«Su escucha me elevó a un plano espiritual como nadie lo ha hecho hasta ahora»
Siete discos en algo más de tres lustros avalan la trayectoria de los pamploneses Kokoshca, cuyo vocalista y guitarrista, Iñaki López, pasa por Punto de partida para hablarnos de cómo le cambió la vida escuchar a Leonard Cohen.
Texto: IÑAKI EFE EME.
Con el recién alumbrado La juventud en los escaparates, Iñaki López, mitad del dúo Kokoshca, hace el ejercicio de regresar precisamente a esa época. Y nos relata cómo Nirvana, referentes también de su compañera de banda Amaia Tirapu, le pusieron tras la pista de Leonard Cohen.
Leonard Cohen
The best of Leonard Cohen
SONY MUSIC, 1975
Fue a raíz de una canción de Nirvana, “Pennyroyal tea”, donde Kurt Cobain cantaba un verso que llamó mi atención: «Give me a Leonard Cohen afterworld». ¿Quién era Leonard Cohen?
Un día vi un disco, un cedé, en el Supermercado del Cassette de Pamplona en la calle Estafeta, titulado Leonard Cohen greatest hits. Su portada era de un tono amarillo pálido, como el color del cielo del cuadro de Goya Perro semienterrado. En ella se veía a un tipo en plano americano, trajeado y con la mirada perdida enmarcado en una ventana de ojo de buey. Destacaban los títulos de lo que imaginaba eran las canciones que habían sido seleccionadas para esa compilación. Así que lo pagué y me marché a casa a escucharlo.
Desde la primera canción, “Suzanne” (también la primera de su discografía), se aprecia esa forma de tocar la guitarra tan típica del canadiense. Un arpegio un tanto torpe en la mano derecha que luego se convertiría en trémolo tan marca de la casa y que por supuesto copié.
¡Entendía las letras! No me pasaba con otros artistas anglosajones, pero la dicción perfecta de Leonard hacía que comprendiera la mayoría de sus canciones. Y así, una tras otra, pasaron muchas de las canciones de sus primeros años. Ahí estaban “Chelsea Hotel No.2”, “The partisan” (con sus coros en francés), “Famous blue raincoat”, etc.
Su voz profunda tenía algo místico, algo ceremonioso, de ritual. La de una especie de cura, que consumía speed en New York y luego, en una isla griega mientras fumaba, escribía canciones en su máquina Olivetti.
Su escucha me elevó a un plano espiritual como nadie lo ha hecho hasta ahora y así entré en su mundo de canciones sencillas, con unos arreglos mínimos muy certeros bajo la producción de Bob Johnston (¡esas percusiones de carrillón loquísimas de “Sisters of Mercy!”) y los coros femeninos, que fueron sello de su arte durante toda su carrera.
Cohen murió el día que presentamos nuestro disco Algo real (Sonido Muchacho, 2016), pero la inmortalidad del arte hace que aún hoy siga vivo y estoy seguro de que así seguirá y lo tendré de nuevo, afterworld.
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