Paul McCartney revive la leyenda de los Beatles en Madrid

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«Macca defendió el repertorio con entereza, dignidad e incluso, por qué no decirlo, arrojo juvenil a sus ochenta y dos años»

 

A sus 82 años, el músico británico reanima con entereza y jovialidad el legado de los Fab Four junto a clásicos de su carrera posterior, en una gira con aroma a inevitable despedida. En su segunda noche en Madrid ha estado Carlos Pérez de Ziriza.

 

Paul McCartney
Wizink Center, Madrid
10 de diciembre de 2024

 

Texto y foto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA

 

Últimamente me inquieta la duda acerca de la vigencia de las canciones pop que tienen cara y ojos. Sí, esas cuya melodía cualquiera de nosotros puede tararear, no importa la edad ni la extracción social que tengamos. ¿Representan o reflejan nuestro tiempo o son reliquias de un siglo XX que se nos desangra poco a poco? Pregúntenle eso a cualquiera de las quince mil y pico personas que anoche llenaron, por segunda vez consecutiva, el Wizink Center madrileño.

Pasará como con quienes ya están muertos: que siguen vivos mientras una sola persona sobre la faz de la tierra pueda recordarlos. Una sola. El patrimonio universal que constituye el temario de los Beatles —veintidós de las treinta y cinco composiciones que sonaron anoche son suyas— garantiza su pervivencia durante muchas generaciones futuras. Es obvio. Lo que quizá no era tan previsible es que Paul McCartney lo pueda defender con tanta entereza, dignidad e incluso, por qué no decirlo, arrojo juvenil a sus ochenta y dos años. Había visto un video del “Helter skelter” la noche anterior, la del lunes, en el que la voz se le quebraba, pero no me pareció que nada de eso ocurriera anoche.

Soy de una generación que se enteró de quién era John Lennon justo el día en que lo asesinaron. Fue la primera vez que escuché su nombre. Mi madre nos despertó sobresaltada aquel nueve de diciembre. No sería el último tiritón matutino de aquel invierno: solo mes y medio después llegaría la astracanada del 23 F, con la angustia añadida de tener a mi padre en Valencia —aquellos siniestros tanques cruzando el río por lo que hoy es un puente diseñado por Calatrava— mientras nosotros estábamos aún en Madrid. Para entonces, sí tenía claro quiénes eran los Beatles, porque ambos ponían sus discos en casa y sus casetes en el Seat 124 con el que hacíamos los viajes en verano. Sus canciones eran como un hilo musical recurrente. Las daba por hechas, como el agua del grifo, como la calefacción en invierno. Eran una Disneylandia pop. Lo siguen siendo, en cierto modo, visto lo de ayer. Hasta llegué a cogerles un poco de tirria cuando sonaban en modo popurrí por la radio gracias a aquel engendro holandés de Stars on 45, allá por 1981. Fue años más tarde, en el momento en que empecé a comprar discos y revistas —la adolescencia— cuando empecé a entender que había más vida beatle al margen de los Beatles, cuando discos como Flowers in the dirt (1989) y la gira que trajo por vez primera a España a McCartney desde 1965 me desvelaban una obra con no pocos momentos reivindicables al margen del inmenso legado previo de los Fab Four. Macca lo sabe de sobra, y su show de anoche es más un muestrario de canciones que un dispendio de espectacularidad (que también la tuvo, sobre todo en los fuegos artificiales de una “Live and let die” atronadora, pasmosa, y una “Helter skelter” furiosamente realzada por unas proyecciones que subrayaban el color rojo).

Fueron dos horas y media en las que el de Liverpool le dio al bajo, a la guitarra, al ukelele y al piano, secundado por los eficientes Brian Ray y Rusty Anderson a las guitarras, Paul Wickens a los teclados, Abe Laboriel Jr a la batería y un trío de metales —los Hot City Horns— que apareció tocando sus instrumentos desde las nubes, en lo alto de una segunda gradería lateral para luego bajar al escenario. No son la E Street Band, ni cuentan con el aura de leyendas de quienes aún pasean la enseña de los Rolling Stones por el mundo, pero tampoco lo necesitan. Me chirría ese videoclip que irrumpe al son de “Now and then”, con Lennon y Harrison aún jóvenes, revividos gracias a la tecnología para compartir estudio con los actuales Ringo y McCartney, y quizá “My Valentine”, dedicada a su esposa, que estaba entre el público, nos la podría haber ahorrado ¿pero qué vas a hacer ante un tramo central en el que Macca se queda solo sobre una tarima con una guitarra para abordar “Blackbird”, “Love me do”, “I’ve just seen a face”, “In spite of all danger” («la primera canción que grabaron los Beatles», dijo en un muy buen castellano, en el que se prodigó toda la noche) o una “Here today” que dedicó a la memoria de Lennon? Pues cuadrarte. Constituyen el canon. El ABC. Las sagradas escrituras. Prodigios melódicos que solo podían ser fruto de mentes geniales. Catedrales sónicas tan necesitadas de preservación como esos edificios (el Big Ben, el Arco del Triunfo) que anoche aparecían semiderruidos en algunas de las proyecciones que emitían las pantallas, como si trazaran un flagrante paralelismo. El antiguo testamento de un lenguaje que hace sesenta años parecía nuevo y ha servido de vademécum para cientos de miles de músicos cuyo argumentario apenas habría podido sostenerse sin él, desde cualquier clase de prefijo o sufijo que se le quiera o pueda poner como coartada (del power al post, del sunshine al twee). Tampoco sonó “Yesterday”, ni “Penny Lane”, ¿pero cómo no salir ligeramente transformado tras escuchar de primera mano “Something” —esta dedicada, como es lógico, a George Harrison, con un primer tramo al ukelele que fue para derretirse—, “Band on the run”, “A hard day’s night”, “Let it be” o una “Hey Jude” coreada hasta el éxtasis por el público?

Hay conciertos que son enormes solo porque las canciones son tan grandes (que se lo digan a Oasis) que están por encima de cualquier otra circunstancia. No fue exactamente el caso de anoche, aunque sí puede decirse que, de ser realmente una despedida, se me ocurren pocas formas mejores, más precisas, ajustadas y también honestas, de honrar un repertorio modélico. Al fin y al cabo, los mandamientos de la música pop entendida como arte. Como arte sublime. Nacido, eso sí, del pueblo y para el pueblo.

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