«Creo que sin los Ramones nada hubiera sido nada igual, me abrieron las puertas al punk rock»
Los Radiadores están de vuelta con Sorbos de electricidad, un trabajo urgente y rabioso que presentarán en el escenario de la sala 16 Toneladas, en Valencia, el próximo 6 de abril. Antes, le sugerimos a su líder, Raúl Tamarit, que escoja el disco que le cambió la vida. Se decanta por los Ramones.
Ramones
Animal boy
SIRE RECORDS, 1986
Texto: EFE EME / RAÚL TAMARIT.
Recuerdo perfectamente cuando oí por primera vez a los Ramones. En una comunión, una boda o algún tipo de acontecimiento de esa índole en Minglanilla. Mi abuelo materno era de allí. Después de comer nos metimos unos cuantos primos en un coche, allí uno de ellos puso Ramones Mania. Y ahí saltó todo por los aires. Yo por entonces escuchaba a Iron Maiden, Metallica y cosas por el estilo, también cosas más mainstream como Dire Straits o Michael Jackson, y las casetes que tenían mis padres. Pero aquello era otra cosa. Era inmediato, sin excesivos desarrollos, con un sonido recio y directo, y con unas melodías que te atrapaban a la primera.
Muy poco después, cuando ahorré algunas pesetas, a la salida del colegio con 13 años, me fui a Lanas Aragón, unos grandes almacenes que estaban en la calle Colón de Valencia. Había poco donde elegir, así que me llevé el Animal boy y me fui a casa corriendo a ponerlo. Por aquel entonces los salones de algunas casas estaban cerrados y solo se abrían para comidas destacadas o cuando venían invitados. Y dentro estaba el equipo. Hice un pacto con mi madre para poder entrar yo solo y no tocar nada. Me tiraba horas allí, escuchando el disco, vuelta y vuelta, una y otra vez, mirando la portada, soñando con tener algún día una chupa igual, e intentando entender lo que decían las letras. Alguna vez utilicé una de sus frases en un examen de inglés, cuando preguntaban «componga una frase que contenga “Somebody”, “Something”, “I wanna” o” I don´t wanna”»… y Et voilà, ahí había un autentico filón. Luego el profesor de inglés estupefacto me interrogaba para saber de dónde había sacado aquellas frases. En aquella época en los Salesianos había un escaso conocimiento de quienes eran los Ramones, por parte del profesorado y del alumnado. El caso es que los Ramones hicieron que aprobara algún examen. Gracias por eso también.
Me alucinaban “Somebody put something in my drink”, “Animal boy”, “Love kills”, “She belongs to me”, “Something to believe in”, “Hair of the dog”, pero sobre todo “My brain is haging upside down (Bonzo goes to Bitburg)”. El subidón que me dan los coros en el estribillo no se ha podido igualar, la forma de cantar de Joey, las guitarras de Johnny, cada golpe de batería, me parecía una canción perfecta. Y sigo creyéndolo.
Inmediatamente llegaron el resto de discos. Un primo mayor que yo que era mi dealer musical, me proporcionó prácticamente toda la discografía que escuchaba a estajo. Hoy en día no es mi favorito, pero sí de los que más cariño le tengo, al ser el primero que compré en vinilo. Llevo una copia en el coche en MP3 y de vez cuando lo pongo. Abro las ventanillas y le doy volumen. Me sigue subiendo la adrenalina a niveles desorbitados. En ese momento soy feliz. Creo que sin los Ramones nada hubiera sido nada igual, me abrieron las puertas al punk rock.
Una práctica habitual en ese tiempo era ir a los almacenes antes citados y llevarme una copia de un disco sin retractilar, irme a casa, grabármelo en cinta de casete y al día siguiente o incluso el mismo día cambiarlo por otro alegando que me lo habían regalado y que ya lo tenía. Así pude hacerme con más discos de Ramones, Sex Pistols, The Clash, The Cult o Loquillo y Trogloditas. Normalmente me llevaba uno, y cuando lo cambiaba por otro ese ya me lo quedaba. Supongo que el delito ha prescrito. Conservo todavía unos cuantos de aquella picaresca teenager. Animal boy es uno de ellos. Y conmigo seguirá.
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Anterior Punto de partida: Marilia Monzón, Ella Fitzgerald y Louis Armstrong.