«Quizá de algún modo fuimos futuristas, o creamos una paleta a la que otros sacaron más partido»
El próximo disco de Pixies, Beneath the eyrie, está a la vuelta de la esquina. Y mientras llega el 13 de septiembre, Carlos Pérez de Ziriza aprovecha para hablar con la banda sobre sus nuevas canciones, su historia y sus próximos conciertos en nuestro país.
Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.
Fotos: Archivo BMG/LA CENTRAL DC.
Reformulando el hardcore norteamericano desde una relectura volcánica, repleta de exotismos y magnéticas visiones febriles, los bostonianos Pixies se convirtieron en una de las bandas más influyentes para sucesivas generaciones del rock alternativo norteamericano, junto a Hüsker Dü y Sonic Youth. Se separaron justo en el momento en el que Nirvana empezaban a reventar las listas de éxitos, recogiendo los frutos que ellos mismos habían sembrado. Fue a principios de los noventa. Volvieron a los escenarios en 2004, y desde entonces, el cuarteto formado por Black Francis, Kim Deal (luego reemplazada por Kim Shattuck y finalmente por Paz Lenchantin, ya bajista estable desde hace cinco años), Joey Santiago y David Lovering, ha ido también prolongando con desigual fortuna una discografía muy difícil de emular, aquella que gestaron en el prodigioso lustro que fue de 1987 a 1991.
El nuevo capítulo de esa historia, el tercero ya en lo que llevamos de siglo, se llama Beneath the eyrie (BMG, 2019), y fue registrado el invierno pasado en los Dreamland Studios de Nueva York (en lo que fue una antigua iglesia), de nuevo con la producción de Tom Dagelty. Verá la luz el próximo 13 de septiembre. Y lo presentarán por aquí un poco más tarde. El 23 de octubre en el Sant Jordi Club de Barcelona, el 24 en La Riviera de Madrid y el 26 en el Coliseum de A Coruña. Buena coartada para que David Lovering (Burlington, Massachusetts, 1961), su insigne y encantador batería, nos atienda al teléfono durante veinte minutos desde su casa al sur de California, a solo unos días de que comience la gira. Se le nota con ganas. De charlar y de que empiece el tour.
En vuestro nuevo álbum hay canciones con títulos como “On graveyard hill”, “Silver bullet”, “Los surfers muertos” o “Death horizon”. La muerte siempre ha estado presente en el imaginario de Pixies, pero ahora quizá más que nunca, ¿no?
Lo está, lo está. Es cierto. Y de hecho no me había parado a pensar en ello hasta que tú me lo has dicho (risas). Durante el periodo de gestación del disco no presté mucha atención a las letras. Me fijo más en las melodías y en esas cosas. No te podría recitar una letra entera de una canción de Pixies, a menos que mi vida dependiera de ello. Pero sí, la verdad es que hay unas cuantas canciones muy oscuras. Estoy tratando de hablar en nombre de Charles (Black Francis), claro. No creo que sea un tema conceptual del disco, pero es cierto que hay cosas siniestras en él, y la verdad es que Charles es un tipo de lo más alegre, así que no sé si hay algo detrás.
¿Puede haber tenido algo que ver la presencia amenazante del estudio en el que habéis grabado, Dreamland Recordings, emplazado en una vieja iglesia gótica cerca de Woodstock?
Sí, es una vieja iglesia y lo grabamos en pleno invierno, rodeados de nieve… no diría que fuera algo siniestro, pero fue un entorno frío. Un lugar interesante.
En cuanto al sonido, el disco suena claramente a Pixies, pero es bastante diverso: pasa del rock visceral marca de la casa a pasajes acústicos, incluso con alguna canción cantada por Paz Lenchantin, vuestra bajista.
Con todos los álbumes de Pixies, siempre nos enorgullecemos, como profesionales –bueno, al menos eso pensamos, que somos profesionales (risas)–, de tener muchos registros como banda, de abordar estilos muy diferentes. Pero ni en este disco ni en Head carrier (2016) ni en Indie cindy (2014) había una fórmula sobre cómo recrear el sonido de Pixies. Simplemente refleja dónde estamos ahora mismo, y la forma actual de escribir de Charles. Es una colección de canciones, sin un nexo común. Cuando tenemos unas cuantas, las reunimos en un álbum.
En cualquier caso, tanto Head carrier (2016) como Beneath the eyrie (2019) muestran una cohesión que no tenía Indie Cindy (2014), que era más un compendio de epés, tras más de dos décadas sin publicar nada. ¿Sentís que esa enorme responsabilidad que podía caer sobre vuestros hombros hace cinco años, teniendo en cuenta vuestro enorme legado discográfico anterior, ya es cosa del pasado?
