Quique González pelea contra el bloqueo y el mito

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COMBUSTIONES

«Un refugio contra el viento, la soledad y la lluvia»

 

Tras las primeras escuchas de Sur en el valle, el nuevo disco de Quique González, Julio Valdeón bosqueja un retrato del momento que atraviesa el músico madrileño, y de las canciones que trae bajo el brazo.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.
Foto: JUAN PÉREZ-FAJARDO.


Quique González pelea con su mito. No es poca cosa. Los mitos aplastan a los poetas. Las leyendas matan más que el veneno. Su colada avanza fiera contra las ganas de seguir escribiendo. Sobreponerse a los elogios es fatigoso. Al costado del éxito uno corre peligro de acabar achicharrado. Tostado de piropos, borracho de azúcar. De ahí que los libros de memorias, en el caso de los artistas, sean mejores cuando cuentan los años del ascenso que al desembocar, doscientas páginas más tarde, en la cría de purasangres, las recepciones con la aristocracia y la ingesta de canapés y premios.

Nuestro cantautor de los valles pasiegos, Tom Petty madrileño con acústica de Neil Young y versos de antracita, juega en su nuevo disco al pasatiempo muy serio de una madurez no impostada. En Sur en el valle hay una yegua guapísima en la portada y un ramillete de canciones cocinadas despacio. Escritas o ensayadas en la quietud varada de una furgoneta que nadie arrancó por culpa de la peste. Leo que el artista iba a la furgoneta como Nick Cave al barco. Despachos alternativos, oficinas paralelas donde los astros del rock pelean para conjurar el tedio, hijo de la repetición, y cultivar el oficio, que precisamente nace de lo muy trabajado. Sin olvidar que tiene una niña de tres años. No hay como ser padre para buscar huecos, trincheras, refugios, en el silencio cartujo que deja el sueño frágil del niño. No hay como tener uno para replantearse unas cuantas cosas y, la primera, la ingente cantidad de chorradas que tanto entretienen cuando estás solo.

El bloqueo lo peleó con una carta de Fito Cabrales. Lo explica en la entrevista que le hizo la jefa, Arancha Moreno, delante de una pirámide de guitarras eléctricas. Si Fito puede quedarse en blanco delante del folio, cualquiera puede. El manantial literario brota de su anterior colaboración con Luis García Montero, radiante explorador de bosques cotidianos y fronteras eléctricas. Del trabajo con el autor granadino nace una querencia por la imagen que mata, el rumor que muerde y el fogonazo que emociona, mientras aparca los guiños más estadounidenses, hijos de Nashville. De paso abandona el toque narrativo, la escritura abierta a otras historias, para facturar y acuchillar y entregar postales grabadas desde dentro. Sur en el valle es un disco de combustión lenta. Una obra para perderse en la ensoñación de unas melodías y unas letras portátiles y domésticas, evocadoras y sencillas. Un refugio contra el viento, la soledad y la lluvia. Caliente y noble como una hoguera de canciones perfectas.

Anterior entrega de Combustiones: La balada de un delincuente sexual llamado R. Kelly.

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