Hubo un tiempo en que los artistas españoles tocaban “en todas partes, sin hacerle ascos a ciudades de provincia o cutres antros capitalinos”, o, como dicen los mexicanos, “Ustedes tienen que picar piedra”. Pero esto, como explica Diego A. Manrique en “El País”, se acabó con la llegada de La Movida: “aquellos grupos relucientes se acostumbraron a una existencia demasiado cómoda, con un mercado español que les mimaba. Asombra saber que grupos hoy reverenciados como Nacha Pop o Radio Futura apenas tocaron en México”.
En cambio, “los ochenteros que se sacrificaron sí encontraron recompensa, desde Hombres G a Héroes del Silencio. Incluso Mecano, que soportó que se censuraran letras que en España pasaban totalmente desapercibidas”.
“Se cuenta que Pinochet, contemplando una edición del programa ‘300 millones’ que incluía muestras de la movida madrileña, se sintió consternado y susurró a su esposa: ‘Lucía, los españoles se nos han vuelto maricones’”, escribe Manrique.
Las aventuras de los músicos españoles en Hispanoamérica fueron propiciadas desde ambos lados del Atlántico: “El pacto implícito era ‘do ut des’: promociono a tu artista para que tú promociones al mío. Hablamos de personajes con suficiente conocimiento de la realidad en ambas orillas para paliar las inevitables decepciones”.
Durante los años setenta y ochenta, España atrajo a muchas figuras latinoamericanas, ya que aquí “encontraban arregladores, compositores, músicos que les proporcionaban un ansiado brillo pop”. Y, “Exagerando un poco”, concluye Manrique, “fuimos lo que ahora es Miami. Pero la autoridad competente nunca se enteró”.
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