Pipas, de Esther L. Calderón

Autor:

LIBROS

«La obra tiene un protagonista colectivo: jóvenes que demuestran que la periferia no es un lugar, es un sentimiento»

 

Esther L. Calderón
Pipas
PEPITAS DE CALABAZA, 2024

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Todas las generaciones, todas las juventudes, sienten una desconexión casi genética con el mundo que les rodea, con la construcción adulta, pero si en los últimos tiempos hubo una en que la falta de ligazón fue extrema y casi enfermiza, esa fue la que ocupó los años noventa del pasado siglo. Como tantas otras pandillas, el espacio los marcaba, esas ciudades que el desarrollismo inventó para acoger a un mundo rural que derivaba rápidamente hacia la industria todavía levantaban sus edificios descoloridos, pero ya estaban menos activas, con los abuelos de los chicos ya jubilados. Después los parques, donde a los diecisiete años, a punto de entrar en la universidad, los chavales se sientan a comer pipas. Ese justo punto en que las pandillas alcanzan su máximo esplendor segundos antes de disolverse. Así lo hace el grupo de la narradora, Mada, que vuelve veinte años después a esa ciudad de la periferia del norte de España.

En la cuadrilla hay gente que ha estudiado y goza de una posición elevada, los hay que trabajan de camareros y los hay que se han casado entre sí. Y en este regreso, afloran los recuerdos: el último año de instituto, las peleas de bandas juveniles, el quiero y no puedo de la clase trabajadora que aspira a media… Todo ello apuntalado por digresiones que por momentos borran la tensión del relato, pero a la vez dotan a la historia de una extraña coherencia.

Las excursiones escolares y los primeros amores se alían con expectativas de futuro que se ven subrayadas, como si fuera un hechizo mágico, con las cartas de admisión en las universidades y con episodios luctuosos que la pandilla recordará y hará suyos, como un vínculo más.

Los años de universidad se deslizan en un breve capítulo en que el Erasmus de la protagonista se acompaña por una visita de Jana y Efrén, epílogo de sus veinte años –que no son nada- alejada del pueblo, al que vuelve y en el que encuentra su espacio natural al ver los robles del parque comidos por una plaga. La obra cierra perfectamente, con la pandilla reunida de nuevo, y las bolsas de pipas como una eucaristía, el cuerpo de su juventud resucitado.

Una primera novela que, a pesar de que Mada lleve la voz cantante, tiene un protagonista colectivo, jóvenes que se hacen cercanos y que demuestran que la periferia no es un lugar, es un sentimiento.

Anterior crítica de libros: El factor Rachel, de Caroline O’Donoghue.

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