Placeres culpables: “Diesel and dust”, de Midnight Oil

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“Lanzaron un discurso en forma de canciones con el objeto de despertar las conciencias de su pueblo a una nación que daba la espalda a los problemas del medio ambiente gobernada por una clase política mediocre. Esto es música rock usada como arma arrojadiza hecha por un grupo honesto, convincente y verdadero, suenan bien y tienen mensaje”

 

Los australianos son protagonistas del pecado musical confesable de esta semana, con un trabajo del que vendieron más de tres millones de copias y en el que aúnan una gran creatividad sin renunciar a la crítica social. Por Óscar García Blesa.

 

 

Una sección de ÓSCAR GARCÍA BLESA.

 

 

Midnight Oil
“Diesel And dust”
COLUMBIA/SONY, 1987

 

 

 

“Había un grupo en Australia llamado Midnight Oil y eran muy, muy políticos, y literalmente te pegaban con un martillo en la cabeza. A veces U2 también te golpean con un martillo, pero es de goma”. Meat Loaf.

A mediados de los ochenta, muchos domingos me acercaba hasta el Rastro para comprar casetes grabadas. Aquello era ilegal, sí, pero a diferencia de las copias en CD que invadieron las calles algunos años más tarde se trataba de una práctica con un cierto aire romántico intrínsecamente vinculado al propio formato. Las grabaciones en casete (piratas o domésticas) ofrecían un espíritu DIY entrañable que te permitían acceder a las discografías prestadas de tus amigos, conquistar futuras novias o descubrir artistas desconocidos. A veces grababa las canciones directamente de la radio esperando con el dedo sobre el botón REC el momento exacto en el que el locutor se callaba, un verdadero trabajo de artesanía. Las cintas del Rastro costaban 200 pesetas, unas versiones de calidad cochambrosa que casi siempre terminaban enredadas en la pletina haciendo que tus huesos acabaran obligatoriamente en la tienda de discos comprando el disco legal. De alguna manera las casetes funcionaban como un tráiler, un cebo necesario para pasar por taquilla. Mi primer “Diesel and dust” de Midnight Oil lo compré en una cinta TDK del Rastro. Y después en vinilo en Discoplay. Y después en CD en El Corte Inglés. Y ahora mientras escribo lo escucho a través de mi servicio de streaming preferido, y cuando la fiebre vintage nos vuelva a todos completamente gilipollas y regresen las dobles pletinas, lo volveré a comprar en una cinta de cromo y cerraré el circulo.

Muchos fines de semana subía con mis amigos hasta Villalba, pueblo serrano a 40 kilómetros de Madrid dirección a La Coruña (en 1987 los carteles de la autopista aún no se habían comido la L de La). Villalba en verano molaba, hacía calor como para saber que estabas en verano y el suficiente fresquito como para necesitar un chupa vaquera cuando salías por la noche. Justo pegado a la carretera se erguía la discoteca Testa. Seguramente hoy no alcanzaría ni a chiringuito de segunda pero aquel local con una entrada en cuesta empinadísima era entonces para mí lo más parecido a un club de moda en Saint Tropez. Con 16 años los objetivos de una noche de fiesta son tremendamente elementales, imposible ser más primitivo: beber y amar. Lo primero casi siempre condenaba a lo segundo, y cuando (accidentalmente) sonaba la flauta a modo de un precario triunfo amatorio casi siempre sentías un tremendo arrepentimiento por haber bebido, un bucle verdaderamente idiota. Ojo, no digo que con 40 los objetivos sean muy distintos, sencillamente con la edad aprendes a disimular mejor.

