LIBROS
“Luis García Gil y sus colaboradores ocasionales han dejado para la posteridad el libro que Patxi se merecía con creces”
“Patxi Andión”
Luis García Gil / Antonio Marín Albalate
EDITORIAL DALYA
Texto: JAVIER DE CASTRO.
Es bien conocido. En el panorama actual de la literatura musical española el gaditano Luís García Gil se ha convertido, por derecho propio, en el mejor estudioso de la canción de autor. En su haber se cuentan preciosas y precisas monografías sobre unos cuantos de los mejores creadores que ha dado este país en el último medio siglo; a saber, múltiples acercamientos a la obra de Joan Manuel Serrat, de Luis Eduardo Aute, de Joaquín Sabina, de Javier Ruibal o de Joan Isaac, sumados a los de otros outsiders internacionales como Jacques Brel o Atahualpa Yupanqui que también han conocido y muy bien la capacidad de su maravilloso bisturí analítico. Su última hazaña bibliográfica ha hecho por fin justicia a Patxi Andión, otro de los grandísimos poetas musicales que ha dado España, quien —llama la atención, por lo tardío— no contaba todavía con el volumen explicativo que su gran obra musical meritaba. Así que, más vale tarde que nunca… y la dicha es muy buena.
Para llevar a buen puerto esta empresa ha estado apoyado por el poeta cartagenero Antonio Marín Albalate, que se ha ocupado con buen tino de los discos menos conocidos y más recientes de Andión, y por otros colegas como Carlos Aurteneche, Germán Coppini, Félix Maraña, Alfredo Pascal Ros, Raúl del Pozo, Pablo Sycet Torres, Javier Ikaz y Rodolfo Serrano quien, además, ha firmado un bello y evocador prólogo, conformando entre todos un emotivo apartado coral titulado “Al querido amigo”, en el que han dado rienda suelta a sus sentimientos y admiración respectivos hacia el personaje objeto de este absolutamente necesario homenaje literario.
Patxi, como la mayoría de los músicos nacionales anteriormente citados, surgió a caballo de las décadas de los años sesenta y setenta y vivió una época difícil por muchas cosas. Haber nacido en la postguerra; ser de muy humilde cuna y, para más inri, crecer en el seno de una familia del denominado bando de los “vencidos”, todo ellos factores que labraron un carácter rebelde, con seria tendencia al inconformismo y a una lucha férrea y contumaz en pos de la justicia social. Fue muy leído gracias, sobre todo, a su progenitor, lector también empedernido y que supo inculcarle la inquietud por el saber y la cultura, en general, y por la literatura y la poesía, en particular. Apenas veinteañero, vivió el “revolucionario” mayo francés en unas condiciones vitales bastantes deplorables —según confiesa el propio cantautor madrileño de raíces vascas—, propiciado por un exilio forzado a causa de su juvenil e intrépida militancia política. Esos meses parisinos, al margen de enseñarle lo dura que podía ser la vida, forjaron en él, más si cabe, ese espíritu irreductible y su querencia por las causas perdidas y sus protagonistas, tan característicos suyos.
Con un bagaje discográfico rico en canciones de inmensa calidad literaria y abundante talento melódico, durante bastante tiempo gozó, además, del favor del público en cuanto a popularidad y ventas, sobre todo durante toda la década de los años setenta y buena parte de la de los ochenta con álbumes extraordinarios —la mayoría— desde su prometedor debut con “Retratos” (1969) hasta “El balcón abierto” (1986), con el que se dio el piro, pasando por —cito mis preferidos de esa etapa— “Once canciones entre paréntesis” (1971), “Palabra por palabra” (1972), “Posiblemente” (1972), “A donde el agua” (1973), “Como el viento del norte” (1974), “Viaje de ida” (1976), “Cancionero prohibido” (1978), “Arquitectura” (1979) o “Amor primero” (1983), entre otros.
En paralelo estuvieron también sendas facetas de actor cinematográfico o televisivo y de “galán” de revista del corazón, que complementaron su trayectoria artística y pública, pero que, en absoluto, estuvieron a la altura de su magnífica mochila musical. Un buen día, las nuevas modas musicales, las movidas y una pérdida paulatina del interés entre la gente por la música de autor —como así mismo ocurriera con tantos otros creadores de raza similar, contemporáneos— aconsejaron al bueno de Patxi refugiarse en su cuartel de invierno, hibernación que en su caso se alargaría durante las dos décadas siguientes.
