“No hubo canción sin su correspondiente revisión, a veces más sutil, a veces más patente, pero siempre con una apasionada entrega por parte de Simon”
Hyde Park acogió una de las noches más especiales de la carrera de Paul Simon, su despedida oficial de los escenarios europeos tras cinco décadas de carrera. Allí estuvo Javier Márquez Sánchez.
Paul Simon
British Summer Time, Hyde Park, Londre
15 de julio de 2018
Texto y fotos: JAVIER MÁRQUEZ SÁNCHEZ.
Paul Simon (Newark, Nueva Jersey, 1941) tomó el escenario del British Summer Time in Hyde Park, el pasado domingo 15 de julio, diez minutos más tarde de lo previsto. Bonnie Riatt y James Taylor habían calentado el ambiente con mucho y buen blues, y llegaba la hora de la estrella de la jornada. Frente a la estricta puntualidad de sus compañeros, quizás ese retraso de Simon se debió, a pesar de la veteranía, a un incontrolable cosquilleo en la nuca; y es que los presentes estábamos a punto de descubrir que aquella iba a ser una noche tan plena de emociones para el público como para el artista.
“Fue un show muy rítmico, y el propio artista lo advirtió, aconsejando al respetable que aprovechara que no había sillas para bailar hasta caer desfallecidos”
Medio siglo atrás, en 1964, Paul Simon andaba bastante fastidiado ante el fracaso que había supuesto el primer álbum junto a su camarada Art Garfunkel. Abandonó Nueva York y se fue a pasar una temporada a Londres junto a su chica, Kathy, musa de alguna de las mejores composiciones de aquella primera etapa. Se dedicó por aquellos días a recorrer todo tipo de pubs y clubs británicos, guitarra en mano, intentando hacerse un nombre, y sentado en el andén de la estación de Widnes, reflexionó sobre su futuro y compuso una de sus piezas maestras, ‘Homeward bound’, que no en vano ha sido elegida para dar nombre a esta gira de despedida. El del domingo fue el último concierto en Europa del cantautor, que cerrará finalmente su vida en los escenarios tras medio siglo recorriendo mundo el próximo 22 de septiembre, en su Queens natal, como no podía ser de otro modo. Y el domingo, en Londres, se mostró muy agradecido con la ciudad por haberle brindado toda una carrera.
Simon, el revienta karaokes
A lo largo de ciento cuarenta minutos, Simon y su banda de quince músicos recorrieron esa trayectoria musical sobrevolando un total de veintiséis temas: cinco de la etapa Simon & Garfunkel, ocho de los años previos al álbum “Graceland”, nueve de los discos étnicos “Graceland” y “The rhythm of the saints”, y cuatro de la etapa posterior hasta la actualidad. Como en cada gira, no hubo canción sin su correspondiente revisión, a veces más sutil, a veces más patente, pero siempre con una apasionada entrega por parte de Simon, exquisito arreglista, para insuflar nueva vida a sus viejas creaciones. El público, que oficialmente alcanzó las 60.000 personas de todas las edades, recibió con desigual placer esos arreglos, como de costumbre, porque eso entorpece el momento karaoke cuando llegan los incunables. Por ejemplo, es difícil corear algunas partes de los nuevos ‘The sound of silence’ o ‘The boxer’ siguiendo la melodía de la grabación original. Y eso es genial, porque ante el desconcierto, el público va reprimiendo el impulso y así uno puede escuchar al cantante, que es para lo que ha pagado las 85 libras de rigor una detrás de otra.
Fue, en general, un show muy rítmico, y el propio artista lo advirtió al principio, aconsejando además al respetable que aprovechara que no había sillas para bailar hasta caer desfallecidos. Y así lo hicimos, contagiados por la energía risueña de ‘That was your mother’, ‘Me and julio down by the school yard’, ‘You can call me Al’, ‘Late in the evening’ o ‘Kodachrome’. Y el público, de 20, 40, 80 años… coreando pese a todo prácticamente todos los temas (se notaban los de los últimos discos), El momento de mayor sosiego —pero excitación espiritual— llegó hacia la mitad del programa, cuando Simon demostró que es un verdadero fenómeno musical al ser capaz, en su gira de despedida, de dejar boquiabierto al público con una sorprendente propuesta, adelanto del nuevo álbum, “In the blue light”, que llegará a las tiendas el 7 de septiembre.
“Paul Simon tocó el cielo con ‘Bridge over troubled water’, la canción con la que siempre le había ‘robado’ el protagonismo su camarada Garfunkel”
Arropado en el escenario por un sexteto de cámara (cuatro cuerdas y dos vientos), Simon revisitó tres viejos temas que parecían haber sido compuestos para la ocasión: ‘Rene and Georgette Magritte’, ‘Can’t run but’ y ‘Bridge over troubled water’. Si bien los dos primeros resultaron fascinantes —auténtica joya el primero de ellos—, lo que Simon ha hecho con “el viejo Puente” solo puede calificarse de obra maestra, una reinterpretación de belleza y sutileza exquisitas con la que aseguraba haberse reencontrado finalmente con la concepción original del tema. El pequeño gran compositor (metro cincuenta y ocho) dejó claro que aunque se retira del ‘live in concert’, aún podemos esperar muchas y deliciosas sorpresas de su talento creativo. Sin duda, el ‘Bridge over troubled water’ fue el momento mágico de la noche, y no exento de simbolismo: Paul Simon tocaba el cielo estrellado de Londres con la canción con la que siempre le había “robado” el protagonismo su camarada Garfunkel (para conocer más a fondo esta y mil historias más, es de obligada lectura la última biografía del cantante, que por primera vez ha contado con su colaboración: “Paul Simon. The Life”, de Robert Hilburn).
El músico de Nueva Jersey se despide de los escenarios en lo más alto, demostrando su compromiso inquebrantable con el arte musical y poético, al que ha consagrado media vida, y también con la propia sociedad, pues no es banal que en estos días de la era Trump haya incluido justo antes del ‘The sound of silence’ de cierre un emocionante ‘American tune’, canción que presentó diciendo: “Vivimos días extraños. ¡Superémoslos!”. Esos ‘Sonidos del silencio’, por otro lado, con su impagable introducción instrumental para distanciarse de la versión con Garfunkel, fueron el broche inexcusable a una noche mágica en la que apenas faltaron clásicos aunque sí se echaron en falta algunas caras B de las que roban lágrimas. Un repertorio, en cualquier caso, plagado de piezas maestras solo al alcance de un puñado de creadores irrepetibles.
“Ya me marcho, ya me marcho… pero el luchador permanece”, cantó Simon al final de ‘The boxer’, y lo hizo alterando el fraseo original, tal vez para subrayar la electrizante metáfora que suponían aquellos versos a la vista de su despedida. Y aquellas 60.000 almas asistentes se unieron a corear el estribillo en una sola y arrolladora voz. Ahí sí que funcionó el karaoke. Después, el silencio.