“Esa es la magia de ABBA: por un lado ser el grupo más comercial del planeta, y por el otro ser lo bastante osados como para cerrar un disco con una marcianada como ‘I’m a Marionette’”
Adelantamos un nuevo capítulo del libro “Placeres culpables”, que publicará el próximo mes de mayo Óscar García Blesa. Esta semana nos adentramos en el quinto elepé del grupo sueco ABBA.
Una sección de ÓSCAR GARCÍA BLESA.
ABBA
“The album”
POLYDOR/UNIVERSAL
“No tengo ningún disco de ABBA y nunca he sentido la necesidad de ir a comprarme uno. Pero si estás hablando de canciones pop bien construidas, las suyas son fantásticas”. Phil Collins.
Cuatro suecos con cara de buenas personas dominaron las listas de éxito durante la década de los setenta a golpe de canciones irresistibles para el oído humano. Existen teorías que hablan de técnicas experimentales en el proceso de composición de las mismas. Armónicamente perfectas, algunos dicen que imprimían en el cerebro humano algún tipo de toxina que aseguraba que el individuo fuera incapaz de olvidarlas. Es, sin duda, una hipótesis exagerada, aunque es indiscutible su asombrosa capacidad para fabricar canciones pop redondas por mucho que quieran arrinconarlas a los banquetes de boda. ABBA es una extraña bestia para evaluar críticamente, aunque nadie puede negarles su maestría para la melodía a la hora de componer una brillante canción de pop.
De pequeño yo vivía en un piso alto en el barrio madrileño de La Estrella. Mi padre tenía reservado un cuartito a modo de estudio, una habitación que recibía genéricamente el nombre de “el despacho”, y donde en realidad no ocurría nada verdaderamente extraordinario. Mi padre coleccionaba trenes de juguete Ibertren, hacía maquetas con aviones desmontables y restauraba sus viejas carpetas de singles en 7” con tijeras y plantillas de Letraset. Fue en el despacho donde vi por primera vez la portada de un grupo folk con camisas rojas y calcetines a juego llamado Hootenanny Singers. Yo tenía 11 años y sin saberlo acababa de descubrir los orígenes de ABBA. De ABBA casi todo el mundo sabe que a) es un grupo sueco, b) estaba formado por dos mujeres y dos hombres pareja también en la vida real y c) en algún momento ganaron el festival de Eurovisión. Es menos conocido que todos sus miembros eran musicalmente un portento y ya eran muy famosos antes de ABBA. De hecho, técnicamente y atendiendo a la definición oficial del término (grupo de música formado por artistas que habían tenido fama y respeto en grupos anteriores o a nivel individual), ABBA era un supergrupo tan legítimo como Crosby, Stills, Nash & Young, Cream o Blind Faith, aunque por supuesto mucho menos auténtico, ya saben.
Los Hootenanny Singers del despacho de mi padre era un conocidísimo grupo folk sueco que, a diferencia de otros muchos imitadores de The Kingston Trio, cantaba en su lengua nativa y en 1964 tenía como líder a un joven cantante y compositor llamado Björn Christian Ulvaeus. Giraron sin parar al tiempo que el fenómeno beat abordaba Suecia y el resto del mundo. Inevitablemente, The Beatles tuvieron réplicas en cada país europeo y The Hep Stars triunfaron en Suecia con sus pelos a lo Byrds y la canción ‘Cadillac’ escrita por su cantante y compositor Benny Andersson. Los Hootenanny y The Hep Stars coincidían habitualmente en sus giras, compartían camerinos y escenario, y Ulvaeus y Andersson se hicieron amigos, colaboraron, escribieron canciones juntos, dejaron sus respectivos grupos y terminaron formando un dúo: Björn & Benny.
Agnetha Fältskog tenía solo 17 años cuando en 1967 alcanzó el estrellato con su primer álbum en solitario, “Jag Var Sä Kar”, disco escrito enteramente por ella que encabezó las listas de ventas por encima de los mismísimos Beatles. Virtuosa pianista, desde el jazz a las figuras clásicas de Bach, Fältskog conoció a Ulvaeus en una gala de televisión y Cupido se encargó del resto. Por su parte, Anni Frid, seguramente la mejor voz de los cuatro, nacida en Noruega aunque en Suecia desde muy niña, ya cantaba en pequeños locales de jazz con 13 años. En 1967 gana un concurso de talento en la televisión sueca, lo que la convierte en una celebridad y la firma de un suculento contrato con EMI. Después de varios sencillos de éxito, Anni conoce en un programa de radio a… ¿adivinan? Exacto, Benny Anderson. El amor se encargó del resto. Ella editó su disco de debut “En Ledig Dag” con EMI, producido por Benny Andersson. Björn Ulvaeus y el propio Andersson formaron pareja artística y lanzaron un trabajo titulado “Lycka” con Agnetha y Frid colaborando en los coros. Fältskog y Ulvaeus se casaron y Frid y Andersson se prometieron. Hasta el verdadero nacimiento de ABBA como grupo en 1972, podemos decir que se mantuvieron bastante entretenidos.
