«La música es lo que más se consume en el mundo, y como hecho social y vital tiene una dimensión importantísima, y los dirigentes no lo reconocen porque prefieren otras cosas más manejables»
Con el concierto de Juan Perro del próximo viernes en Valencia (en La Rambleta), finalizamos los actos del XV aniversario de EFE EME. Y queríamos hacerlo con él, con Santiago Auserón, figura esencial del rock español, siempre en la vanguardia y buscando nuevas formas con las poner en pie su música, en una búsqueda que ya alcanza los veinte años bajo el nombre canino. Hace unas semanas, además, puso en la calle su nuevo trabajo, «Juan Perro & La zarabanda» (un cedé, un deuvedé y un libro), el otro espectáculo que convive con «Casa en el aire» (el que traerá a Valencia estrenando repertorio). En esta larga entrevista repasamos su actualidad y también miramos al pasado.
Texto: JUAN PUCHADES.
Fotos: LA HUELLA SONORA.
Está en Barcelona, ensayando el nuevo repertorio de «Casa en el aire» –el proyecto a dúo junto al guitarrista Joan Vinyals–, para la gira de este año, que estrenará el 31 de enero en el concierto que ofrecerá en Valencia cerrando los festejos del XV aniversario de EFE EME, incluyendo nuevo repertorio e, incluso, estrenando algún tema inédito. Pese a ello, Santiago Auserón, que ha olvidado la entrevista, para y responde al teléfono durante una hora. Como siempre es un placer conversar con él.
En el deuvedé que acompaña a «La zarabanda», cuentas que ese espectáculo es una síntesis de los veinte años de trayectoria de Juan Perro, ¿tenemos que entenderlo a la vez como el fin de una etapa?
No, no creo. Al final, no veo líneas divisorias excesivamente marcadas, salvo el cambio de Radio Futura a Juan Perro. Y, aun así, veo que Radio Futura fue una escuela de rock, de nueva ola internacional, pero mirando cada vez más a los colores locales que podían ponerse en circulación con ese lenguaje internacional. Digamos que Juan Perro fue la consecuencia lógica de lo aprendido con Radio Futura, y ahora lo que pasa es que por primera vez, y es algo que se da en «Río Negro», antes de «La zarabanda», sentí que se producía una maduración de ideas. Digamos que el lado cubano era una vertiente y me faltaba recuperar la otra vertiente, la de las raíces del blues y del rock. En estos veinte años me ha dado tiempo a dar el giro completo. Esto no quiere decir ni que sea el fin de una etapa ni el comienzo de otra, sino que he comenzado a manejar la baraja completa de Juan Perro, por decirlo así.
Y te ha llevado veinte años…
Sí, veinte años. He pensado mucho en ello durante este tiempo, y creo que la razón es que no tenemos un sustrato compartido lo suficientemente estable y hay que hacer solo el trabajo de fundamentar las cosas, de darle apoyo, y eso es muy lento. Si fuera tarea de muchos lo de fortalecer las tradiciones, y también la innovación en una música popular española que aspirase a tener el mismo vigor que la cubana, la brasileña o la norteamericana, si esa tarea fuese compartida por mucha gente y recibiese el reconocimiento social, todo sería más rápido. Es decir, habría habido ya dos o tres generaciones con proyección internacional, pero eso todavía es un proyecto en el aire.
¿Sientes que trabajas solo?
A ver… completamente solo, no. Hay otros creadores que dan pistas, pero en terrenos que no siempre son los del rock o los de la herencia del blues rock. Dieron algunas pistas los nuevos flamencos, se han dado pistas desde el mestizaje, ha dado alguna pista toda la corriente que ha fundido los patrones de síncopa en rumbas y rumbitas, ha dado pistas Kiko Veneno, han dado pistas los Pata Negra, ha dado pistas Javier Ruibal o ha dado pistas algún cantautor que ha dejado de mirar hacia la tradición romántica europea y se ha puesto en el terreno de la polirritmia, como el propio Ruibal o Pedro Guerra. Pistas valiosas hay muchas, pero falta la cohesión de una conciencia compartida de que tenemos una música popular rica, y falta que la gente del rock, en lugar de orientarse durante veinte años al mimetismo y a cantar en otra lengua, cante en la nuestra. Aunque se puede cantar en muchas lenguas, no solo en inglés, en inglés desde luego, es un patrimonio común que tenemos la gente que venimos del rock: oír canciones en inglés y poder cantarlas alguna vez, es un patrimonio común, desde luego. Pero deberíamos prestar atención al área de las lenguas romances, por decirlo así [risas].
Son veinte años –el mismo tiempo que llevas con Juan Perro– desde la primera generación indie de grupos cantando en inglés, en los noventa, por el mimetismo, explicaban, de que en ese idioma se cantaba la música que escuchaban. ¿Te parece lógico?
La lógica es muy sencilla. La de los noventa es la primera generación que aprende inglés en el cole, alcanza un buen nivel, tiene instrumentos electrónicos en casa desde niños y puede ponerse a la altura de la música extranjera que oye, que le motiva, y además la puede practicar. Como esa música funciona en el circuito internacional, por primera vez una generación española se siente con medios y con la información suficiente para ponerse al nivel de la internacional. Y el primer movimiento es copiar lo que se está haciendo fuera. Lo encuentro lógico y respetable, hay grupos indies que han hecho cosas chulas, pero luego, desde mi punto de vista, se han adormecido un poco.
