“Mi conclusión más relevante era que aquel tipo había amasado una cantidad colosal de canciones populares y ‘Devuélveme a mi chica’ era uno de los hits más simples y a la vez más incontestables del pop español”
Óscar García Blesa se remanga esta semana en sus “Placeres Culpables” para meter las manos en el fango y defender el mítico debut –tan vendido como denostado en su época– de la veterana banda de pop.
Una sección de ÓSCAR GARCÍA BLESA.
Hombres G
“Hombres G”
TWINS, 1985
“Claro que soy respetable. Soy viejo. Los políticos, los edificios públicos y las putas se hacen respetables si duran lo suficiente». John Huston (Chinatown)
Aquí lo tenemos, la madre de todos los “Placeres Culpables” nacionales, el pim-pam-pum del pop patrio, seguramente el grupo más disfrutado en silencio desde el descubrimiento del fuego. Con todos ustedes los Hombres G.
La calidad es un debate histórico de barra de bar en el que los españoles somos líderes mundiales. Con los años uno se acostumbra al “connoiseur” pedante dispuesto a sentar cátedra con debates estériles sobre lo bueno y lo malo y resto de mongoladas snobs, opiniones propias de gañanes, tanto como para descalificar abiertamente cualquier propuesta artística en el momento que un gran colectivo la defiende.
¿Pero qué demonios es eso de la calidad? A mí que me lo expliquen. La música pop nació como vía de escape juvenil, una herramienta de entretenimiento y diversión. Los grupos de rock en esencia solo aspiran a que sus cancioncillas alcancen al mayor número de gente posible, que su música guste sin entrar a valorar si es buena o mala (se presupone que para ellos es buena o deliberadamente mala o sencillamente lo que les da la gana hacer). ¿Y si a mí y a un puñado de freaks como yo nos gusta? ¡Pues a la mierda el que me acuse de hombre de pobre criterio!
El público, no lo olviden, siempre tiene la razón, y si uno echa la vista atrás y viaja hasta 1985 sería demasiado simplista calificar de bobo el fenomenal triunfo social y musical de los Hombres G. Cada uno es propietario de sus recuerdos y emociones y tiene interiorizado su propio control de calidad, una de las pocas cosas de las que el ser humano como individuo apasionado es dueño de verdad.
Críticos especializados, la industria musical y resto de actores que forman el ecosistema de un negocio precioso (¡vender y hacer llegar propuestas artísticas a la gente es un oficio maravilloso!) tienden con demasiada frecuencia a mirarse el ombligo con adulaciones equivocadas y castigos injustos, no dejando que la gente escuche libremente y juzgue de manera independiente. Cuando pienso en ello siempre me vienen a la cabeza los islandeses Sigur Rós, grupo minimalista adalid de la modernidad sistemáticamente entronizado por el “chou bisnes” más recalcitrante. Nada que objetar. Ni se me pasa por la cabeza menospreciar su propuesta. Una vez escuchados, mi criterio personal me envía un sms instantáneo al cerebro con el mensaje “me aburro”. ¿Acaso no son “buenos” estos muchachos de Reyjkavik? Honestamente, no tengo la más mínima idea, y seguramente ni siquiera tengo el nivel necesario para merecer apreciar su música. Lo que sí sé es que los Hombres G (y Paco De Lucía, James Taylor o Damien Rice, no se vayan ustedes a pensar) me ofrecen unas emociones (las que sean, al fin y al cabo son las mías) a las que los chicos de Sigur Rós no alcanzan, lo que me lleva a pensar en voz alta que tal vez sea la primera vez que la música de David Summers y Sigur Rós se asocian en un mismo párrafo. ¿No es el pop maravilloso?
Hace ya algunos años David Summers se encontraba en la fase terminal de su intento por despegar una carrera en solitario que por mucho que uno se esforzase no acababa de cuajar en términos de ventas. Yo trabajaba en Warner y era su jefe de producto, esa figura que intentaba unir las conexiones entre artista, manager y compañía con algo de orden. Viajaba con él a conciertos y acciones promocionales y teníamos mucho tiempo libre para escucharnos el uno al otro en taxis, coches de producción, camerinos, habitaciones de hotel y aeropuertos. En mayo de 2001 hablábamos en una humeante habitación de unos modestos apartamentos en Chicago poco después de que el público que abarrotaba el House Of Blues hubiese despedido en pie entre interminables aplausos la actuación de David y su solvente banda de músicos.
