“Tal vez no había mejor momento que este para volver al escenario que le vio crecer, en una gira –‘Carta blanca’– que es la vuelta a lo que fue, la soledad con la que se curtió en directo, con su guitarra, su armónica prendida del cuello y el piano en un rincón”
El músico llega a la capital con la gira “Carta blanca”, en la que defiende todo su repertorio a solas con la guitarra y el piano. En Madrid regresa a uno de los escenarios que le ha visto crecer: la sala Galileo Galilei. Allí estuvo Arancha Moreno.
Quique González
28 de mayo de 2015
Sala Galileo Galilei, Madrid
Texto: ARANCHA MORENO.
No recuerdo muchas de las cosas que aprendí en el colegio, pero tengo grabada a fuego una historia que nos contaron una vez, sobre un profesor que fue encarcelado por traducir libros que no estaban “bien vistos”. El tipo pasó entre rejas cinco años de su vida, y cuando por fin fue puesto en libertad y regresó a su cátedra, arrancó con estas palabras: “Como decíamos ayer…”. Como si no hubiera pasado el tiempo. Como si no hubieran silenciado su voz. Como si lo único importante fuese lo que sucedía entre esas cuatro paredes. Era Fray Luis de León.
El pasado jueves, después de muchos años sin pisar ese escenario, Quique González regresó a uno de los mayores testigos de sus inicios como músico: la sala Galileo Galilei. Volvió al escenario que, hará doce o trece años, pisaba casi todos los meses. Su nombre solía venir en los panfletos alargados de la sala, como músico habitual dentro de la programación. Muchas veces tocaba solo; otras le acompañaba a la guitarra Carlos Raya, o Edu Ortega. Tocaba cualquier día entre semana delante de un público que no le pedía sonar en la radio, ni tener una buena campaña de marketing, ni una banda. Iban por las canciones. Por los temas de “Personal”, “Salitre 48” y “Pájaros mojados”. Alguien le descubría en directo y ya no había vuelta atrás: quedaba atrapado. Y siempre volvía con alguien más. Eran conciertos de fieles.
Hacía años que Quique no aparecía en los folletos de Galileo, hasta este mayo de 2015. La sala no ha cambiado mucho: mismos rótulos de neón, mismas fotos en las paredes, mismo escenario, mismo dueño, mismos camareros. A saber cuántas imágenes le habrán venido a la cabeza a Quique al llegar a ese camerino, cuántos recuerdos de entonces. Tal vez no había mejor momento que este para volver al escenario que le vio crecer, en una gira –“Carta blanca”– que es la vuelta a lo que fue, la soledad con la que se curtió en directo, con su guitarra, su armónica prendida del cuello y el piano en un rincón. Sin más artificios que un puñado de canciones bonitas escritas a lo largo de más de quince años.
Quizá todos esos recuerdos le lanzaron, como a Fray Luis, a romper el hielo con ‘Anoche estuvo aquí’, como si nunca se hubiese marchado de aquel escenario. Con el mismo respeto y compromiso que tenía cuando empezó, aunque ahora lo avalen nueve discos y cientos de conciertos en grandes recintos. Sale a pecho descubierto y vuelve a cruzarse con muchos ojos de entonces, que vuelven a escucharle a unos palmos de distancia. Es su noche, y lo saben. Quique les mira y les atiende entre canción y canción, porque esta vez el repertorio lo deciden ellos. Alguien a su izquierda grita ‘Pájaros mojados’, él señala hacia ellos y asiente con la cabeza. La sala entera tarda poco en corear aquello de “El mundo gira en un sentido absurdo mientras yo te espero”. En cuestión de minutos, viaja del pasado al presente con su última canción editada, ‘Clase media’.
[Fotografía: Wilma Lorenzo]
La noche es un continuo ir y venir por su historia. Viaja a su discografía más reciente para interpretar ‘Clase media’, incluido en su último EP. Se sienta al piano para regalar otra de las favoritas de la audiencia, ‘Pequeño rock and roll’, con algún contratiempo al comienzo y alguna adaptación en la letra. Es normal: la vida pasa y las canciones cambian, como le pasa a su creador. Con ‘Avería y redención’ tiene que hacerse hueco entre las muchas voces que cantan con él. Encara ‘La fábrica’ y ‘Avión en tierra’ a la guitarra, y ‘Doble fila’ le lleva al piano. Aprovecha para tocar una de sus favoritas, ‘Los desperfectos’, y luego claudica al piano ante otro de los temas más bonitos de su discografía, ‘Rompeolas’. “¡Los rusos!”, grita alguien desde el fondo de la sala, y los soviéticos invaden el teclado, de forma más contenida en acústico que en el disco. Cuando llega ‘Conserjes de noche’, los camareros de siempre la cantan desde la barra. La conocen bien, como pasa con la siguiente, ‘Se nos iba la vida’. La han escuchado así, a guitarra y armónica, decenas de veces.
En la siguiente hornada de peticiones Quique se decanta por ‘Aunque tú no lo sepas’, una canción que tiene mucho que ver con sus orígenes. Cuando llega ‘Día de feria’ vuelve a adaptarse a los nuevos tiempos: la caseta ya no es de los populares, ¿tal vez de los bolcheviques? El partido que se juega esta vez también es distinto: “¿Ganará la Juve el domingo?”. Pasan las canciones por el escenario mientras por la sala desfilan los amigos: Leiva comprando unas cervezas, César Pop camino de algún sitio… Siempre están a su lado, aunque esta noche no subirán a cantar con él, son meros espectadores que disfrutan como los demás. Suenan ‘Dos tickets’, ‘Crece la hierba’, ‘Reloj de plata’, ‘Polvo en el aire’… y llega ‘Salitre’, capaz de arañar las entrañas solo con los acordes del comienzo. Han pasado catorce años y en ese momento parece que no ha pasado ninguno.
Tras ‘Ayer quemé mi casa’, Quique desaparece brevemente y regresa para los bises: ‘Su día libre’, ‘La luna debajo del brazo’ y ‘Dallas-Memphis’. Aún es pronto para dejarlo: hay una segunda vuelta, y el músico aprovecha para agradecer el sonido y el apoyo de su inseparable “Master”, que le lleva acompañando tantos años y acaba de graduarse con Matrícula de Honor. A él le hará un guiño en ‘Backliners’ antes de tocar al piano ‘Calles de Madrid’, cambiando un estribillo para dar las “gracias por estar aquí”. Después de dos horas de concierto, de pie, con la guitarra al cuello, abandona el micrófono, mira al frente y se despide con ‘Vidas cruzadas’. Canta a pulmón, como la sala.
Quique agradece, señala, saluda y se marcha. El escenario enmudece vacío. Ha vuelto a marcharse, aunque esta vez solo hasta mañana, que volverá a tocar de nuevo con el cartel de ‘No hay entradas’. Sobre las tablas, en silencio, reposan el piano, las guitarras y una lumbre artificial de atrezo que le ha acompañado durante toda la velada. Ha cantado al calor del hogar, tal vez porque había vuelto a casa. Allá donde vaya, sin embargo, nunca le faltará su patria: las grandes canciones.