Siete discos en nueve intensos años. Quique González ya no es ninguna promesa. Hace rato que se ganó su propio espacio entre los mejores del rock en castellano. Ha crecido de forma espectacular como compositor e intérprete, como vuelve a demostrarlo en el intenso Avería y redención #7.
Texto: JUAN PUCHADES.
Quique González está de promoción en Bilbao, arrastra un resfriado y tiene la voz tomada. Lleva una semana atendiendo a la prensa en diferentes ciudades, presentando Avería y redención #7 (Warner), su séptimo disco y el que más rápido ha despegado en ventas, lo que tiene contentos a los responsables de su discográfica. Y, cómo no, al propio Quique. Pero al margen de las ventas, Avería y redención #7 responde al disco que se esperaba de él tras el directo Ajuste de cuentas (2006), el que se anunciaba como el álbum que cerraría una etapa, marcada esencialmente por el trabajo junto a Carlos Raya. Así que era de suponer que el siguiente supondría un cambio. Y así ha sido, ahora el poso más folk-rock de anteriores entregas ha dado paso a un rock eléctrico abierto a la búsqueda de nuevos sonidos acompañado de La Aristocracia del Barrio, la banda que ha montado Quique. Además, a la vez que el disco (en una primera edición junto a él) se pone a la venta Las gafas de Mike, una película que de forma documental recorre el año de gestación del álbum.
Avería y redención #7 es un disco que tiene historia detrás de él. Desde el propio título: “No es sólo un título que me guste cómo suena, tiene que ver con el daño que causamos en otra persona, que es la avería. Y la redención tiene que ver con la forma que tenemos de transformar esa culpa que sentimos y de cómo quitártela, de buscar la manera de transformarla. En el fondo, la idea que late en el disco es que cuanto más fuertes somos o cuanto más crecidos estamos, más vulnerables somos. Que la vida te dé un golpe inesperado, por eso es la primera fase del disco [‘En las primeras horas del día / me caí con todo el equípo’] y la última de la última canción [‘Ya me derribaron muchas tardes más / cuando me creía indestructible’]”.
Estamos ante un disco de ruptura. En algún momento hay hasta un poco de crueldad.
¿Sí? Creo que crueldad no, pero sí he contado algunas cosas de una forma más explícita que otras veces. Pero no ha habido crueldad…
Cuando dices “Sólo llamas para saber cómo estoy, tal vez estaría mejor si no lo preguntaras tantas veces”. Hasta la voz con la que lo dices tiene un punto…
Sí, quizás, pero, fíjate, esa canción es anterior a la ruptura. Esa canción tiene que ver con el entorno y con lo típico que nos pasa a todos de sentirnos fuera de lugar en un montón de situaciones.
Más allá de la avería y la redención, este también es un disco de chicas, puños y coches, ¿no?
Sí, y de sexo, muerte y drogas. Y de Dios… Hay como grandes temas pero tratados desde un prisma muy pequeño, sin delirios de grandeza.
Puede ser, o es una sensación mía, que ahora manejas una escritura muy literaria, pero a la vez como inspirada en imágenes, en flashes visuales. También son canciones muy de ruta.
Al igual que Salitre, es un disco muy viajero, es un disco que está como en movimiento. También está esa mezcla de canciones más sentimentales con otras más narrativas que sí, sugieren imágenes o viñetas, pero no estás ahí sangrando todo el rato. No hay predominio de una cosa o de la otra, me parece que están mezcladas.
DE CANCIONES Y DE BARES
¿Cómo y dónde salen las canciones. O dónde han salido estás?
Hay cinco que vienen de Argentina y cuatro que incluso grabamos allí por primera vez, en Laboratorio Ñ, de hecho tú escuchaste alguna allí, en Buenos Aires. Incluso “Hay partida” la escribí el día antes de volver a España en ese viaje, ya cuando estaba solo allí. Luego hay un montón de letras que han salido en bares de Torrelavega y Santander.
¿Escribes en bares?
Sí.
Como Moris.
Así es. Siempre lo he hecho, también en casa, pero me he aficionado un poco más este año. Incluso cosas de la película [Las gafas de Mike] las he escrito sobre gente que conocía en los bares el día anterior.
¿Y cómo escribes en un bar. Escribes letras?
Sí, me leo el periódico, tomo un gin tonic, observo un poco las cosas y si se enciende una bombillita o surge algo que me sugiere algo intento hacerlo. También escribo mucho órdenes de canciones… He debido hacer, y no exagero, doscientos cincuenta o trescientos órdenes posibles para el disco desde que empezamos. Porque, claro, primero había veinticinco temas, luego veintisiete o así; entre todo, incluyendo los descartes, que no son descartes…
¿Llegaste a pensar en un volumen doble?
