«Davies impresiona por su finura melódica, su perspicacia lírica y, sobre todo, por su sentido de la ambición y el riesgo»
The Kinks
“Preservation”
RCA, 1973 y 1974
Fue uno de los proyectos menos celebrados de The Kinks, pero probablemente también el más ambicioso y arriesgado que facturaron. Javier De Diego Romero analiza en profundidad los dos discos que conforman el musical «Preservation».
Texto: JAVIER DE DIEGO ROMERO.
El consenso dictó durante mucho tiempo que The Kinks eran, sencillamente, una banda de los sesenta. Su fase imperial empezaría en 1964 con ‘You really got me’ y finalizaría en 1970 con “Lola”, su último elepé para el sello Pye; todo lo que siguió, se aseguraba, era prescindible. En los últimos diez o quince años es ya habitual encontrar el excelente “Muswell hillbillies” (1971), su primera entrega para RCA, añadido al canon Kink. En la actualidad, los Kinks de los setenta y ochenta son cada vez más valorados, pero todavía es raro ver algún trabajo post-“Muswell” alineado con los clásicos de la década fabulosa. Uno estima, en cambio, que el musical “Preservation” es tan imprescindible como “Face to face” (1966) o “Arthur” (1969). Aparecido en dos álbumes en 1973 y 1974 (el segundo de ellos, doble), es, en palabras de Ray Davies, “el proyecto que me ha ocupado a lo largo de toda mi vida, al que constantemente me descubro retornando, como Rembrandt con su autorretrato”. Durante las casi dos horas del musical, Davies impresiona por su finura melódica, su perspicacia lírica y, sobre todo, por su sentido de la ambición y el riesgo; para el crítico Peter Doggett se trata, de hecho, del “proyecto más ambicioso concebido por un artista de rock hasta entonces”. Más que ningún otro disco de los londinenses, “Preservation” merece, en fin, ser analizado con detalle.
Desde sus inicios, Ray Davies se manifestó como uno de los músicos pop más proteicos. Protopunk vibrante e iracundo (‘All day and all of the night’, ‘I need you’), sonidos orientales vertidos en moldes pop (‘See my friends’, ‘Fancy’), music hall rejuvenecido (‘A well respected man’, ‘Dedicated follower of fashion’), esmerada orfebrería pop (‘Rosy won’t you please come home’, ‘Autumn almanac’), rock pesado y musculoso (‘Victoria’, ‘Powerman’)… Siempre decidido a ensanchar el horizonte musical de su grupo, Davies confeccionó entre 1964 y 1971 un cancionero de una diversidad estilística asombrosa. En cambio, en su álbum del 72, “Everybody’s in show-biz”, por primera vez repitió fórmula: en lo esencial, se limitó a ramificar el universo blues, country y jazz del disco anterior, “Muswell hillbillies”; los resultados, además, fueron bastante menos satisfactorios. Así las cosas, era el momento de dar un volantazo: “Intenté dejar de ser un músico pop en 1973. Deseaba de veras no tocar más en una banda, ya que creo que por aquel entonces había dicho todo lo que quería decir en ese ámbito. Había hecho “Muswell hillbillies”, “Everybody’s in show-biz”, y sentía que quería hacer algo diferente, así que empecé con los musicales”, explicaría más adelante.
Para Davies, el teatro musical no era en modo alguno un antojo. Antes al contrario, siempre había sido un apasionado de los musicales de Broadway y, desde su estancia en la escuela de arte, ambicionaba conjugar formas artísticas y enriquecer visualmente la música popular. De otro lado, su palpitante imaginación visual, su experiencia con la narrativa desde el disco “Arthur” y su valer en la caracterización de personajes hacían de él el candidato idóneo para traducir los musicales al idioma pop. Asimismo, la celebración de lo mundano y lo cotidiano en la que se había especializado como letrista le emparentaba con la tradición del teatro musical británico, con figuras de la talla de John Gay, Gilbert & Sullivan o Noël Coward.