Fue complicado cuando editamos Indie Cindy (2014), sí. Sabíamos que la gente lo iba a comparar con todo lo que habíamos hecho antes. Con nuestro legado y estilo. Sentimos temor cuando lo hicimos, sí. Al final pensamos que mientras nosotros estuviéramos contentos con el resultado, la gente también lo estaría. Pero he de reconocer que una vez estuvo publicado, ya no tuvimos el menor temor a la hora de hacer Head carrier (2016) ni Beneath the eyrie (2019). Indie Cindy (2014) fue el único disco que nos dio miedo hacer. E intentamos hacer algo diferente, y no simplemente volver al pasado.
Me resulta inevitable recordar vuestros discos de finales de los ochenta y primeros noventa como artefactos que emitían una sensación de peligro, algo que parece totalmente perdido en el rock de hoy en día. A veces pienso en ello porque yo tenía 16 años, era un adolescente fácilmente impresionable, e incluso recuerdo verme casi engullido por la masa enfervorecida muy cerca del escenario, en un concierto que distéis en la sala Arena de Valencia en septiembre de 1990, la primera vez que os vi. En el momento en que tocábais “Debaser”, la gente se volvía literalmente loca. Pero hasta David Bowie, que las ha visto de todos los colores, decía de vosotros que redefinistéis toda una forma de tocar rock duro, agresivo. Que Pixies marcásteis un antes y un después. ¿Teníais vosotros esa sensación?
No, en absoluto. Es difícil cuando estás dentro de una banda darte cuenta, en ese momento, de lo que estás haciendo. Darte cuenta de cómo influyes en la gente que te sigue, o de la semilla que has plantado. Simplemente es algo a lo que te dedicas. No tienes esa perspectiva. Pero es bonito escuchar que lográbamos ese impacto. No piensas que lo que estás haciendo pueda conectar de esa manera. Es interesante lo que dices acerca de la idea de peligro, es algo que no había escuchado hasta ahora. En cualquier caso, me alegro de que lo superaras (risas).
«Indie Cindy fue el único disco que nos dio miedo hacer»
Era algo excitante, que algunos echamos de menos. A toda una generación, vuestra música nos resultaba enigmática y misteriosa, completamente distinta a cualquier otra cosa que escucháramos. Incluso aunque formárais parte de una cierta escena rock pre-alternativa norteamericana, sobre todo por vuestra procedencia de Boston, con Throwing Muses, Buffalo Tom, Galaxie 500, Dinosaur Jr o Sebadoh. Por eso me resulta extraño ese contraste: lo singular que nos parecía entonces, cuando para vosotros podía ser simplemente como un día más en la oficina.
Bueno, yo sabía que teníamos algo especial. Tampoco te voy a decir que no. Igual la palabra “especial” no es la adecuada, pero a mí me gustaba todo lo que hacíamos. Pero no podía calificarlo, ni asignarlo a un estilo concreto. Me gustaba tocar esas canciones y me gustaba cómo estaban escritas. El solo hecho de tocarlas ya me transmitía emoción. Pero catalogarlas me resultaba difícil. No te quiero decepcionar con ello. Es diferente la visión cuando estás dentro de la banda, no sé cómo explicarlo.
¿Eres de quienes piensan que Pixies merecían más reconocimiento popular antes de la separación, en 1993? ¿Crees que la abrumadora acogida que habéis tenido desde vuestra vuelta a los escenarios, en 2004, supone alguna clase de justicia poética?
Bueno, sé que nuestro legado creció en nuestra ausencia. Que muchas de las bandas a las que influimos hablaron sobre nosotros. Y que mucha gente que nunca conoció a los Pixies se sintió muy impactada por esas bandas. Ahora que lo veo en perspectiva, y ya puedo comparar, creo que una de las grandes diferencias es que entonces no teníamos un gran mánager. Eso puede que alienara a la compañía de discos o a los agentes de conciertos. Y de no ser así, podría habernos procurado algo más de éxito cuando éramos más jóvenes.
¿Puede que fuera también una cuestión de timing, de haber llegado demasiado pronto? Justo cuando os separábais, el mercado ya estaba preparado para asimilar la música de Nirvana y convertirla en un fenómeno de ventas. Pero vosotros ya habíais abonado el terreno.
No lo había pensado. Es interesante. Y es posible. Quizá de algún modo fuimos futuristas (risas), o creamos una paleta a la que otros sacaron más partido. No lo sé.
Venís a España en octubre para tocar en tres salas, en Madrid, Barcelona y A Coruña. Pero en los últimos años casi siempre os hemos visto por aquí en grandes festivales. ¿Son experiencias diferentes?
Son diferentes, y lo más loco de todo es que cuando haces uno de los formatos luego enseguida quieres el otro. Cuando tocas en sala luego quieres un festival, y al revés. Cuando hacemos nuestro propio show en una sala, tenemos control absoluto. En los festivales estás un poco a merced de cómo vayan las cosas. Ambos son bonitos de hacer. Pero no podría elegir entre uno u otro.
¿Os resulta fácil tocar con la misma energía y vehemencia canciones que tienen más de treinta años y ya os sabréis al dedillo?
Pues me sorprendo a mí mismo la verdad (risas), porque resulta que sí. Este es el único ejercicio aeróbico que practico. Son noventa minutos a piñón, sin interrupciones y sin apenas hablar con el público. Llevo tanto tiempo haciéndolo que mi cuerpo está acostumbrado. Cruzo los dedos conforme me voy haciendo mayor.
