Placeres Culpables: “Greatest hits”, de Journey

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“Con sus melenas de corte ‘mullet’, Journey devolvieron a las listas la grandeza de los sonidos melódicos, las armonías vocales disparatadas y los solos de guitarra desproporcionados. Eso sí, siempre con un batallón de buenas canciones en cada disco”

 

Óscar García Blesa se remonta a 1988 para abordar el único grandes éxitos de esta sección, el disco más vendido de Journey –trescientas treinta semanas en las listas del Billboard 200–y el, a su juicio, santo grial del AOR (adult oriented rock).

 

 

Una sección de ÓSCAR GARCÍA BLESA.

 

 

Journey
“Greatest hits”
COLUMBIA, 1988

 

 

“Sabes, la música realmente buena no es sólo para escuchar. Es casi como una alucinación”. Iggy Pop.

Resulta completamente inexplicable mi devoción por este grupo de AOR. Exagerados, empalagosos e indiscutiblemente horteras, las canciones de Journey tienen la extraordinaria capacidad de contagiarme grandes dosis de optimismo intrascendente sin reclamar nada a cambio. Me explico. Algunos pocos álbumes te ofrecen una sensación de euforia (me viene a la cabeza el “Funeral” de Arcade Fire) pero lo hacen como cobrándose el favor, siempre le debes algo al maldito Will Butler por haber escrito ‘Wake Up’. Bien por William por hacer una canción formidable, pero mal por llamar cada noche antes de acostarme para preguntar si me ha gustado. Con el “Greatest hits” de Journey esto no ocurre. Después de pasarlo bomba con sus melodías de supermercado, solos de guitarra hiper vigorizados y estribillos desechables de saldo, los olvidas hasta la próxima vez con la seguridad de saber que Journey siempre te estarán esperando. Aquí no hay tiempo para discutir de calidades ni patrañas similares. Son canciones para pasarlo bien, la esencia de la filosofía hedonista del rock and roll, nada más.

No es obligatorio, pero sumergirse en una experiencia norteamericana de high school durante un año entero ayuda terriblemente a comprender los matices de la grandeza de Journey. Uno entiende muchas cosas cuando asiste a los bailes en el gimnasio del colegio vestido con un smoking horroroso con pajarita rosa fucsia, cuando comparte tardes de pizza en un sótano viendo hockey sobre hielo, cuando anima al equipo Varsity de Football sin tener ni pajolera idea de las reglas del juego, cuando ve llorar a las cheerleaders emocionadas de verdad escuchando una insufrible canción de amor. ¡Esto es América! Igualito que en las películas.

Cuando les vi por primera vez asomarse al televisor del salón de mi casa en Ohio quede boquiabierto. Steve Perry correteaba por un gigantesco escenario ataviado con unas mallas de ciclista y una levita de mago sin nada debajo, un espectáculo de pésimo gusto y estilismo lamentable. Pero fíjate tú, las canciones de aquellos americanos molaban. El caso es que este muchacho de gorgorito fácil cantaba muy bien, y lo que es más importante, tenía a los 80.000 espectadores que abarrotaban aquel estadio completamente rendidos a sus pies. En Sunbury, un remoto y minúsculo pueblo a cuarenta y cinco minutos de Columbus –capital del estado de Ohio–, me asaltó la curiosidad por aquellos horteras gamberros de manera casi inmediata. Reconozco que aquellos que no hayan vivido las entrañas de un high school como ecosistema sociológico tendrán muchos más problemas para acercarse a este disco de una manera comprensiva. Eso se entiende mejor cuando uno ha estado allí, no cabe duda.

Si hubiera un grupo que liderara las listas de reproducciones culpables, Journey debería ser uno de los gallos del corral. En público nadie parece reclamarles para formar parte de su equipo, aunque todos sabemos que en privado (estos tíos han vendido casi cien millones de discos) la cosa cambia. Este es y será el único álbum de “Greatest hits” en mi colección de Placeres Culpables (hasta el último minuto, el disco de éxitos de los Eagles estuvo en seria competencia), seguramente la mejor colección de canciones del vilipendiado AOR. Sólo les digo una cosa: todo lo que les hayan contado acerca del género es mentira, no está tan mal como imaginan. Pero claro, eso la gente no lo sabe.

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Este álbum es el santo grial del AOR (adult oriented rock), esa variante del rock clásico algo edulcorada dirigida a un público rockero más conservador, amigo de los estribillos, melodías y armonías vocales, en definitiva un rock apto para casi todos los públicos sin la aspereza del rock puro. En algunos círculos también es conocido como soft rock, que como el propio nombre indica es suave y por lo tanto mucho más moña si cabe. Journey, Boston y Toto forman la santisima trinidad del género, pero no se vayan a pensar: grupos oficialmente buenos como Supertramp, Fleetwood Mac o The Eagles practicaban las mismas estrategias estilísticas para alcanzar sus objetivos de ventas, aunque –afortunados– la crítica fue mucho más benévola con sus cancioncillas ligeras.

