pasajero”, estuvo a punto de ser el título del disco: «Me parecía chula la idea de Luis pasajero en mi música y yo en sus canciones, pero vi el disco de Depedro y busqué varios diferentes”. Así nació uno aún más poético, Las palabras vividas, un verso de la canción “Las nuevas palabras” que alude a la simbiosis entre la letra y la música: «Palabras que cobran vida a través de la música y música que cobra vida a través de las palabras».

 

«Luis y yo hemos ejercido de sastres el uno del otro»

 

El mundo que García Montero ha construido para este cancionero se asienta sobre una simbología muy sencilla. «No tienen un lenguaje rebuscado: la luna, las palmeras, la ciudad, la lluvia… nuevas palabras para contar las cosas de siempre, como dice Luis. Algunas hablan del sentimiento de colectividad, hay otras canciones más sociales (“La nave de los locos”)… Igual la más extraña del disco es “El pistolero muerto”, es nuestro western, es una canción que, por lo que he hablanado con Luis, creo que habla de la educación que recibimos y de lo que condiciona eso el futuro. Hay una canción de amor absoluto que es “Qué más puedo pedirte”, que yo la conecto con ‘Aunque tú no lo sepas’, ese tipo de canción». “Bienvenida”, el segundo adelanto de este disco, habla de su paternidad: «Es una canción que Luis me envió al día siguiente de darle la noticia de que iba a tener una niña. Me parece uno de los mejores regalos que va a tener mi hija en su vida, una canción de Luis antes de nacer. Solo por esa canción ya ha merecido la pena este proyecto». Su antiguo caos creativo, ese en el que podía estar decenas de horas concentrado en la creación, ha dado un giro de 180 grados ahora que tiene una hija: «Es cierto todo lo que dicen, la paternidad te mueve muchas cosas, te hace tener otro tipo de perspectiva, otras costumbres, otro orden, se mueve todo el piso, piensas en ti de otra manera, aunque básicamente lo único que cambia es que hay un pasajero del que tienes que cuidar en tu vida, y es un regalo increíble, tienes que buscar tu espacio creativo de otra manera, con otro tiempo fuera del caos en el que he vivido toda mi vida para componer y hacer mis cosas, pero bueno, es como todo, hay muchos compañeros que tienen hijos. Hace falta tiempo para ajustarse porque el cambio es muy bestia y la ola es muy grande, pero es el regalo más grande de la vida, claro». Quizá, por todo esto a Quique le ha salido un disco conectado con el hogar. “Puede que sí”, reflexiona.

 

 

La grabación

Para registrar el disco acudió a los Gárate Studios, ubicados en las montañas de Andoáin, en Guipúzcoa. Había estado allí años atrás, grabando algunas tomas de Avería y redención, y varias colaboraciones con La M.O.D.A. y Bide Ertzean. Se trasladó al caserío diez días junto a cinco músicos de confianza. De las bases se encargaron Edu Olmedo (batería) y Pablo Navarro (contrabajo). El resto de la instrumentación, salvo la guitarra acústica de Quique, corrió a cargo de los tres músicos que han producido el álbum: Diego Galaz, Toni Brunet y César Pop. Con ellos ha dado forma a un repertorio gobernado por el sonido acústico. Hay alguna guitarra eléctrica pero no hay bajo, y las baterías no llaman la atención pero “son importantes”. A todo ello se suman unos cuantos instrumentos que aportó Diego Galaz y que se salen del esquema de una banda de rock, como el violín trompeta, la mandolina italiana o la zanfona, que se inventó en el siglo XII. «Quería algunos ritmos distintos que se acercaran más a algo nuestro, más alejado de Nashville», dice. Un disco hermoso, que suena a nuestro folclore y parece concebido para escuchar una tarde de otoño junto a la chimenea.

 

«Entiendo el mundo de la inmediatez en el que vivimos, pero eso está reñido con el espíritu de este disco»

 