En Testa ponían buena música, fundamentalmente éxitos pop de los 80, algo nada extraño teniendo en cuenta que estábamos en los 80. Entre 1987 y 1988 tres canciones ponían la noche de Testa patas arriba: ‘Where the streets have no name’ de U2, ‘Cars and girls’ de Prefab Sprout y ‘Beds are burning’ de Midnight Oil. También funcionaba muy bien ‘Never gonna give you up’ de Rick Astley, un éxito abrazado especialmente entre la audiencia femenina y sus novios con plumíferos Roc Neige con hombreras de colores. En verano en Villalba algunos muchachos modernos llevaban anoraks de plumas y chupas vaqueras con forro de borrego, pero esa es otra historia.

La última parte de la década de los ochenta ha sido injustamente apaleada por una aparente falta de calidad musical. U2 se hacían gigantes conservando un espíritu creíble, R.E.M. escribía las líneas maestras del pop rock de toda una época al mismo tiempo que cientos de bandas independientes hacían música extraordinaria que serviría de colchón y eslabón inevitable para la música tozuda y salvaje que llegaría en los 90, representada en un primer momento por el movimiento grunge. Y ahí, incrustados en esa misma generación desde la lejana Australia, las canciones de Midnight Oil insuflaron como por arte de magia bocanadas de aire fresco apoyados en unas melodías memorables, un mensaje directo y un líder (como Bono o Stipe) carismático. La música que escuchábamos en Testa y en el resto de locales de la época estaba por lo general bastante bien. Musicalmente hablando, 1987 es un año extraordinario. Además de U2 y Prefab Sprout, Prince publicó “Sign of the times”, R.E.M. grabó “Document”, Depeche Mode “Music for the massses” y Guns n’ Roses haría el mejor disco de rock metal de la década. Y los Oils sin hacer ruido salieron en la foto musical de un año fabuloso.
La banda nació en Sydney a mediados de los años 70 con una mezcla de sonidos rock tradicionales heredados de Cream y la Creedence Clearwater Revival y el componente progresivo de bandas como Jethro Tull y Yes, influencias que conformarían la base de su sonido de pub rock. Después de cinco discos y el reconocimiento unánime del público australiano pero sin apenas recorrido fuera de la gran isla, en 1986 se embarcaron en la gira Blackfella/Whitefella por Australia junto a grupos aborígenes como Warumpi Band donde conocen de primera mano los problemas que sufren las diferentes tribus indígenas. La experiencia sentaría las bases de “Diesel and dust”, donde el grupo pone el foco en la necesidad de reconciliación entre la Australia blanca y el pueblo aborigen.

“Diesel and dust” es quizás el trabajo de rock australiano más exuberante de todos los tiempos. No aparece en ninguna lista de los discos esenciales de la historia, ni siquiera de la década de los ochenta, un verdadero outsider. No goza de un especial favor de la crítica ni tampoco posee un núcleo de fans guerrilleros dispuestos a defenderlo con su vida pero se trata de un álbum colosal. Después de algunos discos extravagantes como “10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1” (en 1982) o “Red sails in the sunset” (1984), “Diesel and dust” se levanta como un trabajo clásico, repleto de canciones inmediatas, construido con una producción impecable e increíblemente bien arreglado e interpretado. Ante la queja generalizada de álbumes con un par de buenas canciones y un porcentaje alto de relleno, ofrece un conjunto donde todo es valioso, no hay un solo corte del disco que pueda ser considerado menor, un trabajo redondo de cabo a rabo.

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Centradas en una temática por y para los derechos de los aborígenes (a pesar de tratar una materia local no entorpece un ápice el disfrute de su contenido), las canciones de este disco golpean desde la primera escucha. Lanzaron un discurso en forma de canciones con el objeto de despertar las conciencias de su pueblo a una nación que daba la espalda a los problemas del medio ambiente gobernada por una clase política mediocre. Esto es música rock usada como arma arrojadiza hecha por un grupo honesto, convincente y verdadero, suenan bien y tienen mensaje, un trabajo extraño dentro de una década llena de maquillaje y sonidos enlatados.