Regresando a «La zarabanda», ¿es un espectáculo en edición limitada? ¿Hasta cuándo vivirá?
No, durará todo lo que dé de sí. Otra vez he tenido mucha suerte, porque en torno al proyecto se ha juntado un club de creadores de primer nivel. Es decir, todos los integrantes de la banda son gente que dirige sus propios proyectos. Son músicos de mucho nivel, muy conscientes de que en el terreno tangente con el jazz han pasado de ser gente de la fusión clásica, que podía resultar un poco densa y pesada, a ser gente de espectro abierto con mucho interés por la música popular. Son improvisadores creadores, no solo improvisadores que hacen escalas, son improvisadores que tienen una visión musical, y les gusta el proyecto, lo entienden bien, y sobre todo nos lo pasamos muy bien tocando juntos. Cada vez que hay ocasión de tocar es una fiesta, porque ocurren muchas cosas a nivel musical, se disparan ideas que luego cada uno aplica en el disco que está haciendo o en el proyecto en el que está tocando. Cada vez que nos vemos se produce una descarga de ideas que después cada uno se lleva para casa.
¿Es un proyecto complicado de poner en pie?
Sí, somos veinte personas currando. Se me ha ocurrido hacerlo en el momento en el que no había ninguna posibilidad de sacarlo adelante [risas]. Somos dieciocho en carretera y dos en la oficina, y por mucho que nos pongamos a tiro, el nivel de gastos es fortísimo, y desde luego debo agradecer a Etno Sur la iniciativa y el apoyo que dieron poniendo la pasta para hacer la producción inicial, porque sino habría sido imposible, eso permite que podamos seguir girando a la mitad del caché. A pesar de que no hay más que algún concierto suelto en perspectiva para este año, estoy seguro de que va a calar, estoy seguro de que la gente se va a enganchar, porque somos una propuesta eficiente, que cubre un espectro desde la vanguardia local a un público muy abierto que puede ir simplemente a bailar y a pasárselo bien. En los conciertos que hemos dado últimamente está clarísimo, está funcionando. Con «La zarabanda» podemos hacer frente a capacidades amplias, a las que no llegamos con el dúo con Joan Vinyals, e incluso con el quinteto de «Río Negro», que es cuando estamos muy en ambiente de club o teatro. «La zarabanda» proyecta un latigazo de sonido que llega a auditorios grandes y que compromete a peña de todas las edades.
En «La zarabanda», y en el viaje de Juan Perro, puede dar la impresión equivocada de que has renunciando a la vanguardia, a la vanguardia que entendimos que representaba Radio Futura, a aquellos sonidos avanzados, aunque desarrollados desde un formato de cuarteto clásico de rock, pero, ¿el paso inicial de Juan Perro, en el que te fuiste al son cubano, fue una decisión muy meditada o solo te dejaste llevar por el viento?
Fue una mezcla de las dos cosas. Desde «De un país en llamas» en adelante, desde el segundo álbum de la nueva Radio Futura, estábamos muy intrigados con la posibilidad de meter color local y resolver la rítmica del verso clásico español con patrones de síncopa internacional. Es decir, hay una parte de reflexión consciente desde entonces, pero luego, en el momento en que Radio Futura se nos hizo inviable por muchas razones a la vez, es verdad que me dejé llevar. Es decir, hubo un momento en el que empezaron a soplar brisas caribeñas, en el sentido de que me encontré con los soneros viejos, y aquello fue una fascinación tremenda, porque además era gente de mucha edad, que en Cuba no se les hacía caso a algunos de ellos, ni tenían el reconocimiento del circuito que habían alimentado ellos mismos en otros sitios, como Puerto Rico, Nueva York o Los Ángeles y aquello me pareció como… es que no tuve que planteármelo mucho, era una cosa de corazón, aquella música me motivaba. Allí oía una especie de blues en español, vaya. Me di cuenta de que había una conexión, no muy aparente, entre la tradición del son cubano y la tradición del blues y que no era posible hacerlo evidente de golpe, sino que había que aprender a practicarlo. Cuando me encontré con Compay Segundo y me empezó a explicar lo que ellos llamaban influencia, cómo habían cazado cosas del jazz de Nueva Orleans para meterlas en el son y cómo, a su vez, ellos habían empezado a influir con esos planteamientos en Nueva York, me di cuenta que el circuito, en realidad, existía. Pero, claro, la crítica al principio, enfadada por la disolución de Radio Futura, no me hizo caso, y algunos pensaban que era un cuento chino, o que para eso ya estaba Santana, que dijo algún listo [risas].
Lo singular es que esa búsqueda que comenzó por el son y te ha llevado hasta la música de Nueva Orleans, haciendo parada en las raíces de la música española, te ha reencontrado con los sonidos primitivos del rock and roll. ¿Cómo ha sucedido?
