Placeres Culpables: “Everybody else is doing it, so why can’t we?”, de The Cranberries

Autor:

the-cranberries-01-04-15-a

“The Cranberries tenían una voz muy reconocible, un guitarrista lleno de recursos, cuentan con el trabajo del productor que exprimió el talento de Morrissey y los Smiths, hacían canciones muy bonitas, sonaban cálidos y angustiados en una misma canción y a lo largo de los doce temas de su debut le cantaban al ciclo del amor; encontrarlo, disfrutarlo y lógicamente perderlo”

 

 

Veintidós años después de su publicación, Óscar García Blesa se detiene en el poderoso debut discográfico de la banda irlandesa liderada por Dolores O’Riordan.

 

Una sección de ÓSCAR GARCÍA BLESA.

 

The Cranberries
“Everybody else is doing ¡t, so why can’t we?”
ISLAND RECORDS, 1993

 

“El pop definitivamente es cosa de Mariah Carey o Michael Bolton y todo ese rollo mainstream. La música alternativa es otra cosa, no es la norma. En nuestras canciones puedes encontrar un beat pop, sonido rock o una marcha fúnebre, no hay límites en las influencias de The Cranberries”. Dolores O’Riordan.

Hay cierto resquemor generalizado cuando uno menciona el nombre The Cranberries. Este cuarteto de Limerick (Irlanda) no cae especialmente bien, asociados casi desde el mismo día de su nacimiento con una propuesta pedante entre lo cursi y lo arrogante. Puedo estar bastante de acuerdo en la falta de empatía de su líder, cantante e imagen indiscutible del grupo. Dolores O’Riordan tiene un innegable puntito antipático que ha ido en aumento con el paso de los años. En cuanto a la música, no es siquiera debatible que “Everybody else is doing it, so why can’t we?” es un disco de acabado inmaculado, una obra delicada y de corte relajado donde las canciones ponen el foco en el género dream pop de una forma original y francamente elegante en uno de los trabajos más finos de la década de los noventa. Este es uno de los discos que más escuché hace 20 años (de vez en cuando regreso a él y sigue aguantando sin problemas las embestidas del tiempo) y por extensión es también uno de los que más he disfrutado, que como es bien sabido no es lo mismo (por motivos laborales un servidor ha escuchado algunos discos infinidad de veces sin ofrecerles satisfacción musical alguna, ¡la profesionalidad ante todo!).

Los españoles –me refiero fundamentalmente a la crítica musical que de alguna manera guía los pasos de los más devotos lectores– suelen castigar con dureza las propuestas de artistas mainstream, con gran crueldad cuando logran un inesperado éxito. El caso de The Cranberries es un ejemplo de libro: pasaron de indies molones en sus orígenes a babosos vendidos en cuanto “Linger” alcanzó el número uno y empezaron a llenar estadios. Aceptémoslo: los españoles somos un país de falsos snobs. Solo hay que echar un vistazo a la lista oficial de ventas (esa que se publica después de comer cada miércoles y evalúa de manera injusta el trabajo de los empleados de la industria como si se tratara del boletín de notas de mi hijo) para darse cuenta de que “molar” y vender, al menos en España, no son la misma cosa. La tremenda disparidad de gustos entre lo que opinan los prescriptores profesionales y la del gran público es digna de estudio. Por ponerles un ejemplo, un artista que conozco bastante bien y con el que tuve la gran suerte de trabajar mano a mano: Claudio Baglioni es unánimemente reconocido en Italia como uno de los pilares fundamentales de la música pop de su país a pesar de ser mayoritariamente un cantante ligero de baladas romanticonas. Les pongo más ejemplos. Aquí, con artistas como Camilo Sesto o los Pecos –artistas de indudable éxito aunque sistemáticamente negada su influencia en las siguientes generaciones pop–, sería impensable leer una crónica didáctica, comprensiva y amable. Es más, los que se lanzan abiertamente a escribir algo sobre ellos lo hacen casi siempre excusándose, no sea que alguien les tome en serio. A diferencia de otros países musicalmente más pobres pero de miras mucho más abiertas –e infinitamente más avanzados en la autocrítica–, en España resulta imposible decir en voz alta que los Pecos o Camilo Sesto escribieron buenísimas canciones de pop en castellano del mismo modo que defender el primer disco de The Cranberries es poco menos que un sacrilegio.

