«Es muy probable que me haya influido en la ausencia de límites estéticos, en la tendencia a vestir las canciones con trajes muy diferentes»
Muy valorada en la escena musical gallega, la cantautora María Xosé Silvar, artísticamente conocida como SÉS, acaba de alumbrar un nuevo álbum de música popular, Diante un eco (Delante un eco). Editado por Altafonte, se trata de su octavo disco y en él regresa de alguna forma a sus orígenes, contemplados esta vez desde la madurez y dejando clara su falta de prejuicios, enredando el rock and roll con la tradición oral gallega y aires latinoamericanos. Con este álbum desembarca el próximo 23 de mayo en Madrid, en la sala Galileo Galilei, donde participará en el Festival de las Estrellas. Pero, antes de que eso ocurra, nos acercamos a ella para conocer su punto de partida, el trabajo que zarandeó su mundo y supuso un revulsivo para dedicarse a la música. Y escoge uno de sus favoritos de Joaquín Sabina: Yo, mí, me, contigo.
Joaquín Sabina
Yo, mí, me, contigo
BMG, 1996
Texto: SÉS / EFE EME.
Me compré el disco en El Corte Inglés de A Coruña y me debió costar como unas dos mil pesetas, ya en cedé. Por aquel entonces había bastantes tiendas de discos en la ciudad, pero yo soy del barrio de Elviña. Elviña era una barriada construida en los años setenta, alejada del centro, y las tiendas cool me quedaban lejos en kilómetros y en espíritu. Lo más cerca que había de mi casa, y que además me aseguraba poder tener el disco el día que salía, eran esos grandes almacenes que, por aquel entonces, no representaban para mí ningún dilema moral, claro.
Es probable que fuese el primer disco que me compré yo, que no me comprasen mis abuelos o mi madre. Ya me había pedido Esta boca es mía, que es del 94, por ejemplo, y por esa época también fui al mismo lugar a comprar Absolute Janis [de Janis Joplin], otro álbum que me marcó profundamente. Pero creo que no miento si digo que ese fue el primero que yo pagué y que fui a comprar sola o con mis amigos, pero sin adultos.
Entonces yo ya era «sabinista» por herencia. Mi padre era muy fan de él y a mi madre también le gustaba, así que me crie con sus canciones desde niña. Recuerdo el Juez y parte y el Hotel, dulce hotel en mi casa desde el inicio de los tiempos, son álbumes del 85 y el 87 respectivamente y yo nací en noviembre del año 82, así que figúrate. Yo ya cantaba “Calle melancolía” y “Pacto entre caballeros” siendo muy pequeña. Íbamos en coche coreando «¡mucha, mucha policía!» a todo trapo. Mi padre se murió en el año 89, dos días antes de la caída del muro de Berlín, y su figura se convirtió en algo muchísimo más importante y trascendental aún, así que cualquier herencia que hubiese sido ya valiosa en una situación «normal», adquirió una mayor dimensión.
Por aquel entonces yo «necesitaba» cada disco nuevo de Sabina. No es que lo quisiera, es que lo necesitaba, como solo puede necesitarse algo por lo que se tiene que esperar. Ese es un sentimiento que recuerdo nostálgicamente, porque ya nunca podremos volver a experimentarlo del mismo modo. Aquellos tiempos en los que no podías escucharlo todo, en los que no tenías una biblioteca infinita en la mano, al otro lado de la pantalla, y en los que, precisamente por no poder escucharlo todo, se escuchaba más.
Supongo que lo que tiene de especial es que en él se junta todo. Una poética con la que crecí y que ya admiraba desde la infancia, una producción muy mejorada y una sonoridad aún más ecléctica que la de los discos anteriores, que ya eran muy heterogéneos. Es algo que siempre me gustó especialmente: su capacidad de vestir las canciones con trajes muy diferentes, hacerlo de un modo tan natural y además interpretarlas con credibilidad, precisamente por la ausencia de pretenciosidad a ese nivel. Y no miento si digo que me gustan absolutamente todos los temas.
Las canciones
“Postal de la Habana”, por ejemplo, me enamora desde el primer segundo. Esa guitarra eléctrica con la que se introduce el tema y cómo se levanta al final. “Jugar por jugar”, que grabó también con María Dolores Pradera, ¿qué puedo decir? «La vida no es un bloc cuadriculado / sino una golondrina en movimiento / que no vuelve a los nidos del pasado / porque no quiere el viento»… “Viridiana” te lleva a una cantina de Tijuana, hasta parece que la estés escuchando allí sentada. Ese tema me transmite una alegría que no puedo describir, me hace sonreír y me coloca en un estado de felicidad aún casi treinta años después.
Un tema que destacaría entre los trece que conforman el disco es “El capitán de su calle”. Es uno de mis favoritos de Sabina. Estéticamente me parece interesantísimo y tremendamente propio, pero la letra siempre me ha encantado. Hay unos versos en concreto que me parecen magníficos, que es cuando dice: «Y se reía / con la melancolía que le da la razón a la tristeza / cuando los labios pierden la cabeza».