Claro, porque para mí vuelve a cobrar relieve ese pellizco inicial del rock and roll, ese nervio, ese vigor juvenil leído en su contexto, en el contexto de que circulan cosas. Ahora mismo esto lo estoy viviendo como una especie de circulación internacional que va del sur de Europa al Caribe y a los Estados Unidos, e incluyendo a África, claro, la madre del cordero. Digamos que estoy viviendo esa circulación todo el rato, y cada vez que hago una canción y tengo que salir a cantar al escenario, me sitúo ahí, en ese círculo, y en ese círculo vuelvo a redescubrir las primeras cosas que me atrajeron cuando era un crío, pero en una dimensión más amplia. Entiendo el pellizco del rock and roll primitivo en relación a las cosas de las que viene y hacia las que deriva. Me intriga y me motiva dedicarle horas a ver cómo se puede pasar de una rítmica afrolatina al swing norteamericano sin que se note mucho, pero hay un punto en el que hay que tomar la decisión: tiras por aquí o tiras por allá, porque hay territorios explorados hace mucho, como el bugalú, explorados en una manera de tocar yanqui en los cubanos, en los cuales te puedes apoyar. Ese terreno cada vez es más habitable para los latinos y para los españoles de las diversas lenguas, sobre todo las lenguas romances, supongo que con el euskera es algo más complicado, pero tampoco.
Lo increíble y lo maravilloso de «La zarabanda» es que te podemos ver recuperando temas de todas las etapas de Juan Perro, saltar a ‘Blueberry hill’, pasar a ‘Flamingo’ o atacar un mambo de Pérez Prado, y todo funciona…
Porque la actitud de los músicos es comprensiva, porque compartimos las sensaciones dentro de este círculo del que hablaba, esa circulación de ritmos internacionales, que nos concierne, en la que estamos metidos, y ahora somos conscientes por primera vez que estamos metidos no de una manera mimética, queriendo copiar lo moderno o lo extranjero, sino que formas parte de ese circuito. Ese es el sentido que tiene el empecinamiento de la investigación libresca, que es decir: «no, es que es demostrable que estamos ahí», y que en la historia de España varias veces eso se ha negado. No se trata de discutirle a los chavales el derecho a imitar a los grupos británicos, pero sí es decir, «cuidado, que tenemos varias opciones».
Hace unos días, en la crítica al disco, escribí que tenía la sensación de que el Santiago Auserón investigador o pensador puede haber eclipsado al intérprete, y que cuando se habla de tu música podemos recurrir a cien argumentos distintos, pero percibo que casi nunca nos referimos a tus cualidades vocales, o al sentimiento que pones en escena, al, digamos, artista puro… ¿Tienes esa sensación?
Sí. Y te agradezco muchísimo el acento que has puesto en esos aspectos en la crítica porque, para mí, la música es fundamental para vivir con ánimo. Pero también es fundamental poderme escapar de vez en cuando a la biblioteca. El asunto es que cuando hablamos de música debemos poner el acento en los aspectos musicales, y tú eres un escritor de música y EFE EME es una revista de música, debemos centrarnos y poner el acento ahí. Pero, en mi actividad pública en el último año ha jugado un papel notable la aparición de «El ritmo perdido», un libro denso y que requiere argumentación para demostrar las cosas, requiere manejar documentos difíciles de manejar a veces, como son los tratados musicales árabes del siglo X [risas]. Claro, eso hay buscarlo, hay que leerlo, hay que interpretarlo, no se entiende fácil siempre y he tratado de hacer una lectura plausible y que la gente pueda compartir. ¿Es una lectura densa? No cabe duda. Y sí, ese es un tema que a mí me apasiona, pero no quiero confundir los papeles, porque con investigación no se hacen buenas canciones. Para hacer buenas canciones hay que hacerlas y para tocar bien hay que tocar bien, y para poner sentimiento en lo que haces en el escenario o en una grabación hay que estar en eso, no puedes estar en lo otro. Que luego pueda repartir actividades, es como aquel que tiene un oficio y un hobbie, esa ya es otra cuestión, pero no hay que confundir las cosas, cuando hablamos de música, hablamos de música. Lo único que yo añadiría es que aparte de inclinación personal, es lo que podríamos llamar un hobbie por las letras y por la reflexión, como a otro le puede gustar un deporte, pero yo prefiero esto. Digamos que también me he sentido en la necesidad de pelear, de pelear los argumentos porque los argumentos, en algún momento, me han sido negados, y a mí los soneros me ayudaron a verlo muy claro. Y he tenido que seguir esa pista e investigarlo. Pero, sí, es verdad que en el último tiempo la aparición de un libro tocho como «El ritmo perdido» ha condicionado mi actividad pública. En el disco libro de «La zarabanda» he intentado aligerar un poco, ponerlo un poco más legible y sintetizar lo que concierne a los bailes de negros en España, hay algún pasaje levemente teórico o más literario, pero estamos hablando de música. Lo que sí es verdad es que el libro no es la tocata, la tocata está en otro lado. El libro es una reflexión musicológica para ayudar a argumentar, a compartir una conciencia de nuestra participación en un circuito internacional.
Pero, fíjate, que más allá de los últimos tiempos, iría más lejos. Tú eres una persona a la que le gusta dialogar y explicarse y tratar de estos asuntos musicológicos, y no sé si es por eso, pero percibo que acabamos por valorar tu obra más por tu capacidad investigadora que por el hecho musical puro, el artístico. Es decir, ahí tenemos a Auserón, que escribe canción popular con vocación de tal, que domina el escenario, que se lo pasa pipa y que además, hoy, y es mi sensación, estás cantando de la hostia, y no se suele hablar de ello.