Parecía del todo imposible explicarse como un artista que era capaz de reventar escenarios de Anaheim, Chicago o México D.F. hubiese pasado completamente inadvertido tan solo una semana antes durante una firma de discos en un conocido centro comercial de Zaragoza. El cantante, el estilo y las canciones eran las mismas (más o menos), pero para el público aquello no eran los Hombres G. Y sobre las posibles razones del esquinazo comercial de su público en España debatimos en aquella habitación de Chicago sin llegar a ninguna conclusión coherente. Bueno, en realidad mi conclusión más relevante era que aquel tipo había amasado una cantidad colosal de canciones populares y “Devuélveme a mi chica” era uno de los hits más simples y a la vez más incontestables del pop español. No muchos años después, el mismo cantante, el mismo estilo y las mismas canciones llenarían el estadio Vicente Calderón de Madrid, un episodio histórico para un artista local.
Al más puro estilo de una de esas tertulias viejunas de los domingos por la tarde, podría decir que me une una relación sentimental con las canciones del primer disco de Hombres G (el de la portada rosa con el “Profesor Chiflado” de Jerry Lewis) o simplemente que su música me transporta a un espacio temporal de nostalgia infinita donde cualquier posibilidad de crítica objetiva es imposible. Pero no, esto no es un ejercicio nostálgico. A las primeras canciones del cuarteto madrileño casi todos llegamos de una manera mucho más elemental: estábamos allí con 14, 15 o 16 años cuando se editó aquel disco y sencillamente fue literalmente imposible escapar. Publicado en marzo de 1985, fue sólo un álbum de éxito y que sin remedio escuchamos a todas horas (si, tú también) y con el que, directa o indirectamente, lo pasamos razonablemente bien. La diferencia fundamental con el resto de álbumes de otros artistas de la época es que este triunfó comercialmente de verdad, vendiendo cantidades groseras. Su exagerada popularidad encendió la ira entre sus críticos más obtusos, quienes les “insultaban” acusándoles de pijos, una recriminación francamente idiota vista con perspectiva, si me permiten.
Esta no es más que otra historia mil veces repetida de cuatro chavales de barrio jugando a montar un grupo de rock, una aventura que casi nunca alcanza para salir ni siquiera del local de ensayo. Los Hombres G tuvieron suerte y sus canciones (que cada uno decida si eran buenas o malas, yo ahí ya saben que no me meto) fueron el primer contacto verdadero con un grupo de rock en español de éxito. Para una generación completa de jóvenes, eran un grupo tan famoso e importante como los artistas famosos e importantes que admiraban de otros países. Sus canciones hablaban de cosas divertidas, pequeñas historias tontas y ligeras que todos entendíamos. Las que cantaban los grupos famosos e importantes de Inglaterra o Estados Unidos eran igual de ligeras pero casi nadie sabía lo que decían, aumentando de manera ridícula su caché (recomiendo que le echen un vistazo a la letra de “De Do Do Do De Da Da Da” de mis adorados Police).
Hay sesudos debates sobre su falta de calidad: que si eran malos músicos, que si sonaban mal, que si sus canciones eran vulgares y simplonas. Que quieren que les diga, honestamente creo que eran igual que casi todos los demás, pero a diferencia del resto ellos estuvieron más escrutados por sus enormes ventas y permanente exposición. Los grupos “buenos” (los de calidad, ya saben) tocaban en discotecas, pubs y pequeños garitos; los Hombres G lo hicieron en grandes escenarios. Los grupos “buenos” vendían 10.000 copias en el mejor de los casos, los Hombres G, 50.000 en pocas semanas y varios millones a lo largo de los años. Y a pesar de ello, sobrevivieron.
