“El songwriter ya no aparece solo tras la guitarra o el piano; ahora lidera una banda, se viste más eléctrico, defiende con furia el rock and roll”
Tras una primera fecha en Pamplona, Quique González celebró este fin de semana dos conciertos en Madrid, el inicio de la gira de “Me mata si me necesitas”. Al segundo acudió Arancha Moreno.
Quique González
Auditorio de la Universidad Carlos III, Leganés, Madrid
3 de abril de 2016
Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos y vídeos: J. PEREA.
El escenario está en penumbra. A la derecha, incrustada en una pared de ladrillo, una ventana con las persianas bajadas deja entrever la silueta de un hombre y una mujer. Tres farolas antiguas iluminan suavemente la escena de lo que podría ser un muelle. Una de ellas indica la proximidad de la avenida Asturiana de Zinc, a un kilómetro y medio. De pronto, una neblina envuelve el escenario, y el teléfono de la cabina inglesa de la esquina suena insistentemente. Aparecen seis hombres a contraluz. Todos lucen camisa y chaleco negro. El primero sonríe y saluda al público del Auditorio Carlos III. “¡Buenas noches!”, dice Quique González entre gritos de júbilo y una tormenta de aplausos. El madrileño agarra la guitarra acústica y empieza por el principio: lo escribes y lo rompes… Estrenando ‘Detectives’, el primer corte de su nuevo disco, “Me mata si me necesitas”.
Es la tercera fecha de la gira de este décimo trabajo, la segunda consecutiva en el mismo escenario madrileño. Un comienzo de gira “accidentado”, según deja caer en algún momento de la noche, en la que hay momentos para los nervios y para la emoción. Los primeros aparecen al presentar ‘Sangre en el marcador’ en vez de ‘Se estrechan en el corazón’, pero no pasa nada: rectifica rápidamente y se lleva un aplauso espontáneo de un público dispuesto a respetar y apoyar al músico. Lo mismo sucede cuando afronta, esta vez sí, ‘Sangre en el marcador’: a mitad de canción, mira a sus músicos y detiene el tema. “Esta gente se merece que hagamos bien la letra. Me he equivocado en una letra y me ha jodido la vida”, reconoce, y vuelve a empezar la canción desde el principio. El patio de butacas le brinda una ovación como respuesta. Esa es la actitud del público del auditorio: expectante y silencioso, pero acompañante en los momentos álgidos. Respondiendo ante cualquier desliz, con una vocación de equipo que emociona al propio artista.
La única invitada de la noche aparece en la cuarta canción, y no es otra que la voz de ‘Charo’, Nina, vocalista del grupo Morgan. Frágil y tímida, parece que va a romperse antes de empezar una intervención prácticamente perfecta, con la misma calidez, madurez y buen hacer que demuestra en el disco. Se retira con la misma discreción con la que ha llegado para dar paso a ‘Cerdeña’, la primera canción calmada de la noche, y la última de la «cara A» del concierto, como dice Quique. “Ahora vamos a abrir un set policíaco con canciones que tienen que ver con el crimen más o menos organizado”, anuncia, y ya se aventura qué tipo de personajes desfilarán por el escenario de cine negro: bailarinas, boxeadores… “ese mundo que nos seduce”, confiesa. Y con toda esa bruma oscura llega la parte eléctrica: canciones que lo pedían desde su confección, como ‘Kid chocolate’, ‘Dónde está el dinero’ (sobre “ladrones de guante blanco que roban dinero negro”) y ‘Tenía que decírtelo’, y algunas que se electrifican acertadamente para la ocasión, como ‘Por caminos estrechos’.
El tercer paseo por su repertorio lo dedica a “Salitre 48”, que cumple quince años. Lo inaugura con la canción que le dedicó a Enrique Urquijo, ‘Tarde de perros’; el pedal steel de Edu Ortega –que maneja con soltura el constante cambio de guitarras, mandolinas, violines…– suena en ‘Crece la hierba’ y la guitarra de Pepo López se abre paso en ‘La ciudad del viento’. Entonces llega otra canción actualizada para esta gira: “A ver si os gusta”, plantea, y alguien no tarda en gritar que seguro que sí. “Bueno, esperad a escucharlo, ¿no?”, y arrancan. Es una de las más reconocibles de su repertorio, pero el inicio nos despista. Sin embargo, sí, es ‘Salitre’ versión 2016. Y con el Hammond de David Schulthess, a los teclados en esta gira.