La idea de Davies era publicar su primer musical, “Preservation”, como álbum doble, pero, urgido por la discográfica, que quería que hubiera un nuevo largo del grupo en las tiendas antes de las Navidades del 73, finalmente resolvió dividirlo y lanzar por separado una primera parte o Act 1, que vería la luz a mediados de noviembre. “Preservation Act 1” es más bien el dramatis personae del musical, la presentación de sus personajes; solo las últimas canciones del álbum introducen la trama, que se desarrollará en el segundo acto. Davies parte de su obra maestra “The village green preservation society” (1968) para trazar una comunidad nemorosa e idílica, en la que florecen la individualidad, la inocencia y los sueños. En ‘Morning song’ uno imagina a sus moradores orando plácidamente bajo la aurora, en tanto que en ‘Daylight’ los encuentra inmersos en sus quehaceres cotidianos, en la rutina efervescente de un nuevo día. Un capitalista enloquecido, glamuroso y taimado, Flash se conjura con sus huestes para hacerse con el poder y entregarse a su afición preferida: arramblar las localidades de la vieja Inglaterra, demoler las tradicionales casas con techo de paja, las tiendas pequeñas y los parques en aras de la modernidad, la uniformidad y el agio.
Por su parte, Black, el menos definido de los personajes principales del musical, encarna el radicalismo contrario, el de izquierda: planes quinquenales, nacionalizaciones, redistribución de la riqueza, fortalecimiento de los sindicatos… En ‘Money & corruption’ la multitud clama airadamente contra el Gobierno tiránico de Flash, y en ‘I am your man’ escucha el canto de sirena de Black, resuelto a deponer a su némesis. Protagonista de varios temas del disco, The Tramp (El Vagabundo), en fin, es en gran parte el trasunto de Davies, su álter ego en el musical: un individualista consumado y pertinaz, un outsider que observa y comenta la sociedad que le rodea sin integrarse en ella.
En materia musical, The Kinks, escoltados por un nutrido séquito (coristas, cuerdas y metales), pusieron distancia con el sonido robusto de sus trabajos más recientes y facturaron un álbum de pop con aromas folk, entroncando así, de nuevo, con “The village green preservation society”. “Preservation Act 1” es un disco vibrante, audaz y melodioso, francamente soberbio. De hecho, incluye algunas de las canciones pop más sobresalientes de Ray Davies, aunque poco conocidas por el gran público. Escuchen, por ejemplo, la cálida y grácil ‘Sitting in the midday sun’, hermana pequeña de ‘Sunny afternoon’; o, sobre todo, la exquisita ‘Sweet lady Genevieve’, un auténtico clásico perdido, una perla que merece llegar a muchos más oídos.
El álbum ofrece pruebas inapelables de la destreza de Davies como zurcidor estilístico. La irresistible ‘Here comes Flash’ es una amalgama de rock y opereta ornada con un motivo de guitarra de sabor árabe. ‘There’s a change in the weather’ y ‘Daylight’ son composiciones de estructura alambicada y sinuosa, con diferentes secciones, tonalidades y ritmos. En la primera conviven con toda naturalidad el music hall, el rock duro, el soul y el funk. Ubicada inicialmente en la encrucijada del folk, el góspel y la música hindú, ‘Daylight’ se metamorfosea al llegar a su primer minuto, accediendo al mundo sonoro de las brass bands. Pocos músicos pop pueden preciarse de tocar —brillantemente— tantos palos.