Sí, de hecho el primer disco iba a ser de avería y el segundo de redención, fue una idea de Amaro Ferreiro. Realmente es un doble, porque en vinilo es un doble: Ahí estoy salvado [Avería y redención #7 también se ha publicado en vinilo]
Volviendo a cómo salen las canciones, ¿cuando estás en un bar escribes letras, pero vienen ya con una posible música o son sólo textos?
No hay nada concreto, está en tu cabeza según lo estás escribiendo, aunque creo que casi nunca termina siendo lo que tienes en la cabeza o la primera idea que surge. Luego, a la hora de trasladarla con una guitarra y empezar a hacer cosas, la propia dinámica de tocar y jugar con la guitarra te lleva a sitios distintos. Tampoco he hecho letras enteras en un bar, bueno, igual alguna. Pero sobre todo son ideas, apuntes, esbozos, pero que para mí son más que suficiente para llegar a casa a las tres de la madrugada y ponerme a jugar con el piano y avanzar un poco más. Me voy a dormir y cuando me levanto lo primero que hago es estar ahí jugando con lo que estaba saliendo anoche. También hay muchas canciones que las he hecho en casa, claro.
¿Y salen distintas las canciones con piano o con guitarra?
Sí, claro, porque la disposición de las notas es distinta. Tampoco soy un virtuoso con ninguno de los dos instrumentos, pero creo que me manejo bien para componer con los dos, lo que pasa es que me tengo que preocupar por seguir avanzando o todas las canciones me saldrían igual, con un mismo tono. Y el hecho de coger la guitarra o el piano te hace escribir canciones distintas, porque tienen otro espíritu. Lo primero que suelo hacer es sentarme al piano, pero por vaguería, por comodidad, porque no tengo que abrir la funda del piano, sólo es sentarme y ya está. Pero me gusta ir de uno a otro instrumento.
En los últimos años te has hecho un gran amigo del piano.
Sí, compré uno y es muy distinto a tener un teclado, porque es mucho más sugerente. Y este año he aprendido mucho más de lo que había aprendido hasta que me compré el piano, porque te sugiere más cosas, y no tienes que enchufar nada y suena natural, es una disposición más natural.
Algo que siempre me gusta de ti es que pasan los años y continúas hablando de seguir aprendiendo.
Sí, claro, es una de las cosas bonitas que tiene esto, que siempre puedes seguir aprendiendo. Hay un montón de cosas por hacer y un montón de canciones por cantar. Y no lo digo como una frase hecha, lo digo de verdad. Sabes que los artistas que más he admirado son los que llevan treinta o cuarenta años en esto. Piensa en Miguel Ríos, que sube a tocar y lo controla todo como un maestro, se las sabe todas. A mí me gusta mirarme en él, y en Serrat y en Sabina, ver cómo siguen disfrutando de su oficio.
¿Y uno nota que las canciones con el tiempo van creciendo, que tú vas creciendo como compositor, como intérprete?
Ojalá. A veces estamos más o menos inspirados, pero lo lógico es que al ir aprendiendo el oficio se convierte también en algo lúdico. Esto es algo que me gusta cada vez más, porque creo que lo domino un poco mejor y que así pueden salir cosas un poco más interesantes. Al final, lo que uno intenta es tratar de explicarse de una forma con la que estés a gusto y con una voz y un sonido que cada vez sean más propios.
Pero eso, prácticamente, lo has tenido desde el principio.
Pero por el hecho de contar con Carlos [Raya] durante seis discos. Joder, eso me ha hecho tener una dirección, creo que no he dado bandazos y hemos construido juntos, hemos currado como una banda. Carlos lo tiene muy claro y él ha sido quien más me ha ayudado a tener un sonido propio, y ahora ha estado muy bien soltarse del brazo del hermano mayor.
VOLANDO SOLO
¿Sentías que tenías volar solo, o con nuevos acompañantes?
Sí, y él también me lo decía. Es lógico, al final te interesa hacer cosas distintas y hemos trabajado el mismo equipo ocho o diez años y al final todos adquirimos automatismos y sabemos cómo funcionan las cosas porque nos conocemos perfectamente; y eso es cojonudo, pero si quieres, como era la intención, hacer algo que esté en un sitio distinto, pues tienes que cambiar cosas. Y yo también me tenía que atrever a juntar una banda y a confiar en la gente y a confiar en mí y a hacer algo compartido con un equipo en el que estuviéramos todos a gusto. Eso es lo más difícil y lo más bonito que hemos conseguido.
