«Good evening New York City» recoge uno de los conciertos que Paul McCartney ofreció el verano pasado en Nueva York, un testimonio de su actual directo y toda una fiesta de homenaje a los Beatles.
Texto: JUAN PUCHADES.
La reciente edición del álbum (dos CDs más DVD) «Good evening New York City» (Universal), nos permite escuchar y, especialmente, contemplar –cuando hay un DVD de por medio, los CDs de audio casi que se quedan como complemento de aquel, como testimonio sonoro de lo visto y oído, como recordatorio musical; ¡lo cual no le resta ni un ápice de su valor!– del más reciente directo de Paul McCartney, en tres noches de julio del año pasado. Y lo que ofrece Sir Paul en vivo es lo más aproximado que estaremos nunca de ver a los Beatles en directo. Él lo sabe y tira mano del repertorio dorado de la mejor banda de la historia del rock, la que lo inventó o probó todo, la que sentó las bases, la que construyó las autopistas. Además, la ocasión se prestaba a dar forma a una ceremonia Beatle con todas las de la ley, pues el neoyorquino estadio Citi Field es el viejo Shea Stadium en el que el grupo de Liverpool congregó a cerca de 56.000 personas en agosto de 1965 en el que se considera el primer concierto de rock en un estadio. Así que no extraña que el concierto se abra con imágenes de los Fab Four en aquella ocasión, ni que a lo largo del espectáculo se intercalen en las pantallas imágenes del grupo. Era de esperar.
A algunos les parecerá una indecencia que McCartney se apropie de este modo de la imagen y de la música de los Beatles, pero tiene todo el derecho del mundo: Estas canciones son suyas, él estuvo ahí, poniendo su talento mientras se escribían y se grababan, nosotros no. Aunque haya a quien le duela, la historia le pertenece. Y él la reivindica con naturalidad y, por la expresión de su rostro, con enorme alegría. Alegría porque esto es una fiesta en la que intercala temas de todas las épocas, especialmente de los Beatles, pero también de los Wings –un grupo cuya discografía merece la pena repasar– y de su carrera en solitario. Pero sí, el grueso del repertorio bebe de los Beatles, incluso recuerda a Harrison con ‘Something’ y a Lennon con ‘Give peace a chance’. Pero dosifica los temas del cuarteto dorado y la mayor parte los deja para la segunda parte del concierto, encarando la recta final, cuando hace mucho que el público que abarrota el estadio ya está absolutamente entregado a esta inmensa fiesta de la nostalgia, disfrutando de esas canciones que, muy probablemente, nunca ha podido escuchar en directo interpretadas por uno de sus creadores.
Para dar forma a este espectáculo, lo bueno es que McCartney no ha echado mano de un grupo inmenso y ha preferido ajustarse a una banda escueta: baterista, teclista, bajista (empuñando la guitarra cuando el jefe se hace cargo de las cuatro cuerdas) y guitarrista. Y él mismo, con bajo, guitarras o mandolina. Es un grupo tan pequeño como discreto, que no hace alarde de nada, que cumple con su trabajo y deja que sean las canciones las que tomen todo el protagonismo. Tampoco ha tratado Macca de ofrecer tomas que difieran en exceso de las que conocemos, simplemente las canciones se adaptan al sonido de esta banda. Pero, ¿en realidad, alguien espera otra cosa de quien arrastra tras de sí cerca de 50 años de trayectoria musical y cuando el público que tiene enfrente va buscando un espectáculo concreto? Pues no, debe de pensar McCartney. Él no se pasa la vida en la carretera como Dylan, se prodiga poco y por tanto le da a la gente lo que ésta ha venido a buscar: Canciones que suenen parecidas a como se recuerdan. El público va a pasarlo bien, y así hay que entenderlo.
McCartney, que siempre ha contrarrestado la falta de carisma con simpatía y buen humor (y aquí hace gala de él), domina la escena y logra que las dos horas y media de show pasen volando. A lo que contribuye una realización audiovisual técnicamente perfecta, con un despliegue de medios apabullante, con tomas que de tan próximas nos hacen estar encima del escenario, combinando planos cenitales, insertos del público –lo que contribuye a meternos en el directo–, tomas imaginativas. Una realización de diez.
Ah, inesperadamente, Billy Joel, neoyorquino de pro, se sube al escenario, se sitúa frente al piano y toca y canta en ‘I saw her standing there’. Joel, así, se incorpora a esta fiesta, como nosotros nos sumamos desde el sofá de casa.
Habrá mucho de nostálgico en el show de McCartney, pero «Good evening New York City» funciona por sí mismo e invita a ir a uno de sus conciertos y, sin más preocupaciones, dejarse llevar por la comunión colectiva iluminados por el legado de uno de los iconos del siglo XX. Si como se rumorea se quedará una temporada de «residente» en el 02 Arena londinense, no estará de más ir hasta allí.