«Es uno de esos discos que se ponían en casa sin cesar, que hacían de armadura»
Raúl Bernal lleva una temporada enlazando proyectos sin parar, y no solo al frente del extinto Jean Paul, el dúo Dolorosa o su propia carrera solista. Al margen de sus conciertos con Lapido —con quien actúa en acústico el 18 de octubre en el teatro Alhambra de Granada— y con Quique González —a quien acompañará al teclado en su gira 25 aniversario, que arranca el 20 de octubre en Vitoria y se prolongará, por ahora, hasta abril de 2024—, el músico murciano no deja de enlazar producciones, una faceta en la que ha trabajado para Diego Vasallo, el propio Lapido o Chloé Bird, entre otros muchos. Además, este verano ha estado ocupado componiendo la banda sonora de Fueron los días, una película de Bernabé Bulnes en la que firma la música y dos canciones originales. Muchos proyectos musicales que le hacen estar conectado a su mundo, el de las canciones. Un mundo que aprendió a amar gracias, entre otros, a discos como Serrat canta a Serrat. Aquí nos habla de él.
Joan Manuel Serrat
Serrat canta a Serrat
ZAFIRO, 1979
Texto: RAÚL BERNAL / EFE EME.
Podría haber sido Bridge over trouble water de Simon and Garfunkel o Songs from a Room de Cohen, incluso el Jesucristo Superstar versión española o un álbum recopilatorio de canciones de amor de The Beatles, edición española con portada azul… cualquiera de ellos podría ser el punto de partida real a mi amor por la música y a mi incondicional respeto por las canciones. Pero si profundizo en esos recuerdos imborrables de la infancia, los que marcan gran parte de nuestra vida más o menos sensible a la belleza, en ellos aparecen las canciones de Joan Manuel Serrat con mucha constancia.
Una de las piezas más valiosas de la casa de mis padres era un tocata Dual-Bettor, de cuando eran novios, que conservo en casa. En el mueble que lo sostenía habría medio centenar de vinilos (en mi casa no entró un cedé hasta bien inaugurados los años noventa), vinilos que mi padre me enseñó desde muy pequeño a poner con mimo en el giradiscos, a limpiarlos, a cuidarlos como el oro que son. Recuerdo que algunas mañanas de los fines de semana, cuando se hacía limpieza general en casa y todas las ventanas se abrían, la música que mi padre ponía a todo trapo inundaba a borbotones todo el barrio (el penúltimo barrio del pueblo por aquel entonces). Algunas veces Simon and Garfunkel, Víctor Jara, Luis Pastor, La misa campesina, Paco Ibáñez… pero sobre todo Joan Manuel Serrat. Aquellas canciones eran una institución en mi casa.
Yo no entendía mucho aquellas canciones pero notaba que eran algo especial. Recuerdo escuchar “Mediterráneo”, “Hermano que te vas a California”, “Vagabundear”, “Para vivir” o “Vencidos” millones y millones de veces, fueron la banda sonora de mi infancia. No dejaba de ser la música de mis padres y ya sabéis, uno siempre tiende a buscar su identidad, su propio ejército, sus propias lágrimas lejos de las de sus padres, así que de alguna manera la rechazaba, no de una forma «violenta» sino con el alarde de la indiferencia. Pero no tardé en comprender que lo que hacía grandes a esas canciones era que ciertas personas, entre ellas mis padres, las amaban. Canciones que les daban horas de juventud, de saberse dentro de la revolución; eran maravillas del mundo, era algo tan valioso que sin ellas no seríamos nada «especial», pensabas que cualquiera que sintiera lo mismo con esas canciones no podría ser mala persona. Ver algunas lágrimas al escuchar ciertas canciones de Serrat me impresionó, a la par que causaron en mí un respeto profundo por aquellas canciones. Esas canciones también me llevaron a querer leer a Machado y Miguel Hernández y a descubrir la relación tan estrecha que ha tenido siempre mi familia con nuestro añorado poeta.
El disco que tengo entre mis manos es uno de esos discos que se ponían en casa sin cesar, que hacían de armadura. Contiene canciones que te llevan a luchar por las buenas ideas y los buenos corazones. Aunque tardé un tiempo en entrar en su mundo de canciones, sé que gracias a aquel Dual-Bettor, a aquellas mañanas de los fines de semana, a mi padre cantando aquellas canciones sin fallar ni una sílaba, a algunos comentarios pasajeros como «con esta canción lloró mucha gente», hicieron de mí un amante de las canciones antes que de la música. Me hicieron respetarlas, me dieron muchos valores aquellos versos y aquellos momentos e hicieron que en algún momento de mi vida quisiera yo también hacer canciones y acercarme a esas emociones. A las de verdad, canciones y emociones de verdad. Llevo muchos años intentándolo.
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