Midnight Oil fueron capaces de crear melodías inolvidables una y otra vez a lo largo de diez cortes de fiereza incomparable, una colección de pequeños himnos nerviosos imprescindibles. De manera inimitable, las canciones de “Diesel and dust” combinan belleza y furia sin esfuerzo. Y es ese el verdadero valor de este trabajo: poder vibrar con piezas de una mala leche incontestable pero de apariencia amable.

Como no puede ser de otra manera, al fin y al cabo si has llegado hasta aquí ya no eres nuevo y sabes que estás leyendo un ensayo sobre la estupidez del prejuicio, “Diesel and dust” fue duramente criticado, no ya por el aparente sermón de su contenido (que también), sino por su acercamiento mercantilista hacía el lado pop de la música, un signo inequívoco de haberse vendido al mainstream. Evidentemente se trata de una acusación deliberadamente idiota, imposible coincidir. Pero aún en el caso (muy hipotético) de que ese argumento tuviera algún sustento mínimamente coherente, ¿sería ilícito por parte del grupo utilizar sencillos trucos pop con el objeto de hacer llegar su mensaje al mayor número de gente posible?

“Diesel and dust”, sexto álbum del grupo, supone el techo de su carrera. Lo anterior es interesante, no cabe duda y los trabajos que le siguieron (especialmente “Blue sky mining”) ofrecen detalles de un talento desbordante, pero es aquí, en 1987, cuando todos los ingredientes combinan de manera perfecta creando un ejercicio de actitud soberbio, un trabajo de escucha obligada para cualquier amante de la melodía y el rock and roll verdadero. El primer corte, ‘Beds are burning’, es (obviamente) la bandera de este trabajo, uno de los sencillos más populares de la década de los ochenta, un tema grandioso a compás de 4/4 que retrata la ignorancia y negligencia como pocos, su obra maestra. Pero hay muchos más. ‘The dead heart’ emociona convirtiéndose en la joya oculta del disco. ‘Put down that weapon’ (con un delicioso y complejo arreglo de teclado) y ‘Whoah’, derribando con palabras muros de incultura como si de arietes medievales se tratara. ‘Dreamworld’, ‘Bullroarer’ (tremendo riff de guitarra) y ‘Sometimes’ son magníficos ejemplos de belleza melódica para cerrar una colección de canciones superlativas.

Comercialmente y ante pronóstico, “Diesel and dust” fue todo un éxito. Cinco veces platino en Australia, Oro en UK, platino en USA y número 1 en Francia llevaron a Midnight Oil despachar casi 3 millones de discos en todo el mundo, una montaña de álbumes para un grupo con un cantante calvo que bailaba a espasmos y que hablaba sobre tribus perdidas. Peter Garret, figura indiscutible del grupo, una suerte de Michael Stipe con más agallas, estrella del rock, político de calado (llegó a ministro de medio ambiente en su país) y activista de verdad, representa todas las virtudes del grupo con dosis de actitud desbordantes. El grupo mola, las canciones son buenas y además tenía un líder del que era imposible apartar la vista.

En 1987 U2 se merendó el planeta con “The Joshua Tree”, pero bien pudiera habérselo comido Midnight Oil con su “Diesel and dust”. Han pasado más de 25 años desde su publicación y la portada exhibiendo una casa abandonada al sur de Australia no ha perdido ni un gramo de fuerza. El disco respira el aire aventurero de un grupo recorriendo el país en furgoneta, durmiendo en tiendas de campaña y comiendo carne de canguro. “Disel and dust” es una asombrosa mezcla de compromiso social y rock and roll, una descripción perfecta del poder, la política y su opresión sobre las minorías. Es un trabajo sólido, apasionado y muy original. Pero por encima de impagables mítines en contra del maltrato de ancestros australianos estamos ante una obra magistral, unas canciones de denuncia que coinciden con el pico de su creatividad, una música sincera que emociona y que fue capaz de conectar con millones de personas de una manera inesperada utilizando única y exclusivamente canciones de verdad.

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