La banda, completada por la base firme del batería Edu “Sunrise” Olmedo y Alejandro “Boli” Climent, deja por primera vez solo a Quique. Es el momento para dedicarle otra canción a su maestro, con el que hace mucho tiempo que no trabaja, pero del que sigue aprendiendo. Sus palabras de respeto, admiración y cariño van para Carlos Raya, la persona con la que trabajó mano a mano para sacar adelante ese disco que nadie quería. Desde la quinta fila del auditorio, Raya agradece el cariño: “¡Yo también te quiero!”, le grita. Y ahí, mientras toca ‘Permiso para aterrizar’ fundido con ‘Jukebox’, nos reencontramos con el principio de todo. Con el chico que escribía canciones y las tocaba a guitarra y voz por los bares pequeños. El songwriter ya no aparece solo tras la guitarra o el piano; ahora lidera una banda, se viste más eléctrico, defiende con furia el rock and roll. Ahora es menos minimalista y más guerrero. Y en el fondo, sigue siendo el mismo tipo.
Los músicos regresan a las tablas para inaugurar la cara B de este nuevo disco con ‘Piensas rápido’, una historia de los valles pasiegos conectada con otro tema de “Delantera mítica”, ‘Me lo agradecerás’. “Folk norteño” para el que Quique vuelve a hacer sonar su armónica. Como sucede en el disco, aunque separando los ambientes por sets, acústico y eléctrico se dan la mano sin un solo quiebro. A ello ayuda el engranaje del sexteto, que ya empieza a acumular unas cuantas guerras juntos (salvo el teclista, recién incorporado).
El un, dos, tres de la batería de Edu Olmedo da paso a ‘Orquídeas’, y apretado el acelerador rockero, llega ‘Relámpago’, que a pesar de tener dos meses de vida pública, ya se ha convertido en una de las más coreadas de la noche. También es una de las más disfrutadas en el escenario, a juzgar por los guiños entre guitarristas, que se unen para corear el final.
‘No es lo que habíamos hablado’, con el violín de Ortega, es la antesala a ‘La casa de mis padres’, una de las canciones más emocionantes del nuevo trabajo. “Sé que en alguna me va a temblar la voz”, nos decía hace unas semanas en nuestra última charla, y sucede con esta. La letra está a flor de piel, los sentimientos también, y se le atraganta antes del estribillo. Pero tras pasar ese breve bache, Quique toca con fuerza, grita al aire, recupera fuerzas. En esa nueva marcha del escenario, y hasta su vuelta, la gente no para de aplaudir en pie. “Me vais a hacer llorar, muchas gracias”, balbucea.
Si no hay mejor manera de resucitar que aferrarse a una canción, ‘Pequeño rock and roll’ es perfecta para ello. Es la única en la que suelta la guitarra, agarra el micrófono, cierra los ojos y canta con furia. Está viviendo los últimos momentos de una noche intensa, que parece cerrarse con ‘Las avenidas de tu corazón’, una enérgica versión de ‘Su día libre’ (menos suave en la voz que en versiones anteriores, donde “mi madre” se transforma en “mi padre” en la segunda estrofa) y ‘Avería y redención’. Aún hay tiempo para más bises, en los que agradece a todo el equipo técnico su pelea titánica para que todo esté a punto. Para que suene bien, para que luzca bien (es la primera vez que contrata técnico de luces), para que todo empuje en la misma dirección. Lo está cuando afronta ‘Clase media’, y ‘Kamikazes enamorados’, con el público en pie y la emoción creciente hasta el final. Y ahí, sin miedo a bajar las revoluciones, porque se mueve con comodidad en ambos tempos, decide cerrar con ‘Dallas Memphis’. “Quizá soy lo que menos necesitas…”, canta. Una confesión sincera con ese verbo que tanto marca sus letras, y probablemente su vida. Quizá lo que más necesite es escribir y compartir sus canciones. Esa es su necesidad. Y así, sumergido en una espiral de emociones, continúa con ellas su viaje.
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