Los irlandeses son un grupo apacible y sosegado (a excepción de ‘Zombie’, primer sencillo de su siguiente disco, toda la oferta rock de los irlandeses es bastante lastimosa), y en este disco vuelcan sus esfuerzos en destacar su aspecto dulce con un trabajo emocionante donde no sólo destaca la extraordinaria voz de O’Riordan, también hay espacio para un notable ejercicio de Noel Hogan a la guitarra, huyendo de solos de guitar hero y apoyando la canción con una potente sección rítmica muy en la línea de Johnny Marr y los Smiths.

En general estamos ante un disco acústico (olvídense de la gilipollez esa de desenchufado, aquí la banda devuelve por fin el significado real al término). El álbum camina cómodamente en ese ambiente de buen rollo dream (o la manera oficial del hipsterismo para referirse al “spin off” de la new age), arropado por un manto acústico muy agradable. Me gusta la palabra agradable. En ocasiones uno trata de encontrar cosas raras después de ver una película, leer un libro o escuchar un disco cuando en realidad imagino que lo que todos buscamos es recibir ciertas dosis de satisfacción a cambio, que haga de la experiencia algo sencillamente agradable y que merezca la pena. Este disco me ofrece exactamente ese tipo de sensación placentera.

the-cranberries-01-04-15-b

Formados en 1989 en Limerick, The Cranberry Saw Us (así se hacían llamar en un principio) era un grupo de cuatro chicos: los hermanos Noel y Mike Hogan, Fergal Lawler y el cantante Niall Quinn. O’Riordan, amiga de la novia de Quinn, se embarcó en el grupo cuando él decide dedicarse a otros menesteres. Rebautizados como The Cranberries, en 1992 firman un contrato con Island y comienzan la grabación de “Everybody else is doing it, so why can’t we?”. El sonido Madchester lo ocupaba todo en Inglaterra una vez que The Smiths y The Wedding Present se retiraban de la primera línea de fuego. En USA todo era grunge. Emparentados con grupos como The Sundays y quizás con alguna reminiscencia a la actitud soft punk de Sinead O’Connor, el cuarteto lo apostó todo en la inconfundible voz de O’Riordan y en la capacidad melódica de las guitarras de Hogan. Después de grabar el EP “Uncertain” con pésima recepción por parte de la prensa especializada, cambiaron de manager y empezaron las sesiones de grabación con Stephen Street. En septiembre de 1992 editarían su primer sencillo, ‘Dreams’, lanzando el álbum en marzo de 1993. El segundo single, ‘Linger’, la atención de la MTV y una gira conjunta con Suede acabó por impulsar definitivamente al grupo.

“Everybody…” es un trabajo despreocupado. El hecho de que no fuera escrito por un grupo aspirante a estrella del rock –a diferencia de las composiciones de los dos siguientes trabajos, “No need to argue” o “To the faithful departed”– ofrece en conjunto una colección de canciones honestas y cercanas. Lo más próximo a lo que The Cranberries querían ser esta en su disco de debut, todo lo que vino después son canciones de otro grupo con el mismo nombre. Es este un soberbio ejercicio de rock adulto, amable, calmado y con un regusto permanente de música nostálgica. Cuesta creerlo, pero el atmosférico disco fue capaz de triunfar en USA en un momento dominado por la inmediatez juvenil del mensaje grunge capitalizado en la figura de Kurt Cobain. No se me ocurren dos grupos más diferentes pero, paradojas de la vida, el “Everybody” de The Cranberries en 1993 era la antítesis del “In utero” de Nirvana. Un año después, el ‘Zombi’ de O’Riordan imitaba a ‘Nevermind’ y ‘Live in New York’ de Cobain sonaba al ‘Pretty’ de The Cranberries. Esas cosas de la mimetización, ya saben.

