«A veces la cabeza te traiciona y te cuestionas más de lo saludable»
Tras una crisis y un disco al alimón con Luis García Montero, Quique González vuelve a la carga con un nuevo álbum, Sur en el valle. Arancha Moreno habla con él sobre sus nuevas canciones y el momento que atraviesa.
Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: JUAN PÉREZ FAJARDO.
Dice Fito Cabrales que su última canción, “Cada vez cadáver”, nació de una carta que le envió a Quique González tras escuchar uno de sus discos, Delantera mítica. Esa escucha fue tan crucial que le sacó de una crisis en su oficio y le devolvió la fe en las canciones. Seguramente el propio Quique entienda como nadie a su compañero, porque pasó una etapa parecida poco después de publicar Me mata si me necesitas (Cultura Rock Records, 2016). A él, en ese momento, le salvó la mano de un amigo llamado César Pop, que le empujó a retomar un proyecto que tenía dormido y con el que dio forma a Las palabras vividas, el disco que hizo al alimón con Luis García Montero. Pero la verdadera salvación, sin duda, es el recién alumbrado Sur en el valle (Cultura Rock Records, 2021). En esas once canciones nuevas está el Quique que ha sobrevivido a una crisis de fe en el oficio; el Quique que ha regresado firmando músicas y letras y demostrando que aún le quedan muchas canciones por escribir, y que ha vuelto a creer en ellas.
La mañana del viernes que ve la luz Sur en el valle, Quique González repasa con la mirada una columna de guitarras eléctricas en la tienda Headbanger Rare Guitars, en la madrileña calle La Palma. Ha vuelto a su ciudad para defender su nueva obra, escudado por la gente de su oficina y atendiendo constantemente a la prensa en jornadas de promoción maratonianas. Son las diez de la mañana y ya se ha tomado un par de cafés. El madrugón lo compensan las buenas impresiones que le están llegando de su nuevo cancionero, un disco muy esperado por su público. Algunas de ellas también se han hecho de rogar: “Alguien debería pararlo” y “Puede que me mueva” vieron la luz antes incluso de publicar Las palabras vividas. «Salieron como salen algunas, por necesidad, por divertimento. Como me puse a musicar las canciones de Luis, me aparté de esas dos canciones y del posible disco, y de alguna idea que tenía. Lo volví a retomar cuando se paró todo [se refiere a la pandemia]».
Así, con la gira de Las palabras vividas abocada por la Covid y un parón social indeterminado, Quique regresó al cajón de las canciones detenidas. Retomó la chispa que había vuelto a prender durante el disco anterior y superó el bache: «La música trae música, y las canciones traen canciones. Volver a hacer canciones, juntarme con César… hace que vuelvas a creer naturalmente en ello. Mientras no estás haciéndolo tienes mucho tiempo para pensar, y a veces la cabeza te traiciona y te cuestionas más de lo saludable. Por eso creo que vino bien esa especie de crisis que tuve, y que creo que tenemos en algún momento el noventa por ciento de los que nos dedicamos a esto. Porque es algo muy abstracto, y pese a ser un oficio muy bonito tiene mucho desgaste. Me encontraba así, pero de repente empiezas a tener canciones nuevas, a ilusionarte con un proyecto. “Joder, igual ahí hay un disco”, empiezas a verlo con cuatro, con cinco. Y te vuelves a ilusionar. Cuanto más lo haces, con más naturalidad lo ves. Pero si paras de hacerlo, de repente tienes nubes negras en la cabeza». Esas mismas que tenía Fito Cabrales: «Para mí Fito es indiscutible, y si él lo pasa mal, los que le vemos pensamos: “¿Pero cómo lo puede estar pasando mal, si es un fuera de serie, es un estrellón y hace unas canciones fantásticas? Desde fuera es más fácil verlo; desde dentro uno tiene muchas dudas».