Además con su música se podía ligar. Benditos sean. Los chicos de 15 años también detectaron muy pronto que el grupo le gustaba mucho a las chicas, y si a las chicas les gustaban y a los adolescentes varones también les gustaban, las posibilidades de que les gustaras a las chicas crecían exponencialmente. Con 15 años (en realidad durante toda tu vida) uno busca en la música un medio para pasarlo bien y me temo que las hormonas no están con ganas para debatir sobre la falta de calidad de un grupo en concreto, esas estériles disquisiciones estilísticas se las dejo a gente con gran cantidad de tiempo libre. Entre nosotros, E. R. L, un compañero de clase en primero de BUP se desgañitaba en las sesiones de tarde de Jácara cada vez que sonaba ‘Venezia’. R. A. G., otro muchacho del colegio, apostó fuerte por el ‘A kind of magic’ de Queen. ¿Adivinan quién tocó más tetas?
David Summers, Daniel Mezquita, Javier Molina y Rafael Gutiérrez formaron los Hombres G casi por casualidad. La historia cuenta que David conoció a Rafa en los platós de Televisión Española, como figurantes en el programa musical “Aplauso”. La leyenda se vuelve todavía más inverosímil y naïf cuando descubrimos que el artista al que apoyaban como figuración eran Antonio y Carmen, los hijos de Rocío Dúrcal y Junior, aquellos niños de la “Sopa de amor”. Rafa Gutiérrez se une a Summers, Molina y Mezquita en La Burguesía Revolucionaria y Los Residuos, grupos de pop rock acelerado con influencias a medio camino entre el punk gamberro de Siniestro Total, la nueva ola y el pop clásico de The Beatles. Ya como Bonitos Redford, el antepenúltimo nombre del grupo, en 1983 debutan en Rock-Ola. Ese mismo año graban para Lollipop (sello relacionado con Fernando Cabello, saxofonista del grupo madrileño Los Nikis) sus dos primeros singles: «Milagro en el Congo»/»Venezia», ya con el nombre definitivo de Hombres G y «Marta tiene un marcapasos» / «(La cagaste) Burt Lancaster». En la primavera de 1984, Hombres G prepararon las maquetas para su primer álbum.
CBS y RCA habían rechazado las canciones de Hombres G alegando falta de comercialidad. En un giro rocambolesco de la historia no es difícil imaginar que, de no haberse producido el gigantesco triunfo del grupo sus sencillos en el sello Lollipop, hoy serían quizás objeto de beatificación por parte de los gurús más recalcitrantes. Pero aquello no ocurrió. Ya tenían escritas ‘Devuélveme a mi chica’, ‘Nassau’, ‘No te puedo besar’, ‘Matar a Castro’ o ‘Dejad que las niñas se acerquen a mí’ cuando Discos Lollipop se queda sin dinero. Y es cuando aparece en escena Paco Martín, quien después de verles en directo –en un club de La Vaguada, en Madrid– decide ficharlos para su recién estrenado sello Twins. Yo trabajé con Paco algunos años en las oficinas del Conde de Orgaz, uno de los A&R más atinados del negocio y con perspectiva un hombre de indudable ojo comercial si atendemos a la gran colección de artistas de éxito que pasaron por sus manos. En cierta ocasión, y quiero pensar que no era un ataque ególatra de falsa modestia, me dijo que efectivamente él había sido responsable directo de una enorme cantidad de fichajes superventas, pero añadió algo que me pareció más importante y a la vez muy honesto: me dijo que también fichó gran cantidad de artistas que engrosaron irremediablemente la larga lista del ostracismo y el descalabro. Uno tiende a recordar solo los casos de éxito, pero ante un historial de numerosos triunfos obligatoriamente y basándonos en datos puramente estadísticos, también aparecen asociados multitud de fracasos. Con Hombres G lo cierto es que dio en el clavo.