Esta nueva banda de la que hablas es La Aristocracia del Barrio, pero bien se podría llamar la Banda del Cielito [referencia al grupo de músicos que se reunieron alrededor de Quique, Iván Ferreiro, Deluxe y Pereza en el estudio Del Cielito de Buenos Aires durante el Laboratorio Ñ] porque pillaste a todos los que estuvieron allí.
Sí, pero Jacob [Reguilón] ya estaba conmigo y Javi Pedreira no estaba entre los músicos de El Cielito, aunque estaba aquellos días en Buenos Aires tocando con Amaral. Pero como teníamos el estudio a nuestra disposición, una noche tras el concierto de Amaral en el Gran Rex, estábamos en un bar y se vino a grabar unos temas. Esa fue la semilla de esto. Fue la primera vez que sentí que tenía que dar este paso y que lo tenía que dar con estos tíos.
No sólo habéis grabado el disco juntos, sino que la producción es del grupo y tuya, ¿cómo ha sido el acople entre todos?
Perfecto. Lo más lógico es tener una persona que sea el máximo responsable y que detrás de él vayan todos, pero con su criterio. Aunque compartiendo, porque Carlos no ha sido un dictador, pero estaba claro que él era el jefe. Lo difícil y lo bonito es compartir cosas que no sólo tienen que ver con la música sino con inquietudes o una manera de valorar la vida generacionalmente. Ahora todos tenemos más o menos la misma edad y nos reímos mucho, tenemos el mismo sentido del humor. Las bromas son muy importantes, como la dedicación, todos hemos estado en la mezclas, y se vinieron a mi casa a pasar una semana para grabar las maquetas, y no hemos tenido ninguna movida. El momento más tenso de la grabación, el único desencuentro, fue un día que me trabé con una canción que iba a hacer al piano, una canción que era más difícil de lo que creía: Estaba intentando hacer a la vez la voz y el piano y la letra era muy larga y hay que tocar muy bien para hacer las dos cosas. Siempre fallaba en una cosita, y en lugar de dejarlo y darme una vuelta y volver y hacerlo, me lié y me hice ciento cuatro tomas. Y cuanto más lo haces, la voz te suena menos fresca. Me trabé. A la una de la mañana, Ángel Medina, el ingeniero, me dijo muy educadamente, “Quique, igual ya la voz no te suena como antes”. “¡Lo que pasa es que no me ayudáis!” Se habían ido todos a cenar y yo llevaba tres horas solo con el asistente, que me decía “ánimo, ánimo”. Claro, cómo no se iban a ir, lo que tenían que haber hecho era decírmelo dos horas antes. Pero, bueno, si ese fue el momento más tenso de la grabación, te puedes hacer una idea de cómo ha sido. Somos una banda, no sé si lo hemos logrado, pero sí hemos abierto un camino en el que yo no había estado todavía y lo veo como un proyecto, no sé cuántos discos haré con ellos, o cuantos años estaremos juntos, pero sí me gustaría seguir currando con ellos.
Era lo que te iba a preguntar, porque generalmente para los solistas es difícil mantener una banda estable durante mucho tiempo. ¿Tú sí que ves aquí una banda de largo recorrido; o te gustaría verla?
Me gustaría verla, pero, claro, ellos también tocan con otra gente. Están muy implicados conmigo, pero son libres para hacer lo que quieran. Si pueden hacer la gira conmigo y grabar dos discos más, o lo que sea, me encantaría. Porque creo que tenemos algo nuestro y algo bonito. Que podemos hacer cosas buenas.
En el disco sí que se aprecia un cambio de sonido importante, como que ya no está ese poso tan norteamericano, tan country rock, incluso os habéis atrevido con otras cosas: En “La cajita de música” la guitarra hasta suena funky.
¡Sí, es un solo impresionante de Javi [Pedreiro]!
¿Te apetecía soltarte un tanto de tu propia imagen, del sonido que te había definido?
Sí, y hacer un disco libre, como con mucha información, muy denso y que no remitiera a un rock tan clásico, o tan country rock o folk o lo que pudieras llamarlo. Pero, claro, en los últimos discos habíamos utilizado mucho pedal steel, mandolina, dobro, violín, armónica… Y este tipo de instrumentos marcan un sonido y lo sitúa muy fácilmente, aunque no hayamos hecho nunca una cosa de género, pero sí es fácil identificarlo. Y este es un disco muy crudo, somos cuatro tíos tocando a la vez. Hay dos recordings de Hammond, coros y cositas, pero realmente estamos sonando los cuatro; bueno, los cinco, porque Ángel Medina es quien nos hace sonar.
