«El rock para McCartney solo termina por ser una parte del elenco musical, un fragmento –no sé si más o menos importante– del amplio abanico del que dispone para componer. Un ritmo y una música de su adolescencia, pero ni únicos ni exclusivos»
José María Valiño, experto en materia Beatle, reivindica en este artículo la obra de Paul McCartney a propósito de la espléndida reedición del imprescindible RAM.
Texto: JOSÉ MARÍA VALIÑO.
1990, a veinte años de la desaparición del grupo y a más de 25 de la grabación de la canción, un crítico especializado presentaba en un especial Lennon motivado por el décimo aniversario de su doloroso asesinato, una “Long tall Sally” recogida en directo indicando que se prestara atención a la desgarrada voz de John, el rockero del grupo, balbuceando tras la emisión palpablemente confuso –quizá alguien le indicó– pero en ningún momento reconociendo su error. ¿Quién es este artista, desplazado de su propia obra, censurado en cualquiera de los actos de su vida privada y a cuyo cancionero de enorme espectro, visiblemente minusvalorado por definición y a la par enajenado por su compañero de créditos de los sesenta, solo podría acercarse el tándem Bacharach/David?
A estas alturas y con todo el internet existente, no será difícil para el fan que, espabilado y con ligeros conocimientos de inglés, no quiera ceder al gratuito consenso mediático, poner claridad en todas estas cuestiones. Una estrella de rock necesita una cara afilada, ojos severos, vida disoluta de la que presumir en textos y a la que obviar en entrevistas, patente dejadez en las formas y cierto tinte errático. Aproximadamente o que más que menos. Si no, no hay canon. Paul McCartney entra en el Rock & Roll Hall Of Fame a más de quince años de su fundación y cinco después que John Lennon.
El baladista de los Beatles, líder mediático y esencia de la banda, que no compuso prácticamente casi ningún rock and roll en su carrera en solitario, recibía el epíteto de rockero mientras el compositor de casi todos los rocks del grupo, poseedor de la voz más negra del conjunto, y de las más negras de todo el elenco pop blanco de la época, con un registro de cinco octavas, recibía el de blando y baladista. Primaba la actitud y no la aptitud. Si bien en sus orígenes ambas iban juntas complementándose mutuamente, el rock para McCartney solo termina por ser una parte del elenco musical, un fragmento –no sé si más o menos importante– del amplio abanico del que dispone para componer. Un ritmo y una música de su adolescencia, pero ni únicos ni exclusivos.
La ruptura Beatle –ahora no se percibe así– fue una auténtica bomba no sospechada, y, curiosamente, por aquellas fechas anteriores, el papel de liderazgo de Paul en el grupo era mundialmente reconocido aún sin conocerse que él había sido el motor de los cinco últimos álbumes oficiales del grupo, «Submarino» aparte. Los motivos de la separación fueron más de uno y de variada complejidad: Un grupo que al cabo era un entorno cerrado y excluyente desde muy atrás y para el que la amistad e intimidad siempre primaron por derecho comenzaba a pegar voces en público. Las desavenencias, la entrada de abogados y tiburones en el círculo, los enfrentamientos, están narrados en varias publicaciones y soportes, nos compete solo señalar la fase depresiva por la que entró Paul McCartney, no evidenciada en aquel momento. Mientras Lennon se deconstruía o reconstruía siguiendo indicaciones maritales y recuperando la memoria más allá de la cuenta, Harrison editaba un triple álbum (a efectos doble) abrigado de amigos, Krishna y la botella, y Starr –también ayudado de esta última– sabía que aún siendo el batería más creativo y efectivo del pop nunca podría figurar en ningún otro grupo y habría de vérselas solo, McCartney compraba ovejas, liaba yerba, criaba hijos sin hacer de ello una postura y probablemente no se lavaba. En este entorno nace «RAM», su segundo trabajo en solitario. Dos cosas cabrearon sobremanera a John, que Paul tuviese un disco a su nombre (Lennon, no obstante, ya había editado con la Plastic) en competencia directa con el último del grupo (un «Let it be» que en realidad era anterior a «Abbey Road» y que Lennon intentó sabotear en varios pasajes) y –sobre todo– que fuese McCartney quien anunciase la disolución de la banda, de la banda de John.