Nos encontramos ante un álbum clásico. “Journey: Greatest hits vol 1” (en realidad no hay tal volumen 1, pero al existir una colección denominada “Volumen 2”, mucho menor y compuesta por los sencillos de su última etapa, hago esta pequeña aclaración) es un disco de rock adulto que cuenta historias de juventud (paradojas de la vida, ¡qué cosas!). Es infeccioso, inyecta energía y tiene mucha fuerza (una fuerza atlética y de levantar pesas si quieren, pero fuerza al fin y al cabo). Sus canciones hablan de los primeros amores, los primeros besos, el primer baile del colegio, describe familias desestructuradas, la perdida de la inocencia y resto de clichés de la post adolescencia estadounidense (en el resto del mundo las cosas son diferentes). Y muy importante, ¡este disco tiene un porrón de éxitos! Hay muchos discos “greatest” que no tienen nada “great” en su interior, no me hagan poner ejemplos que me entra la risa floja. Este no es el caso. Todos los títulos aquí incluidos fueron éxitos en mayor o menor medida y el título responde exactamente a lo que ofrece su interior.

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La formación original de Journey se junta en San Francisco en 1973, organizados por el manager de Carlos Santana, Herbie Herbert. La primera formación contaba con Ross Valory al bajo y Neil Schon a la guitarra (elementos esporádicos de la banda de Santana) y el batería Aynsley Dunbar, que había tocado con Lennon y Zappa. Después de tres discos intrascendentes donde Journey no encuentra el foco musical adecuado, deciden cambiar de estilo, viajando desde el rock progresivo de sus comienzos a una propuesta abiertamente AOR fichando a Steve Perry como voz principal. Los discos de platino empiezan a llegar y Journey coloca varios singles de éxito en el top 100 de Billboard, y con la llegada de Jonathan Cain a los teclados y sintetizadores en 1981 el grupo se adentra en los mejores años de su carrera. “Escape”, octavo disco de la banda y con más de veinte millones de copias despachadas, entró al número 1 de las listas e incluyó tres éxitos en la lista de singles: ‘Who’s crying now’, ‘Open arms’ y, sobre todo, ‘Don’t stop believin’ (canción que en 2009 se convirtió en la más vendida de la historia en iTunes de aquellas no editadas después del año 2000). La época dorada del grupo coincidió con la llegada de Cain, una suerte para Journey que se estuviera desmontando su anterior banda, The Babys (donde también estaba John Waite quién posteriormente arrasaría con el one hit wonder ‘Missing you’ canción por la que los nietos de sus nietos seguirán cobrando derechos de autor), y que junto a Perry y Schon pudieran crear un equipo de compositores francamente respetable y para muchos irresistible. Con sus melenas de corte mullet, Journey devolvieron a las listas la grandeza de los sonidos melódicos, las armonías vocales disparatadas y los solos de guitarra desproporcionados. Eso sí, siempre con un batallón de buenas canciones en cada disco. Eran horteras, mucho, pero también grandes músicos. Cain y Schon son de los mejores solistas de su generación y Steve Perry, perdonen la insistencia, canta condenadamente bien.

Los horteras y vendidos de Journey tienen en las estanterías de sus casas dos discos de oro, ocho álbumes multi platino, un disco de diamante, siete álbumes consecutivos con ventas de un millón o más, cincuenta y tres millones de discos vendidos solo en USA, noventa y cinco millones en todo el mundo, dieciocho sencillos en el top 40 y seis de ellos en el top 10. Les cuento todo esto por si de repente se habían despistado y pensaban que esto de Journey no iba en serio. Los chicos de la bahía pegaron muy fuerte. “Greatest hits” se publicó en 1988 en discos Columbia y hasta la fecha es el disco más vendido del grupo, manteniéndose trescientas treinta semanas en las listas del Billboard 200 (el disco de éxitos más longevo de la historia, sólo superado por el “Legend” de Bob Marley) y cada año despacha medio millón de ejemplares sin despeinarse. Supongo que alguna cosa debieron hacer bien para convencer a tanta gente.

El disco se abre con el riff de teclados de ‘Only the young’, tiene un solo de guitarra estupendo y Steve Perry canta de maravilla. Perdonen la falta de matices en la descripción armónica del sencillo, pero aquí no hay más detalles posibles, es AOR a piñón fijo. ‘Don’t stop believin’ es con seguridad su canción más conocida. La intro creciente de piano es ya una marca registrada del grupo y Perry canta como siempre, es decir, muy bien. Y los solos de guitarra y bajo sorprenden por su virtuosismo también eficaz. Es una canción mil veces versionada, mil veces parodiada, y uno de los estándares de la oferta rock norteamericana de los últimos cuarenta años, apareciendo en iconos televisivos yanquis, como el episodio final de Los Soprano o Padre de familia, el símbolo musical de la serie Glee y el himno no oficial de las series mundiales de béisbol. Olvídense de los perritos calientes y los taxis amarillos de la ciudad de Nueva York. ‘Don’t stop believin’ es más americano que Star Spangled The Banner, señores.