Grabado en Madrid en 1985 y producido por Paco Trinidad en los estudios TRAK durante la nevada del mes de enero de 1985, el primer elepé de la banda fue mezclado y grabado en tan sólo nueve días. El grupo seleccionó diez canciones de un total de veinticinco que habían ido tocando en clubes y salas de conciertos. Tras siete días de grabación, en sólo dos días más se realizaron todas las mezclas. Contó con músicos como Pepe «El Víbora» con su saxo tenor y Susana Aguilar interpretando los coros de ‘Venezia’. El 17 de enero el disco estaba listo para salir al mercado, y fue editado finalmente el 11 de marzo. Y de repente el single ‘Devuélveme a mi chica’ arrasa de manera sorprendente en todas las radios del país. De tapadillo, triunfaron en un momento donde abundaban tres propuestas claramente diferenciadas: los cantantes de género melódico, el rebufo de imitadores rock al estilo de Tequila y las apuestas de vanguardia enmarcadas bajo el paraguas de La Movida. Y así, casi de la noche a la mañana, estos cuatro muchachos del Parque de Las Avenidas eran más famosos que Felipe González.
El disco se abría con ‘Venezia’, una de las intros más recordadas del pop español, cantada por el batería y una invitación deliberadamente amable a pasar un buen rato. No perseguía nada más y se convirtió en un himno instantáneo: “Vamos juntos hasta Italia quiero comprarme un jersey a rayas”. Es naif, sí, pero capaz aún hoy de levantar congregaciones etílicas francamente divertidas solo con escuchar el piano. ‘Vuelve a mí’, una canción de pop sencillita dentro del género de bar, más macarra de lo que ofrece la inocente grabación y con un estribillo para cantar a grito pelado. ‘Dejad que las niñas se acerquen a mí’ es de las mejores del disco, con un riff al inicio muy característico. La canción huele a playa y a surf, y es divertida, y dicen aquello de “Se creen que soy drogadicto por llevar unos zapatos raros” con más de entrañable que de transgresor. ‘Hace un año’ abrazaba la parte descriptiva del Summers enamorado, no fue un éxito pero una favorita de las chicas, embelesadas con los recuerdos de un muchacho que cuenta que pasa página y que el campo vuelve a estar lleno de flores. ‘No lloraré’ es la primera adaptación del disco, una versión del clásico de Alice Cooper “I never cry” de 1976 incluido en el álbum “Alice Cooper goes to hell”. Es la primera incursión en el género de la gran balada del que Hombres G sacarían enorme rédito a lo largo de su carrera.
‘Devuélveme a mi chica’ es el gran éxito del disco y seguramente la canción más recordada de toda su carrera, un tema fresco, inmediato y que reúne sus principales virtudes como grupo comercial: una letra divertida con un punto gamberro, rimas con calzador, una melodía adictiva, la voz característica de David y un solo de guitarra muy reconocible. Me podría poner muy descriptivo y pedante con las armonías y procesos de composición, pero, ¿merece la pena? Esto es solo pop de éxito probado, inmediato y tan disfrutable como desechable. Incuestionablemente uno de los hitos del pop en español de todos los tiempos.
Reconozco que ‘Matar a Castro’ es, de largo, la canción con una letra más sui generis de todo el disco. Con una atmosfera ligeramente más oscura (sin exagerar, ya me entienden), la temática aborda una lectura inocente sobre un posible atentado al líder cubano, una especie de thriller de Hacendado inspirado en un artículo de prensa, un relato ficticio de corte político de “chichinabo” (todos aquellos que les tomaron en serio deberían hacérselo mirar). ‘Lawrence de Arabia’ es leve y divertida, y también incluye un riff muy reconocible. La parte final aborda ‘No te puedo besar’, amores de colegio ingenuos cantados por Javier Molina y ‘Sin ti’, la segunda adaptación al castellano del disco, una versión de la balada clásica ‘Reality’ popularizada en 1980 por Richard Sanderson, un hit adulto contemporáneo europeo superventas bastante flácido y que en la versión G sale bastante mejor parado.
Ayer hablé con David. Habían pasado algunos años desde que nos encontramos la última vez y, como siempre, fue un gusto. Es educado, amable, escucha bien y le gusta hablar de música. De entrada comentó con la admiración de un fan devoto un reciente concierto de James Taylor, repasando de memoria uno a uno todos los músicos que lo acompañaron. Coincidía en el tiempo que se celebraba el 30 aniversario de la edición del primer disco de la banda y tenía un montón de recuerdos muy frescos que ha estado reviviendo para entrevistas y un estupendo documental editado por Warner.
