«Lo importante para mí, es que este disco, respaldado por un coetáneo ‘Honestidad brutal’, me hicieron elegir el riesgo y apostar por la música como estilo de vida»
Nacido en Cádiz, tras pasar por Edimburgo, ahora vive en Madrid, donde ha dado forma a «Carne de canción», su segundo disco, otra buena pieza de canción de autor eléctrica. Aquí nos cuenta del disco que le cambió la vida…
Joaquín Sabina
«19 días y 500 noches»
BMG, 1999
Una tarde de playa gaditana de agosto de 1999, me acercaba a la orilla a bañarme solo después de soportar las coñas de mis amigos por defender a ultranza a Joaquín Sabina (nada menos «cool» que escuchar a ese tipo en el sur siendo un niño). Mascullando dije «a ver si les calla la boca a todos con el disco que saca ahora».
Semanas después, el mismo día que se lanzó el álbum, me hice con el cedé por cerca de tres mil pelas en una de las tantas extintas tiendas de música y escuché con atención, tres veces seguidas, el «19 días y 500 noches». Acababa de comprarme mi primer teclado y empezaba a acostumbrarme a la necesidad de escribir cosas en un papel y ratifiqué lo que venía pensando: mi objetivo en la vida no podía ser otro que hacer sentir a los demás lo que sentía cuando escuchaba las canciones de ese tipo, que se había convertido desde mi infancia en mi adulto de referencia, en aquel que contaba las cosas que mi padre no decía.
Lo de menos es que supusiese el detonador del boom definitivo y postrero del artista; que la vox populi sobre la voz de lija que Stivel le arrancó corriese como la pólvora, o que el amigo que más le atacaba aquella tarde me reconociese años después –convertido este curiosamente en un superventas del pop comercial– que Sabina era un maestro… lo importante para mí, es que este disco, respaldado por un coetáneo «Honestidad brutal», me hicieron elegir el riesgo y apostar por la música como estilo de vida frente a un camino trazado que asomaba con un «traje gris» como recompensa final.
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Anterior entrega de Punto de partida: Depedro y The Velvet Underground.