Le siguen ‘Wheel in the sky’ y ‘Faithfully’, una de esas baladas gigantes que utilizan el piano como herramienta emocional, la mejor interpretación vocal de Perry y una de las canciones moñas más bonitas de todos los tiempos. Lejos de ser un hit, ‘I’ll be alright without you’ es una de mis favoritas, con una guitarra heredada de los mejores pasajes ambientales de David Gilmour en Pink Floyd. La canción ‘Anyway you want it’ es pura nueva ola y muy divertida y yo la descubrí por casualidad un día trasteando entre los vinilos de mi padre como parte de la banda sonora de la película “Cadyshack” (malísima, por cierto). En ‘Ask the lonely’, guitarras y teclados como si no hubiera mañana; ‘Who’s crying now’, sintetizadores a porrillo; ‘Separate ways (worlds apart)’, quizás musicalmente su mejor canción; ‘Lights’, con un rollo bluesero, ‘Lovin, touchin, squeezin’, más medios tiempos, ‘Open arms’, una de las baladas más lloronas que se haya escrito (las chicas de mi instituto americano se desmayaban –en realidad no, pero casi– sólo con escuchar las primeras notas). ‘Girl can’t help it’ es la más adulta dentro del rollo adulto del adult oriented rock, no sé si me entienden. ‘Send her my love’ es una balada con punteo de guitarra infinito y ‘Be good to yourself’ es rock and roll festivo para cerrar un disco con quince canciones increíbles que me llevan de viaje nostálgico a 1988.

Como casi todos los artistas dentro del nicho AOR, Journey fueron acusados de simples y vendidos (en sus inicios allá por 1973 exploraron territorios cercanos al jazz y el rock progresivo, géneros “muy comerciales”, como es bien sabido). Su triunfo en 1981 con el álbum “Escape” basado en una fórmula de buenas interpretaciones instrumentales y una sólida visión comercial coincidió en el tiempo con la debacle de “Abacab” de Genesis, grupo que de alguna manera ocupaba el hueco de artista vendedor pero creíble. Las opiniones vertidas sobre la banda casi nunca mencionan que este grupo sabía tocar, es más fácil obviar las partes técnicas de su propuesta antes de reconocer que no hay nada malo en ellos si uno se acerca con ganas de pasarlo bien. En este género, me atrevería a decir que por encima de cualquier otro, los prejuicios han sido verdaderamente idiotas. Si algo bueno tiene el AOR es su incapacidad de ser neutral. O te gusta o lo detestas. Cualquiera que tenga alguna duda sobre su posible afinidad con el género sólo tiene que escuchar el “Greatest hits” de Journey para saber si está hecho para él. Es un test rápido, si después de ‘Anyway you want it’ no se te mueve nada por dentro, cambia inmediatamente a Bjork, Coldplay o Pablo Alborán , el AOR no es lo tuyo. Además no hay mejor disco de AOR que este, así que cualquier esfuerzo posterior es inútil, así de sencillo.

En algún momento del mes de enero de 1989 agarramos un coche y viajamos desde Columbus hasta la ciudad de New Jersey. En el camino hicimos noche en Philadelphia, lugar en el que me hice una estúpida foto en las escaleras que subía Sylvester Stallone en “Rocky”. Jugamos en las tragaperras de Atlantic City y pasamos dos noches en un hotel cerca de Central Park. Fueron cinco días en total, aproximadamente dieciséis o dieciocho horas por trayecto, varios miles de millas recorridas en un utilitario americano y una sola cinta en el reproductor de cassettes. ¿Lo adivinan? Mi hermano y yo escuchamos el “Greatest hits” de Journey no menos de veinte veces, aprendimos cada punteo con nuestras guitarras imaginarias, tocamos los teclados en el salpicadero del coche, intentamos imitar las notas altas de Perry y, permítanme el momento cursi, fue un viaje maravilloso. Journey, para bien o para mal, quedaron grabados como una parte importante de la banda sonora de mi vida. Los puedo escuchar mil veces y siempre me hacen esbozar una sonrisa tonta de manera inconsciente, una de esas cosas del poder de la música donde cada cual escoge libremente lo que le emociona cuando le da la gana, ya saben, don’t stop believin.

Anterior entrega de Placeres culpables: “Sweet dreams (are made of this)”, de Eurythmics

 

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