En ligero estado de paranoia debido seguramente a los años de exceso, dos o tres fotos inocentes sin probable intención y alguna canción interpretable en varios sentidos debido a lo críptico o metafórico del texto, hicieron que John viese gigantes donde únicamente había castillos. Fans y medios ayudaron lo suyo y, en última instancia, hasta la sospecha podría ser cierta: un carnero cogido por los cuernos, dos escarabajos uno encima de otro (más bien uno por detrás de otro), una canción dedicada al ex de Linda pero que a cualquier ex cuadraría, otra canción evidente pero no rigurosa… Todo ello desembocó en la explosión del libro “Lennon recuerda” y en la famosa, no por calidad, ‘How do you sleep’ (luego se averiguaron otras). Y la prensa vio el cielo abierto para arremeter contra Paul. Quién sabe por qué. Lennon se atribuía toda la magia beatle cuando de hecho se había pasado la mayor parte del tiempo dormido, en un sofá o en la cama, y decía nada menos que el «Pepper» había pillado por sorpresa a Paul, su creador. Mucho más tarde, ya tarde, insinuó que la canción estaba dedicada a él mismo. Y curiosamente no deja de cuadrar por momentos (no todos), pero así quedaron las cosas. En el álbum “Imagine” también aparecía una cariñosa disculpa en forma de ‘Jealous guy’ que Paul reconoció en seguida, pero el que menos creyó que los celos referidos tenían su objeto en Yoko Ono, lo que ya sería.
La caja de truenos estaba abierta y una de las premisas necesarias que daba el aval para subrayar mediáticamente la defunción artística de Paul, e incluso su poca aportación a la magia beatle, era que sus dos primeros discos en solitario eran una estafa para el nivel de calidad de la época, que al parecer sí alcanzaban George y John. Y, por añadido y supuesto, Linda no sabía cantar ni hacer nada, sumando ello solidez a la abstrusa teoría. Los dos siguientes discos de Paul también serían considerados estafa.
Haciendo oídos sordos y quizá aún llevado por alguna campana aduladora de las cercanías (esas “voces que le decían que era el rey”), McCartney tira directamente a hacer lo que le da la gana. Terminado 1971, e ignorando los trabajos de Lennon y Harrison en solitario pero durante Beatles, Paul tiene en su haber tres elepés por él producidos, dos de ellos supuestamente con Linda, donde prácticamente toca todos los instrumentos y dobla las voces, un single no incluido en los álbumes y además ha formado un grupo. Todo ello en estado de depresión. John ha editado dos elepés y dos caras A de single no incluidas en ellos, a él y a Ono les coproduce Phil Spector; Harrison el triple-doble, un single no incluido y la organización del –creo– primer concierto benéfico de la historia, también le coproduce Spector. Ringo tiene dos elepés y un single no incluido. Para 1973 la distancia discográfica es aún mayor y a ella añade Paul del orden de cien conciertos. Para 1975, ninguno le alcanza. Lennon se va, hace un disco de covers y deja un legado pobre con pocas grandes melodías. Brilla ‘Oh, my love’, surge poderosa ‘Mother’, pero termina por engatusar ‘Imagine’, una canción infantil si no “capta-niños”. Mucho más tarde, cuando la gran banda decide reanudar el contacto discográfico, supongo que a exigencias del guión usan una pobrísima y evidente ‘Free as a bird’ lennoniana en la que, seguramente también a exigencias del guión, McCartney no puede meter mano. Dirá que es una buena canción, no lo es.