Muchas gracias, porque eso para mí es muy importante, porque yo tengo que vivir de este oficio, y aunque no ganase dinero con él, probablemente lo seguiría haciendo. Para mí es muy importante mejorar como artista. En la vida no da tiempo más que para hacer una cosa bien bien bien, y yo me veo obligado, por mi carácter y mis circunstancias, a hacer tres: letras, música y reflexión cuando puedo. Es evidente que no voy a alcanzar las máximas cotas de la gloria [risas] en ninguna de ellas, pero no me importa mucho, porque lo que me importa es hacer bien lo que me ha tocado, ese cometido de circular de uno a otro y pasar información. Ahora bien, cuando el crítico valora la música, tiene que valorar la música, no pensar en si estoy más o menos leído, porque eso no suena; si influye en calidad en la música, bien, entonces se justifica musicalmente, pero sino, no. En ese sentido, desde luego, cuando salgo al escenario no quiero que se piense que al día siguiente, si no me levanto con resaca, me voy a ir a la biblioteca [risas]. Hay que valorar lo que está sonando, y listo.
Indudablemente disfrutas de la escena, y es algo que se percibe.
No quisiera ponerme trascendente, pero hay algo de ritual, y casi diría de sagrado en el hecho de salir al escenario. Por lo menos de un respeto enorme por el acto público, se puede hablar de algo sagrado sin entrar en contenidos religiosos, lo que le da el carácter sagrado es la presencia de mucha gente que pone dinero, energía, presencia física y receptividad. Esto de por sí es muy fuerte, esto es muy gordo, y me gusta que eso se pueda resolver con esa metáfora que le he puesto de «Casa en el aire»: un habitáculo hecho de vibraciones que no se ven. Que la música pueda justificar un acto compartido y proporcione sensaciones agradables, y a la vez abra cierto horizonte en la cabeza, me parece que tiene mucha importancia, y cada vez me tomo más en serio el acto musical. En realidad para mí es una tabla de salvación porque la sociedad en estos momentos no permite muchas alegrías para pensar en la colectividad con ganas y, sin embargo, las reuniones musicales son algo que tenemos desde hace mucho y que la tecnología no destruye.
Has citado «Casa en el aire», que es el espectáculo con el que vienes a Valencia, al aniversario de EFE EME…
Sí, no le quiero cambiar el nombre porque tampoco quiero tener la sensación de productos comerciales cada año, quiero tratar de compartir con la gente que viene a los conciertos la idea de que «Casa en el aire» es un taller en marcha y en movimiento, y cuando tengamos otra cosa que hacer con el dúo, ya le cambiaremos el nombre, pero por ahora me sigue funcionando esa especie de lema: compartamos un habitáculo de canciones.
El repertorio que recoges es el de Juan Perro adaptado a un formato de dos guitarras y dos voces, ¿te ha costado llevar las canciones a ese formato?
Bueno, digamos que echaba de menos, en el taller este triangular que practico hace años, el poder dedicar algo más de tiempo a poder sostener yo solo las canciones con la guitarra. Yo trataba de tocar con músicos cada vez mejores, guitarristas fuera de serie, músicos muy formados. En todas las bandas de Juan Perro ha habido gente admirable, y sin embargo yo no tengo otra formación musical que la que he compartido con músicos, desde la que compartí con Luis [Auserón] y con Enrique [Sierra] en el local, esa ha sido mi formación musical. Y hay un momento en el que sientes la necesidad de poder dialogar con holgura y sin meter la pata con los músicos a los que estás comprometiendo para que toquen tus composiciones. Todo eso me llevó en los primeros diez años de Juan Perro a tomar algunas clases, con el brasileño Edu Nascimento, con el propio Pancho Amat, que me dio algunas clases de guitarra en los cuatro años que estuvo en la banda, y luego en el Taller de Músics, con Jordi Bonell. En fin, cada vez que podía lo que hacía es que las canciones que me gustaban de varios géneros, estándares de jazz o trova antigua cubana, o boleros, o bossa nova, que yo solo no entendía cómo era la armonía, le preguntaba a mis maestros: «¿cómo se hace esto?» Y poco a poco, me fui haciendo con la posibilidad de defender yo solo mis propias canciones con la guitarra. Esto ha sido importante a la hora de organizar un taller en dúo con un guitarrista del nivel de Joan [Vinyals], que es muy alto, y poder hablar de tú a tú a la hora de tocar y arreglar las canciones. Y está dando muy buen resultado. Lo que sí ocurre, y es el sentido que tiene tu pregunta, es que eso hace de filtro dentro del repertorio. Es decir, hay temas que resisten bien esa desnudez, que cobran valor con ella, y hay otros que no se dejan, y sirve como filtro para el propio repertorio. Estoy sacando adelante lo que funciona así, y está condicionándome mucho a la hora de componer.
¿A la hora de componer, cómo?
