“Prince fue, como Bowie, un personaje canónico en el devenir del rock y de la música negra, un revolucionario y un rebelde no siempre comprendido”
El mayor experto en música negra de nuestro país, Luis Lapuente, recuerda, desde lo personal y emocional, la grandeza de Prince.
Texto: LUIS LAPUENTE.
A veces las noticias son como vómitos que te enferman. Me ocurrió al enterarme del asesinato de John Lennon en la noche de los tiempos, de la muerte de Bowie casi ayer, entre lágrimas que se agolpaban en mis ojos por lo que esas muertes tenían de íntimo, de unido a mi propia biografía. Ahora, otra vez la sensación de náusea, de orfandad.
Hace tres meses preparé con mucho cariño un especial sobre Prince para “Sonideros”, en Radio 3. Acababa de publicarse su último álbum (ya sí, su último álbum), el soberbio “Hitnrun phase two”, y me apetecía destacar otras facetas del genio de Minneapolis, el lado más salvaje y festivo de Prince, ese Prince inédito que disfrutaba interpretando canciones propias y ajenas en pequeños locales para un público escogido, el Prince que aunaba las mejores tradiciones del soul, el funk y el rock and roll, el Prince poliédrico, compositor, productor, cantante, guitarrista, pianista, el Prince furioso y el Prince íntimo.
Prince fue, como Bowie, un personaje canónico en el devenir del rock y de la música negra, un revolucionario y un rebelde no siempre comprendido y, ay, no siempre acertado en sus decisiones, un músico libre, heredero en más de un sentido de otros grandes (de Marc Bolan a James Brown, de John Lennon a los Jackson 5, de Jimi Hendrix a Funkadelic), un gigante que intentó ser dueño de su destino artístico y comercial, como antes hicieran otros prodigiosos músicos negros, Sam Cooke, James Brown, Curtis Mayfield, Stevie Wonder…
Yo siempre me quedaré con el compositor, cantante y guitarrista que me emociona con canciones como ‘Purple rain’, que escucho mientras escribo estas líneas constatando una vez más que ahí, en esa canción maravillosa, se encuentra la piedra filosofal de la música que me gusta desde que tengo uso de razón. No encuentro una salida a esta hemorragia de dolor que se agolpa en tus entrañas cuando sientes la muerte de uno de los tuyos, de uno de esos hombres únicos cuya alma pareces haber conocido en la lejanía, de un músico que siempre supiste que era tuyo, como Lennon, como Bowie, como Bobby Womack, como Allen Toussaint.
No puedo evitar, sin embargo, una sonrisa cómplice, compasiva, al recordar una de mis películas favoritas de los últimos años, “El protegido”, de M. Night Shyamalan, cuando el personaje de Bruce Willis prepara una cita íntima con su mujer para intentar acercarse el uno al otro y recuperarse como pareja. En ese juego que se establece entre ambos, él le pregunta a ella por su canción favorita: “’Suave y húmedo’, del Artista antes conocido como Prince”, responde la chica.
Suave y húmedo, así me gusta recordar a Prince, y así prefiero mitigar esta catarata de lágrimas negras.