Compré el disco en CD en una pequeña tienda de la Isla de Wight. En verano de 1994 me ganaba unas pesetillas haciéndome cargo de varias decenas de jóvenes estudiantes españoles tratando de aprender inglés. Por si alguno no la conoce, la Isla de Wight es un trozo de tierra frente a las costa de Portsmouth al sur de Inglaterra donde rara vez pasa alguna cosa memorable. Para los fanáticos de la historia del rock es allí donde se celebró el mítico concierto de 1970 con Hendrix, The Doors, The Who o Leonard Cohen. Ni siquiera el recuerdo de un capítulo esencial en la historia de la música popular cambió mi veraneo. Me temo que en 1994 aquella isla me pareció el lugar más aburrido del planeta, habitado en su mayoría por jubilados de piel sonrosada y permanentemente condicionado por los horarios del maldito ferry, medio de transporte que ofrecía la única opción de diversión en tierra firme, o lo que es lo mismo, escaparse de pintas hasta los pubs de Portsmouth o Southampton

Días antes de hacerme con mi copia de “Everybody” en los pubs de Portsmouth, me llamó la atención lo mucho que se emocionaban las chicas cada vez que sonaba ‘Linger’ y lo mucho que se esforzaban los chicos por disimular que disfrutaban. Erróneamente The Cranberries se ha asociado desde sus inicios al género femenino. Mi opinión es radicalmente opuesta. Los chicos encontraron por fin un grupo abiertamente sensible liderado por una tía tímida bastante sexy y se parapetaron bajo el siempre seguro concepto de “grupo para chicas” para así poder disfrutar de sus canciones melosas sin responsabilidades. Las millonarias ventas de este debut desmontaron de un plumazo el intento de los chicos por esconder sus gustos y no tuvieron más remedio que confesar su lado más tierno. Resulta curioso y también algo idiota ver como todavía hoy un chico puede defender delante de una mujer la música de The Cranberries con cierto orgullo pero nunca frente a otro de su mismo género, seguramente castigado de inmediato con un moña o algo peor. El esnobismo y los tipos duros, cosas incomprensibles de la vida moderna que quieren que les diga.

A pesar de editarse primero en Inglaterra, el álbum despegó comercialmente en Estados Unidos. Producido por Stephen Street (The Smiths/Morrissey, Blur), las canciones ofrecieron la luz de esperanza que necesitaban todos los involuntarios súbditos sometidos a la tiranía grunge. ‘Dreams’, pero especialmente ‘Linger’, introdujeron de nuevo la palabra sutileza en el lenguaje musical norteamericano, y ellos simplemente estuvieron en el sitio adecuado en el momento justo subiéndose a una ola de éxito impensable.

Stephen Street fue capaz de sintetizar en un solo disco la inteligencia musical de R.E.M., la finura de Joni Mitchell, la elegancia de una Sade con guitarras eléctricas, la esencia verdadera del rock alternativo norteamericano representados por el “New miserable experience” de Gin Blossoms, el espejo estilístico mejorado de The Sundays y el punto comercial de los Smiths. Y todo cantado por una tipa irlandesa que se inventaba el sonido de las vocales.

Escuchando el disco es bastante evidente que a Hogan le pone Marr y los Smiths. Es extremadamente tacaño en florituras y ornamentos innecesarios, algo que encaja a la perfección con la ciertamente excesiva O’Riordan (por cierto, una más que decente guitarrista). Esta dicotomía de lo simple y lo excesivo se hace patente en ‘Pretty’ y sobretodo en ‘Waltzing Back’. O’Riordan nunca volvería a sonar tan autentica como en este disco, convirtiéndose desde entonces en una acróbata del gorgorito

El disco se abre con ‘I still do’, un ejercicio de canción-resumen de lo que pueden ofrecer. Ya he comentado lo importante que es la primera canción de un disco. Y esta, justo por detrás de los dos hits, es la mejor del lote, un tema con sabor country que crece lentamente hasta desembocar en ‘Dreams’, primer sencillo del álbum, una maravillosa composición pop que celebra con confeti y serpentinas el arte de escribir hermosas melodías. Recuerda a lo mejor de The Sundays o The Wedding Present pero sólo hasta que O’Riordan abre la boca y se pone a cantar de manera personal e inimitable. ‘Dreams’ representa el lado más optimista de los irlandeses, un single lleno de esperanza y vida, una canción pop espléndida.

