Plastic eternity, de Mudhoney

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DISCOS

«Siguen con esa combinación de punk en el desgarro, garaje en su esencia primitiva y heavy rock en su músculo y su resultado»

 

Mudhoney
Plastic eternity
Sub Pop, 2023

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

El primer corte de Plastic eternity, el reciente disco de Mudhoney —aunque fue escrito durante esa lejana pandemi—, ya apunta lo que se va a encontrar en los cuarenta minutos de sus surcos: rock en estado puro. La última estribación del rock, que se llamó, en esos finales de los ochenta, grunge, y que tuvo su epicentro en Seattle, de donde procede el cuarteto. De hecho, fueron los primeros en editar un disco que tenía las trazas del movimiento que poco después encumbró a Nirvana y, de hecho, siguen fieles al mismo estilo.

Esta posición irreductible se ha mantenido en sus más de diez discos. Ni falta que les hace cambiar, siguen con esa combinación de punk en el desgarro, garaje en su esencia primitiva y heavy rock en su músculo y su resultado. Así que su único juego es lo inspirados que estén en las composiciones y las interpretaciones, y en este Plastic eternity mantienen un nivel más que decente.

En “Souvenir of my trip”, la que abre el disco, se reflejan ya estos resultados. El dedo corre arriba y abajo por los trastes de la guitarra eléctrica, la batería golpea con fuerza y velocidad, el bajo lo sostiene todo y la voz roza el falsete. De hecho, están a punto de entrar en territorios del glam. En este mismo campo, “Human stock capital”, una explosión de rock ácido, es puro delirio vocal. La voz ya no da más de sí. Sin salir del glam, “Plasticity” —un sarcasmo sobre las miserias del capitalismo con voz robótica incluida—, parece una reencarnación de The Sweet, por lo machacona que resulta y el ritmo a piñón, y la divertida “Little dogs”, con hechuras de balada, en que Mark Arm declara su amor por los perros de tamaño reducido, está llena de sonidos de juguete y voces sensuales.

Otro bloque de canciones sigue criterios distintos. “Almost everything”, por ejemplo, aporta cierto toque oriental, escondido, eso sí; por lo demás, todo es potente, todo es acelerado. “Cascades of crap” resulta, por el contrario, mucho más austera en expansión, al partir de una base folk en la melodía, pero igualmente sólida. Y, a partir de aquí, alguna canción se decanta por tonalidades más oscuras. Algo de ellas hay en “Severed dreams in the sleeper cell”, en medio de brumas psicodélicas que no llegan a ser oníricas a pesar de su título: las guitarras y las gargantas matan el sueño. La que sí lo es plenamente lleva el curioso título de “Tom Herman’s Hermits”, mucho más reposada, aun densa, que nos lleva en algunos momentos a recordar a Joy Division, aunque a cada segundo se va abriendo más, poco a poco.

Y después de este viaje, el single más representativo del grupo: “Moveunder”, donde el rock tiene ruido de motor, y si es el de una Harley —como en el de la famosa canción de Gainsbourg— mucho mejor. Siempre con testosterona, siempre analizando la situación política con rabia guitarrera, los esquemas clásicos siguen funcionando, igual que Mudhoney funcionan treinta años después de nacer y siguen demostrando que la fuerza los acompaña.

Anterior crítica de discos: Stars eaters delight, de Lael Neale.

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