De despejar sus fantasmas se han encargado las canciones, y la forma en la que se presentan en Sur en el valle es heredera del álbum anterior. Por ejemplo, en la energía contenida que desprenden: «Hay algo de Las palabras vividas en cuanto al tratamiento de las baterías, el contrabajo… eso condiciona el aire y creo que lo hermana un poco con Las palabras vividas. También Toni [Brunet, productor], que es un guitarrista muy característico y muy especial, y que mandó mucho en el disco de Luis. Hemos intentado dar un paso más, pero manteniendo cosas que nos gustaban de ese ambiente reposado, de este concepto que tenemos, que me parece divertido y que explica muy bien esa falta de revoluciones». Un aire reposado que Brunet, productor del disco, describe como nadie: «Toni dice que tenemos que sonar como viejos vagos. Te imaginas a la banda de Dylan, gente madura que toca sin tener que demostrar nada, sin ningún tipo de efectismo ni postureo en aras del espectáculo. Todo es sobrio: la imagen, la actitud y también la música. Eso no significa que estén tocando aburridos, o que suene monótono, porque tiene mucha carga emocional y mucha profundidad tocar así», piensa González. Y aunque sea él quien dé la cara, asume que no lleva las riendas: «Ese tono y esa bajada de revoluciones siempre está condicionado por las canciones, son las que más saben sobre ellas mismas, las que te piden más tiempo, más velocidad, más ritmo o menos, y tú vas probando un poco y ellas te van diciendo si quieren sonar más urgentes o más reposadas. Confío en eso».
«Toni Brunet dice que tenemos que sonar como viejos vagos»
Además de una bajada de revoluciones, Las palabras vividas ha dejado más poso en Sur en el valle. Hay, quizá, un cambio en las letras, no sabemos si por la influencia de Luis García Montero o por la mirada del propio Quique hacia el valle cántabro que habita desde hace tiempo, lugar al que está dedicado el disco. Quizá no haya tantas historias como en otros discos, pero la escritura y las imágenes son muy expresivas. Da la sensación de que el aire está lleno de pólvora, aunque no hayamos oído el disparo ni visto la bala. «Seguramente algo ha cambiado en mí respecto a la forma de escribir después de trabajar con textos de Luis, pero creo que es una cosa inconsciente y que viene dada por la generosidad de los maestros de verdad, que pasas media hora con ellos y te dejan un poso. Yo he tenido la suerte de pasar tiempo con él, y el privilegio de trabajar con sus textos, y me ha dejado un poso y una influencia, como si me hubiera dado herramientas o hecho ver cosas sin decírmelo explícitamente. Lo aprendes porque te cala, porque te influye como te influyen los verdaderos capos».
Los valles pasiegos donde ha alumbrado este disco —y todos los anteriores, desde La noche americana— parecen haberse adueñado de casi todos los escenarios. Su presencia es tan fuerte que a veces se eleva por encima del relato. «Aquí los paisajes y las escenas, o los planos, si habláramos de cine, a veces tienen la misma importancia que la historia que está sucediendo, y a veces son incluso más importantes. Es un disco más contemplativo que de acción. El sur es el protagonista, pero los paisajes que atraviesa el viento son los personajes secundarios, o a veces los personajes principales. El disco contiene muchas preguntas, un diálogo personal, y eso creo que ayuda a entenderlo mejor, da más tiempo a reflexionar sobre las preguntas que se formulan en el disco». Pasa, por ejemplo, en “Luna de trueno”. Y se distingue, así, de sus trabajos anteriores: «Sí, es menos narrativo que otros de mis discos. Pero no lo hago intencionadamente, es algo más intuitivo que racional. Me gusta crear imágenes, siempre me ha gustado. Quizá en este disco hay más que en otros». Menos persecuciones y sirenas de policía, y más escenarios y preguntas flotando en el aire.
