COMBUSTIONES
«Bañada con lujos poperos e inyectada de mambo, la rumba catalana emborrachó al respetable»
El martes 27 de agosto se cumplen cinco años de la muerte de Peret, maestro de la rumba catalana. Julio Valdeón rebobina en su memoria para recordar la noche que lo vio actuar en pleno Manhattan, once años atrás.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
Ahora que alcanzamos el quinto aniversario de su muerte, el 27 de agosto de 2014, recuerdo la noche que lo escuché en directo. Fue en julio de 2008, en la explanada frente al Lincoln Center, en el Upper West Side. Pedro Pubill Calaf, Peret, traía ya el carburador jodido. Pesaban los años, aunque el anciano supo meterle fuego a Manhattan mientras varios miles de neoyorquinos bailaban como derviches. Peret llegó a la isla entre los ríos, desenfundó la guitarra de palo, enchufó el micrófono y apuñaló el atardecer con ráfagas de canciones perfectas. Aquella música sonaba a cuchillada tropical y a rock and roll primitivo. Bañada con lujos poperos e inyectada de mambo (la descarga que decantó otro genio, Dámaso Pérez Prado), la rumba catalana emborrachó al respetable. Peret, como el mismo Pérez Prado, como Benny Moré, como José Alfredo Jiménez, Paco de Lucía o Gardel, pertenece al raro e inalcanzable club de los imprescindibles, y esa noche no dejó la más mínima duda.
A Peret lo habíamos perdido en los ochenta, cuando ingresó en el culto, igual que uno de esos consumados baladistas soul que renunciaron al diablo para alabar al Señor y desperdiciar su brillo. Del caudal flamenco y rumbero perdido en las catacumbas evangélicas apenas sobreviven grabaciones de campo. Los monstruos españoles no tuvieron a su Harry Smith o su Alan Lomax, ni el Smithsonian, ni un sello como Folkways, ni un proyecto de grabaciones patrocinadas por la Biblioteca Nacional o el Congreso. Solo Dios, en su infinito misterio, sabe lo que allí debió de cantarse. Al menos Peret fotografía parte de esa aventura en el estupendo Jesús de Nazareth, de 1996, donde en palabras de su biógrafo esencial, Juan Puchades, «recuperaba temas escritos durante sus años como pastor evangelista; trabajo, por tanto, de corte religioso».
Pero en el directo del 2008 Peret, o al menos eso recuerdo, no estaba para epifanías místicas y sí para celebrar una música que «ya es rock», según le explicó a Anna Grau, que era corresponsal de ABC en Estados Unidos, cuando ella le preguntó por el éxito que acaba de cosechar en el festival Viña Rock. «La rumba catalana viene del rock», sentenció, «de Elvis Presley». Desde luego que sí, y también de la rumba cubana, y de la experiencia acumulada en los tablaos. Con todo ello el muchacho de Los Corrales, en Mataró, inventó un género que iba a reventar las entonces infranqueables barreras de la música española. Tantas décadas más tarde, junto a la Troba Kung-Fu, dio un concierto en Manhattan. Uno más en su carrera, imagino. Pero verdaderamente inolvidable para el autor de esta crónica. Once años después, y a un lustro de su muerte, todavía me conmueve.
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Anterior entrega de Combustiones: El hermano perdido de Lou Reed y Bruce Springsteen.