El cuarteto sueco tenía serias similitudes con The Beatles. Al igual que los de Liverpool dos cabezas capitalizaban la parte compositiva (los chicos), mientras que el papel secundario pero esencial de Harrison y Starr era para las chicas. En un principio, el grupo sueco fue como un artista de singles; más adelante se convirtieron en un grupo de álbumes tratando cada canción como sencillos, algo que tomaron como modelo del cuarteto británico. En el fondo, siempre tuvieron claro que se trataba de un artista de estudio y como The Beatles, abandonaron las grandes giras y las actuaciones en directo para centrarse en escribir. Por si fuera poco, tenían a su propio Brian Epstein: Stig Anderson, un sueco listísimo propietario del sello POLAR, discográfica de los Hootenanny Singers. Fue el inventor del nombre ABBA, diseñador del plan ‘Waterloo’, responsable de asegurar una distribución mundial de sus cuatro pupilos en el momento justo y por encima de todo, el hombre que hizo que Agnetha, Benny, Björn y Anni fueran inmensamente ricos.
En una España de dos cadenas, el festival de Eurovisión era una cita familiar obligada frente al televisor. En 1974 yo era demasiado pequeño como para tener recuerdos atinados de ‘Waterloo’ o del traje de Napoleón del director de orquesta. No tuve un primer recuerdo del festival hasta el ‘Halleluyah’ de los israelitas Milk & Honey en 1979. No obstante, a falta de éxitos hispanos, TVE repetía año tras año la actuación de los suecos en la previa de la ceremonia, clavando a fuego en mi cerebro aquellos trajes imposibles, ¿qué niño podría olvidar aquella espantosa indumentaria?
Stig Anderson había fracasado justo un año antes al intentar ganar el festival con el tema ‘Ring Ring’. Ni siquiera alcanzó a clasificarse en las eliminatorias locales. Incansable, volvió a la carga un año después y en plena efervescencia glam y el muro de sonido de Phil Spector lo volvió a intentar presentando ‘Waterloo’. Ya saben quién ganó. Aquel triunfo alumbró indiscutiblemente uno de los fenómenos musicales más arrolladores en la historia de la música popular. Con una carrera moderadamente breve, ABBA se convirtió en el grupo más vendedor de la década y en uno de los iconos pop más celebrados de todos los tiempos.
‘Waterloo’ es sin duda una canción pop brillante. Intachable, tan bien construida como casi todos los sencillos que despacharon en sus cuatro primeros álbumes: ‘Ring Ring’, ‘Mamma Mia’, ‘S.O.S.’, ‘Honey, Honey’, ‘Dancing Queen’… números uno en Estados Unidos, Latinoamérica, Europa, Japón… A pesar de su disparatado éxito, pocos aventuraban que más allá de convertirse en una pequeña línea de montaje de cancioncillas ligeras y amables perfectas para la radio, en algún momento fuesen capaces de construir un álbum memorable.
En 1977, ABBA era posiblemente el grupo más famoso del planeta. “The album” es el pico creativo de su carrera y después de fusionar con éxito el folk, rock, pop, funk y la música clásica se acercan a un género pop art progresivo. Ojo: no piensen que este trabajo incluye piezas de 15 minutos describiendo los amaneceres en un glaciar en un manto ruidista de sintetizadores. Siguen siendo un grupo pegadizo, aunque su producción resulta más ambiciosa y es decididamente adulta. Desde la primera canción del disco, los suecos se ponen ligeramente más serios que en entregas anteriores. ‘Eagle’ es una obra de ingeniería en cuanto a los arreglos se refiere, puro Fleetwood Mac. Quizás no son la máquina perfecta que fabricaba canciones pop infecciosas, pero aparecen por fin medios tiempos poderosos y las guitarras acústicas y los sintetizadores cobran protagonismo, atinando de una vez por todas en la letras, el talón de Aquiles del grupo.
El disco incluye ‘Take a chance on me’, una colección de pequeños arreglos puestos al servicio de la canción, empezando por supuesto con esa genial introducción a capela con la que resulta imposible resistirse a esbozar una sonrisa de felicidad cada vez que la escuchas. ‘The name of the game’ incluye tres o cuatro partes diferentes que aparentemente no tienen relación alguna, pero que encajan mágicamente en una de sus mejores canciones. Del teclado de la sección inicial pasan a la parte cantada y de vuelta a un dududu casi góspel para volver al teclado, en realidad el catalogo definitivo de sus virtudes: irresistible sencillez camuflada bajo un complejísimo trabajo de arreglos, composición y producción. Incluyen un rock and roll, ‘Hole in your soul’; ‘One man one woman’ es una balada de preciosismo clásico increíblemente bien cantada (estas dos mujeres sabían cantar muy bien), ofrece la mejor versión vocal de Agnetha y Anni y muestra el camino a la hora de empastar voces imitada hasta la saciedad. ‘Move on’ es otro lento. Aquí incluyen un monólogo de Björn que en cualquier álbum de cualquier otro artista parecería ridículo. La voz del hombre está tan perfectamente integrada con la majestuosa armonía vocal del coro que de no estar, la echarías de menos. El mayor gesto de madurez del disco es la inclusión de un mini musical subtitulado como ‘The girl with the golden hair’ en los tres últimos cortes del álbum, un modesto acercamiento de Björn y Benny al género musical que más tarde profundizarían con Tim Rice en Chess.