«Es un disco más contemplativo que de acción»
Por momentos, percibimos también un cambio en su voz. Por ejemplo, en la canción que da título al disco, en el que se le escucha un poco más bajo y oscuro. «He cantado más relajado. La canción la grabamos tocando todos a la vez, pero como se cuelan muchos instrumentos en el micro de la voz, para que suene más limpia se vuelve a cantar. Me propuse que la voz fuera grabada en el momento en el que grabamos el resto de instrumentos. Aunque suene menos pulcra, y menos limpia, me suena más natural, porque en esa toma el resto de instrumentos interactúan con tu voz». También hay cambios en la instrumentación, con una menor presencia de la batería y unas guitarras menos furiosas, por ejemplo, que algunos Hammond. «Normalmente, la batería está desde el principio hasta el final de la canción, y aquí hemos grabado con la premisa de que la batería no tiene que estar tocando todo el rato. Puede salir y entrar, como cualquier otro instrumento. Es algo que hace que todo esté más en el aire, que las dinámicas se acentúen un poco más pero que no tengas la sensación de peso constante de la batería. No hay ningún instrumento efectista, todo el mundo está tocando para la canción, y la banda es tan buena y nos conocemos tanto que manejan muy bien esas dinámicas, que es algo muy importante para muchos músicos: que suban y bajen las cosas, que haya silencios y espacios», explica Quique.
En las muchas charlas que tuvieron sobre sus referentes antes de grabar el disco en La Casa Murada, Brunet y González coincidían, además de en Bob Dylan, en Joe Henry: «Joe Henry nos interesa como artista y como productor. Ese sonido, esa profundidad que contienen sus discos. Claro, no le van a llamar para tocar en las fiestas de Móstoles, pero a nosotros nos emociona, nos gusta mucho ese tipo de canciones y de grabaciones. Hablamos mucho de Neil Young, que nos encanta, y de Tom Waits». Y aunque sigue sobrevolando la influencia estadounidense, Sur en el valle no está tan pegado a ese sonido como otros discos previos: «Siempre va a haber una conexión, porque es la música que más he escuchado, me gusta mucho y la acústica Gibson condiciona mucho el sonido y lo lleva a un sitio concreto, pero la guitarra española la acerca mucho más a nosotros. Que no haya pedal steal, poco slide… Creo que Sur en el valle no tiene un sonido tan yanqui como otros de mis discos».
Sí que encontramos más soul que de costumbre, aunque siempre ha mostrado querencia por nombres como Van Morrison: «Me gusta mucho el León. He ido muchísimas veces a verle y me gusta cómo suenan los discos, ese estilo, soul blanco estándar con esa voz de trueno que condiciona todo, esa personalidad… creo que siempre va a ser una influencia para mí. Siempre ha estado en todos mis discos». Está en “Conserjes de noche” y en Pájaros mojados, y se deja entrever en algunas de las nuevas, como “Puede que me mueva” o “Jade”. «Puede ser, hay mucho Wurlitzer y mucho Hammond, más que en otros discos, y eso Van Morrison lo utiliza mucho, el Hammond de “Georgie fame” es supercaracterístico en sus discos. Son raíces que tiene uno, los ídolos siempre están ahí y salen en nuestras canciones. Es difícil hablar de mi música. No es tu música, porque la música está ahí. Son tus canciones. No hacemos música desde la nada, sino con todo el background y el bagaje que tenemos ahí detrás. Intentamos imitar a nuestros ídolos cuando tenemos quince años y cogemos una guitarra por primera vez. Así se construye todo».
Una de las canciones con más carga contenida es “Luna de trueno”. Tiene una atmósfera intensa, como de nubes que presagian la tormenta sin estallar del todo, y una producción que aleja la voz de Quique. «Intentamos que la voz sonase con un efecto a micro viejo, está filtrada por un micro, es una canción un poco turbia. Me apetecía que sonase desde otro sitio, que contase la historia sin la voz tan presente, que fuera un poco como casual, de sonido y todo». No les dio tiempo a probarla en los ensayos previos a la grabación, así que tiene una impronta distinta al resto: «Buscamos la magia de las primeras veces que tocas algo, tiene una grasilla que no tienen las cosas cuando las has tocado veinticinco veces, esa inmediatez… es una toma de ese momento, pero creo que esa canción crecerá cuando la toquemos». La producción incide en la ambientación de la pieza, muy de cine negro, una de las pasiones de Quique. «Sí, hay un poco de thriller ahí. Hay un crimen que sobrevuela todo el tiempo. Y hay una chorrada que me gusta mucho, el verso de “la pizzería Nápoles”. Lo que más me gusta cantar de esa canción es esa parte, una cosa un poco absurda, pero me parece que cuando escuchas eso se enciende una especie de neón viejo, antiguo, con la típica tipografía de las pizzerías. Jueguecillos con los que entretenernos», sonríe.
