LIBROS
“Un texto que presenta a “Arrebato” como una de las mejores películas de la década no puede ser malo”
Guillem Medina
“¡Que modernos fuimos en los 70!”
DIÁBOLO
Texto: CÉSAR PRIETO.
A veces, de los tiempos que vivimos de niños, únicamente queda lo que los medios de comunicación celebran cuando acontecen aniversarios o han de llenar espacio. Ya ni siquiera es válida la sentencia de Valle-Inclán que apuntaba que “las cosas no son como las vemos sino como las recordamos”. Ahora, “las cosas son como las cuentan los medios de comunicación”. Tras el cincuenta aniversario de mayo del sesenta y ocho, los que fuimos muy niños en los 70 vamos a asistir a los recuerdos que nos crearán: la crisis del petróleo, árabes e israelíes, muerte de Franco y sandinistas. Esto, entre otras cosas es lo que nos van a explicar que fueron nuestros setenta. Por eso el volumen que edita Diábolo es tan cautivador, porque abrir cada página es asistir a lo que ya nunca más aparecerá en las crónicas. Si quieren, lo hortera, pero es que los setenta fueron también eso. Quizás haya un puntito de nostalgia, no niego la mayor, pero también un mucho de “esto es lo que fue, ufff, cualquier tiempo pasado no fue mejor, ni lo serán estos”.
Sí, nosotros vivimos ahí. Y ahora parece que estuvimos en otro universo. Vayamos a la música, hay bastante. De hecho, comienza con unas claves de finales de los sesenta —página par, texto; página impar, galería de fotos— como el Swinging London o Woodstock. Y de vez en cuando destellos de estilos. Digamos que los más coloristas. Nada de largos requerimientos sinfónicos o brutalidades, aunque fueran también adorados por la masa Genesis, Led Zeppelin o Triana. Lo recuerdo. Mucho glam, Bowie, Elton John, algo de punk, canción del verano, rock rurá —si no lo conocen, no darán crédito—, ídolos juveniles y disco music.
A partir de aquí llegan los apartados de tejidos y novedades, que ocupan también ingentes páginas y cuyo texto de presentación puede dar esos datos inútiles al lector que tan bien sientan en conversaciones intrascendentes. Los pantalones de campana —tomados de los marineros—, los tejanos —¿alguien se acuerda de Lois?— o las labores de punto, son distintivos más de esta época que de otra. Yo tengo aún, en el fondo de armario, sueters tejidos por familiares que me resisto a tirar, porque aún me valen.
Relacionada con esto está la cuestión de los pelos, peinados de todo tipo desde el champiñón a pelucas que extrañamente no daban vergüenza. Y a partir de aquí, descarga de estéticas aceleradas. Las Grecas y el cine quinqui podían convivir perfectamente con la moda folk y campestre. Warhol con muñecas. El blaixplotation con los cursos por correspondencia.
Causan terror estos últimos. En un catálogo que aparece en la sección de fotos anuncian, entre estudios de otros universos, ¡judo por correspondencia! Atentos a las imágenes, porque son impagables. Aparecen las Runaways con plataformones, una niñita en Woodstock, Bianca Jagger entrando a caballo en Studio 54 —Donald Trump fue invitado a la inauguración— o estrafalarios punk con un cartel impagable tras de ellos. Prácticamente todos los setenta se encuentran en el libro, todos insisto, porque a pesar de este delirio visual. Un texto que presenta a “Arrebato” como una de las mejores películas de la década no puede ser malo.
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Anterior crítica de discos: “Blue mesa”, de Luke Winslow King.