‘Thank you for the music’ es una de sus canciones más celebradas y abre este pasaje musical de apariencia un tanto cursi. Otra de las grandes virtudes del grupo, siempre rozando lo ñoño y empalagoso pero ofreciendo el lado tierno y humilde de las cosas, convirtiendo lo fofo en emocionante. ‘I Wonder’ es puro Broadway, con pianos y mucho drama, y ‘I’m a Marionette’ es con seguridad lo menos ABBA que habían grabado hasta la fecha, algo más duros, con riffs más pesados y un tono general de arreglos más propios de Kurt Weill ciertamente oscuros. Es un trabajo extraño, y ciertamente esta pieza final es el cierre idóneo en esta rareza.
Es, indiscutiblemente, un disco pop, aunque utilizando fórmulas nuevas que nunca antes habían usado. Está bien escrito, tiene buenos singles y también un punto freak. Y esa es la magia de ABBA: por un lado ser el grupo más comercial del planeta, y por el otro ser lo bastante osados como para cerrar un disco con una marcianada como ‘I’m a Marionette’. Esos contrastes son los que les convierten en un grupo realmente único y por los que merece la pena visitarlos de vez en cuando.
El quinto disco del grupo llegó a las tiendas en 1977 en el epicentro de la explosión punk. En la cúspide de su carrera, facturan un disco pop brillante emparentado con el sonido que proponía Fleetwood Mac al otro lado del Atlántico. Sacaban partido de las nuevas tecnologías mucho antes que los demás. Si aparecía un nuevo sintetizador, Benny Andersson buscaba la manera de integrarlo en su siguiente composición. Trabajaban la microfonía y las voces un millón de veces. Detallistas en el estudio, cuidaban hasta el último fragmento grabado antes de avanzar hacia la siguiente canción.
Misteriosamente había mucha música en cada uno de sus temas, ofreciendo un producto terminado de apariencia sencilla apto para todos los públicos y trabajado hasta la enfermedad. Y nunca descartaban canciones en un álbum: preparaban diez temas y los pulían hasta dejarlos perfectos. No hay material inédito del grupo, no existen rarezas. Lo bueno lo grababan, lo menos bueno sencillamente no existía.
Con este disco, no sólo demostraron una increíble destreza a la hora de componer canciones y manejar melodías, también descubrieron un significado completamente nuevo a la progresión de acordes armónicos, una parte esencial de sus singles de éxito. A muchos les costará aceptarlo, asumir la excepcionalidad de un grupo como ellos no es tarea fácil, pero “The álbum” es un trabajo extraordinario, rico en matices y francamente disfrutable, esa es la pura y sencilla realidad.
En su búsqueda de la canción perfecta, contrariamente a las normas establecidas en la industria del pop-rock, huyeron de la ecuación álbum-gira. Por lo general el camino más efectivo de un artista para construir sólidos cimientos de popularidad estaba en el cara a cara con su público en interminables giras. A pesar de su increíble éxito durante los diez años de vida del grupo, sus apariciones en grandes giras fueron en comparación escasas: un pequeño tour europeo en 1975, unas pocas semanas en Australia y Europa en 1977, la gira de Norteamérica y Europa en 1979 y dos semanas en Japón en 1980. Eso es todo. Su absoluta dedicación al estudio y estar cerca de sus familias es la única razón. No olvidemos tampoco que Benny y Björn con los Hep Stars y Hootenanny Singers del despacho de mi padre ya habían tenido suficiente escenario en sus años mozos.
La mayoría de críticos musicales que han escrito sobre ABBA a lo largo de los años no les dan mucho más crédito que al de un cuarteto aseado autor de canciones baratas para el pueblo. Una conclusión demasiado simple, me temo. Sólo necesitas escuchar “The álbum” con una perspectiva seria y estrictamente musical para comprender las razones de su descomunal triunfo. La pareja Ulvaeus/Andersson es, con seguridad, una de las mejores asociaciones pop de todos los tiempos, tan grandes y talentosos que cualquier menosprecio hacia su incontestable producción de sencillos de éxito es para hacerse mirar si uno entiende de qué va esto del pop.
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