DISCOS
«Ironía y sarcasmo con sello propio, rebosante de actualidad y memoria sentimental colectiva»
Ángel Stanich
Polvo de Battiato
SONY MUSIC, 2021
Texto: DAVID PÉREZ MARÍN.
Las letras y la voz de uno de los artistas nacionales más genuinos de la última década vuelve a impregnar las ondas otoñales con Polvo de Battiato. Diez canciones que reconfirman a Ángel Stanich como ese Panoramix a medio camino entre juglar intergaláctico y cómico atemporal, que maneja como nadie la fórmula idónea para darle una patadita a los nubarrones y tiempos oscuros: ironía y sarcasmo con sello propio, rebosante de actualidad y memoria sentimental colectiva. Un cóctel plagado de estribillos pegadizos e historias surrealistas con regusto a Berlanga, Jose Luis Cuerda y Wes Anderson cañí. Mil personajes escondidos y dispuestos a saltar hacia nuevas aventuras desde el bosque animado de sus pobladas barbas y su indomable melena.
Disparos previos
“Ricino y cinzano” y «ya entramos en un estado divino» con su debut, un adictivo Camino ácido (2014) que recorrimos en bucle y lo encumbró rápidamente como una rara avis cántabra del indie rock, con una esencia muy particular que despertaba pasiones contrapuestas. Desde entonces, con su inseparable E Street Band particular, no ha parado de firmar directos explosivos al alcance de pocas formaciones, coronados normalmente con ese primer clásico instantáneo de su cancionero, “Metralleta Joe”.
Siguió escupiendo fuego con Antigua y barbuda (2017), afilando cánticos e hilando otro ramillete de explosivos hits, con “Mátame camión” a la cabeza, encumbrándolo en la cima del indie rock patrio, sin olvidar raíces folk, blues y esa americana fronteriza tan marcada. Y entre largo y largo, un poker de cuidadísimos y sobresalientes epés con los que no hemos dejado de carburar en su mágico y loco imaginario en ningún momento. La última joya, previa al disco que nos ocupa, las cinco canciones de Una visión global bastante… (2021), a las que aún seguimos enganchados, donde demuestra de nuevo que la pócima mágica la tiene más que perfeccionada.
Y ahora, entre el aroma y dulzor familiar de un postre de su abuela (polvo de batata) y la metafísica poética de su/nuestro querido y añorado Franco Battiato, el universo esperpéntico stanichiano brilla más sobresaliente y pop que nunca en Polvo de Battiato. Su obra más completa hasta la fecha, alcanzando cimas narrativas como songwriter alienígena inigualable, sin escatimar en juegos de palabras mil, chistes y chascarrillos hilarantes marca de la casa.
Las canciones
Los surcos de Polvo de Battiato echan a girar y en el centro de la diana encontramos esa «memoria frágil y la voluntad de huir» tan extendida en nuestra sociedad. Balas de confeti para todo negacionista de realidades pasadas y muy presentes en “La historia es fácil”, con esas primeras percusiones y ritmos tropicales por momentos, que nos adentran en ese rompecabezas multicolor de personajes y referencias que le harían estallar la cabeza de felicidad al mismísimo Charlie Kaufman. Con estribillo prestado (a lo Dylan) incluido, fragmento impagable de la mítica “¡Qué sonrisa tan rara!” de Agila (1995): «Dejadme de hablar, / no me hace reír, / la gente normal se podía morir…».
Los resplandecientes teclados ochenteros, con cierta reminiscencia oriental, nos llevan en volandas en el vaivén magnético de “Nazario”, otra loca genialidad de letra made in Stanich, con ese icónico jugador y presidente del Real Valladolid como referente y chivo expiatorio, con unos coros graves, casi de dibujos animados, que subrayan el multicolor imaginario surrealista. Y llegamos a “Rey idiota”, primer adelanto y uno de los temas más elaborados del album, con la Stanich Band mutando y relampagueando en The E Street Band, mientras Ángel mezcla a la perfección ese fino hilo que teje los recuerdos colectivos al calor de la radio y la televisión de una época, fundiendo la nostalgia en blanco y negro con los sueños en Technicolor.
Una lluvia constante de momentos históricos que marcaron nuestro presente social y sentimental, más ese extra de ácida ficción febril que rellena las grietas a base de esperpento y verbena. Un sinfín de evocadoras y desternillantes escenas que nos llevan a la caída libre de reyes de medio pelo bajo un constante desfile carnavalesco en el que hay sitio para todos: de la Bruja Avería a un Punset crepuscular, de Milans del Bosch a Tierno Galván en un burdel, pasando por un señor feudal en “Un, dos, tres” o ese deseo universal de dormir por siempre «en las tetas de Sabrina».
Seguimos acercándonos a la «sonora soledad sin oxígeno» en “La valla”, con la ironía y el humor como único antídoto, en una nueva brisa melódica a fuego lento y la búsqueda constante de «un estribillo pegadizo que nos salve de morir», ya sea caricaturizando a Greta Thumberg, a los terraplanistas, la SGAE, a él mismo o a sus compañeros de profesión: «Yo soy un híbrido, / canción protesta, medio hit… / Tan luminoso, / casi parece Sidonie».
Del éxtasis rural, ganador desde su título de partida, “Dos boy scouts de mierda”, con dos torpes compañeros de aventuras ataviados con pañoletas y psicotrópicos que protagonizarían una taquillera Moonrise kingdom ibérica, pasamos a una cara B en la que la senda, sin perder un ápice de ironía, nos lleva al Stanich más romántico. Comienza por esos latidos que se apagan al poco de prender “La mecha”, con una guitarra hipnótica y el pulso de un bajo que se abre paso en una envolvente atmósfera de teclados. Canción tragicómica de desamor y heridas abiertas, de lo que pudo haber sido o fue en algún efímero momento, que funde con los surcos hermanos de “El cariño”, en otra historia de culpas y mentiras sentimentales que provocan otro/mismo descarrilamiento. «Llévame a algún sitio, así romántico… / No le digas nada a mi mujer».
Seguimos por las carreteras secundarias del amor y, los restos de ilusiones rotas, nos conducen a “Motel consuelo”, donde aparcamos antes de que «el frío se haga escarcha», mordiendo el polvo de Battiato junto a Nina de Juan (Morgan), única invitada estelar del disco.
A ritmo de vals caemos en las redes de “El Arriero, pt. 2”, cargada de los cantos del pueblo y de cómo marca nacer en familias humildes, con olor a flores silvestres y deudor de otro trovador, Atahualpa Yupanqui. Con preciosistas arreglos de cuerda y Stanich cantando a tumba abierta, desquitándose y quemando las naves. Y «ya nos encontraremos cuando ruede Berlanga».
Con cierto sabor instrumental a los Rufus T. Firefly más relajados y expansivos, se despiden “Contigo siempre”, como ironía final y agridulce atardecer del que promete quedarse, yéndose, o de la que se fue casi antes de llegar.
Madurez compositiva y compromiso intacto con la comedia de un músico cada vez más imprescindible. Battiato le aplaude y le guiña el ojo desde alguna estrella.
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