Sí, en los últimos tres años, de «Río Negro» en adelante, me está pasando algo que no me había pasado nunca: se me ocurre la música antes que la letra, y yo siempre lo he hecho al revés. Quizá esto tenga que ver con lo que decías de un aire, digamos, «avant-garde» de las canciones: en la escritura un poco libre, me puedo liberar de esquemas convencionales, de alternancia estrofa/estribillo, o de medidas muy cerradas. A la hora de escribir en Radio Futura no salían inicialmente versos tradicionales españoles, ni estrofas tradicionales, salían cosas que sonaban bien con ritmos internacionales, y eso tiene medidas irregulares, si cuentas las sílabas, tiene nueve… son siempre impares, no es el octosílabo tradicional español. Eso me ha llevado durante un tiempo por un camino, y las letras me han llevado a hacer músicas un poco más raras para ponerles la melodía y estructurar la armonía de una canción que ya se presenta con la letra algo irregular para el castellano, te lleva a sonoridades un poco inauditas, que es lo que pasaba con Radio Futura. Conforme yo he ido aprendiendo un poco más de armonía con los músicos con los que he tocado, pues surge la tentación de pulir un tema cada vez más redondo, por decirlo así, musicalmente hablando. Entender cómo es una canción que toca Louis Armstrong, o una bossa clásica del repertorio de João Gilberto, por citar algunos ejemplos. Al entender eso, percibes cosas que antes no percibías con la misma claridad, eres capaz de reproducirlas con la guitarra, y eso te lleva a ponerte las pilas y se te ocurren músicas, que es lo que me está pasando ahora. Las cuatro últimas canciones que he compuesto –vamos a estrenar alguna en Valencia, en La Rambleta– están surgiendo así: surge la música primero, completo la música primero tarareando, y cierro la melodía tarareando, incluso la escribo en el ordenador, en un programa de escritura tipo Sibelius, antes de poner letra, y ahí viene el problema: las estoy pasando putas para poner una letra [risas]. Además, la letra que sale es distinta, es un poco más estándar, naturalmente. Por este camino, a lo mejor cedes en originalidad en lo que puedes decir en una letra. Bueno, llegaré hasta donde pueda llegar en esta dirección y cuando vea que estoy un poco atrapado, volveré al otro sitio, porque tampoco quiero reproducir estándares pura y simplemente.
«Cosas tan leves como unos patrones rítmicos, una manera de entonar o las tendencias propias del verso en una u otra lengua son cosas casi inmateriales, y, sin embargo, duran más que los imperios»
La «Casa en el aire» se ha hecho viajera, y te ha llevado en el último año en varias ocasiones a América, principalmente a los Estados Unidos y México, y en marzo vuelves allí, con paradas en Washington y Nueva York. ¿Cómo te está yendo por allí?
En México muy bien, me llevé la sorpresa hace un par de años, en la primera vuelta a México desde Radio Futura, de que sin haber sido editados los discos de Juan Perro, la gente cantaba las canciones. Allí he notado el fenómeno internet en positivo. Fíjate, hay un leve incremento en las capacidades de público de Juan Perro en España, desde «Río Negro» en adelante; es decir, el proyecto progresa, muy lento, pero progresa y viene algo más de gente a los conciertos. Pero en México me di cuenta de que era algo más que aquí, allí he notado energía, empuje, que el repertorio de Juan Perro había calado. Lo que me llegaba desde allí antes de volver hace un par de años, es que solo querían oír hablar de Radio Futura, pero al llegar allí con Vinyals, tranquilitos, a los clubes, he visto que no, que Juan Perro ha calado. Es más, hasta el nombre se entiende mejor allí. Hay expresiones corrientes, que igual que dicen padrísimo dicen perrísimo. Es un guiño el del nombre que no hay que explicar demasiado, y aquí todavía hay que dar explicaciones, y he tenido que ponerlas en el libro [risas]. En México no se puede decir que sea un bombazo comercial, pero hay complicidad y trabajo para volver un par de veces al año y traer un poquitín de resultados a casa, nada para tirar cohetes, pero merece la pena la aventura porque, además, inspira.
Comentas que en los últimos tiempos en España has notado que ha ido aumentando el público, porque lo que es indudable es que con Juan Perro hubo una renuncia.
Pues claro, hubo una renuncia a un nivel de popularidad y a un nivel de ingresos muy fuerte. Porque Radio Futura estaba muy fuerte en aquel momento. Pero los obstáculos eran tan serios que hubo que tomar la decisión.
¿Y en algún momento de estos veinte años de Juan Perro has pensado aquello de que quizá deberías reinventarte de nuevo y de otra manera? ¿Ha habido tentaciones o inseguridades de ese tipo?
Sí, claro. Cuando empezamos un proyecto como Radio Futura empezamos sin ninguna seguridad, en el aire y con plena inseguridad, pero un fenómeno mediático te da esa seguridad y, sobre todo, el reconocimiento del público, y una seguridad mediática favorecida por toda la sociedad española, en general, hacia las nuevas sonoridades. Tienes esa buena fortuna y te permite, como decían los Sex Pistols, establecer la marca. El mercado o los dioses, no sé quiénes son, no te permiten con buen humor cambiar una marca una vez establecida [risas]. Eso es casi un pecado, los griegos le llamaban hibris, ¡pecado contra los dioses! Pero, bueno, me doy con un canto en los dientes de haber podido cambiar una marca tan prestigiosa como Radio Futura y pasar a Juan Perro. Además sin que se devalúe el prestigio de Radio Futura, que se sigue escuchando perfectamente y se sigue trasmitiendo a las nuevas generaciones. Eso es un privilegio, y como tal lo recibo. En cuanto a Juan Perro, naturalmente que he tenido muchas dudas. Mi madre me preguntó si estaba loco cuando le dije que iba a llamarme Juan Perro, me puso una cara… [risas]. Pero poco a poco se va entendiendo, yo seguía la pista de los bluesmen, de los soneros más gamberros y de algún juglar gallego medieval, pero también tenía ganas, no de resultar cacofónico, pero sí de, de entrada, no caer bien todo el rato.