¿Cómo se te ocurrió grabar una versión de “La vida te lleva por caminos raros”, de Diego Vasallo?
Porque la hacía en directo el año pasado. Yo solo con la guitarra. Es mi canción favorita de Diego, es una de mis letras favoritas. Tiene muchas imágenes.
PELÍCULAS, VACAS Y CABRAS
El disco se complementa con la película Las gafas de Mike. ¿Fue casualidad encontrarte con una película entre las manos?
Absolutamente. No tenía ninguna intención, pero por casualidad y por un golpe de suerte conocí a “Mac”, a Fernando Macaya, que es un guitarrista que ha tocado con Deltonos, es un musicazo y le gusta mucho mi música. Un día entré en su tienda, empezamos a hablar y a hacer cosas. No lo puedes hacer con alguien con quien no te lleves muy bien y nunca me he sentido violento con la cámara y eso es muy difícil.
¿Filma él?
Sí, él todo el rato, con una sola cámara. Yo no era consciente muchas veces de que estaba grabando. Tenía cincuenta horas de grabación, que es una burrada.
Hay que decir que la película tiene hasta sus pequeños videoclips.
Sí, íbamos haciendo de “freaks”, sin saber en qué iba a quedar eso. No sabíamos adónde íbamos a llegar. Nos juntábamos a comer y decíamos tres cosas que nos gustaría hacer y algunas las hacíamos, como el “puenting”, y otras no. Íbamos a comprar una cabra en el mercado de ganado de Torrelavega y hacer un clip con eso. Pero al final no salió. Y creo que Mac está jodido con eso, con no haber comprado la cabra. Yo era el más escéptico.
Viendo la peli uno se pregunta cómo un urbanita como tú ha terminado por ser un hombre del campo.
Bueno, tampoco soy un hombre del campo… Y todavía necesito dosis de ciudad, no podría estar viviendo allí todo el año, y en Madrid tampoco. Incluso ahora que tengo que ir a Madrid a ensayar, a hacer promo, me gusta mucho moverme por la ciudad. Allí también me muevo mucho, cuando quiero un poco de jaleo me voy a Torrelavega o a Bilbao.
Porque en tu casa llevarás una vida bastante aislada, ¿no?
Sí, ya lo has visto, levanto la cabeza del piano y me saluda una vaca… Estoy ahí con mi perro, y la verdad es que está bien.
En la película hay una escena en la que acabas en Granada en una pensión cutre y buscas un sitio donde tocar esa noche y acabas en un pub extraño…
Sí, con cuatro personas. Mola porque el día anterior estábamos en Motril con unos aplausos de puta madre y al día siguiente en ese pub en Granada y terminabas la canción y se escuchaban como cuatro aplausos. Mola mucho. Claro, es que eso también es el rock and roll.
¿Ese tipo de experiencias te gustan por subir a un escenario y tocar, por pasar la noche?
Sí, claro. Muchas veces son las dos de la mañana y no me apetece tomar otra copa o seguir “averiando”, lo que más me apetece es irme al Lady Pepa [local de Madrid] y tocar a las tres de la mañana para el encargado y la camarera rusa.
Eso tiene mucho de buscar una cierta mitología rock, del músico que va tocando donde sea porque le apetece.
Es que tiene que ser así. Tocar es jugar. A Leiva [Pereza] le pasa lo mismo, estamos viendo un concierto y me dice “tío, me muero de ganas de tocar”. Y si hay una posibilidad, acabamos tocando. Lo hemos hecho este verano y yo he encontrado en Santander y en Madrid sitios donde puedo ir a tocar el piano.
O sea, que ya tienes tus locales donde ir.
Sí, un par de sitios.
¿Y tus seguidores lo saben?
No, además no me anuncio, claro. De hecho esto genera escenas muy divertidas: Una chica que te dice que tienes que dedicar a esto porque lo haces muy bien. Le respondí: “voy a pensar en ello”. O un tío que te diga con la boca llena de espaguetis que tienes mucho estilo…
¿Te plantearás en el futuro alguna gira como las que hacías solo con el piano y la guitarra?
Por supuesto. Es mucho más libre que tocar con banda, no tengo ni siquiera que hacer una lista de temas para tocar. Incluso muchas veces, tocando solo, la gente ha hecho el concierto, ellos me han dicho las canciones que querían que tocase. Alguno me deja en pelotas, porque me pide una canción que hace seis años que no toco y te quedas en blanco. Pero me gusta hacer eso, puedo tocar lo que quiera, no tengo que ensayar. He aprendido mucho yendo así. La gira que hice justo antes de Kamikaces fue una escuela total.