Una cosa que me sorprende de vuestros directos en los últimos años es que sois capaces de tramar tres o cuatro setlists completamente distintos, de forma que ofrecéis tres o cuatro conciertos seguidos que no tienen prácticamente nada que ver, sin apenas repetir canciones. Me recuerda al trabajo de un DJ, que puede cambiar la sesión en función de las reacciones del público.
Tenemos unas ochenta y pico canciones en nuestro repertorio, y nos enorgullecemos de poder tocar más de cincuenta. Tocamos noventa minutos clavados, y solo sabemos con qué canción vamos a empezar. El resto nos lo inventamos sobre la marcha. Hemos desarrollado un nivel de entendimiento sobre el escenario con el que tan solo con hacernos gestos o mirarnos a los ojos ya sabemos por dónde hemos de tirar, así que ningún concierto es igual a otro. Hace años sí que escribíamos los setlists con antelación, pero nunca eran iguales de una noche para otra. Pero ahora son mucho más dispares. Es como si eligiéramos nuestra propia aventura. Nunca sabes lo que vas a tocar al día siguiente.
Supongo que eso también preserva la frescura de vuestro directo, ¿no?
Sí, y no solo para nosotros, sino también para el público, que sabe que no va a ver el mismo concierto en un breve lapso de tiempo. O escuchar una canción que nunca hemos tocado en directo. Lo hace excitante, en definitiva.
«Tocamos noventa minutos clavados, y solo sabemos con qué canción vamos a empezar. El resto nos lo inventamos sobre la marcha»
¿Es cierto que Paz Lenchantin, vuestra bajista desde 2014 (reemplazando a Kim Deal en disco y a Kim Shattuck en directo), ha hecho que ahora seas mejor batería?
Sí, porque es tan profesional que me permite no tener que estar pendiente en absoluto de ella, solo concentrado en lo mío. Y debería decir que si la sección rítmica funciona como un clavo, Joey (Santiago) y Charles (Black Francis) pueden cagarla todo lo que quieran, porque nadie va a darse cuenta (risas). Es un gustazo tocar con Paz.
¿Es verdad que tocaste la batería con Nitzer Ebb y que te permitiste denegar una oferta para formar parte de los Foo Fighters en los noventa?
Estuve ensayando con Nitzer Ebb en Chicago, pero nunca se concretó en una gira ni en un disco. Solo pasamos un tiempo en el estudio, ensayando. Muy buenos tipos, lo pasé muy bien con ellos. Y sobre los Foo Fighters, alguien me dijo que Dave (Grohl) estaba interesado en ficharme. No recuerdo si le persuadí yo o cómo fue, pero lo cierto es que no hubiera podido hacerlo. Taylor Hawkins es un batería fabuloso. Los Pixies son lo que yo conozco bien y lo que sé hacer bien. Y estoy contento con ello.
Echando un vistazo atrás, habéis trabajado con productores como Steve Albini, Gil Norton o Tom Dalgety. ¿Quién crees que ha sacado o sacó lo mejor de la banda en un disco?
Es interesante. No sabría decir, porque son tres tipos muy diferentes. Con Steve Albini era el sonido crudo y seco de estar en una habitación, Gil Norton era más propenso a utilizar todas las herramientas que le proporcionaba el estudio de grabación, lo que hacía que nuestros discos sonaran más “correctamente”, en un sentido convencional, y diría que Tom Dalgety está entre ambos: sabe sacar un sonido áspero en su estilo, con una producción pulida. Creo que Tom combina lo mejor de Albini y Norton, pero en cualquier caso no podría elegir entre uno de los tres.
Reconozco que hasta ahora no tenía ni idea –y confieso que lo sé gracias a la Wikipedia– de que tus referentes primerizos a la hora de tocar la batería fueran los de Steely Dan y Rush. ¿Es así?
Sí. Cuando grabamos Come on pilgrim (1987) y Surfer rosa (1988) yo tenía una forma de tocar como si estuviera ocupado con mil cosas al mismo tiempo, y aún escuchaba a Rush. Me bastaron entre seis y ocho semanas con Pixies para darme cuenta de que había cosas que no podía hacer en una banda punk (risas). Mi esquema mental cambió respecto a la música con la que crecí y aprendí a tocar. Neil Part, de Rush, fue una gran influencia. Steely Dan, no tanto. Ahora, si escuchas los discos actuales, es como si no hiciera nada, simplemente me dedico a mantener el ritmo (risas). Menos es más.
Una última pregunta que no me puedo resistir a hacer, por curiosidad: ¿sigues haciendo trucos de magia?
Sí, aún los hago. En el backstage en los conciertos de Pixies, en cenas, estando de gira, con amigos y familiares… no lo hago sobre un escenario, porque el calendario de Pixies no me deja tiempo para más, pero siempre estoy preparado para entretener a quien lo necesite.