¿Juan Perro fue en realidad la persecución de un sueño?
Sí, sí, para mí se convirtió en la fórmula para hacer plausible el recuperar tradiciones hispanas y compartirlas en el circuito internacional del rock y sus derivas. Finalmente ha costado veinte años para poder empezar a decir que esa inseguridad a la que te referías está empezando a ser menos grave [risas].
A la vez, «Casa en el aire», el nombre, también puede remitir a una cierta inestabilidad, ¿no?
[Risas] Pero relativa. La ventaja de ir a la biblioteca es que te das cuenta de que la gente palma, las ciudades cambian y los imperios se derrumban y un patroncito que empezó a difundirse en la península en los siglos IX o X sigue funcionando y admite lecturas más selectas y también lecturas más vulgares, como el reggaetón. Cosas tan leves como unos patrones rítmicos, una manera de entonar o las tendencias propias del verso en una u otra lengua son cosas casi inmateriales –no son cosas inmateriales, están apoyadas en hechos físicos, pero no son evidencias– y, sin embargo, duran más que los imperios.
¿Da vértigo constatar que han pasado veinte años desde que comenzaste con Juan Perro?
En general, todo da vértigo [risas].
Sí, pero es mucho tiempo, y siempre con la alargadísima sombra de tu anterior grupo proyectándose sobre ti…
¡Y que no falte! Por mí, «Radio Futura forever» [risas].
En estos veinte años, ha quedado una obra importante y de peso, también muy variada. Supongamos que se te pone delante alguien que no ha escuchado a Juan Perro y te dice: «recomiéndame un disco para que me haga una idea de qué va esto», y no vale decir «La zarabanda», ¿qué disco le recomendarías? ¿Cuál crees que es el más representativo?
Hombre, «Río Negro», sin lugar a dudas. Y si le interesa esta propuesta y me dice, «¿y algo más?» Pues el primero [«Raíces al viento»], el que se grabó en La Habana, que siendo muy inmaduro en las formas y muy atrevido en los acercamientos, capturó un fantasma sonoro de posibles relaciones entre el rock español y el son cubano in situ. «Raíces al viento» tiene algo, tiene un fantasma, un alma, un duende extraño. Pero el disco más asentado de Juan Perro es sin duda «Río Negro».
¿Todos los discos los entiendes como parte del empedrado de un camino que conduce a algún sitio?
Sí, estos días, por ejemplo, los estoy escuchando para el concierto de Valencia, que estoy tratado de rescatar algún tema que no se ha oído desde hace mucho y quitar otros que llevo tocando desde hace tres o cuatro años, y, claro, estoy escuchando los discos y eligiendo y eso me provoca cierto desasosiego. Porque veo mucha búsqueda y no toda la madurez que yo hubiera querido, ni toda la estabilidad que hubiera querido. Ahora, el que ponga una oreja benevolente a esa trayectoria de Juan Perro, descubrirá mucha propuesta y mucha mecha encendida por aquí y por allá, pero a nivel de estabilidad formal creo que empieza en «Río Negro» [risas].
Hace poco publicaste en «Jot Down» un texto que ha sido muy comentado, «Chavales, ¿queréis crecer en un país desalmado?», también te estás dejando oír en redes sociales, hoy mismo, con comentarios sobre la situación social que vivimos, no solo la económica, sino la de valores.
Comparto con mucha peña una irritación extrema y que por el momento es todavía serena, a ver cuánto nos dura. Serena pero inflexible en el convencimiento de que hace falta una revolución social en España que, ojalá, sea pacífica.
¿Crees que llegará esa revolución?
Tarde o temprano sí, porque los ochenta y cinco estos más ricos del mundo pueden controlar el dinero, pero no pueden controlar las migraciones de millones de personas, y eso puede acabar en una vorágine y en un caos planetario, pero será su elección si siguen por esa vía. Eso es así, no hay otras perspectivas. Cuando África se quede sin agua y los propietarios de las tierras sean los chinos o empresas americanas o europeas, la presión migratoria va a ser tremenda.
¿Escribes estos textos porque necesitas compartir tus inquietudes y consideraciones al respecto?
Quiero hacer una precisión, mi intención no es intervenir ni como faro ni como nada, simplemente siento la responsabilidad de expresarme como un ciudadano más, como un currante más, lo más claro que pueda y, naturalmente, en el foro más amplio que pueda. Si la gente me atiende en Facebook, pues estoy ahí. Trato de no abusar, porque en realidad se trata de una reflexión privada, insomne, es decir las cosas que me quitan el sueño y con las que trato de aclararme. Todo esto es muy complicado, tener las ideas claras no es fácil en estos asuntos políticos de hoy en día en España, pero si cada uno intenta obtener claridad y compartirla con los más allegados, la familia, los amigos, los compañeros de trabajo, y luego se puede compartir en un foro público, en una red social, perfecto. Hay que medir hasta dónde se llega sin abusar, pero para mí es una reflexión personal de un trabajador español, de un elector. No aspiro a más. Ahora sí, siento la responsabilidad de hacerlo porque la cosa va en una dirección muy jodida.