Editado en mayo de 1974 en Estados Unidos y en julio en Reino Unido, el segundo acto gira alrededor de uno de los grandes intereses de Davies, alimentado copiosamente por la Guerra Fría: el control, la manipulación y la nivelación de los individuos por parte del poder político y corporativo. El elepé comienza con Black ensoñando con la revolución venidera en un ático tenuemente iluminado de las afueras (‘When a solution comes’), mientras Flash se deleita en una bacanal decadente rodeado de sus “fulanas” (‘Money talks’): el cataclismo político es inminente. Los dos caudillos se enfrentan primero discursivamente: Black acomete una ofensiva propagandística para acorralar a su enemigo (‘He’s evil’), que termina admitiendo sus flaquezas y maldades, pero culpa de ellas a la sociedad (‘Scum of the Earth’). Una vez reclutado un “Ejército del Pueblo”, el líder negro se lanza al campo de batalla. Testigo atribulado de la debacle, The Tramp deplora que las partes en liza no busquen un compromiso (‘Nobody gives’) y se abandona a la memoria de una sociedad evanescida, en la que prevalecían el afecto, el respeto y la confianza (‘Oh where oh where is love?’). En último término, Black desbanca del poder a Flash, que se da a la fuga y acude a Belle, su chica favorita, en busca de ayuda; pero todo acaba de venirse abajo para él cuando Belle le confiesa que ha cambiado y rechaza su amor (‘Nothing lasts forever’).
‘Artificial man’ y ‘Scrapheap city’ descubren el pavoroso y orwelliano régimen instaurado por Black: el Gobierno controla y monitoriza a la población, vigila todos sus pensamientos, emociones y hasta sus sueños; todos los ciudadanos son iguales, se ha borrado cualquier trazo de individualidad y heterodoxia; son además artificiales y limados de imperfecciones, conforman una sociedad aséptica; las flores y los animales han dejado paso a “monstruosidades de hormigón” (es decir, al final Black incluso aplica el programa de brutalismo arquitectónico de Flash).
«Preservation Act 2»: su disco más político
El elepé más político de la carrera de The Kinks, “Preservation Act 2” subraya el carácter avieso, corruptor y potencialmente totalitario de cualquier poder, independientemente de que lo ejerza el capitalismo (Flash) o el socialismo (Black). Igualmente, a través de la figura de Black Davies advierte del especial peligro que entrañan los políticos hinchados de convicciones, seguros de la verdad y la bondad absolutas de sus valores y de la necesidad de aplicarlos de manera incondicionada y contrarios, por lo tanto, a toda transacción. Por otra parte, Ray, no en vano el outsider más radical del pop británico, considera que la acción colectiva está la mayoría de las veces abocada al fracaso. En “Preservation” la movilización social contra Flash solo conduce a una guerra civil y al establecimiento de un régimen aún más nocivo. La única protesta viable es la individual: según se infiere del libreto, The Tramp logra retener su identidad y su autonomía huyendo del país cuando Black está a punto de someterlo.
Davies encontró en la política del momento material en abundancia para moldear a Flash y Black, sus dos líderes autoritarios. En Estados Unidos Richard Nixon estaba ya envuelto en el caso Watergate; el escándalo contribuyó a que las audiencias norteamericanas que presenciaron la puesta en escena de “Preservation” se sintieran interpeladas por la historia del musical. Había otros nombres, más cercanos a casa. En una Gran Bretaña asolada por la inflación, el desempleo y el terrorismo del IRA, dos políticos extremistas gozaban de una enorme popularidad: el conservador Enoch Powell y el laborista Tony Benn.
Tras ocupar varias carteras ministeriales en los años cincuenta y primeros sesenta, Powell saltaría al estrellato de la política británica en 1968 con su célebre discurso de los “ríos de sangre”, en el que instaba a poner coto a la entrada masiva de inmigrantes. El líder de los tories, Edward Heath, lo tachó de racista y apartó a Powell de la primera línea del partido, a la que ya nunca regresaría. Pero en los años siguientes millones de ciudadanos, desencantados con los partidos tradicionales, le ensalzarían como el futuro redentor, la mano de hierro que sacaría al país de la deriva social y económica. Por su lado, Benn fue el campeón del socialismo modernizador de los sesenta con sus políticas como director general de Correos y ministro de Tecnología de Harold Wilson. Desde 1970, ya en la oposición, se erigió en cabecilla del ala radical del Partido Laborista, enarbolando la bandera del obrerismo y el sindicalismo hasta el punto de cuestionar los fundamentos de la democracia parlamentaria. Como su rival Powell, Benn contó con numerosísimos adeptos, que le exaltaron como portavoz de aspiraciones de cambio social desoídas por la elite política. El formidable predicamento de ambos próceres testimonia el clima de polarización política que se respiraba en Gran Bretaña. Así las cosas, la posibilidad de una dictadura, de un signo u otro, se afincó en el imaginario colectivo, más aún después de que, en septiembre de 1973, el general Pinochet asaltara con éxito el poder en Chile, percibido por muchos como “la Inglaterra de Sudamérica” por sus fuertes vínculos con la democracia.