Superada en la cronología histórica esa mal llamada Transición (pues, qué larga y duradera persiste aún la sombra del dictador amantando y cobijando a cachorros postmodernos que surgen y surgen sin parar…), la clase política (de izquierdas) que había utilizado a su conveniencia y como primera línea de combate en el tardo-franquismo y primera “democracia” a los cantautores sociales, decidió que estos habían dejado de serles útiles y les dio la patada, constituyendo la campaña por el ingreso en la OTAN, el tiro de gracia para la mayoría de los que se opusieron a aquello. Unos pocos, solo poquísimos, lograron mantenerse haciendo guiños de complicidad a esos públicos emergentes menos comprometidos políticamente hablando, aunque la gran mayoría, como le ocurriera al autor de ‘Una, dos y tres’, ‘Padre’, ‘Me está doliendo una pena’ o ‘Samaritana’, pasaron de un plumazo a una “nueva clandestinidad”, propiciada por la gran industria discográfica y, cómo no, también, por muchos medios de comunicación que perdieron, también, su fe e interés en ellos.
Por todo esto, recién superado el meridiano de la década de los años ochenta, Patxi Andión, tras editar “El balcón abierto”, antes mencionado, dio un paso al lado alejándose del mundanal musical, pero encontrando, afortunadamente para él, buen refugio profesional y mental en la docencia universitaria de la rama del periodismo y la comunicación audiovisual. Durante los siguientes veinticinco años permaneció desaparecido completamente de la actualidad musical, aunque “en la intimidad” nunca perdió el gusto por componer para él mismo o para su entorno más íntimo de familiares y amigos, con la salvedad de una única aparición discográfica con “Nunca nadie” (1998). Doce años después volvió a la carga con un álbum como “Porvenir” (2010) otoñal pero absolutamente memorable y que un servidor tuvo el honor de reseñar con gran entusiasmo en EFE EME. Después llegaría “Cuatro días de mayo” (2104), su última entrega discográfica hasta la fecha, si es que, por desconocimiento, no se nos ha colado alguna otra en estos últimos cuatro años transcurridos desde entonces. Creo que no.
Con toda esta materia prima magnífica, Luis García Gil y sus colaboradores ocasionales han dejado para la posteridad el libro que Patxi se merecía con creces. Esgrimiendo verbo siempre hermoso y su bien conocida habilidad descriptiva, García Gil y Albalate han deambulado por el transcurrir musical y vital del cantautor, profundizando en lo trascendente, que no es otra cosa que la gran aportación que constituye su repertorio inolvidable de canciones sembrado con joyas como las ya citadas más arriba u otras como ‘Manuela’, ‘Rogelio, El maestro’, La Jacinta, ‘Soneto 70’, ‘Itxas’, ‘Nana hacia una viuda del mar’, ‘Aquí’, ‘El Pipo’, ‘Es tan difícil dejar de pensar’, ‘La que guarda la noche’, ‘Naufragio’ y tantas otras maravillas que ahora sería demasiado prolijo enumerar. Aparte del ámbito musical, expresado en el desmenuce al detalle de sus dieciséis álbumes de estudio (en el texto se citan de pasada algunas de las docenas de recopilatorios con la música de Patxi aparecidos a lo largo de los años), el relato viene salpicado por un buen número de pinceladas biográficas más allá de lo artístico y ahondando en lo íntimo y personal del protagonista, aunque —conviene resaltarlo— dichas referencias se leen siempre educadas pues rehúyen cualquier amarillismo innecesario.
No nos resta más, finalmente, que dar la enhorabuena a la editorial que ha asumido el reto de poner en circulación el volumen, al perpetrador y a sus ayudantes por acometer de manera tan eficaz y exhaustiva la empresa, y, por supuestísimo, al protagonista de los contenidos, Don Patxi Andión González, responsable único y último de habernos regalado para la posteridad y deleite eterno tamaña colección de gemas musicales. Un orgullo grande poseer sus grabaciones entre lo mejor de mi discoteca particular y haber tenido el enorme placer y honor de haberle tratado en persona.