COMBUSTIONES
“Todo parece poco para quienes vivimos enganchados a la música entre telúrica y dionisiaca, enfebrecida y poderosa de aquellos viejos bluesmen”
Julio Valdeón reflexiona sobre dos publicaciones que comparten fecha de publicación, y poco más: una caja de canciones de blues de los 60 y los 70 y el nuevo disco del rapero Kanye West.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
Me llega la noticia de la edición de “Voices of Mississippi: artists and musicians documented by William Ferris”. Una de esas cajas golosas, que recoge decenas de grabaciones realizadas por el folklorista Ferris en el Sur durante décadas. Dos discos, con canciones recogidas entre 1966 y 1978. Otro más con entrevistas. Un DVD. Un libreto de 150 páginas con ensayos de Scott Barretta, David Evans y Tom Rankin. Todo parece poco para quienes vivimos enganchados a la música entre telúrica y dionisiaca, enfebrecida y poderosa de aquellos viejos bluesmen.
Parece que las rodajas reunidas por Ferris tuvieron durante años un uso pedagógico, y que eran bien conocidas en círculos universitarios. Leo en el adelanto que entre los músicos de la película figuran secundarios de lujo, y unos cuantos primeros espadas. Por ejemplo Louis Dotson, Lovey Williams, Jasper Love, Cleveland «Broom Man» Jones, James «Son Ford» Thomas, «Little Son» Jefferson, Joe Cooper, «Poppa» Neal, «Sonny Boy» Watson, Shelby «Poppa Jazz», «Brown, Wade Walton, Wallace», Pine Top «Johnson, Maudie Shirley y «Big Jack»Johnson (Clarksdale). Hay también ejemplos de coros gospel, registrados con la maravillosa impunidad y la gloriosa desvergüenza del viajero que accede a un ritual secreto y precioso.
En total, unas cuantas horas de placer en vena, que coincide en su salida al mercado con la edición de lo nuevo de Kanye West. ¿Tendría que preocuparme mi absoluto desdén por el material de West y mi emoción por esas pepitas y calabazas de un pasado cada día más remoto? ¿Me convierte en un ser reaccionario, alérgico al cambio y abonado a la esclerosis estética los infinitos bostezos que acumulo en cuanto empiezo a escuchar las nuevas pistas del eterno tocapelotas, celebrado por los modernos de todas partes y, de remate, rey de las portadas basura que se acumulan en los supermercados gracias a su matrimonio con quien ya saben? No lo sé. No me importa. Sí creo que las interesantes alusiones al presente que firma West, sus catas de las noticias, su audacia a la hora de opinar, su empeño en editorializar lo divino y lo humano, su ego siempre subido e incluso sus boutades en apoyo de Trump acaban por resultar las únicas, y a la postre insuficientes bazas de un disco, “Ye”, al que, por lo demás, le falta chicha. Al suyo y a casi todos los que vengo escuchando en el estilo del muchacho estos años.
Qué le vamos a hacer. Toda la efervescencia, la audacia, la imaginación, la potencia y la amenaza, la celebración y el gozo que encuentro en muchas de las viejas canciones del recopilatorio de Ferris, firmadas por unos intérpretes sin apenas medios y en unas condiciones paupérrimas, todos los milagros y centellas que resbalan por esas pistas, sí faltan, con alarmante frecuencia, en las celebradísimas e inanes grabaciones del reciente r&b, pop y hip-hop. Bien. Nada es eterno. Ni siquiera el mojo de quienes entregaron algunas de las músicas esenciales del pasado siglo, hoy consagrados a esculpir con gesto muy serio la banda sonora de las mejores grajeas publicitarias y los desfiles primavera/verano de los escenarios más fashion.
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Anterior entrega de Combustiones: “Neko Case, feminismo y rock”.