‘Wanted’ y ‘Waltzing back’ ofrecen la versión menos intimista con ligeros ecos de música celta, dando paso a ‘Still can’t’, lo más parecido al sonido shoegazing donde la mano del productor Stephen Street se deja ver de manera más evidente. ‘Sunday’ es triste y melancólica al principio, y se vuelve agresiva y vibrante en la segunda mitad. ‘How’ incluye un oscuro riff de guitarra anticipo de lo que harían en el futuro. Y llegamos a ‘Linger’, posiblemente su canción más conocida, la más elegante, la que encierra más registros inigualables, en definitiva la obra marca Cranberries por excelencia. Contiene un estribillo demoledor arropado permanentemente por esa preciosa sección de cuerda y esos “oh oh oh oh” tan típicos de la por entonces cantante de pelo moreno (luego fue rubia, y morena de pelo corto, rubia de pelo largo, etc, etc). ‘Linger’ rompió definitivamente en Estados Unidos, haciendo que este trabajo alcanzase cifras de ventas fabulosas: más de 8 millones de discos vendidos. La historia de The Cranberries, en gran medida, se escribe a raíz del pop elegante y romanticismo de ese hit.

El grunge cambió las reglas del mainstream no cabe duda. Rodeado de ‘Jeremy’ o ‘Smells like teen spirit’, sintonizar ‘Linger’ en una emisora de radio en 1993 era algo tan atípico como que hoy no suene David Guetta o cualquier sucedáneo chunda-chunda en la radio comercial. Lo divertido del asunto es que los irlandeses eran un grupo legítimamente alternativo sin necesidad de utilizar guitarras distorsionadas ni lucir camisas de leñador con el pelo sucio y grasiento. La manera de cantar de su vocalista, el uso de melodías tirando a dramáticas y el contexto general de música ambiciosa y elegante era algo francamente muy distinto a la oferta mayoritaria del momento, elementos fundamentales para comprender su sorprendente triunfo. Eran únicos pero sobre todo eran muy buenos

Este debut discográfico es un disco de pop muy respetable, a pesar de un menosprecio más o menos generalizado. Las emisoras de oldies no han dejado descansar ni un sólo día a ‘Dreams’ o ‘Linger’ haciendo que los gurús se echen permanentemente las manos a la cabeza. No cambió el curso de la historia, pero en su momento fue una indudable sorpresa y un disco de obligada escucha para tener una visión global y verdadera de lo que pasó en los 90. The Cranberries tenían una voz muy reconocible, un guitarrista lleno de recursos, cuentan con el trabajo del productor que exprimió el talento de Morrissey y los Smiths, hacían canciones muy bonitas, sonaban cálidos y angustiados en una misma canción y a lo largo de los doce temas de su debut le cantaban al ciclo del amor: encontrarlo, disfrutarlo y lógicamente perderlo. Aquí hay sonidos etéreos, sensibilidad góspel, ecos celtas. Son profundos y delicados durante cuarenta minutos de música excelente donde todas las canciones encajan maravillosamente y donde la suma de las partes engrandece el conjunto de un álbum excelente de arriba abajo. A pesar de que intenté prestarle atención a sus siguientes trabajos, lo cierto es que su reinvención como críticos sociales y una apuesta rock de mentirijillas era un rollo patatero. Todo lo que tenían que contar lo contaron magistralmente en estas doce canciones. ¿Quién podía imaginar que unos gorgoritos con acento irlandés acabarían convirtiéndose en una obra clásica?

En 1994 recorrí la Isla de Wight en bicicleta aproximadamente quinientas veces. Mientras los críos estudiaban inglés por la mañana, yo hacía kilómetros escuchando mi CD de The Cranberries en un discman bastante chulo de la marca Sony. “Everybody else is doing it, so why can’t we?” fue capaz de convertir un lugar plano y aburrido en un paisaje de ensueño, bucólico y ciertamente poético. La agradable sutileza de las canciones de The Cranberries encajaban increíblemente bien con las esponjosas costas de aquella isla mínima, otra fabulosa muestra del poder de las canciones para transformar cosas anodinas en hermosas. Mientras termino de escribir estas líneas apunto en mi agenda “Volver a Wight”. La música pop es deliciosa.

Artículos relacionados