De vuelta a la música, las dos partes de “Preservation” difieren en gran medida: en la primera, paisajes sonoros tersos y melódicos describen un universo acechado pero aún puro; en la segunda, pentagramas sombríos y atléticos musican la perversión y destrucción de ese mundo. Una vez más, los surcos de “Preservation Act 2” acogen una plétora de estilos. A los habituales (blues, folk, music hall, trad jazz) se añaden provechosamente otros inéditos o solo rozados con anterioridad: la música negra contemporánea (‘Introduction to solution’), el cabaré berlinés de Kurt Weill (‘Scum of the Earth’) y el glam-rock de Bolan (‘Money talks’) y Bowie (‘Flash’s confession’). Dave Davies gana peso específico con la guitarra respecto al primer acto y está sensacional, contribuyendo con riffs y pasajes inspirados y sin incurrir en los solos estratosféricos propios del rock progresivo de la época. Por su parte, Ray exhibe una enorme versatilidad vocal, representando convincentemente —y a veces hilarantemente— los papeles de The Tramp, Black, Flash, uno de sus compinches y su “fulana especial”, Belle.
Puesta en escena
The Kinks presentaron “Preservation” primeramente en Estados Unidos en noviembre y diciembre de 1974 y, justo antes de las Navidades, en Londres. La estructura de los shows era realmente osada: en la primera parte el grupo tocaba una breve selección de temas habituales de su repertorio, incluidos algunos hits; en la segunda, prácticamente en su totalidad y de un tirón, los dos “Preservation”. “La audiencia no sabía qué coño estaba pasando. Empezábamos con quince minutos de éxitos y luego nos lanzábamos a un drama político de dos horas y media”, recuerda Ray Davies. El protagonista absoluto del espectáculo era Ray, magnético e histriónico, que encarnaba a Flash en escena y a Black en una pantalla. Los otros Kinks daban vida a los compadres de Flash, en tanto que la vocalista Anna Peacock interpretaba a Belle y las demás coristas, a personajes secundarios de la trama. Por otro lado, diversas proyecciones contribuían a la vistosidad de las actuaciones, como las fotografías de líderes políticos mundiales que tachonaban ‘Money & corruption’; las imágenes de edificios icónicos, como la Casa Blanca y el Empire State Building, que realzaban la embestida de Flash en ‘Here comes Flash’; y las instantáneas pornográficas puritanas que ilustraban la diatriba moralista de Black en ‘Shepherds of the nation’.
Ninguno de los dos “Preservation” funcionó bien comercialmente, y la prensa especializada los recibió con tibieza. No obstante, una parte nada desdeñable de los seguidores de The Kinks los tiene en alta estima. Para servidor, son los grandes discos enfermos de Ray Davies. Los lectores más cinéfilos sabrán que esta expresión (grand film malade) la aplicó François Truffaut a “Marnie”, película de Alfred Hitchcock que él apreciaba de una manera singular. Por extensión, se emplea para calificar obras a las que sus imperfecciones hacen más atractivas, cuyo disfrute emana en buena medida de sus dificultades y contradicciones, obras esquivas pero fascinantes. Ciertamente, el ciclópeo “Preservation” no es la mejor puerta de acceso al catálogo del grupo de Muswell Hill; no son discos tan redondos y accesibles como “Face to face” (1966) o “Something else” (1967). Pero quienes conozcan y admiren los elepés clásicos de los sesenta, quienes sientan interés por la figura de Ray Davies, pueden encontrar en su primer musical una apasionante “escucha avanzada”.