Originalmente, sin embargo, Quique tenía pensado que lo produjese Carlos Raya, que tuvo un problema de última hora y solo pudo encargarse de la mezcla. «Quince días antes de entrar al estudio no teníamos productor, tuvimos que improvisar. Creía que el disco estaba maldito y no lo íbamos a sacar, daba ganas de abandonarlo. Nunca me había costado tanto, nunca había tenido tantos problemas de toda índole», admite el compositor. Pero a pesar de los imprevistos, la compenetración entre el equipo de trabajo fue absoluta, en lo musical y en lo personal. «Yo soy muy fan de la convivencia de los músicos, creo que hay música ahí también. Si una banda se lleva bien sentándose a cenar y despertándose en el mismo lugar eso va a favor de la música. Hicimos un equipo muy bueno, cada uno aportaba muchísimas cosas en lo que estábamos haciendo». Cuando trabaja con la gente, a Quique le gusta compartir el tiempo que rodea a la actuación o al estudio, y comer y cenar juntos. «Nos hemos cruzado con bandas en los aeropuertos y estaba cada uno en una punta, como si se debieran dinero. Nosotros hemos intentado que la convivencia sea buena. Normalmente la convivencia juega a favor de la música». En algún espacio muerto, según nos chiva un músico de su banda, también se revelaban aficiones dispares, pues unos jugaban una pachanga de fútbol y otros veían First dates. «Yo era de los que chutaba el balón», ríe Quique, que aventura que Toni Brunet, además de buen guitarrista, «hubiera sido un buen futbolista».

 

Otros escenarios

La banda que tocará con él en esta gira tampoco es la que diseñó en un principio. «Ha habido algunos cambios que han sido una putada, un músico que iba a venir ha tenido un problema de salud, eso ha hecho que Boli toque el piano y el acordeón en la gira. A otro músico, Raúl Bernal, le coincidían muchos conciertos con los de 091, le apetecía mucho venir, pero no podía… con Toni ha habido suerte porque solo coincidían dos fechas con Coque (Malla). Diego está con su proyecto, Fetén Fetén… hay que entenderlo, este es el mundo en el que vivimos y no puedo pensar que mi proyecto es más importante que el suyo», comparte Quique. Esos cambios de guion han propiciado reencuentros felices, como el de Jacob Reguilón, que volverá a empuñar el contrabajo a su lado: «Llevo ocho años sin tocar con Jacob y me hace una ilusión tremenda que vuelva». Le acompañará en una gira que recalará en auditorios y teatros a partir del próximo 7 de noviembre, noche en la que dará el pistoletazo de salida en Alcalá de Henares (Madrid).

 

«Ver al público con una sonrisa es lo que más da sentido a lo que hacemos»

 

Presentar un disco de canciones más pausadas lejos de las salas de conciertos quizá suponga un riesgo. Ni el disco ni la gira son una continuación musical del trabajo anterior de Quique, pero eso no le amilana. «No, de hecho me daría más miedo que no hubiera nada de riesgo a estas alturas. No me hubiera gustado haber hecho un disco en la línea de los últimos que estaba haciendo, me apetecía hacer algo distinto y aprovechar el material de Luis, que ya es diferente, para buscar otros caminos. No se sabe, a lo mejor me siento a gusto con esto y continuo por aquí. Si no hubiese un poco de riesgo en los discos y en los conciertos, si no forzase un poquito la llave, sería muy aburrido». Lo ve así, aunque acepta que el público puede verlo de otra manera: «Entiendo que para mucha gente sea más difícil de asimilar que otros discos míos, aquí no se va a encontrar con “Charo” o “Vidas cruzadas”, pero se va a encontrar otras cosas. Creo que es un disco de trago largo porque tiene mucha información, si dejas que te cale te va a acabar enamorando. Entiendo el mundo de la inmediatez en el que vivimos, pero eso está reñido con el espíritu de este disco, que es a fuego lento, muy pausado».

A partir de aquí, quién sabe. Quique asegura que este disco ha sido un máster y que lo tendrá muy presente cuando prepare su próximo trabajo. No solo ha sido un desafío creativo, también una lección de vida. Porque trabajar en Las palabras vividas le ha devuelto la fe perdida: «Pues sí, me ha ayudado en la autoestima, era un reto nuevo y lo he sufrido mucho, todos los problemas de la producción… pero a veces las cosas son así, tienes que jugar con las cartas que tienes. Sí que me la ha devuelto. Ahora el disco se ha hecho carne, ya no es una idea que tienes en la cabeza, tienes otro disco, todo el viaje ha merecido la pena, eso alimenta mucho la ilusión. Supongo que cuando nos pongamos a tocar en los teatros va a ser más emocionante todavía, ver al público con una sonrisa es lo que más da sentido a lo que hacemos». Habrá que ver sus rostros cuando escuchen en directo la belleza de los versos que cierran el disco: «Vivir es aprender a soñar con la lluvia, a mojarte en la historia y a contar con los dedos».

 

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