En ese disco están también “Tan joven y tan viejo”, “Y sin embargo”, “Aves de paso”, “Contigo”… que se convirtieron en clásicos antes de que nadie pudiese darse cuenta. Son temas que tres años después de ser editados se coreaban en España y en Latinoamérica, como si tuviesen dos décadas de antigüedad. Siempre me ha parecido que tiene una capacidad innata para hacer canciones, lo suficientemente asequibles y populares como para conectar con un gran público, sin perder por ello un ápice de calidad o personalidad. Esa falta de petulancia y de pose cool es otra de las cosas que me fascinaron y me enseñaron. No tener la necesidad de disfrazarse. Dedicarle más tiempo a leer que a hacerse fotos.
No sé si es su mejor disco, porque creo sinceramente que, desde comienzos de los noventa, Sabina lograba avanzar y perfeccionarse en cada disco, pero desde luego es uno de los mejores. Poética y estéticamente marca, desde mi punto de vista, un punto de inflexión, no porque lo anterior fuese malo o mediocre, ni mucho menos, sino porque con este álbum alcanza un grado de excelencia que caracterizará sus siguientes trabajos. Creo que lo que sucede aquí es que lo musical, lo lírico y la producción se igualan en calidad, mientras que hasta el momento la producción y los arreglos se quedaban un poco por debajo de la calidad de los textos, que era muy alta. En Yo, mí, me contigo se consigue un equilibrio muy difícil de alcanzar, reservado para muy poca gente en la historia de la música, porque la calificación es sobresaliente en todos los apartados.
Lo sigo escuchando, y creo que siempre lo escucharé. Puede ser unos de los discos que más veces escuché la primera semana que lo tuve. Lo escuchaba tres o cuatro veces al día los primeros días después de comprarlo, de verdad, toda la tarde al salir del instituto. En una semana me lo sabía de cabo a rabo. Nos lo ponemos bastante en la furgoneta cuando vamos a tocar, porque hay compañeros que comparten mi gusto por él.
Influencias
Es muy probable que me haya influido en la ausencia de límites estéticos, en la tendencia a vestir las canciones con trajes muy diferentes. También en esa especial querencia por los géneros que tienen su origen, directa o indirectamente, en la creación colectiva y que, si te fijas, son una constante en la música de Joaquín Sabina. Es algo que ha tratado siempre con muchísimo respeto y cuidado, sin perder en absoluto ni la esencia del género en cuestión ni la suya propia. Tiene muchísimas canciones que te llevan a esas sonoridades: rock and roll, blues, rancheras, vals peruano, rumba, son… sin dejar de pertenecer a la canción de autor y a su forma de entenderla. Esa heterodoxia y esa heterogeneidad como cantautor, que también está en mi música, es muy probable que en primera instancia provenga de haberme criado con sus canciones.
Estrechamente ligado con esto, Sabina ha influido mucho en mi forma de entender la sofisticación. En la música, este concepto es generalmente clasista y racista. Lo latino, o directamente lo «no-anglosajón», es incesantemente denostado. Leo y escucho continuamente hablar a músicos que se refieren a las sonoridades derivadas de las tradiciones peninsulares y latinoamericanas como si fuesen músicas de segunda, como si fuesen más fáciles, menos serias y menos elevadas. He escuchado muchísimas veces el término «pachanga» en contextos en que su uso era una completa aberración, a las mismas personas que ensalzan casi cualquier cosa que se acerque (o intente fallida y catetamente acercarse) a un sonido británico o norteamericano, por básica, simple o redundante que sea. Esto me genera tanta vergüenza ajena que si pienso en que escuchar a Sabina me ayudó a no ser así me entran ganas de darle un beso, por mucho que hoy no me genere la misma admiración que en mi juventud.
La ausencia de complejos como consumidor y como creador me parece el más valioso de los legados, hoy más que nunca. La visión transversal, la capacidad de analizar y valorar las diferentes músicas sin atender a hegemonías políticas y económicas… Creo que criarme con un letrista que no caía en ese complejo de querer o fingir ser Bob Dylan, aunque lo admirase, y que partía de lo que somos, me ayudó mucho a no caer en comportamientos e imposturas que me resultan ridículas.
A partir de Yo, mí, me, contigo comencé a escuchar a algunos de los que aparecían en el disco, como Manu Chao. A otros ya las escuchaba, claro. Pero sobre todo me influyó mucho en seguir consumiendo música en la que el texto era nuclear, en buscar bandas y solistas que le diesen importancia a la calidad de las letras. Desde lo más lúdico a lo más profundo, desde lo popular a lo culto, pero con una calidad mínima en lo que respecta a la cuestión lírica. Fíjate que en este disco, y en Sabina en general, tienes desde un “Seis de la mañana” a un “Aves de paso”, pero ambas son canciones muy bien escritas. Su dominio de la prosodia y de la coherencia estética es admirable.
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Anterior Punto de partida: Felipe Cabrerizo y Franco Battiato.