¿Estas preocupaciones están llegando a tus nuevas canciones o tratas de que queden al margen de ellas?
Trato de dejarlas al margen, porque la canción tiene que cumplir una función de no dejar perder esa calidad que decíamos antes –calidad con comillas, por favor–, porque tiene que mantener un fuego libre, abierto, que no caiga todo el rato en el lenguaje mórbido de la actualidad política, pero a la vez estoy atento a ver si en el lenguaje de las canciones los tiempos que estamos viviendo pueden dejar algún sesgo un poco más intemporal. Porque lo que no me apetece es traducir la actualidad en canciones, eso no lo he hecho nunca y no voy a empezar ahora.
Eso sucede cuando escuchamos algunas canciones que responden muy claramente a acontecimientos concretos del tiempo en que fueron escritas y escuchadas treinta o cuarenta años después, siendo desconocedor de aquellos hechos, no las comprendes.
Claro, son momentos que hay que ver con perspectiva. Yo supongo que los sociólogos que estudien las canciones de los Beatles encontrarán datos de la época muy significativos.
Comentas que tienes temas nuevos, pero, ¿estás pensando en un próximo disco, y en que sonoridad quieres buscar?
Se está convirtiendo en un tópico decir que el álbum ha muerto y que hay que pensar canción por canción. Bueno, yo hace unos diez años que estoy pensando canción por canción, pero tampoco creo que el álbum haya muerto, al igual que una obra plástica, tiene un sentido; para un pintor es más complicado, porque tiene que condensar toda su energía y todo su pensamiento en un único ejemplar, un cuadro o una escultura. El álbum te permite condensar una serie de cosas y adoptar una actitud estratégica respecto a los ritmos que te interesan, las temáticas en las letras, y luego hay un público, cada vez más minoritario, sin duda, pero también cada vez más fiel, al cual la lectura del álbum le interesa tanto como al artista. Para esa gente seguirá teniendo sentido y ese círculo es como el de los que acuden a una galería de arte. No creo que el álbum muera del todo, creo que se mantendrá en esos términos. Pero es verdad que para difundir un sonido hay que concentrar todas las intenciones en una canción cada vez, y luego ir haciendo una tras otra. Sin prisa, que realmente no tengo prisa ninguna. Me apetece regodearme un poco en las posibilidades de cada canción que empiezo a escribir. ¿En cuanto a sonidos? A ver, he iniciado una línea de trabajo con los viajes a América, y es lo que estoy poniendo en marcha con Joan Vinyals, con las dos guitarras. Hemos hecho una prueba ya, en Tijuana. El método es que si tenemos un día libre y no ha sido una ruina el concierto anterior [risas], pues nos metemos en un estudio, echamos la tarde, llamamos a algún colega de la ciudad. Hemos hecho un par de pruebas en Tijuana, y no va mal, a lo mejor seguimos aprovechando el viaje americano para seguir haciendo cosas de ese tipo, y en un par de años o tres, valorar qué tenemos. Serán lecturas muy rápidas, sin presupuesto de producción: llegar al estudio, besar el santo y llevarse un archivo para casa. Y al cabo del tiempo ver qué pasa con esos encuentros, sin un plan preconcebido demasiado cerrado, y, a lo mejor, luego redondearlo desde aquí, en Madrid y Barcelona, u otros sitios, pero con perspectiva de lo que pueda haber podido pasar, estilísticamente hablando, en las canciones durante ese periodo de composición nómada.
Te refieres a plazos muy dilatados, dos o tres años…
¿Para qué vas a sacar un disco corriendo que no puedes amortizar? Cuando la obra empuje y te obligue, entonces te gastas lo que puedas y lo pones en circulación, y te da lo mismo si se vende o no, ya está hecho, y listo.
En estos momentos se tiende a lo contrario, a no desaparecer demasiado tiempo de los focos y a no dejar pasar plazos muy largos entre disco y disco porque, frente a la avalancha de información, y las formas en las que se difunde la música, uno puede llegar a quedarse fuera del mapa. ¿No te preocupa?
Sí, insisto en que todo da vértigo, y quedarse fuera del mapa, evidentemente que preocupa. Pero tampoco es malo salir del mapa y luego volver al mapa… Al final son las ideas las que mandan. Mira, parece que hay modas que van a arrasar con todo y no duran nada, y luego esa gente, ¿qué pasa, qué no volverá a hacer nada en su vida? ¡Qué va!, si les toca la musa [risas] con su varita mágica saldrá una chispita que circulará entre sus colegas y poquito a poco volverá a estar en camino, aquí o en América. Es muy importante que pensemos en América. Nuestra realidad cultural ahora es esa, y la única manera de superar las sinergias brutales involutivas que hay en España es pensar en la dimensión de nuestra lengua, de nuestras lenguas, no solo del habla hispana, sino del área romance, de nuestra relación con otras lenguas de la Romania, con el portugués, con el francés, con el italiano. Y desde luego incluyendo las demás lenguas del Estado.