«RAM», EL DISCO
«RAM» es un compendio de buenas canciones donde Paul hace un trabajo rápido y a la par titánico manteniendo cierta usanza Wilson para alguna que otra canción. Su modelo compositivo cambia con relación al que mantuvo la pasada década y que aún continuó con “McCartney”, conocido entonces como “el de las cerezas”. En «RAM» busca sonidos y refuerzos tímbricos adecuados a cada corte (sublime ‘Uncle Albert’, que posee una fortísima capacidad de evocación), practica voces, gritos y onomatopeyas como ningún otro sabe o se atreve (quizá algún sentido rumbero hispano); construye las canciones en base a un conjunto de codas y diferentes estrofas musicales y en muchas de ellas el estribillo no está presente ni diferenciado, pero no es que no exista: cualquiera de las partes podría ser y reconocerse como tal. Juega con los coros y juega con los ritmos a base de sonido y cierto scratch (el enorme blues ‘3 legs’, de extraordinaria producción y variados ritmos y matices). Los textos son fluidos, lindan entre el surrealismo (la propia ‘3 legs’ o la cara B ‘Oh woman oh why’), la imagen de trazo grueso y color vivo (‘Monkberry Moon delight’), lo cotidiano y la emoción personal (‘Eat at home’, ‘Another day’, ‘Smile away’), la lírica descriptiva (‘Heart of the country’), la ironía (‘Too many people’, ‘Dear boy’), lo críptico de nuevo no sin cierta sorna (“Tío Alberto, lo sentimos mucho pero no hemos hecho nada en todo el día”), lo efímero sin pérdida del optimismo (‘Ram on’). Compone ligeras operitas, el single ‘Another day’ incluido, y para todo se maneja de voz e instrumentos básicos. Sabe perfectamente para dónde va la eléctrica, en qué lugar la línea de bajo, de qué forma la acústica. Adorna de buenos solos y riffs guitarreros cada esquina de la composición en la forma adecuada. Se reconoce su impecable sucio estilo a la guitarra de punteo cuando es él el que la toca y encuentra a un gran batería, Denny Seiwell, con mucho estilo Ringo, al que acabará incorporando a su futuro grupo Wings. Asimismo él también aparece en la batería. Y dirige una orquesta, la Filarmónica. Hay, por contra, poco piano, Paul hará una soberbia interpretación del mismo en su futuro disco de Wings, “Red rose speedway”, pero aquí brillan guitarras y paisajes sonoros construidos con sencillez pero enorme solvencia. Y hay ukelele. A la muerte de George, Paul sacó un single con este instrumento en homenaje a su amigo, como así declaró, al igual que declaró en el “Concierto para George” que había aprendido a utilizarlo para la ocasión. Pues bien: no, ya sabía.
«RAM», por terminar, incorpora el collage de manera algo más sucia a como Paul bocetó la cara B de “Abbey Road”, pero es un disco igual de alegre y brioso, solo que más casero. Su portada, también Paul y Linda, lo define perfectamente, estando en clara armonía con el contenido.
Sí, un buen disco para el que busque buena y desacomplejada música pop, de mano de uno de los más absolutos maestros del género en un momento de ferviente ebullición personal e íntima. Y para fans con ganas y algo de ahorros –no mucho si de veras se desea– una impecable edición «deluxe» que incluye, junto a la edición estéreo remasterizada, la versión orquestada del disco, editada bajo seudónimo en 1977 y que muestra la querencia que el artista sentía por la obra; la edición mono remasterizada; un bonus con el single ‘Another day’ y cortes de época desechados –algunos conocidos ya por los rebuscadores de material pirata exbeatle; muchas fotitos de carneros ingleses y así; datos de grabación y alguna cosa más. Lo mejor, de gran valor fan sin duda, es el añadido de un hermosos libro bellamente encuadernado que da la impresión de manufactura con textos (inglés) y fotos de los protagonistas del disco girando sobre la grabación, el momento y el entorno. Jugoso a todas luces y de impecable diseño, dibuja las personalidades de Paul y Linda a través de fotos y declaraciones. Divertido, creativo y optimista.