Mientras hablábamos, David defendía una máxima esencial a la hora de comprender el porqué del continuo maltrato a los Hombres G (extensivo también a otros grupos): la falta de respeto al oficio de artista. Y comparto su opinión completamente. Un principio sujetado bajo la idea fundamental en la que para la gran mayoría el trabajo de un artista en realidad no es un oficio, tendiendo a pensar con inusitada frecuencia que no son más que titiriteros sin rumbo alguno, una mayoría atrevida e ignorante capaces de preguntar sin vergüenza: “Pero tú, además de la gilipollez esa de cantar, ¿te dedicarás a algo, no?
Esa falta de respeto está latente en el carácter del español, una particularidad bastante cutre que en el fondo no esconde más que una velada envidia. Que unos tipos que aporrean unas guitarras se hinchen a ganar dinero, liguen sin parar y vivan una vida de ensueño mientras yo me lo curro en mi trabajo es una realidad que jode. Asumámoslo. Para nuestro rubor, esto no ocurre en países como México donde el respeto al artista es máximo, comprendiendo con inteligencia y admiración que ellos (los artistas), son capaces de hacer algo que sencillamente tú no sabes y jamás serias capaz de hacer.
A pesar de vender millones de discos, seguir ofreciendo cada año material nuevo escapando del revival nostálgico y girar ininterrumpidamente desde 1985, los Hombres G ni reciben premios, ni menciones y están excluidos del club de los artistas pop molones. David no desprende ni un atisbo de rencor y tampoco se siente maltratado por la crítica. El éxito abrumador de un grupo de cuatro veinteañeros destapó acusaciones de pijos, maricas, hijos de papa y muchas otras gilipolleces que, como hombre inteligente, nunca le han afectado lo más mínimo. Quizás no acabe de comprender que en España se necesiten veinte o treinta años para alcanzar el estatus de artista respetable, ese momento en el que alguien decide que aquello no fue un golpe de suerte, que realmente te lo has currado y que quizá aquello de escribir canciones era una pasión verdadera.
Tuve la suerte de trabajar con David mucho tiempo, sin duda uno de los autores pop en castellano más extraordinarios de los últimos treinta años. Tuve la fortuna de entablar amistad con Rafa, con quién toqué muchas noches en un pequeño escenario de Majadahonda por el simple placer de manosear canciones que nos gustaban (muchos se sorprenderían de sus enciclopédicos gustos privados y de su contagiosa pasión por la guitarra). Compartí edificio con Dani durante sus últimos años en el DRO de López de Hoyos, siempre amable y entusiasta, y Javi, por ser batería y tener un bar molón siempre me cayó simpático. Son buena gente y eso se transmite en sus canciones y en la felicidad que provocan en la gente que va a verles en directo. De otro modo sería sencillamente inexplicable.
Los Hombres G han tenido el talento y la habilidad de escribir canciones pegadizas capaces de conectar de inmediato con el público juvenil. Es verdad que la técnica instrumental en sus primeros discos era limitada, lo cual también les evitaba meter la pata con ornamentos superfluos. El pop del primer disco de Hombres G era simple y banal, ideal para una fiesta intrascendente. Eran directos y tenían carisma y desparpajo. Cualquier otra crítica sesuda deja en peor lugar al crítico que a los criticados. No hay razones de peso en las descalificaciones dirigidas hacia ellos a lo largo de los años, casi siempre injustas y atendiendo a motivos de envidia algo patéticos. Su música era fresca y previsible, ¿hay algo malo en ello? Aquellas canciones han envejecido estupendamente bien. Los quinceañeros de hace treinta años hoy van a sus conciertos acompañados de maridos o esposas, amantes o amantas, o sencillamente parejas de baile formadas por madres e hijos. Las nuevas generaciones han abrazado ‘Venezia’ y ‘Devuélveme a mi chica’ como si fueran obras de estreno, las cantan y se emocionan igual que lo hacían sus padres y son precisamente estas nuevas pandillas de chavales las que por fin devuelven el brillo a unas canciones tan facilonas y pegadizas como geniales, seguramente su premio más importante.
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