«No hacemos música desde la nada, sino con todo el background y el bagaje que tenemos ahí detrás»
Hay, en este disco, guiños a los que le rodean. Uno es “Los amigos se van”, la canción de cierre, y el otro “La tripulación”. «La tripulación es tu entorno. Habla de que la mejor forma de protegerte, y de construir cosas en tu vida, es arropándote en tu entorno y cuidándolo. Protegerte de cierta gente, de los que mueven los hilos de verdad y no los conocemos, o tenemos la mala suerte de conocer. Cuando te veas amenazado por ellos, reúne a la tripulación, cuida a los tuyos y protégete. Hay un poco de desencanto también con la industria, sobrevuela un poco eso». Y un bonus track, pero solo para los que compren el cedé o el vinilo: «Como coleccionista de discos entiendo que hay un mayor esfuerzo en el que compra el formato físico. Creo que es bonito que tengan una cosa más, un regalo, un detalle, que la gente que paga diez pavos en Spotify y tiene toda la música del mundo». Por eso ellos pueden escuchar una última pista escondida, “No es verdad”, una letra del poeta Kirmen Uribe.
El arte del disco apuesta por el gris de las fotografías y el dorado en la tipografía. Y, por vez primera en su carrera, detrás del diseño no está su compañero y amigo Fernando Maquieira. «¡Pues no sé por qué! ¡Yo también me lo pregunto! No sé, también es por cambiar un poco. No hay nada malo ni nada raro entre los dos, pero me apetecía trabajar con otro fotógrafo y otro diseñador. Ojalá volvamos a trabajar juntos, pero también está bien cambiar cosas que parecen inamovibles, eso también hace que hagamos cosas distintas». De las fotos se ha encargado Juan Pérez Fajardo y del diseño su hermano, Álvaro Pérez Fajardo. La musa de la portada es una yegua cántabra llamada Pisueña, un símbolo perfecto para el disco: «Es un animal que tiene una mirada muy humana, una cosa muy poderosa y muy dulce a la vez. Transmite muy bien la fuerza de la naturaleza, y en el disco hay muchas imágenes de la naturaleza: el río salvaje, el valle, hay un jinete pálido en tu pelo…». Y alguien cabalgando a lomos de la luz de la luna en “Amor en ruta”.
En apenas un mes, este disco llegará a los escenarios. Se estrenará en Cádiz, en el Gran Teatro Falla el 19 de noviembre, y pasará por Navalmoral de la Mata, Valencia y San Sebastián antes de acabar el año. A Madrid llegará en enero, y la gira seguirá por Gijón, Murcia, Vigo, La Coruña, Zaragoza, Cáceres, Badajoz, Valladolid y Salamanca, entre otras ciudades. «Será una gira de teatros muy chula. Donde más me gusta tocar es en los teatros, es donde siento que mejor suenan mis canciones». Volverá a los escenarios, a esa otra faceta de un oficio sobre el que reflexiona en este nuevo disco, como deja entrever en el verso «quiero sobrevivir al mundo del espectáculo» (en “Puede que me mueva”). La propia “Amor en ruta” podría leerse desde esa óptica, desde las luchas internas por recuperar la fe en lo que uno hace: «creíste tener el control», «reparando fugas», «comparando la conexión», «preguntándote qué pasó». Para él, sin embargo, la imagen es otra, y representa muy bien el momento musical que atraviesa: «Habla de lo que vas dejando en la carretera. En esa canción me imagino a un tipo que se le ha quemado el motor del coche, o se le ha pinchado la rueda, y no pasa nadie, no llega la grúa nunca, y entonces se pone a pensar en el trayecto que ha recorrido y en el camino que le queda de vuelta a casa. Está como en medio de la nada, y esa sensación está en el disco: con un pie en el pasado, en lo que has vivido, y otro en lo que te queda por vivir. El disco me lo imagino en ese momento exacto». Consciente del pasado y mirando hacia el futuro, y de nuevo en ruta con su viejo amor: las canciones.