¿Te planteas ir difundiendo canciones antes de lanzar el álbum?
Sí, a ver, antes de atreverme voy a valorar un poco qué sale, para no meter la pata, porque son cosas producidas con los medios mínimos pero con la máxima exigencia profesional. Hay que asegurarse de que el equilibrio es correcto, de que lo que sale se sostiene y tiene validez y puede aspirar a durar en la memoria de la gente. Entonces, el primer intento no voy a difundirlo, aunque uno de los dos temas que grabamos, al enterarse algunos DJs de la zona de Tijuana que estábamos en el estudio, nos comprometimos a que lo pudieran pinchar en la radio, y lo pusieron, pero todavía no lo hemos lanzado. Haremos alguna prueba más, tal vez en marzo, no estoy seguro. Es algo que quiero dejar abierto, porque en Tijuana lo que me pasó es que llevaba años, pero muchos años, en los que no probaba, en el mismo estudio y en un día, apañar un tema y registrarlo, como nos pasó con ‘Paseo con la negra flor’, hombre, partíamos de un tema, ‘La negra flor’, pero también nos pasó con ‘El puente azul’, que en dos días hicimos una improvisación, escribimos en un rato y la grabamos. A esa tensión divertida no me sometía desde hace mucho, y en Tijuana probé a escribir sobre la marcha, y salió una canción.
¿Y salió bien?
Sí, la estrenaremos en directo en La Rambleta, se llama ‘En la frontera’. La grabamos con las dos guitarras, pero al final la mía no quedó y Joan grabó dos guitarras acústicas, y hay elementos de una banda norteña.
¿En Joan Vinyals has encontrado, más allá de un excelente músico, un buen compañero de viaje con el que vivir experiencias en ruta?
Sí, sí, es alguien mágico. Es un caballero, para empezar. Es un amigo leal, es un hombre inteligente y musicalmente es un pozo sin fondo. Es un rockero cabal, porque ante todo es rockero, pero luego se hizo profesor de jazz, y tiene una versatilidad admirable. Te puedes ir con él a África, a Cuba, a México, musicalmente hablando. Es un líder de sus propios proyectos, canta muy bien y toca de maravilla. Y luego es muy estimulante compartir con él las ideas, enseguida que echas un ingrediente a la olla, con él se multiplican los efectos.
¿El formato del dúo, de «Casa en el aire», es un poco de guerrilla?
Sí, claro, nos permite no haber parado pese al estrangulamiento del circuito que ha provocado la crisis y la política cultural del PP.
La situación para la música ha terminado por resultar un tanto perversa: dejaron de venderse los discos, y ahora no se venden conciertos y tampoco se venden entradas.
Hay una actitud perversa por parte de los responsables de cultura. Primero, si la gente no tiene dinero para gasto público, lo último es esto. Segundo, si se habla de cultura, hablamos de cine, y de nada más. Esto es una situación perversa, porque en la sociedad, en realidad, la música con el deporte, desde Grecia, es lo que más hace la gente en todo el mundo, y la música es lo que más se consume en el mundo, gratis o pagando, pero como hecho social y vital tiene una dimensión importantísima, y los dirigentes no lo reconocen porque prefieren otras cosas más manejables. Cuesta hacernos valer. En cierto sentido, ellos tienen una mala conciencia con este asunto porque saben que la gente, desde hace milenios, necesita lenguaje, sonidos, canciones, poesía y eso tiene una vida independiente que pone en evidencia la arbitrariedad de los políticos. Hay algo de mala conciencia en el fondo de esto y no se quiere reconocer como un hecho cultural de primer orden. Cuando una sociedad tiene buenas canciones funcionando es que todo el país está de algún modo funcionando.
Este verano cumples sesenta años.
Así es, si los dioses lo permiten…
¿Cómo lo llevas, impresiona esa cifra tan redonda?
Sí, pero, bueno, me impresiona desde hace mucho, estoy acostumbrado a que me impresione. Pero no quiero perder el que me impresione porque hay que ser consciente de lo que hay, no hay que hacerse ilusiones, no vamos a durar siempre, y al mismo tiempo hay que vivir con alegría y con energía en la medida de las posibilidades de cada uno conforme lo trate el tiempo. Es decir, si puede ser, aspirar a una vejez digna, y si no, lo que tenga que ser será.
¿Te planteas el futuro siempre subido a escena, como Dylan?
Sí, claro, para mí el escenario es muy importante. Siempre que se pueda hacer con dignidad, desde luego; ir haciendo el baboso en un escenario con pañales, no, la verdad. Pero siempre que se pueda mantener la dignidad, sí. He conocido a músicos muy mayores que me dejaron muy impresionado.
Es verdad, tú tuviste buenos maestros en los cubanos mayores.
Claro, ojalá pueda aplicar sus enseñanzas.
Algunos fueron extremadamente longevos.
Sí, como El Guayabero y Compay Segundo. También hay muchos bluesmen. Mucha gente que sabe envejecer dignamente, que quizá no están en el lado más comercial de la música popular pero que están viviendo con dignidad. ¿Sigue girando B.B. King?
Hasta no hace mucho, sí, ahora mismo no lo sé.
¡Corramos a consultarlo a internet!
Internet confirma que B.B. King, de ochenta y ocho años, tiene conciertos programados entre febrero y mayo.
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